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Sueños De Una Noche De Verano


Enviado por   •  28 de Mayo de 2013  •  5.085 Palabras (21 Páginas)  •  456 Visitas

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Parte de la obra de Teatro para presentar Tiempo aproximado 1hora para dejar con la inquietud de que pasara

Acto primero

Escena primera

ATENAS. —EL PALACIO DE TESEO.

HERMIA. — ¡Oh, infierno! ¡Escoger amor con ojos extraños! Mi padre desea que me case con Demetrio, pero yo a ti te amo. No obstante mi moriré rodara si es a ti a quien elijo eso o ser condenada a soportar el hábito de religiosa. Todo por la ley de Atenas

LISANDRO. —Por tanto, escúchame, Hermia: tengo una tía viuda, anciana muy opulenta y sin hijos. Su casa dista siete leguas de Atenas, y ella me considera como si fuese su hijo único. Allí, gentil Hermia, puedo casarme contigo, y en ese lugar no podrá perseguirnos la dura ley de Atenas. Si, en efecto, me amas, abandona mañana por la noche la casa de tu padre, y yo te aguardaré en el bosque, a una legua de la ciudad.

HERMIA. — ¡Mi amado Lisandro! Te juro, por el arco más fuerte de Cupido, mañana sin falta me uniré contigo.

LISANDRO. — ¡Cumple tu promesa, amada mía! Mira, aquí viene Elena.

(Entra ELENA.)

HERMIA. — ¡Dios guarde a la hermosa Elena! ¿Adónde te encaminas?

ELENA. —Mi querida Hermia ¡Enséñame cómo hechizas y con qué arte diriges los impulsos del corazón de Demetrio!

HERMIA. —Le miro ceñuda y aún así me ama.

ELENA. — ¡Oh, que pudieran aprender mis sonrisas la magia de tu ceño!

HERMIA. —Le echo maldiciones y, no obstante, me adora.

ELENA. — ¡Oh, que pudieran mis súplicas obtener semejante cariño!

HERMIA. —Cuanto más le odio más me persigue.

ELENA. —Cuanto más le amo más me aborrece.

HERMIA. —Su pasión insensata no es culpa mía, Elena.

ELENA. —No, pero lo es de tu hermosura. ¡Ojalá fuera mía esa culpa!

HERMIA. —Consuélate: no volverá a ver mi rostro. Lisandro y yo vamos a abandonar estos lugares. Antes de conocer a Lisandro me parecía Atenas un paraíso. ¡Oh, cuánta felicidad residirá en mi amor, que ha convertido un cielo en un infierno!

LISANDRO. —Elena, os revelamos nuestros propósitos. Mañana a la noche, cuando Febe contemple su rostro argentino en el cristal de las ondas, engalanando con líquidas perlas las hojas del césped —hora siempre propicia a la fuga de los amantes— hemos resuelto transponer furtivamente las puertas de Atenas.

HERMIA. —Y allá en el bosque, nos reuniremos mi Lisandro y yo; y apartando de allí la vista de Atenas, buscaremos nuevos amigos y compañías extrañas. ¡Adiós, dulce compañera de mi niñez! ¡Ruega por nosotros, y que te depare la buena suerte a tu Demetrio! ¡Cumple tu promesa, Lisandro! Hasta mañana a la medianoche hemos de privar a nuestros ojos del alimento de los amantes.

(Sale HERMIA.)

LISANDRO. —Así ha de ser, Hermia adorada. ¡Adiós, Elena! Que os ame Demetrio en la medida que vos a él.

(Sale.)

ELENA. —Nunca lo hará, no tengo consuelo, jamás me amará. Pero voy a revelarle la fuga de la hermosa Hermia; no dejará de perseguirla mañana por la noche en el bosque; y por este aviso, con sólo que me dé las gracias habré recibido un alto precio. Pero bastará a mitigar mi pena el poder allá mirarle y retornar.

(Sale.)

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Acto segundo

Escena primera

UN BOSQUE CERCA DE ATENAS.

Entran por distintos lados un HADA y PUCK.

PUCK. — ¡Hola, espíritu! ¿Hacia dónde vagas?

HADA. —Sobre el llano y la colina, entre arbustos y rosales silvestres, sobre el parque y el cercado, por entre el agua y el fuego; por todas partes vago más rápida que la esfera de la luna, y sirvo a la reina de las hadas para rociar sus círculos verdes. ¡Adiós, tú, el más grave de los espíritus! Me voy. Nuestra reina y todo su séquito vendrán en seguida.

PUCK. —El rey celebra aquí sus fiestas esta noche. Cuida de que la reina no se presente ante su vista, pues Oberón está muy enfurecido contra ella porque lleva de paje a un hermoso doncel.

HADA. —O me engaña en absoluto tu exterior, o tú eres ese duende maligno y despabilado que llaman Robin el Buen Chico. ¿No eres aquél que asusta a las mozas aldeanas? ¿No extravías a los que viajan de noche y te ríes de su mal? A los que te llaman Aparición y dulce Puck les adelantas el trabajo y les das buena ventura. ¿No eres tú ese?

PUCK. —Hablaste, hada, con acierto. Soy ese alegre rondador nocturno. Yo divierto a Oberón y le hago sonreír y jura que nunca ha pasado allí hora más alegre. Pero ¡aléjate, hada, que aquí viene Oberón!

HADA. —Y también mi señora. ¡Ojalá él se marchara!

Entran por un lado OBERÓN, con su séquito, y por el otro TITANIA, con el suyo

OBERÓN. —Mal encuentro, por la luz de la luna, orgullosa Titania.

TITANIA. — ¡Cómo! ¡El celoso Oberón! Hadas: saltemos de aquí; he renegado de su lecho y compañía.

OBERÓN. — ¡Poco, a poco, jactanciosa coqueta! ¿No soy tu señor?

TITANIA. —Entonces, debo ser tu señora. Pero sé cuántas veces has abandonado el país de las hadas y, bajo la figura de Corino, has entonando amantes versos a la amorosa Filis.

OBERÓN. —¿Por qué ha de empeñarse Titania en contrariar a su Oberón? Sólo pido un cautivo mozalbete para hacerle mi paje.

TITANIA. —Deja tu pecho en reposo. El país de las hadas sería insuficiente para comprarme ese niño. Su madre era una sacerdotisa de mi orden y, durante la noche, en el aire aromático de la India, hemos comadreado juntas muchas veces. Pero mortal al fin, al dar a luz al niño, sucumbió; y yo, en memoria suya, educo al muchacho y, en memoria de ella, no me separaré de él.

OBERÓN. —Dame ese niño y partiré contigo.

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