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Defensas de la Ultramodernidad.

Dalia HeyerResumen6 de Octubre de 2016

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Defensas de la Ultramodernidad

Parte 1.

El mundo se globaliza y se nacionaliza simultáneamente. Existe un movimiento contradictorio de fusión y fisión donde la economía se ha mundializado, los corazones nacionalizado y las cabezas no saben lo que hacer.

Aumenta la producción de bienes, pero disminuye el trabajo. El trabajo se ha convertido en el principal tema económico, social y cultural del momento. Disminuye el paro pero se precariza el empleo.

Vivimos en una sociedad tecnológica, pero desconfiamos de la tecnología. Creemos que la técnica tiene vida propia, y que su dinámica es más poderosa que nuestra voluntad. “Afortunadamente para los que creemos es el progreso, en la ciencia, la primera regla es aquello que se puede hacer, se hará”. Notable disparate si se considera que es un hilo en el entramado económico-industrial.

Confiamos parte de nuestra libertad a los políticos, pero desconfiamos de ellos. Vivimos en una democracia representativa en la que no nos consideramos representados. La desconfianza hacia los políticos es general en los países desarrollados. Existe una peligrosa desconexión entre las vidas privadas y la vida pública.

Creemos que el conocimiento es importante, pero son los sentimientos los que nos hacen felices o desgraciados. Se hace necesario cambiar el concepto de inteligencia que ha dirigido nuestra cultura y ponía al lado la cabeza, y a otro el corazón. No nos fiamos de nuestros sentimientos y, en muchas ocasiones, no sabemos ni siquiera que sentir. Tenemos a nuestro alcance más información de la que podemos asimilar, y necesitamos saber muchas más cosas para poder orientarnos en esta selva.

Parte 2.

De tarde en tarde, un elefante blanco. Escribió Rilke, quiso decir que a veces ocurre lo improbable. Se dice con demasiada insistencia que entramos en la sociedad de la información o del conocimiento, o sea que el saber tiene una importancia fundamental en nuestra vida económica, social, privada, que estará irremediablemente dirigida por una tecnología sofisticada, donde vamos a estar conectados a una red que guardará conocimientos e informaciones de la realidad en estado virtual. “Nadie sabe ya lo que se sabe, pero todos sabemos que de todo hay quien sepa”.

La ignorancia personal parece compensarse con esa sabiduría impersonal. No sabemos nada cuando estamos enlazados con la red, sólo tenemos acceso rápido a un conjunto de informaciones.

En la sociedad de la información o del conocimiento el sistema es más importante que el sujeto humano, que parece un anacronismo. Solo poseemos la información que hemos incorporado a nuestra memoria, y que nos va a permitir comprender lo que pasa, someternos o rebelarnos, aceptar o criticar. Aprender es condición indispensable para nuestra autonomía personal. Si no lo olvidamos, acabaremos pensados por la red, en vez de pensarla nosotros.

Muchos consideran que la red es la mayor ayuda que la democracia ha recibido desde la invención de la imprenta, facilitando la democracia a través de la libre expresión de manera universal. Aunque las cosas son más complicadas; la aparente liberación está devaluada por la idea de “información”, implícita en ella el atentado contra la autonomía personal. El sujeto es un nudo más en esta red de significados. La democracia no es comunidad de opiniones, sino comunidad de voluntad y acción. La realidad es algo más que información, que discurso, que habla. Vivir es actuar, no sólo opinar. La autonomía personal no se constituye con un sujeto que habla en modo virtual, sino como un sujeto real.

Parte 3.

Se puede distribuir las culturas en dos grandes grupos: las que enfatizan la independencia y la autonomía personal, la competitividad y el afán de afirmación personal y triunfo, y las que enfatizan el grupo, la comunicación, el bienestar o el éxito del grupo.

En Japón son educados en una cultura interdependista, llamada sunao, que simboliza relaciones de confianza que fomentan la apertura y la dependencia, llamando a la cultura occidental “cultura del ego”; centrada en el individuo, y la personalidad tipo que promueve es autónoma, fuerte, competitiva, activa, asertiva, agresiva. Las relaciones que fomenta la cultura del ego son contractuales, mientras que las relaciones fomentadas por la cultura sunao son incondicionales.

En la sociedad occidental, cada vez más hombres y mujeres viven solos. La disolución en el grupo, la dependencia, favorece un aborregamiento de distinto tipo y una gran vulnerabilidad ante líderes carismáticos o tiránicos.

Parte 4.

La idea de la “inteligencia compartida” me fue sugerida por el mundo empresarial. Las empresas se han dado cuenta que para sobrevivir en un mundo cambiante, cada vez más tecnologizado, necesitan aprender con rapidez, aprovechar bien la información, y aumentar su capacidad para resolver problemas. Tienen razón: los grupos pueden ser más o menos inteligentes. La inteligencia como facultad psíquica se da sólo en personas concretas, pero la capacidad de creación artística, científica, social o política surge, se fomenta o se dificulta en los grupos donde esas inteligencias personales viven, grupos que pueden ser más o menos inteligentes, más o menos aptos para resolver los problemas.

La idea de “inteligencia compartida” nos anima a distinguir entre “inteligencia potencial” e “inteligencia actualizada”. Todos tenemos una inteligencia potencial, cuya actualización depende en parte del ambienta en que estemos.

Estas ideas tienen gran repercusión educativa. Hemos elaborado una pedagogía individual, dirigida al alumno, y ahora vemos que debemos emprender una “pedagogía social”, difundida a través de redes más amplias. Lo que nos dedicamos a la enseñanza formal, la que se lleva a cabo en la escuela, tenemos que utilizar la enseñanza informal si queremos cumplir nuestro oficio. No se trata de entrar en la sociedad de la información, sino de entrar, a través del aprendizaje, en una sociedad inteligente.

Parte 5.

Otro tema importante es el de la génesis de las creencias, de las costumbres, modas y otras vigencias sociales. Las creencias son ideas que vivimos, a veces sin percatarnos de lo que hacemos porque las confundimos con la textura misma de la realidad. Estamos en ellas. Nos dominan con tal sutileza que no nos damos cuenta de su dominación. El lenguaje, que es muy perspicaz, habla de las opiniones reinantes y nos dirigen con un poder implacable.

Todos comulgamos con las ruedas de molino de las creencias que están en el ambiente. La capacidad de habituación del ser humano es muy poderosa y peligrosa, que puede acabar aceptando como normal cualquier disparate que se repita muchas veces. Por eso es necesaria una crítica de las creencias. Nuestra cultura está desprendiéndose de unas certezas y creando otras. Hay sin duda, presiones continuadas de grupos interesados que pueden acabar cambiando las antiguas creencias.

Nos conviene caer en la cuenta de que con nuestros comportamientos estamos cooperando en conformas creencias que, luego nos repugnen. Me preocupa la facilidad con que podemos ser “colaboracionistas insonscientes”. Todos nos quejamos de cosas a las que estamos ayudando a existir. Somos víctimas de modas, costumbres, creencias en cuya consolidación participamos sin saberlo. Para no ser colaboracionistas, es necesario analizar las implicaciones de lo que hago. Los fenómenos sociales son un precipitado de actos individuales. Resulta difícil separar lo privado de lo público. Las conductas íntimas se basan en creencias que desbordan la intimidad, que dirigen la evaluación de las costumbres, de las modas, el consumo, la aceptación o el rechazo, la excuso o el ataque.

Parte 6.

Mi miedo al colaboracionismo me hace estar muy atenta al modo como se habla, predica o exige la tolerancia; el cual es un sustituto tímido del concepto “justicia”. Ahora se ha convertido en una palabra mágica y conviene matizar su alcance.

Es fácil aplaudir la tolerancia, más difícil practicarla y todavía más difícil explicarla. Tolerar significa soportar, aunque no precisamente fomentar. Tolerancia es el margen de variación que una solución admite sin dejar de ser solución..

El intolerante afirma que sólo hay una solución para cada problema, la que él posee; que su solución no admite ninguna flexibilidad y que está dispuesta a imponerla si puede. Tolerante inteligente es el que conoce y justifica el margen de tolerancia de cada solución. Tolerante necio

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