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Enviado por   •  5 de Marzo de 2014  •  1.180 Palabras (5 Páginas)  •  221 Visitas

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MENSAJE SIN DESTINO

Mario Briceño-Iragorry

(Ensayo sobre nuestra crisis de pueblo)

(1951)

(Mario Briceño-Iragorry, Obras Completas, Vol. 7. Ideario Politico Social I (Pensamiento

Nacionalista y Americanista I. Edicones del Congreso de la República. Caracas-Venezuela. 1990.

pp. 155-245)

Revista Cifra Nueva

Julio-Diciembre 2009, Nº 20

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A José Antonio Marturet,

homenaje de aprecio y acendrada amistad.

Por hábito de historiador, yo estudio siempre

el pasado. pero es para buscar en el pasado

el origen del presente. para encontrar en las

tradiciones de mi país, nuevas energías con qué

continuar la obra de preparar el porvenir.

Gil Portoul, en el Senado de la República

El primer desarollo de una conciencia auténtica

consistió en edifi car una conciencia del

pasado.

Kahler, Historia universal del hombre.

Muchas almas sencillas creyeron durante largo

tiempo que la verdadera historia de Francia

comenzaba en el año l de la República. Sin

embargo los más infl exibles revolucionarios

han renunciado a creerlo, y en la Cámara de

Diputados. M. Jaurés ha declarado “que las

grandezas de hoy están hechas con los esfuerzos

de siglos pasados. Francia no está resumida

en un día ni en una época, sino en la sucesión

de todos sus días, de todas sus épocas. de todos

sus crepúsculos y auroras”.

Le Bon, La Revolución Francesa.

Lo propio de la Historia está en los acontecimientos

mismos, cada cual con su inconfundible

fi sonomía, en que se refl ejan los acontecimientos

pasados y se perfi lan los del porvenir.

Croce, La Historia como hazaña de la

libertad.

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PROLOGO

Este ensayo vuelve a las cajas de

imprenta (como solemos decir quienes empezamos

a escribir cuando la imprenta era

más arte que industria), para corresponder,

por medio de una nueva edición, a la solicitud

con que el público lo ha favorecido.

Satisfactoriamente para mí ello representa

que el cuerpo de ideas sostenidas a través

de sus páginas, corresponde a una realidad

nacional, que interesa por igual a otros venezolanos.

Escritores preocupados en el examen

de nuestros problemas han consignado

en las columnas de la prensa su opinión

acerca de los temas que aborda mi MENSAJE.

Algunos han llegado a límites de extremosa

generosidad y encumbrada honra,

otros han mostrado alguna disconformidad

con la manera de tratar yo ciertos temas.

Quiero referirme fundamentalmente

a la poca importancia que asigna uno de

los críticos a nuestra carencia de continuidad

histórica como factor primordial de crisis,

para ubicar toda la tragedia presente en solo

el problema de la transición de la vieja economía

agro-pecuaria a la nueva economía

minera. Jamás me atrevería a desconocer el

profundo signifi cado que en nuestro proceso

de pueblo tiene la presencia del petróleo

como factor económico y social, ni menos

desconozco las ventajas de la nueva riqueza.

En mi ensayo lo he apuntado claramente,

y en él me duelo de que, por carencia de

un recto y provechoso sentido histórico de

la venezolanidad, hubiéramos preferentemente

utilizado los recursos petroleros para

satisfacer bajos instintos orgiásticos, antes

que dedicarlos a asegurar la permanencia

fecunda de lo venezolano, y ello después de

haber olvidado ciertos compromisos con la

nación para mirar sólo a la zona de los intereses

personales. Cuando radico en lo histórico

la causa principal de nuestra crisis

de pueblo, no miro únicamente a los valores

iluminados de cultura que provienen del pasado.

Me refi ero a la historia como sentido

de continuidad y de permanencia creadora.

Pongo énfasis al decir que nuestro empeño

de olvidar y de improvisar ha sido la causa

primordial de que el país no haya logrado

la madurez que reclaman los pueblos para

sentirse señores de sí mismos. ¿No nos

quejamos diariamente de la falta de respoñsabilidad

con que obran quienes asumen

cargos directivos sin poseer la idoneidad

requerida? Pues justamente ello proviene

del desdén con que se miraron los valores

antecedentes sobre los cuales se construye

el dinamismo defensivo de la tradición. No

considero el Pesebre navideño ni el Enano

de la Kalenda trujillano como factores de

esencialidad para la construcción de un orden

social: miro en su derrota por el arbolito

de Navidad y por el barbudo San Nicolás,

la expresión de un relajamieto de nuestro

espíritu y el eco medroso de la conciencia

bilingüe que pretende erigirse en signo de

nuestros destinos.

Para ir contra el pasado, o para

mirarlo sólo al esfumino de una pasión romántica,

algunos invocan sentencias cargadas

de gravedad, que en otros pueblos han

servido para condenar la pesada e infructuosa

contemplación de un brillante pretérito.

En España, por caso, ¡cuánto gritaron

los hombres dirigentes contra la actitud de

introversión de su cultura! Allí el problema

fue otro. Había allá una superabundancia de

historia que impedía en muchos, por imperfecta

deglución, tomarla como nutrimento

de futuro. ¡Nosotros. en cambio, no hemos

buscado en nosotros mismos los legítimos

valores que pueden alimentar las ansias naturales

de progreso. Cegados por varias novedades,

nos hemos echado canales afuera

en pos de falsos atributos de cultura, hasta

llegar a creer más, pongamos por caso, en

las “virtudes” del existencialismo que en la

fuerza de nuestros propios valores culturales.

Se me imputa que, llevado por el

aire del pesimismo, no presento caminos

para la solución de la crisis de nuestro pueblo.

Claro que si se buscan programas políticos

como remedio, no apunto nada que pueda

tomarse por una posible solución. Pero

tras lo negativo de los hechos denunciados,

está lo afi rmativo de la virtud contraria, y

más allá de la censura de ciertas actitudes,

cualquiera mira el campo recomendable.

Con diagnosticar el elemento externo que

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provoca un estado patológico, ya el médico

señala parte del régimen que llevará al paciente

al recobramiento de la salud. Tampoco

fue mi intención indicar caminos ni menos

fi ngir una posición de taumaturgo frente

a las dolencias del país. Modestamente me

limité a apuntar lo que yo considero causa

de nuestra crisis, sin aspirar a enunciarlas

todas, y menos aún proponerles remedio.

Tampoco me aventuro a considerar que estoy

en lo cierto cuando expongo las conclusiones

a que me conduce mi fl aca refl exión.

Sé que son otros los que, con autoridad de

que carezco, pueden presentar las fórmulas

reparadoras; mas, como me considero en el

deber de participar en la obra de investigar

los problemas de la república, resolví prender

la escasa luz de mi vela para agregarme,

en el sitio que me toca, a la numerosa procesión

de quienes, ora a la grita, ora a la voz

apagada, se dicen preocados por la suerte

del país. Ya no es sólo el derecho de hablar

que legítimamente me asiste como ciudadano,

si no una obligación cívica, que sobre

mí pesa, lo que empuja un discurso.

Siempre he creído necesario contemplar

los problemas del país a través de

otros ojos, y, en consecuencia, no me guío

únicamente por lo que miran los míos. A los

demás pido prestada su luz; y el juicio de

mis ojos, así sea opaco ante los otros, lo expongo

al examen de quienes se sientan animados

de una común inquietud patriótica.

Llamo al vino, vino, y a la tierra,

tierra, sin pesimismo ni desesperación; sin

propósito tampoco de engañar a nadie, digo

ingenuamente lo que creo que debo decir,

sin mirar vecinas consecuencias ni éscuchar

el rumor de los temores. Ni busco afanoso

los aplausos, ni rehuyo legítimas responsabilidades.

Bien sé que los elogios no agregarán

un ápice a mi escaso tamaño, ni las

voces de la diatriba reducirán más mi mediania.

Tampoco esquivo responsabilidades

vistiendo vestidos postizos, menos, mucho

menos, me empeño en hacer feria con los

defectos de los demás. Aunque quedaran

visibles en la plaza pública sólo los míos,

yo desearía servir a una cruzada nacional

que se encaminase a disimular, para mayor

prestigio de la patria común, los posibles

errores de mis vecinos, que miro también

por míos en el orden de la solidaria fraternidad

de la república. Entonces podrá hablarse

de concordia y reconciliación cuando los

venezolanos, sintiendo por suyos los méritos

de los otros venezolanos, consagren a

la exaltación de sus valores la energía que

dedica, a la mutua destrucción, y cuando,

sintiendo también por suyos los yerros del

vecino, se adelanten, no a pregonarlos complacidos,

sino a colaborar modestamente en

la condigna enmienda.

Caracas, 15 de septiembre de 1951.

M.B-

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