Agroecologia
pedro_123415 de Julio de 2013
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Capítulo 1
La evolución del
pensamiento agroecológico
Susanna B. Hecht
El uso contemporáneo del término agroecología data de los años 70, pero la ciencia
y la práctica de la agroecología son tan antiguos como los orígenes de la agricultura.
A medida que los investigadores exploran las agriculturas indígenas, las que son
reliquias modificadas de formas agronómicas más antiguas, se hace más notorio que
muchos sistemas agrícolas desarrollados a nivel local, incorporan rutinariamente
mecanismos para acomodar los cultivos a las variables del medio ambiente natural, y
para protegerlos de la depredación y la competencia. Estos mecanismos utilizan insumos renovables existentes en las regiones, así como los rasgos ecológicos y estructurales propios de los campos, los barbechos y la vegetación circundante.
En estas condiciones la agricultura involucra la administración de otros recursos
además del cultivo propio. Estos sistemas de producción fueron desarrollados para
disminuir riesgos ambientales y económicos y mantienen la base productiva de la
agricultura a través del tiempo. Si bien estos agroecosistemas pueden abarcar
infraestructuras tales como trabajos en terrazas, zanjas e irrigación, el conocimiento
agronómico descentralizado y desarrollado localmente es de importancia fundamental para el desarrollo continuado de estos sistemas de producción.
El por qué esta herencia agrícola ha tenido relativamente poca importancia en las
ciencias agronómicas formales, refleja prejuicios que algunos investigadores contemporáneos están tratando de eliminar. Tres procesos históricos han contribuido en
un alto grado a oscurecer y restar importancia al conocimiento agronómico que fue
desarrollado por grupos étnicos locales y sociedades no occidentales: (1) la destrucción de los medios de codificación, regulación y trasmisión de las prácticas agrícolas; (2) la dramática transformación de muchas sociedades indígenas no occidentales
y los sistemas de producción en que se basaban como resultado de un colapso demográfico, de la esclavitud y del colonialismo y de procesos de mercado, y (3) el surgimiento de la ciencia positivista. Como resultado, han existido pocas oportunidades
para que las intuiciones desarrolladas en una agricultura más holística se infiltraran
en la comunidad científica formal. Más aún, esta dificultad está compuesta de prejuicios, no reconocidos, de los investigadores en agronomía, prejuicios relacionados
con factores sociales tales como clase social, etnicidad, cultura y sexo.
Históricamente, el manejo de la agricultura incluía sistemas ricos en símbolos y
rituales, que a menudo servían para regular las prácticas del uso de la tierra y para
codificar el conocimiento agrario de pueblos analfabetos (Ellen 1982, Conklin 1972).
La existencia de cultos y rituales agrícolas está documentada en muchas sociedades,
incluso las de Europa Occidental. De hecho, estos cultos eran un foco de especial
atención para la Inquisición Católica. Escritores sociales de la época medieval tales
como Ginzburg (1983) han demostrado cómo las ceremonias rurales eran tildadas de16 Agroecología: Bases científicas para una agricultura sustentable
brujería y cómo dichas actividades se convirtieron en focos de intensa persecución.
Y no es sorprendente que cuando los exploradores españoles y portugueses de la
post-inquisición emprendieron sus viajes y la conquista europea se extendió por el
globo bajo el lema de «Dios, Oro y Gloria», como parte de un proyecto más amplio,
existieran actividades evangelizadoras, las que a menudo alteraron las bases simbó-
licas y rituales de la agricultura en sociedades no occidentales. Estas modificaciones
se transformaron, y a menudo interfirieron con la transferencia generacional y lateral
del conocimiento agronómico local. Este proceso, junto con las enfermedades, la
esclavitud y la frecuente reestructuración de la base agrícola de las comunidades
rurales con fines coloniales y de mercado, a menudo contribuyó a la destrucción o
abandono de las tecnologías «duras» tales como los sistemas de riego, y especialmente al empobrecimiento de las tecnologías «blandas» (formas de cultivo, mezclas
de cultivos, técnicas de control biológico y manejo de suelos) de la agricultura local,
la que depende mucho más de la transmisión de tipo cultural.
La literatura histórica documenta cómo las enfermedades transmitidas por los
exploradores afectaron a las poblaciones nativas. Especialmente en el nuevo mundo
se dieron colapsos de poblaciones muy rápidamente y de una forma tan devastadora
que es difícil de imaginar. En algunas áreas hasta un 90% de la población murió en
menos de 100 años (Denevan 1976). Con ellos murieron culturas y sistemas de conocimiento. Los efectos desastrosos de las epidemias caracterizaron las primeras etapas del contacto, pero otras actividades, especialmente la esclavitud asociada con las
plantaciones del nuevo mundo, también ejercieron impactos drásticos en la población y, por lo tanto, en el conocimiento agrícola, hasta bien entrado el siglo XIX.
Inicialmente, las poblaciones locales eran el blanco de las incursiones para obtener esclavos, pero estos grupos a menudo podían escapar de la servidumbre. Los
problemas de enfermedad en los indios del nuevo mundo hicieron que no fueran una
fuerza ideal de trabajo. Por otro lado, las poblaciones africanas estaban acostumbradas a las condiciones climáticas tropicales y tenían una resistencia relativa a las enfermedades «europeas», por lo tanto ellos podían satisfacer las pujantes necesidades
de mano de obra para las plantaciones de azúcar y algodón. Durante dos siglos, más
de veinte millones de esclavos fueron transportados desde Africa a varias plantaciones de esclavos en el nuevo mundo (Wolf 1982).
La esclavitud se impuso a la mejor fuerza laboral (jóvenes adultos, tanto hombres
como mujeres) y tuvo como resultado la pérdida de esta importante fuerza de trabajo
para la agricultura local y el abandono de los trabajos agrícolas a medida que los
pueblos trataron de evitar el convertirse en esclavos, retirándose a lugares distantes
de los traficantes de esclavos. La ruptura de sistemas de conocimientos, ocasionada
por la exportación de mano de obra, la erosión de las bases culturales de la agricultura local y la mortalidad asociada a las guerras que eran estimuladas por las incursiones en busca de esclavos, fue aumentada más adelante por la integración de estos
sistemas residuales a las redes mercantiles y coloniales.
El contacto europeo con gran parte del mundo no occidental no fue benéfico, y a
menudo involucró la transformación de los sistemas de producción para satisfacer
las necesidades de los centros burocráticos locales, los enclaves mineros y de recursos, y del comercio internacional. En algunos casos ésto se logró por medio de la
coerción directa, reorientando y manipulando las economías a través de la unión de
grupos elíticos locales, y en otros casos de hombres claves, y por intermedio de
intercambios. Estos procesos cambian fundamentalmente la base de la economía17
agrícola. Con el surgimiento de las cosechas pagadas y la mayor presión ejercida por
ítemes específicos de exportación, las estrategias para el uso de predios rurales, que
habían sido desarrolladas a través de milenios con el fin de reducir los riesgos agrí-
colas y de mantener la base de recursos, fueron desestabilizadas. Muchos son los
estudios que han documentado estos efectos (Watts 1983, Wolf 1982, Palmer y Parson
1977, Wasserstrom 1982, Brokenshaw et al. 1979, Geertz 1962).
Finalmente, aún cuando los cronistas y los exploradores mencionan positivamente el uso que los nativos daban a las tierras, fue difícil traducir estas observaciones a
una forma coherente, no folklórica y socialmente aceptable. El surgimiento del mé-
todo positivista en las ciencias y el movimiento del pensamiento occidental hacia
perspectivas atomistas y mecanicistas, las que se asocian con el iluminismo del siglo
XVIII, alteraron dramáticamente el diálogo sobre el mundo natural (Merchant 1980).
Esta transición de las epistemologías cambió el enfoque de la naturaleza, de una
entidad orgánica, viviente, se convirtió en una máquina. De manera creciente este
enfoque hizo hincapié en el lenguaje científico, una forma de referirse al mundo
natural que esencialmente rechazaba toda otra forma de conocimiento científico como
superstición. En efecto, desde los tiempos de Condorcet y Comte, el desarrollo de las
ciencias se identifica con el triunfo de la razón sobre la superstición. Esta posición,
unida a un punto de vista muchas veces despectivo sobre las habilidades de los pueblos rurales en su generalidad, y en especial las de los pueblos colonizados, contribuyó más aún a oscurecer la riqueza de muchos sistemas de conocimiento rural cuyo
contenido era expresado en una forma discursiva y simbólica. A causa de un mal
entendido del contexto ecológico, de la complejidad espacial y de la forma de cultivar propia de los agricultores no formales, fue frecuentemente tildada despectivamente de desordenada.
Dado
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