Código De ética Empresarial
yaru10011 de Septiembre de 2014
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Código de ética. Cómo implantarlo en la empresa
Autor: Rodrigo Villaseñor
Edición:267
Sección: Biblioteca empresarial
Reseña de Rodrigo Villaseñor
Los grandes escándalos financieros del año pasado pusieron en boga la especulación en torno a la ética empresarial. La relación que hay entre la integridad personal y el desempeño laboral está en la mira de inversionistas, contratistas, patrocinadores e incluso de los meros espectadores internacionales.
Las tragedias económicas, desde luego, son sólo la punta del iceberg. Frente a esta realidad empresarial, el tema de los códigos de ética (CE) «mecanismos sencillos y prácticos que concretan políticas y procedimientos que sirven como guía que ilumina los senderos transitables en la organización y los límites que no deberán traspasarse» (p. 6), se muestra como una respuesta adecuada.
Ramón Ibarra nos ofrece un texto donde aborda la cuestión desde el ámbito de la acción; se trata, sin ir más lejos, de un manual que indica paso a paso el proceso de creación y promoción de un código de conducta.
UN POCO DE HISTORIA
La historia de los códigos de ética inició hace poco menos de un siglo. Sin embargo, en este ámbito se puede obtener un gran provecho de la experiencia ajena; al revisar el desarrollo histórico de los códigos saltan distinciones y sutilezas valiosas que se exponen claramente en el texto. Debido a esto y para una comprensión global, Ibarra ve conveniente estudiar la evaluación de los CE en Estados Unidos.
En la historia empresarial el credo es el antecedente inmediato del código de conducta y se refería «fundamentalmente a los compromisos de la empresa con cada uno de los destinatarios de sus servicios: clientes, empleados, proveedores, accionistas, sociedad, etcétera» (p.11).
Así, un credo empresarial establece ya un compromiso con todas aquellas personas que se relacionan de un modo u otro con la empresa; es una declaración pública que estipula las directrices ideológicas de la firma, algo meramente teórico. El paso que sigue a su establecimiento es proponer las políticas de la compañía, las que permitirán aterrizar la teoría. Un CE supone credos y políticas, consolidándolos en lineamientos concretos cuyo fin es el óptimo desarrollo en la empresa.
La tendencia en el desarrollo de códigos de conducta en Estados Unidos sugiere Ibarra adolece de un sustento antropológico elemental. El sistema judicial de ese país y los medios de comunicación ejercen un poder que orilla a las compañías a defenderse, implantando políticas que delimitan su responsabilidad (cosa en sí misma noble), pero nublan la verdadera utilidad del código ético.
Si la empresa es un medio donde los bienes son siempre contables y materiales, evidentemente se tenderá a instituir un código que proteja ese capital. Esta postura sacrifica la parte humana de la compañía: «De aquí también podríamos inferir un cierto desenfoque del objetivo primario de toda cultura ética en la organización: la plenificación humana de todas las personas involucradas, y no sólo el patrimonio de la empresa» (p. 16).
Este matiz repercute de manera importante en el desarrollo del un CE. Si la empresa tiene claro que uno de sus objetivos, además de la rentabilidad, es la plenificación de las personas que la conforman, se coloca en una posición adecuada para delinear el comportamiento que espera de sus empleados.
En ningún momento el libro teoriza de más; la revisión histórica, así como la justificación de los códigos de conducta, son preámbulo del tema central: implantar los códigos en la empresa. Pero antes, habría que justificar a ojos de algunos la conveniencia de establecerlos.
EL BENEFICIO DE SER ÉTICO
El autor repasa los beneficios que la empresa puede esperar legítimamente al establecer el código.
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