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CENA DEL SEÑOR

MOVIDY5 de Febrero de 2013

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¿Cuál es el significado de la Cena del Señor, y por qué la celebramos semanalmente los cristianos?

LA CENA DEL SEÑOR

C. H. Mackintosh

Prefacio

La institución de la Cena del Señor debe ser considerada por todo cristiano espiritual como una prueba particularmente conmovedora de los misericordiosos cuidados del Señor y de su considerado amor por su Iglesia. Desde el tiempo en que fue instituida hasta el día de hoy, la Cena del Señor fue un firme, aunque silencioso, testigo de esta verdad, que el enemigo ha procurado corromper y destruir por todos los medios a su alcance: que la redención es un hecho cumplido del que todo creyente en Jesús, aun el más débil, puede regocijarse.

Ya han transcurrido dos mil años desde que el Señor Jesús estableció el pan y la copa como los símbolos de su cuerpo partido y de su sangre derramada por nosotros, respectivamente. Y, a pesar de los innumerables cismas y herejías, de tantas controversias y contiendas, de todas las guerras de principios y los prejuicios que manchan las páginas de la historia eclesiástica, esta tan significativa institución ha sido conmemorada por los santos de todas las épocas. Es verdad que el enemigo, en una vasta sección del cuerpo profesante, logró envolverla en un manto de oscura superstición; logró presentarla de tal manera que quedó oculta de la vista de los participantes la gran realidad eterna que conmemora. El enemigo, efectivamente, tuvo éxito en reemplazar a Cristo y a su sacrificio cumplido, por una ineficaz ordenanza, la que por el mismo modo de su administración prueba su completa inutilidad y su oposición a la verdad (véase la nota al pie de la página…..). Sin embargo, a pesar del fatal error de Roma referente a la ordenanza de la Cena del Señor, ella todavía declara a todo oído circunciso y a toda mente espiritual la misma verdad preciosa y profunda: “Anuncia la muerte del Señor hasta que él venga.” El cuerpo fue partido y la sangre derramada una vez, y nunca más se ha de repetir; y el partimiento del pan no es más que el memorial de esta verdad emancipadora.

¡Con qué profundo interés y agradecimiento, pues, el creyente puede contemplar “el pan y la copa”! Sin pronunciar una sola palabra, la Cena presenta ante nuestras almas las más preciosas y gloriosas verdades: la redención cumplida; los pecados perdonados; la gracia reina; la justicia eterna establecida; el aguijón de la muerte ha desaparecido; la gloria eterna ha sido asegurada; la gracia y la gloria fueron reveladas como un libre don de Dios y del Cordero; la unidad del “un cuerpo” bautizado por “un Espíritu”, ha sido manifestada. ¡Qué fiesta gloriosa! Retrotrae al alma, en un abrir y cerrar de ojos, veinte siglos, y le muestra al mismo Señor, la misma “noche que fue entregado”, sentado a la mesa, e instituyendo allí una fiesta que, desde ese solemne momento, desde esa memorable noche, y hasta rayar el alba, habría de conducir el corazón de cada creyente hacia la cruz, cuando mirara atrás, y hacia la gloria, cuando mirare adelante.

Desde entonces, esta fiesta, por su misma simplicidad, y no obstante su profundo significado, reprimió la superstición de los hombres -que quisieron deificarla y hacer de ella un objeto de culto-, la profanidad que quiso violar su carácter santo, y la incredulidad que quiso borrarla por completo; pero, a la vez que reprimió todas estas cosas, fortaleció, consoló y refrescó el corazón de millones de queridos santos de Dios. Qué dulce es pensar, cuando nos reunimos el primer día de la semana alrededor de la Mesa del Señor, que apóstoles, mártires y santos se reunieron en torno a esta fiesta, y hallaron allí, en su medida, frescura y bendición.

Muchas cosas tuvieron lugar con el correr de los siglos: Muchas escuelas de teología surgieron, florecieron y desaparecieron; doctores y padres amontonaron cuantiosos y ponderosos volúmenes de teología; funestas herejías obscurecieron la atmósfera y fragmentaron por completo a la Iglesia profesante; la superstición y el fanatismo introdujeron sus infundadas teorías y extravagantes ideas; los cristianos profesantes se dividieron en innumerables partidos o sectas; pero, a pesar de las tinieblas y la confusión que reinaron, la Cena del Señor ha subsistido siempre, y nos habla de una manera simple, aunque poderosa: “Todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1.ª Corintios 11:26).

¡Qué fiesta preciosa! ¡Gracias a Dios por concedernos tan grande privilegio de poder celebrarla! Con todo, no son sino símbolos, simples elementos que a los ojos de la naturaleza no valen nada ni dicen nada. El pan partido y el vino vertido, ¡qué simple! Sólo la fe puede leer el significado de esos símbolos, y, por tanto, no precisa de los extraños agregados que le introdujo la falsa religión con el objeto de sumarle dignidad, solemnidad y temor, cuando en realidad ese acto debe todo su valor, todo su poder y toda su grandiosidad al hecho de ser el memorial de una obra cumplida y eterna, que la falsa religión niega.

¡Ojalá que tú y yo, querido lector, podamos comprender mejor el significado de la Cena del Señor, y experimentar más profundamente la gracia de partir ese pan que es “la comunión del cuerpo de Cristo”, y de beber esa copa que es “la comunión de la sangre de Cristo” (1.ª Corintios 10:16)!

Para cerrar este prefacio, encomiendo este breve tratado a los misericordiosos cuidados del Señor, rogándole que sea de provecho para las almas de su pueblo.

C. H. M.

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PENSAMIENTOS SOBRE

LA CENA DEL SEÑOR

“Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1.ª Corintios 11:23-26).

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Deseo ofrecer unos breves pensamientos sobre la Cena del Señor, con el objeto de despertar un más vivo y ferviente interés por este tema tan importante y alentador en todos aquellos que aman el Nombre de Cristo y todo aquello que él ha instituido.

Debemos bendecir al Señor por haber considerado en su gracia nuestra necesidad de tener establecido semejante memorial del amor que lo llevó a morir por nosotros y de tener preparada una mesa a la cual todos los miembros de su cuerpo pueden presentarse con una sola condición indispensable: relación personal con Cristo y obediencia a él.

El bendito Señor conocía perfectamente la tendencia de nuestros corazones a alejarse de él y de los demás miembros de su cuerpo; por eso, al menos uno de los objetos que tuvo al instituir la Cena, fue vencer esta tendencia. Él quiso congregar a los suyos alrededor de su propia persona; quiso preparar una mesa para los suyos, en la cual, en vista de su cuerpo partido y de su sangre derramada, pudiesen recordarle a él y su amor infinito por ellos, y desde la cual pudiesen mirar adelante, hacia el futuro, y contemplar la gloria, de la cual la cruz constituye el eterno fundamento. Su mesa es también el lugar donde los suyos aprenderían a olvidar sus diferencias de opinión sobre cosas secundarias, y donde pueden y deben amarse los unos a los otros: es el lugar donde los suyos pueden ver alrededor de sí a aquellos a quienes el amor de Dios ha invitado a la fiesta, y a quienes la sangre de Cristo ha hecho aptos y dignos para estar allí.

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A fin de hacer comprender de manera más fácil y abreviada lo que tenemos para decir sobre este tema, nos limitaremos a los cuatro puntos siguientes, a saber:

• Primero: Qué es la Cena del Señor, y qué anuncia

• Segundo: Las circunstancias en que fue instituida la Cena del Señor

• Tercero: Las personas para quienes se instituyó la Cena del Señor

• Cuarto: El momento y la manera en que se ha de celebrar la Cena del Señor

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1. Qué es la Cena del Señor, y qué anuncia

Esta cuestión es de suprema importancia. Si no la comprendemos, todos nuestros pensamientos sobre este tema serán erróneos. La Cena es pura y claramente una fiesta de acción de gracias por una gracia ya recibida. El Señor mismo, al instituirla, le confiere su carácter al dar las gracias: “El Señor… tomó pan; y habiendo dado gracias.” La alabanza y no la oración es la conveniente expresión de los corazones de aquellos que están sentados alrededor de la Mesa del Señor.

Es cierto que tenemos muchos temas de oración, muchas cosas que confesar, muchos motivos que afligen nuestros corazones; pero la Mesa del Señor no es el lugar de la aflicción. Respecto de los afligidos se dice: “Dad la sidra al desfallecido, y el vino a los de amargado ánimo. Beban, y olvídense de su necesidad, y de su miseria no se acuerden más” (Proverbios 31:6-7). Para nosotros, en cambio, la copa es una “copa de bendición”, esto es, de acción de gracias, el símbolo divinamente elegido de la sangre preciosa que logró nuestra redención. “El pan que partimos, ¿no es la

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