El Mundo De Los Muertos
Deathblack0019 de Noviembre de 2013
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Alejo Carpentier y Valmont (26 de diciembre de 1904 – 24 de abril de 1980), fue un novelista y narrador cubano que influyó notablemente en la literatura latinoamericanadurante su período de auge, el llamado «boom latinoamericano».2 La crítica lo considera uno de los escritores fundamentales del siglo XX en lengua castellana, y uno de los artífices de la renovación literaria latinoamericana, en particular a través de un estilo que incorpora varias dimensiones y aspectos de la imaginación para recrear la realidad, elementos que contribuyeron a su formación y uso de lo «Real Maravilloso».3
También ejerció las profesiones de periodista, durante gran parte de su vida; y musicólogo, con investigaciones musicales y organizaciones de conciertos, entre otras actividades; sin embargo, alcanzó la fama debido a su actividad literaria.4
Biografía de Alejo Carpentier
Escritor y musicólogo cubano nacido en Suiza, Alejo Carpentier está considerado una de las figuras más influyentes en la literatura sudamericana del Siglo XX.
Nacido en La Habana en 1904, estudió historia musical para acabar trabajando como periodista, ocupación que se convertiría en su modo de vida habitual.
Influido por el movimiento surrealista francés, Carpentier residió en París durante su exilio de la isla Cubana antes de la revolución, utilizó el concepto de la maravilla e incorporó mitos y leyendas afrocubanas a su obra literaria.
De entre su carrera convendría señalar novelas como El reino de este mundo (1949), El siglo de las luces (1962), El recurso del método (1974) y La consagración de la primavera (1978)
Alejo Carpentier recibió diversos premios a su carrera literaria, como el Premio Internacional Alfonso Reyes o el Cino del Duca, siéndole otorgado el máximo galardón de las letras hispanas, el Premio Cervantes, en 1978.
Siempre del lado de la revolución cubana, ocupó varios puestos políticos y culturales dentro del regimen castrista.
Alejo Carpentier murió en París el 24 de Abril del 1980.
Alejo Carpentier: Obras
Category: Crónicas
Creado en 25 Mayo 2009
Published: 25 Mayo 2009
Escrito por Blas Matamoro
Alejo Carpentier o La sangrienta primavera de la historia
Un presupuesto surrealista permite a Carpentier construir el dualismo más constante de su obra: la oposición Europa/América. La percepción anquilosada de la realidad cotidiana, la historia convertida en la pequeña historia, es europea. La posibilidad de romper esta habitualidad y acceder a la “sobrerrealidad” que caracteriza a la visión surrealista, es americana. Tal vez así podamos simplificar la hinchada cuestión de lo real maravilloso, con el curioso agregado de que, para nuestro escritor, América es exclusivamente la cultura afrocaribeña, una cultura sin nada aborigen pues la despoblación de indígenas propició la repoblación a cargo de blancos, negros y amarillos.
América, contrafigura de la historia, opone religión a secularidad, arcaísmo a modernidad, mito a devenir, regeneración utópica a continuidad evolutiva: la promesa de dicha de la historia, la revolución. Esta caracterización cumple distintas derivas en las obras de Carpentier.
En El reino de este mundo estamos ante una América francamente africana, si vale la paradoja, la magia negra contra el arma blanca. El líder rebelde Mackandal pasa a convertirse en figura épica de los himnos populares y en personaje de las liturgias animistas del vudú.
América es mitología o, como prefiere precisar Carpentier, “ontología”, transformación del descubrimiento en revelación, mestizaje fecundo, carácter fantástico de lo negro y lo indígena. Su historia es la crónica de lo real maravilloso, es decir de lo surreal del surrealismo.
Carpentier caracteriza al negro sublevado como vital y potente, opuesto al blanco europeo, racional y desvaído. Aquellas características parecen denunciar su sesgo sobrenatural. Está sobre la realidad cotidiana y sobre la naturaleza. Es paranormal. Tiene una cualidad demiúrgica.
Mackandal puede ir y venir del mundo de los muertos, posee el don de la metamorfosis, controla a sus fieles, hace trabajar a los difuntos como zombies, sale volando de la hoguera donde acaba de ser incinerado. “El manco Mackandal, hecho un houngan del rito Radá, investido de poderes extraordinarios por varias caídas en posesión de dioses mayores, era el Señor del Veneno. Dotado de suprema autoridad por los Mandatarios de la otra orilla, había proclamado la cruzada de exterminio, elegido como estaba para acabar con los blancos y crear un gran imperio de negros libres en Santo Domingo.”
El blanco, aprisionado por su condición histórica, está destinado a pasar, a convertirse en pasado, pues la historia es consumación, exterminio y muerte. En cambio el negro, al poderse comunicar con “la otra orilla”, el mundo de las sombras, tiene acceso a una movediza eternidad, marcada por las reencarnaciones y retornos. Es trascendente y le basta invocar a sus dioses guerreros para asaltar con éxito la fortaleza de la Diosa Razón.
En Los pasos perdidos América es la primavera del tiempo, la tierra donde el mundo se regenera. En América se atesoran las energías que darán nueva vida a la exhausta cultura europea, dormida en el invierno de la razón.
El protagonista es un músico que percibe esas energías instintivas en los instrumentos de percusión. En la historia, el hombre europeo ha perdido sus pasos, alejándose de su origen, que es sagrado, extraviándose. Intentar recuperarlo por medio de la música, es inútil, pues al compositor le falta el trance del sacerdote.
En El siglo de las luces reaparece la superioridad de la magia negra sobre la ciencia blanca cuando el asmático Esteban es curado por los conjuros y bebedizos de Ogé. Mientras el ilustrado francés Victor Hugues cree en la revolución como estallido de la luz, aquél anuncia los trastornos causados por la “llegada de los tiempos” y el Apocalipsis. ¿De qué lado cae el cambio histórico? Carpentier no sabrá contestar.
También el arquitecto y la bailarina de La consagración de la primavera, hartos de la revolución surrealista, la bolchevique y la guerra civil española, marchan a América en busca de una primavera para consagrar. Ella quiere llevar a Europa el ballet de Stravinski que da nombre a la novela, pero “bailado a la cubana”. Tal vez, en clave alegórica, la revolución castrista.
La vuelta al origen hace de América el lugar de la utopía. En Carpentier adquiere la forma de la ciudad ideal, hecha a partir del grado cero de los tiempos, una fundación. En Los pasos perdidoses la obra de El Adelantado y se llama Puerto Anunciación. Es tarea de la libertad y en ella se confunden las direcciones del tiempo, de modo que el porvenir es memoria.
El Adelantado no advierte, sin embargo, que su plan reproduce el modelo de las ciudades históricas. Es una forma disimulada del fracaso utópico, similar a la de Victor en El siglo de las luces, cuando construye en el Amazonas una ciudad ideal destinada a ser devorada por la selva.
Un destino comparable aguarda, en Carpentier, a las revoluciones. Sobre el fondo cíclico y circular del tiempo, la revolución altera la naturaleza de las cosas y las jerarquías establecidas.
Sus líderes son juzgados y condenados por traidores ante los tribunales de la propia revolución, a menos que se conviertan en servidores del orden que intentaron subvertir, y que se restablece como algo natural.
El reino de negros fundado por Henri Christophe reproduce los mandos, crueldades y pompas del antiguo régimen. Victor y Esteban, emisarios de la masonería cubana, viajan a Francia y España en tiempos de la Revolución Francesa y vuelven a Cuba para divulgar sus ideales de igualdad. Llevan una guillotina.
Con el tiempo, Victor se hace militar y brilla por su represión de los sublevados. Los negros son liberados, se los rebautiza con nombres romanos y se les enseña el catecismo jacobino, pero siguen sometidos a los mismos y extenuantes trabajos de siempre. Bajo mosquiteros de tul y servido por hermosas mulatas, Victor decreta las ejecuciones en la guillotina.
La irrealizable utopía, al llevarse a la práctica, se convierte en tiranía. El revolucionario, en comisario terrorista de Estado. En principio, las nuevas autoridades no comercian con esclavos pero acaban haciéndolo cuando los capturan a las potencias enemigas. La conclusión de Esteban es pesimista: “Cuidémonos de las palabras demasiado hermosas, de los Mundos Mejores creados por las palabras. Nuestra época sucumbe por un exceso de palabras. No hay más Tierra Prometida que la que el hombre puede encontrar en sí mismo.” En el exterior de la historia toda promesa decepciona. En el interior del individuo, se cumple. Las Luces se convierten en la sombra de un jardín.
Carpentier declaró su proyecto de escribir una novela sobre la revolución cubana. Nunca lo hizo. Sólo hay algunas referencias en La consagración de la primavera: los últimos combates contra Batista, la instalación de los revolucionarios en el poder, la frustrada invasión de la bahía de Cochinos.
La narradora se entera de esto leyendo revistas francesas, donde los castristas, con sus barbas y melenas, le parecen hombres de una nueva raza, similar a los revolucionarios franceses del 89. Cabe suponer que les espera el destino de Victor Hugues.
La palabra revolución tiene, en Carpentier, el significado de ciclo completo, de vuelta a empezar. Las sociedades se asientan sobre un pacto sagrado y quebrarlo es generar desorden e invocar la
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