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Finanzas Personales - El Hombre Mas Rico De Babilonia (fragmento)


Enviado por   •  28 de Julio de 2011  •  1.777 Palabras (8 Páginas)  •  1.521 Visitas

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Bibliografia

El hombre mas rico de babilonia

George S. Clason

1. El hombre que deseaba oro

Bansir, el fabricante de carros de la ciudad de Babilonia, se sentía muy desanimado. Sentado en el

muro que rodeaba su propiedad, contemplaba tristemente su modesta casa y su taller, en el que

había un carro sin acabar.

Su mujer salía a menudo a la puerta. Lanzaba una mirada furtiva en su dirección, recordándole que

ya casi no les quedaba comida y que tendría que estar acabando el carro, es decir, clavando, tallando,

puliendo y pintando, extendiendo el cuero sobre las ruedas; preparándolo de este modo para ser

entregado y que fuera pagado por el rico cliente.

Sin embargo, su cuerpo grande y musculoso permanecía inmóvil, apoyado en la pared. Su mente

lenta daba vueltas a un asunto al que no encontraba solución alguna. El cálido sol tropical, tan típico

del valle del Éufrates, caía sobre él sin piedad. Gotas de sudor perlaban su frente y se deslizaban

hasta su pecho velludo.

Su casa estaba dominada, en la parte trasera, por los muros que rodeaban las terrazas del palacio

real. Muy cerca de allí, la torre pintada del Templo de Bel se recortaba contra el azul del cielo. A la

sombra de una majestad tal se dibujaba su modesta casa, y muchas otras también, mucho menos

limpias y cuidadas que la suya.

Así era Babilonia: una mezcla de suntuosidad y simplicidad, de cegadora riqueza y de terrible

pobreza sin orden alguno en el interior de las murallas de la ciudad.

Si se hubiera molestado en darse la vuelta, Bansir habría visto cómo los ruidosos carros de los ricos

empujaban y hacían tambalearse tanto a los comerciantes que llevaban sandalias como a los

mendigos descalzos. Incluso los ricos estaban obligados a meter los pies en los desagües para dejar

paso a las largas filas de esclavos y de portadores de agua al servicio del rey. Cada esclavo llevaba una

pesada piel de cabra llena de agua que vertía en los jardines colgantes.

Bansir estaba demasiado absorto en su propio problema para oír o prestar atención al ajetreo

confuso de la rica ciudad. Fue el sonido familiar de una lira lo que le sacó de su ensoñación. Se dio la

vuelta y vio el rostro expresivo y sonriente de su mejor amigo, Kobi el músico.

-Que los dioses te bendigan con gran generosidad, mi buen amigo -dijo Kobi a modo de saludo-. Pero

me parece que son tan generosos que ya no tienes ninguna necesidad de trabajar. Me alegro de que

tengas esa suerte. Es más, me gustaría compartirla contigo. Te ruego que me hagas el favor de sacar

dos shekeles de tu bolsa, que debe estar bien llena, puesto que no estás trabajando en tu taller, y me

los prestes hasta después del festín de los nobles de esta noche. No los perderás, te serán devueltos.

-Si tuviera dos shekeles -respondió tristemente Bansir-, no podría prestárselos a nadie, ni a ti, mi

mejor amigo, porque serían toda mi fortuna. Nadie presta toda su fortuna ni a su mejor amigo.

-¿Qué? -exclamó Kobi sorprendido- ¿No tienes ni un shekel en tu bolsa y permaneces sentado en el

muro como una estatua? ¿Por qué no acabas ese carro? ¿Cómo sacias tu hambre? No te reconozco,

amigo mío. ¿Dónde está tu energía desbordante? ¿Te aflige alguna cosa? ¿Te han causado los dioses

algún problema?

-Debe de ser un suplicio que me han enviado los dioses -comentó Bansir-. Comenzó con un sueño,

un sueño que no tenía sentido, en el que yo creía que era un hombre afortunado. De mi cintura

colgaba una bolsa repleta de pesadas monedas. Tenía shekeles que tiraba despreocupadamente a los

mendigos, monedas de oro con las que compraba útiles para mi mujer y todo lo que deseaba para

mí; incluso tenía monedas de oro que me permitían mirar confiadamente el futuro y gastar con

libertad. Me invadía un maravilloso sentimiento de satisfacción. Si me hubieras visto no habrías

conocido en mí al esforzado trabajador, ni en mi esposa a la mujer arrugada, habrías encontrado en

su lugar una mujer con el rostro pletórico de felicidad que sonreía como al comienzo de nuestro

matrimonio.

-Un bello sueño en efecto -comentó Kobi-, pero ¿por qué sentimientos tan placenteros te habían de

convertir en una estatua colocada sobre el muro?

-¿Por qué? Porque en el momento que me he despertado y he recordado hasta qué punto mi bolsa se

encontraba vacía, me ha invadido un sentimiento de rebeldía. -Hablemos de ello. Como dicen los

marinos, los dos remamos en la misma barca. De jóvenes fuimos a visitar a los sacerdotes para

aprender su sabiduría. Cuando nos hicimos hombres, compartimos los mismos placeres. En la edad

adulta, siempre hemos sido buenos amigos. Estábamos satisfechos de nuestra suerte. Éramos felices

de trabajar largas horas y de gastar libremente nuestro salario. Ganamos mucho dinero durante los

años pasados, pero los goces de la riqueza

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