Interesante Historia
martinetita20 de Mayo de 2013
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Cuando Quinn, personaje principal de La ciudad de cristal, se encuentra con Paul Auster, ambos conversan sobre el trabajo que el segundo está realizando en ese momento: un ensayo sobre el Quijote, específicamente sobre la autoría del libro. Incrédulo, Quinn pregunta si hay alguna duda al respecto, a lo que Auster contesta que no, él se refiere a quién era Cide Hamete Benengeli, autor del texto en árabe del cual Cervantes dice ser sólo el editor: En Don Quijote, tratándose de un alegato contra los peligros de confundir fantasía y realidad, se hace un notable y permanente esfuerzo por asentar que el relato es completamente cierto, que lo narrado es una crónica ajustada fidedignamente a lo sucedido en la realidad. Así, el narrador se convierte en testigo presencial de las aventuras del Quijote, por lo que Auster concluye que el único que pudo haber sido Cide Hamete Benengeli es el mismísimo Sancho Panza.
Auster argumenta que Sancho Panza, si bien no sabía leer ni escribir, era un narrador excepcional, con un don de palabra que ya quisiéramos muchos, por lo que no es difícil imaginarlo dictándole las aventuras del Quijote a algún escriba, seguramente al Bachiller Sansón Carrasco. Luego, Carrasco traduciría al árabe el libro, que de alguna manera llegó a las manos de Cervantes. Así, el libro habría sido el último e ingenioso intento de Carrasco, el Cura y el Barbero por salvar de la locura a su amigo Alonso Quijano, quien al leer su propia historia sería capaz de reconocer la confusión en que había estado viviendo.
Lo interesante de la explicación de Auster a Quinn no es el argumento, sino que La ciudad de cristal tiene esa misma estructura. La ciudad de cristal es la primera parte de La trilogía de Nueva York, libro que colocaría a Paul Auster como uno de los escritores más importantes de la literatura estadounidense contemporánea. En esta primera parte, Paul Auster no se presenta como el escritor del libro sino como uno de sus personajes, de hecho, la historia comienza porque alguien confunde a Quinn con Paul Auster, detective privado, y el encuentro antes señalado se da gracias a que Quinn buscaba al detective privado Auster. Incluso, Auster reconoce a Quinn, quien es escritor, pero Quinn no tiene idea de que Auster es un autor publicado. En La ciudad de cristal asistimos al destino trágico de Quinn, narrado gracias a la trascripción de un cuaderno que el mismo Quinn llevaba, una especie de diario, agenda y notas sueltas, al que Auster tiene acceso pero debido a la culpa que siente por su posible responsabilidad en el final de Quinn, se lo entrega a otro escritor del que desconocemos su nombre y es quien le da forma de novela a lo escrito por Quinn asegurándonos, como Cervantes, que él es un simple transcriptor y aunque está seguro de la veracidad de lo que leeremos, no puede dar por descontado que en las notas de Quinn haya alguna laguna o algún dato no sujeto a la verdad.
Así, nada nos impide pensar que el autor de La ciudad de cristal escribió la vida de Quinn para hacérsela llegar a éste y así intentar que saliera del mundo de locura y autodestrucción en que había caído, como el Bachiller, el Barbero y el Cura intentaron una y otra vez con Quijano.
El error de Avellaneda
Había cierto consenso sobre la autoría del Quijote de Avellaneda, atribuida a Baltasar de Navarrete. Pero en la conmemoración de los 400 años de la publicación del Quijote, ni siquiera la apócrifa segunda parte podía escapar de la atención del mundo. Un soldado aragonés que coincidió con Cervantes en Lepanto, de nombre Jerónimo de Pasamonte, habría sido el autor del falso segundo tomo, en venganza por una burla hacia su persona que Cervantes hiciera en la primera parte. Así, los presos camino de galeras Ginés de Pasamonte y Ginesillo de Paradilla, habrían sido la ridiculización del futuro autor del Quijote de Avellaneda, quien produciría su versión
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