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El Señor Leinadf


Enviado por   •  19 de Septiembre de 2013  •  2.957 Palabras (12 Páginas)  •  228 Visitas

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-Por Daniel F-

(PERÚ)

Mi abuelo siempre se mantuvo ocupado resolviendo crucigramas y llenando pupiletras. Era un adicto a los entretenimientos bizantinos. Su hijo, mi padre, heredó sus costumbres y se dedicaba a cubrir las tardes de ocio -y las noches-, jugando con mi madre al Dominó, al Ludo o al Monopolio. Creo que yo he sido el resultado de esas adicciones al “matarrato” y me convertí en un terrible vicioso de los juegos de Vídeo: Ataris, Nintendos, Play Station, Nintendo 64, Game Boy... Los devoraba todos. No me mal entiendan, no era uno de esos que dejan sus zapatos o las DNI en los dispendios interactivos. Solo lo hacía para... para “matar el rato” y eso era todo. Total, no me gustaban las fiestas, los bailes, las modas y tampoco tenía hembrita alguna. Mi padre y mi abuelo decían “es preferible eso a que sea un pastelero o un maricón chupapinga” . A lo que mi madre agregaba “..o un rocanrolero desaliñado, como ese Señor Leinad”. Siempre estuve intrigado por saber quién mierda era ese “Señor Leinad”. “Es un cincuentón feo y huraño, que enseña guitarra en el Centro para Adictos a los Fármacos” me dijo mamá “es un loco que nunca se a casado, y hasta dicen que nunca tuvo, siquiera, una enamorada” . “Pero claro pe’ mujer -sentenciaba papá, entre idiotas carcajadas- con esa cara que se maneja.. lo único que le ha quedado por hacer a ese tío es seguir corriéndose la paja”. Fue entonces que decidí ir a ver al sibilino Señor Leinad.

Con la excusa de querer aprender a tocar la guitarra, me enrumbé hacia el Centro para Adictos, ubicado muy cerca de otras instituciones estatales encargadas de la salud y el bienestar: hogares para enfermos mentales, colegios para niños especiales, casa de expósitos, alojamientos para gente de la tercera edad, hospicios, albergues, orfanatos, manicomios y esas cosas un tanto deprimentes. El sitio donde llegué se llamaba Centro de Recuperación Bartolomé de las Casas, un lugar gigantesco, al cual acudían todos los malogrados de la zona. A pesar de lo ascético del lugar, uno no puede mantenerse ajeno a esa atmósfera entre glacial y siniestra, entre metílicos y cloroformos, que despiden los muros del mesón. En uno de los patios se encontraban los pastrulos, regados por todo el piso, barbudos, flacos y pulguientos. Uno de esos se me acercó y quiso picarme un cigarro o un sencillo, lo que caiga primero. Tuve que decirle que estaba misio -lo cual era cierto- y que solo venía a tomar unas lecciones de guitarra. “Puta que eres bien malo, barrio -me dijo el trulo- ya, ya, anda vete nomás conchatumadre”. Yo seguí buscando la Sala de Música y al tal señor Leinad. De pronto, comencé a escuchar unas consonancias algo infrecuentes, un cromatismo desusado. Seguí los extraños e insólitos sonidos hasta que, por fin, pude hallar su procedencia. Era el tan mentado Sr. Leinad. Aquel hombre, con casaca negra de cuero y jean desgastado, estaba impartiendo una clase. Pero, más que una lección, era un coloquio, una broza con sus eventuales alumnos. Hablaban de las relaciones interpersonales, de romances estropeados, de enamoramientos prematuros, pero también de computadoras, de psico acústica, de física básica y, por supuesto, de música. Y, contra todos mis principios abúlicos, todo lo que allí se decía me interesó como mierda. Y me interesó aún más, cuando aquel viejo Sr. Leinad, dijo ser un descarriado a muerte de los Juegos de Vídeo, y que sus video games favoritos eran el Golden Eye, Killer Instinc, Vicker Mouse y el Doom 64, Counter Strike que también eran mis favoritos.

Después que impartió su clase, me acerqué a él y le dije que quería tomar unas lecciones. Me dijo que sí, que “komo las huevas” . Y por fin lo vi de cerca. De verdad era uno de los tipos más feos que haya visto en toda mi vida. Su nariz prominente, su barbilla desproporcionada, su manojo de cabellos quebradizos y orquillados, su extrema delgadez y su amarillenta piel, daban una pista -sino la respuesta- al porqué se ha mantenido oculto y ajeno a la vida en sociedad.

- ¿Kómo te llamas? -me dijo, mirando a otro lado.

- Daniel -le contesté- ¿Cuánto me van a salir las clases?

- Nada. -me dijo, al tiempo que abría un paquete de galletas integrales- El mejor pago es ke salgas de akí tocando. Y si es una kanción tuya... pues ¡mejor!

En los días siguientes me enteraría de la vida y avatares de ese hombre. Nacido en el Callao, el Sr. Leinad nunca fue lo que se dice un alumno aplicado, por lo que dejó el colegio antes de completar el mínimo de condena que les dan a los niños por llegar a este mundo. Carece del sentido del olfato y su sentido del gusto está reducido a la mínima percepción. Su vista, en cambio, es envidiable, así como su sentido de la audición. Asténico, cariátide y con una ligera tendencia a tartamudear, el Sr. Leinad vivía en el Centro de Recuperación, rodeado de pastrulos y alcohólicos. No era un interno. Lo que pasa es que los encargados le dieron un cuarto y comida, a cambio de las clases de guitarra y nociones de música que él impartía, amen de ayudar en algo por las noches. Luego me iría enterando por ahí, que cuando pasó la adolescencia llegó a tener una agrupación de música rock, que grabaron discos y que fueron muy reconocidos tanto por la prensa complaciente como por la crítica más seria y underground. Fanático de la música progresiva de los 70s, el Punk Rock y el Metal, el Sr. Leinad hizo obras musicales bastante alejadas de las figuraciones y las modas, y por ello siguió siendo un misio de mierda. Pero su retiro de las canchas de concierto no fue por el inexistente “éxito” comercial. Su retiro se debió a su extrema fealdad. Claro, no me imagino que sea muy agradable el subir a un escenario con ese físico y que miles de personas se queden ahí, mirándolo a uno, como si fuera un ser extraño o el sucesor del lordótico Hombre Elefante. El Sr. Leinad, por todo aquello, solo aguantó unos cuantos años esa vida azorosa de autógrafos, primeras planas y vídeos. Al parecer, tuvo su buen cuarto de hora, el tío. Un buen día agarró sus canciones y se encerró en su hogar para no salir nunca más a la vida pública.

- ¿Porqué no siguió con las presentaciones y esas cosas que deben ser experiencias bien bacanes? -le pregunté un día.

- Ni tanto -respondió el Sr. Leinad con gesto desganado- al menos yo, las más de las veces, lo ke sentía al estar parado frente a tantas personas, era vergüenza. Vergüenza y nada más ke eso.

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