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LA LEY

afadfasdfadfadf26 de Mayo de 2015

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LA LEY

Frédéric Bastiat

La ley, ¡pervertida! La ley y tras ella todas las fuerzas colectivas de la nación, ha

sido no solamente apartada de su finalidad, sino que aplicada para contrariar su

objetivo lógico. ¡La ley, convertida en instrumento de todos los apetitos

inmoderados, en lugar de servir como freno!

¡La ley, realizando ella misma la iniquidad de cuyo castigo estaba encargada!

Ciertamente se trata de un hecho grave, como pocos existen y sobre el cual debe

serme permitido llamar la atención de mis conciudadanos.

LA VIDA ES UN DON DE DIOS

De Dios nos viene el don que, para nosotros, los contiene a todos: La vida. - la vida

física, intelectual y moral.

Empero, la vida no se mantiene por sí misma. Aquel que nos la ha dado, ha dejado a

cargo nuestro el cuidado de mantenerla, desarrollarla y perfeccionarla.

Para ello nos ha dotado de un conjunto de facultades maravillosas; nos ha colocado en un

medio compuesto de elementos diversos. Aplicando nuestras facultades a aquellos

elementos, es como se realiza el fenómeno de la transformación, de la Apropiación, por

medio del cual la vida recorre el camino que le ha sido asignado.

Existencia, Facultades, Producción en otros términos, Personalidad, Libertad,

Propiedad-: he ahí al hombre.

De esas tres cosas sí puede decirse, fuera de toda sutileza demagógica, que son

anteriores y superiores a cualquier legislación humana.

La existencia de la Personalidad, la Libertad y la Propiedad, no se debe a que los

hombres hayan dictado Leyes. Por el contrario, la preexistencia de su personalidad,

libertad y propiedad es la que determina que puedan hacer leyes los hombres.

¿QUE ES LA LEY?

¿Qué es, pues, la ley? Es la organización colectiva del derecho individual de legitima

defensa.

Cada uno de nosotros ha recibido ciertamente de la naturaleza, de Dios, el derecho de

defender su personalidad, su libertad y su propiedad ya que son esos los tres elementos

esenciales requeridos para conservar la vida, elementos que se complementan el uno al

otro, sin que pueda concebirse uno sin el otro. Porque, ¿qué son nuestras facultades, sino

una prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación de

nuestras facultades?.

Si cada hombre tiene el derecho de defender, aun por la fuerza, su persona, su

libertad y su propiedad, varios hombres tienen el Derecho de concertarse, de

entenderse, de organizar una fuerza común para encargarse regularmente de

aquella defensa.

El derecho colectivo, tiene pues, su principio, su razón de ser, su legitimidad, en el

derecho Individual; y la fuerza común, racionalmente, no puede tener otra

finalidad, otra misión, que la que corresponde a las fuerzas aisladas a las cuales

substituye.

Así como la fuerza de un individuo no puede legítimamente atentar contra la persona, la

libertad o la propiedad de otro individuo, por la misma razón la fuerza común no puede

aplicarse legítimamente para destruir la persona, la libertad o la propiedad de individuos

o de clases.

Porque la perversión de la fuerza estaría, en uno como en otro caso, en contradicción con

nuestras premisas.

¿Quién se atrevería a afirmar que la fuerza nos ha sido dada, no para defender nuestros

derechos sino para aniquilar los derechos idénticos de nuestros hermanos? Y no siendo

eso cierto con respecto a cada fuerza individual, procediendo aisladamente ¿cómo podría

ser cierto en cuanto a la fuerza colectiva, que no es otra cosa que la unión organizada de

las fuerzas aisladas?

Si ello es cierto, nada es más evidente que esto: la ley es la organización del derecho

natural de legítima defensa: es la sustitución de la fuerza colectiva a las fuerzas

individuales, para actuar en el campo restringido en que éstas tienen el derecho de

hacerlo, para garantizar a las personas, sus libertades, sus propiedades y para

mantener a cada uno en su derecho, para hacer reinar para todos la JUSTICIA.

GOBIERNO JUSTO Y ESTABLE

Si existiera un pueblo constituido sobre esa base, me parece que ahí prevalecería el orden,

tanto en los hechos como en las ideas. Me parece que tal pueblo tendría el gobierno más

simple, más económico, menos pesado, el que menos se haría sentir, con menos

responsabilidades, el más justo, y por consiguiente el más perdurable que pueda

imaginarse, cualquiera que fuera, por otra parte, su forma política.

Porque bajo un régimen tal, cada uno comprendería bien que posee los privilegios de su

existencia, así como toda la responsabilidad al respecto. Con tal que la persona fuera

respetada, el trabajo fuera libre, y los frutos del trabajo estuvieran garantizados contra

todo ataque injusto, ninguno tendría nada que discutir con el Estado. De lograr éxito no

tendríamos que darles las gracias al Estado. Así como sí fracasamos, no lo culparíamos

en mayor medida de lo que pueden hacerlo los campesinos, en cuanto a echarle en cara el

granizo o la helada. El Estado se haría sentir solamente por el inestimable beneficio de la

seguridad derivada de este concepto de gobierno.

Más aún, puede afirmarse que gracias a la no intervención del Estado en los asuntos

privados, las necesidades y las satisfacciones se desarrollarían en el orden natural. No se

vería a las familias pobres pretender instrucción literaria antes de tener pan.

No se vería poblarse la ciudad en detrimento de los campos o los campos en detrimento

de las ciudades. No se verían esos grandes desplazamientos de capitales, de trabajo, de

población, provocados por medidas legislativas, desplazamientos que hacen tan inciertas

y precarias las fuentes mismas de la existencia, agravando así en una medida tan grande

la responsabilidad de los gobiernos.

COMPLETA PERVERSION DE LA LEY

Por desgracia, es mucho lo que falta para que la ley esté encuadrada dentro de su papel.

Ni siquiera cuando se ha apartado de su misión, lo ha hecho solamente con fines inocuos

y defendibles. Ha hecho algo aún peor: ha procedido en forma contraria a su propia

finalidad; ha destruido su propia meta; se ha aplicado a aniquilar aquella justicia

que debía hacer reinar, a anular, entre los derechos, aquellos límites que era su

misión hacer respetar; ha puesto la fuerza colectiva al servicio de quienes quieran

explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad o la propiedad ajenas; ha

convertido la expoliación, para protegerla, en derecho y la legítima defensa en

crimen, para castigarla. ¿Cómo se ha llevado a cabo semejante perversión de la ley?

¿Cuáles son sus consecuencias?

La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy diferentes: el egoísmo

carente de inteligencia y la falsa filantropía.

Hablemos de la primera.

FATAL TENDENCIA DE LA ESPECIE HUMANA

La aspiración común de todos los hombres es conservarse y desarrollarse, de manera que

si cada uno gozara del libre ejercicio de sus facultades y de la libre disposición de sus

productos, el progreso social sería incesante, ininterrumpido, infalible.

Pero hay otra disposición que también les es común a los hombres. Es la que se dirige a

vivir y desarrollarse, cuando pueden, a expensas los unos de los otros. No es ésta una

imputación aventurada emanada de un espíritu dolorido y carente de caridad. La historia

da testimonio al respecto, con las guerras incesantes, las migraciones de los pueblos, las

opresiones sacerdotales, la universalidad de la esclavitud, los fraudes industriales y los

monopolios, de todos los cuales los anales se encuentran repletos.

Esta funesta inclinación nace de la constitución misma del hombre, de ese

sentimiento primitivo, universal, invencible, que lo empuja hacia el bienestar y lo

hace huir de la incomodidad, el esfuerzo y el dolor.

PROPIEDAD Y EXPOLILACION

El hombre no puede vivir y disfrutar sino por medio de una transformación y una

apropiación perpetua, es decir por medio de una perpetua aplicación de sus facultades a

las cosas, por el trabajo. De ahí emana la Propiedad.

Pero también es cierto que el hombre puede vivir y disfrutar, apropiando y consumiendo

e producto de las facultades de sus semejantes. De ahí emana la expoliación.

Ahora bien, siendo que el trabajo es en sí sufrimiento y ya que el hombre se inclina

a huir del sufrimiento, el resultado es -y ahí está la historia para probarlo- que

prevalece la expoliación siempre que sea menos onerosa que el trabajo; prevalece,

sin que puedan impedirlo en ese caso ni la religión ni la moral.

¿Cuándo se detiene pues la expoliación?

Cuando se hace más onerosa, más peligrosa que el trabajo.

Evidente es que la ley debiera tener por finalidad oponer el obstáculo poderoso de la

fuerza colectiva a aquella tendencia funesta; que debiera tomar partido por la propiedad y

contra la expoliación.

Pero, lo más frecuente es que la ley sea hecha por un hombre o por una clase de hombres.

Y siendo inoperante la ley

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