La adaptación cinematográfica del Mito de Drácula
lucaslucaResumen19 de Agosto de 2014
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El mito de Drácula ha conocido una infinidad de adaptaciones cinematográficas. De Murnau a Tod Browning, pasando por las películas de la Hammer, la figura del conde se ha convertido en la principal referencia del género de terror. A comienzos de la década de los noventa, cuando ya se creía que el personaje estaba agotado, Coppola transformó al cruel vampiro en héroe romántico. Fue una loable y original reescritura del mito.
Antes de pasar a hablar de la película, es necesario ofrecer unos sucintos apuntes sobre este personaje de ficción con raíz histórica, para a continuación hacer un breve repaso por los autores y las obras que trataron el mito del vampiro con anterioridad a Bram Stoker.
Vlad Tepes –sobrenombre que significa El empalador– nació en 1431 en el pueblo de Sighisoara, enclavado en Transilvania. Gobernó como príncipe de Valaquia –antiguo principado danubiano, que formo con Moldavia el reino de Rumanía– en 1448, de 1456 a 1462, y finalmente en 1476, año de su muerte. En aquella época el trono de Valaquia estaba amenazado desde el exterior por los turcos y húngaros, y en el interior por una aristocracia ávida y ambiciosa que promovía las luchas intestinas. Según recogen algunos documentos, encontró la muerte en un campo de batalla, decapitado por sus propios soldados, que lo tomaron por un turco.
Vlad III fue uno de los tres hijos legítimos de Vlad Dracul, nombrado caballero de la orden del dragón por el Emperador Segismundo de Hungría, y nieto de Mircea el Grande, soberano de Valaquia. El título nobiliario Dracul, que luego heredaría su ínclito vástago, se puede traducir lo mismo por dragón que por El Diablo, como también se le conocía. El viejo Vlad residía allí en Bran Castle, convertido hoy en foco de atracción de turistas gracias a la popularidad de la novela de Stoker. El nombre de Drácula, como comúnmente es conocido su descendiente, proviene del patronímico ulea, que en rumano quiere decir hijo de. De este modo, Drácula es su nombre sincopado, que significa hijo del Diablo.
Padre e hijo se ganaron una merecida reputación de crueles y sanguinarios por su comportamiento bárbaro y tiránico. El pueblo le puso el apodo de ‘El empalador’ por su afición a aplicar este brutal castigo a todo aquel que contraviniera sus órdenes. No obstante, esta expresión no aparece en ningún manuscrito hasta mediados del siglo XVI. Vlad III era un consumado torturador que mataba por puro divertimento o movido por súbitos accesos de furia. Sus métodos de gobierno eran brutales y expeditivos. Hay miles de anécdotas que glosan sus tropelías. Se dice que para erradicar la mendicidad de Valaquia convidó a todos los indigentes a un ágape para acto seguido prender fuego a la sala en que se encontraban. En otra ocasión mandó preparar un banquete en medio de un campo sembrado de moribundos empalados, para disfrutar así de una agradable velada en un magnífico y salutífero paraje. El sultán Mehmed II, su gran rival, quedó horrorizado ante el aspecto que presentaban las afueras de Tirgoviste, capital de Valaquia, cuando la conquistó. Había hileras inacabables de cuerpos ensartados en lanzas que la mirada no alcanzaba a abarcar. Se estima que ejecutó a casi cien mil personas empalándolas, quemándolas o desollándolas vivas. Entre sus víctimas preferidas se contaban los infieles y las mujeres promiscuas.
En su país natal, Drácula está considerado como un héroe nacional por la defensa de Rumanía y del Cristianismo frente al avance del Imperio Otomano. El Papa Pío II lo consideró un paladín de la fe –¿para cuándo su beatificación?–. Evidentemente, para otros fue un monstruo, sádico y déspota.
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