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División Del Trabajo SMITH

Niecci2518 de Agosto de 2014

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Los efectos de la división del trabajo en los negocios generales de la sociedad se entenderán mis fácilmente considerando la manera en que opera en algunas de las manufacturas. Generalmente se cree que tal división es mucho mayor en ciertas actividades económicas de poca importancia, no porque efectivamente esa división se extreme más que en otras actividades de mayor importancia, sino porque en aquellas manufacturas que se destinan a ofrecer satisfacciones para las pequeñas necesidades de un reducido número de personas, el numero de operarios ha de ser pequeño, y los empleados en los diversos pasos o etapas de la producción se pueden reunir generalmente en el mismo taller y a la vista del espectador, por el contrario, en las manufacturas destinadas a satisfacer los pedidos de un gran número de personas, cada uno de los diferentes aspectos de la obra emplea un número tan considerable de obreros, que es imposible juntarlos en el mismo taller. Aun cuando en las grandes manufacturas la tarea se puede dividir realmente en un número de operaciones mucho mayor que en otras manufactures más pequeñas, la división del trabajo no es tan obvia y menos observada.

Por ejemplo en una fabricar alfileres. Un obrero que no haya sido adiestrado en esa clase de y que no esté acostumbrado a manejar la maquinaria que se utiliza, por más que trabaje, apenas podría hacer un alfiler al día, y no podría confeccionar más de veinte. Pero dada la manera como se practica hoy día la fabricación de alfileres, no solo la fabricación misma constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios ramos, la mayor parte de los cuales también constituyen otros tantos oficios distintos. Un obrero estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo va cortando en trozos iguales, un cuarto hace la punta, un quinto obrero está ocupado en limar el extremo donde se va a colocar la cabeza: a su vez la confección de la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas: fijarla es un trabajo especial, esmaltar los alfileres, otro, y además colocarlos en el papel. Es decir, el trabajo de hacer un alfiler queda dividido en unas dieciocho operaciones distintas desempeñadas en algunas fábricas por obreros diferentes, aunque en otras un solo hombre desempeñe a veces dos o tres operaciones. En una pequeña fábrica, por ejemplo, que no empleaba más que diez obreros, algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones, pero a pesar de que eran pobres y que no estaban provistos de la maquinaria debida, podían hacer entre todos, diariamente, unas doce libras de alfileres y en cada libra había más de cuatro mil alfileres de tamaño mediano. Es decir, estas diez personas podían hacer cada día en conjunto, más de cuarenta y ocho mil alfileres, lo que correspondería a cuatro mil ochocientos por persona. En cambio si cada uno hubiera trabajado separada e independientemente, y ninguno hubiera sido adiestrado en esa clase de tarea, es seguro que no hubiera podido hacer veinte, o, tal vez, ni un solo alfiler al día; mucho menos lo que se es capaz de confeccionar en la actualidad gracias a la división y combinación de las diferentes operaciones en forma conveniente.

En todas las demás manufacturas y artes, los efectos de la división del trabajo son muy semejantes a los de este oficio, aun cuando en muchas de ellas el trabajo no puede ser objeto de semejante subdivisión ni reducirse a una tal simplicidad de operación. Sin embargo, la división del trabajo ocasiona en todo arte un aumento proporcional en las facultades productivas del trabajo. Es de suponer que la diversificación de numerosos empleos y actividades económicas es consecuencia de esa ventaja, esta separación se produce generalmente en piases que han alcanzado un nivel más alto de laboriosidad y progreso, pues generalmente es obra de muchos, en una sociedad culta, lo que hace uno solo, en estado de atraso. En todo país adelantado, el labrador no es más que labriego y el artesano no es sino menestral. Asimismo, el trabajo necesario para producir un producto acabado se reparte, entre muchas manos. Es verdad que las naciones más opulentas superan por lo común a sus vecinas en la agricultura y en las manufacturas. Sus tierras están casi siempre mejor cultivadas, y como se invierte en ellas más capital y trabajo, producen más en proporción a la extensión y fertilidad natural del suelo. Ahora bien, esta superioridad del producto raras veces excede considerablemente en proporción al mayor trabajo empleado y a los gastos más cuantiosos en que ha incurrido. En la agricultura, el trabajo del país rico no siempre es mucho más productivo que el del pobre o, por lo menos, no es tan fecundo como suele serlo en las manufacturas. El grano del país rico, aunque la calidad sea la misma, no siempre es tan barato en el mercado como el de un país pobre. Aunque un país pobre, no obstante la inferioridad de sus cultivos, puede competir en cierto modo con el rico en la calidad y precio de sus granos, nunca podrá aspirar a semejante competencia en las manufacturas, si estas corresponden a las circunstancias del suelo, del clima y de la situación de un país prospero.

Este aumento considerable en la cantidad de productos que un mismo número de personas puede confeccionar, como consecuencia de la división del trabajo, precede de tres circunstancias distintas: primera, de la mayor destreza de cada obrero en particular; segunda, del ahorro de tiempo que comúnmente se pierde al pasar de una ocupaci6n a otra, y por último, de la invención de un gran número de maquinas, que facilitan y abrevian el trabajo, capacitando a un hombre para hacer la labor de muchos.

En primer lugar, el progreso en la destreza del obrero incrementa la cantidad de trabajo que puede efectuar, y la división del trabajo, al reducir la tarea del hombre a una operación sencilla y hacer de esta la única ocupación de su vida, aumenta considerablemente la pericia del operario. Un herrero corriente que nunca haya hecho clavos, por diestro que sea en el manejo del martillo, apenas hará al día doscientos o trescientos clavos, y aun estos no de buena calidad. Otro que este acostumbrado a hacerlos, pero cuya única o principal ocupación no sea esa, rara vez podrá llegar a fabricar al día ochocientos o mil por mucho empeño que ponga en la tarea. En otra fábrica varios muchachos menores de veinte años, que por no haberse ejercitado en otro menester que el de hacer clavos, podían hacer cada uno, diariamente, mas de dos mil trescientos, cuando se ponían a la obra. Hacer un clavo no es indudablemente una de las tareas más sencillas. Una misma persona tira del fuelle, aviva o modera el soplo, según convenga, caldea el hierro y forja las diferentes partes del clavo, teniendo que cambiar el instrumento para formar la cabeza. Las diferentes operaciones en que se subdivide el trabajo de hacer un alfiler o un botón de metal son mucho más sencillas y, por lo tanto, es mucho mayor la destreza de la persona que no ha tenido otra ocupación en su vida. La velocidad con que se ejecutan algunas de estas operaciones en las manufacturas excede a cuanto pudieran suponer quienes nunca lo han visto, respecto a la agilidad de que es susceptible la mano del hombre.

En segundo lugar, la ventaja obtenida al ahorrar el tiempo que por lo regular se pierde, al pasar de una clase de operación a otra, es mucho mayor de lo que a primera vista pudiera imaginarse. Es imposible pasar con mucha rapidez de una labor a otra, cuando la segunda se hace en sitio distinto y con instrumentos completamente diferentes. Un tejedor rural, que al mismo tiempo cultiva una pequeña granja, no podrá por menos de perder mucho tiempo al pasar del telar al campo y del campo al telar. Cuando las dos labores se pueden efectuar en el mismo lugar, se perderá indiscutiblemente menos tiempo; pero la perdida, aun en este caso, es considerable. No hay hombre que no haga una pausa, por pequeña que sea, al pasar la mano de una ocupación a otra.

Cuando comienza la nueva tarea rara vez esta alerta y pone interés; la mente no está en lo que hace y durante algún tiempo se distrae y no aplica su esfuerzo de una manera diligente. El habito de remolonear y de proceder con indolencia que, naturalmente, adquiere todo obrero del campo, las mas de las veces por necesidad, ya que se ve obligado a mudar de labor y de herramientas cada media hora, y a emplear las manos de veinte maneras distintas al cabo del día, lo convierte en lento e indolente, incapaz de una dedicación intensa aun en las ocasiones más urgentes. Con independencia, por lo tanto, de su falta de destreza, esta causa basta para reducir considerablemente la cantidad de obra que sería capaz de producir.

Por último, es comprensible cuanto se facilita y abrevia el trabajo si se emplea maquinaria apropiada. La invenci6n de las maquinas que facilitan y abrevian la tarea, parece tener su origen en la propia división del trabajo. El hombre adquiere una mayor aptitud para descubrir los métodos más idóneos y expedites, a fin de alcanzar un propósito, cuando tiene puesta toda su atención en un objeto y no cuando se distrae en una gran variedad de cosas. Debido a la división del trabajo toda su atención se concentra naturalmente en un solo y simple objeto. Naturalmente puede esperarse que uno u otro de cuantos se emplean en cada una de las ramas del trabajo encuentren pronto el método más fácil y rápido de ejecutar su tarea, si la naturaleza de la obra lo permite. Una gran parte de las maquinas empleadas en esas manufacturas fueron al principio invento de artesanos comunes, pues hallándose ocupado cada uno de ellos en una operación sencilla, toda su imaginación se concentraba en la búsqueda de métodos rápidos y fáciles para ejecutarla. Quien

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