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MENSAJE SIN DESTINO
Mario Briceño-Iragorry
(Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo)
(1951)
(Mario Briceño-Iragorry, Obras Completas, Vol. 7. Ideario Politico Social I (Pensamiento
Nacionalista y Americanista I. Edicones del Congreso de la República. Caracas-Venezuela. 1990.
pp. 155-245)
Revista Cifra Nueva
Julio-Diciembre 2009, Nº 20
Nueva Etapa
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A José Antonio Marturet,
homenaje de aprecio y acendrada amistad.
Por hábito de historiador, yo estudio siempre
el pasado. pero es para buscar en el pasado
el origen del presente. para encontrar en las
tradiciones de mi país, nuevas energías con qué
continuar la obra de preparar el porvenir.
Gil Portoul, en el Senado de la República
El primer desarollo de una conciencia auténtica
consistió en edifi car una conciencia del
pasado.
Kahler, Historia universal del hombre.
Muchas almas sencillas creyeron durante largo
tiempo que la verdadera historia de Francia
comenzaba en el año l de la República. Sin
embargo los más infl exibles revolucionarios
han renunciado a creerlo, y en la Cámara de
Diputados. M. Jaurés ha declarado “que las
grandezas de hoy están hechas con los esfuerzos
de siglos pasados. Francia no está resumida
en un día ni en una época, sino en la sucesión
de todos sus días, de todas sus épocas. de todos
sus crepúsculos y auroras”.
Le Bon, La Revolución Francesa.
Lo propio de la Historia está en los acontecimientos
mismos, cada cual con su inconfundible
fi sonomía, en que se refl ejan los acontecimientos
pasados y se perfi lan los del porvenir.
Croce, La Historia como hazaña de la
libertad.
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PROLOGO
Este ensayo vuelve a las cajas de
imprenta (como solemos decir quienes empezamos
a escribir cuando la imprenta era
más arte que industria), para corresponder,
por medio de una nueva edición, a la solicitud
con que el público lo ha favorecido.
Satisfactoriamente para mí ello representa
que el cuerpo de ideas sostenidas a través
de sus páginas, corresponde a una realidad
nacional, que interesa por igual a otros venezolanos.
Escritores preocupados en el examen
de nuestros problemas han consignado
en las columnas de la prensa su opinión
acerca de los temas que aborda mi MENSAJE.
Algunos han llegado a límites de extremosa
generosidad y encumbrada honra,
otros han mostrado alguna disconformidad
con la manera de tratar yo ciertos temas.
Quiero referirme fundamentalmente
a la poca importancia que asigna uno de
los críticos a nuestra carencia de continuidad
histórica como factor primordial de crisis,
para ubicar toda la tragedia presente en solo
el problema de la transición de la vieja economía
agro-pecuaria a la nueva economía
minera. Jamás me atrevería a desconocer el
profundo signifi cado que en nuestro proceso
de pueblo tiene la presencia del petróleo
como factor económico y social, ni menos
desconozco las ventajas de la nueva riqueza.
En mi ensayo lo he apuntado claramente,
y en él me duelo de que, por carencia de
un recto y provechoso sentido histórico de
la venezolanidad, hubiéramos preferentemente
utilizado los recursos petroleros para
satisfacer bajos instintos orgiásticos, antes
que dedicarlos a asegurar la permanencia
fecunda de lo venezolano, y ello después de
haber olvidado ciertos compromisos con la
nación para mirar sólo a la zona de los intereses
personales. Cuando radico en lo histórico
la causa principal de nuestra crisis
de pueblo, no miro únicamente a los valores
iluminados de cultura que provienen del pasado.
Me refi ero a la historia como sentido
de continuidad y de permanencia creadora.
Pongo énfasis al decir que nuestro empeño
de olvidar y de improvisar ha sido la causa
primordial de que el país no haya logrado
la madurez que reclaman los pueblos para
sentirse señores de sí mismos. ¿No nos
quejamos diariamente de la falta de respoñsabilidad
con que obran quienes asumen
cargos directivos sin poseer la idoneidad
requerida? Pues justamente ello proviene
del desdén con que se miraron los valores
antecedentes sobre los cuales se construye
el dinamismo defensivo de la tradición. No
considero el Pesebre navideño ni el Enano
de la Kalenda trujillano como factores de
esencialidad para la construcción de un orden
social: miro en su derrota por el arbolito
de Navidad y por el barbudo San Nicolás,
la expresión de un relajamieto de nuestro
espíritu y el eco medroso de la conciencia
bilingüe que pretende erigirse en signo de
nuestros destinos.
Para ir contra el pasado, o para
mirarlo sólo al esfumino de una pasión romántica,
algunos invocan sentencias cargadas
de gravedad, que en otros pueblos han
servido para condenar la pesada e infructuosa
contemplación de un brillante pretérito.
En España, por caso, ¡cuánto gritaron
los hombres dirigentes contra la actitud de
introversión de su cultura! Allí el problema
fue otro. Había allá una superabundancia de
historia que impedía en muchos, por imperfecta
deglución, tomarla como nutrimento
de futuro. ¡Nosotros. en cambio, no hemos
buscado en nosotros mismos los legítimos
valores que pueden alimentar las ansias naturales
de progreso. Cegados por varias novedades,
nos hemos echado canales afuera
en pos de falsos atributos de cultura, hasta
llegar a creer más, pongamos por caso, en
las “virtudes” del existencialismo que en la
fuerza de nuestros propios valores culturales.
Se me imputa que, llevado por el
aire del pesimismo, no presento caminos
para la solución de la crisis de nuestro pueblo.
Claro que si se buscan programas políticos
como remedio, no apunto nada que pueda
tomarse por una posible solución. Pero
tras lo negativo de los hechos denunciados,
está lo afi rmativo de la virtud contraria, y
más allá de la censura de ciertas actitudes,
cualquiera mira el campo recomendable.
Con diagnosticar el elemento externo que
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provoca un estado patológico, ya el médico
señala parte del régimen que llevará al paciente
al recobramiento de la salud. Tampoco
fue mi intención indicar caminos ni menos
fi ngir una posición de taumaturgo frente
a las dolencias del país. Modestamente me
limité a apuntar lo que yo considero causa
de nuestra crisis, sin aspirar a enunciarlas
todas, y menos aún proponerles remedio.
Tampoco me aventuro a considerar que estoy
en lo cierto cuando expongo las conclusiones
a que me conduce mi fl aca refl exión.
Sé que son otros los que, con autoridad de
que carezco, pueden presentar las fórmulas
reparadoras; mas, como me considero en el
deber de participar en la obra de investigar
los problemas de la república, resolví prender
la escasa luz de mi vela para agregarme,
en el sitio que me toca, a la numerosa procesión
de quienes, ora a la grita, ora a la voz
apagada, se dicen preocados por la suerte
del país. Ya no es sólo el derecho de hablar
que legítimamente me asiste como ciudadano,
si no una obligación cívica, que sobre
mí pesa, lo que empuja un discurso.
Siempre he creído necesario contemplar
los problemas del país a través de
otros ojos, y, en consecuencia, no me guío
únicamente por lo que miran los míos. A los
demás pido prestada su luz; y el juicio de
mis ojos, así sea opaco ante los otros, lo expongo
al examen de quienes se sientan animados
de una común inquietud patriótica.
Llamo al vino, vino, y a la tierra,
tierra, sin pesimismo ni desesperación; sin
propósito tampoco de engañar a nadie, digo
ingenuamente lo que creo que debo decir,
sin mirar vecinas consecuencias ni éscuchar
el rumor de los temores. Ni busco afanoso
los aplausos, ni rehuyo legítimas responsabilidades.
Bien sé que los elogios no agregarán
un ápice a mi escaso tamaño, ni las
voces de la diatriba reducirán más mi mediania.
Tampoco esquivo responsabilidades
vistiendo vestidos postizos, menos, mucho
menos, me empeño en hacer feria con los
defectos de los demás. Aunque quedaran
visibles en la plaza pública sólo los míos,
yo desearía servir a una cruzada nacional
que se encaminase a disimular, para mayor
prestigio de la patria común, los posibles
errores de mis vecinos, que miro también
por míos en el orden de la solidaria fraternidad
de la república. Entonces podrá hablarse
de concordia y reconciliación cuando los
venezolanos, sintiendo por suyos los méritos
de los otros venezolanos, consagren a
la exaltación de sus valores la energía que
dedica, a la mutua destrucción, y cuando,
sintiendo también por suyos los yerros del
vecino, se adelanten, no a pregonarlos complacidos,
sino a colaborar modestamente en
la condigna enmienda.
Caracas, 15 de septiembre de 1951.
M.B-
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