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La Buena Suerte


Enviado por   •  19 de Agosto de 2011  •  10.654 Palabras (43 Páginas)  •  1.072 Visitas

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Fernando Trías de Bes Mingot

Álex Rovira Celma

LA BUENA SUERTE

Claves de la prosperidad

EMPRESA ACTIVA

Argentina — Chile — Colombia — España Estados Unidos — México — Uruguay — Venezuela

© 2004 by Alex Rovira Celma y Fernando Trías de Bes Mingot

© de las ilustraciones interiores 2004 by Josep Feliu

Para Guillermo Trías de Bes, mi padre, con todo mi amor y agradecimiento, pues él me enseñó las reglas de la Buena Suerte sin relatarme ninguna fábula.

El fue quien me hizo ver que, esencialmente, es una cuestión de fe, generosidad y Amor, con mayúsculas.

A mis hijos, Laia y Pol, y a todos los niños para los que los cuentos son escritos. También al niño que siempre, sea cual sea nuestra edad, llevarnos dentro, porque en él reside la alegría, el anhelo y la pasión por la vida, ingredientes imprescindibles para la Buena Suerte.

A mis padres, Gabriel y Carmen, por su amor, su fe y su ejemplo.

Y a todos los padres cuyo amor por sus hijos deviene la semilla de la Buena Suerte.

A mi pareja, Mónica, y a todos los seres humanos que hacen de su vida una entrega generosa al otro, porque son el ejemplo viviente de que los cuentos, como la vida, pueden tener un final feliz.

Álex Rovira Celma.

Índice

Primera parte: El encuentro 3

Segunda parte: La leyenda del Trébol Mágico 6

I El reto de Merlín 6

II El Gnomo, Príncipe de la Tierra 8

III La Dama del Lago 11

IV La Secuoya, Reina de los Árboles 14

V Ston, la Madre de las Piedras 17

VI El encuentro de los caballeros en el bosque 20

VII La Bruja y el Búho visitan a Nott 22

VIII La Bruja y el Búho visitan a Sid 24

IX El viento, Señor del Destino y de la Suerte 26

X El reencuentro con Merlín 28

Tercera parte: El reencuentro 30

Cuarta parte: Algunas personas que están de acuerdo 32

Quinta parte: Decálogo, síntesis y nuevo origen de la Buena Suerte 34

Síntesis 36

Agradecimientos 37

Primera parte: El encuentro

Una hermosa tarde de primavera, Víctor, un hombre de aspecto elegante e informal, fue a sentarse al que era su banco preferido del mayor parque de aquella gran ciudad. Allí se sentía en paz, aflojaba el nudo de la corbata y apoyaba los pies descalzos sobre una mullida alfombra de tréboles. A Víctor, que tenía sesenta y cuatro años y un pasado lleno de éxitos, le gustaba aquel lugar.

Pero esa tarde sería distinta de otras; algo inesperado estaba a punto de ocurrir.

Se acercaba al mismo banco, con intención de sentarse, otro hombre, también en la sesentena, David. Tenía un andar cansado, tal vez abatido. Se intuía en él a alguien triste, aunque conservaba, a su manera, un cierto aire de dignidad. David lo estaba pasando bastante mal en esos momentos. De hecho, lo había pasado mal durante los últimos años.

David se sentó junto a Víctor y sus miradas se cruzaron. Lo extraño fue que tanto uno como otro, los dos al mismo tiempo, pensaron que un vínculo los unía, algo conocido... muy lejano, pero íntimamente familiar.

—¿Tú eres Víctor? —preguntó David con precaución.

—¿Y tú David? —contestó Víctor, ya seguro de que reconocía en aquella persona a su amigo.

—¡No puede ser!

—¡No me lo creo, después de tanto tiempo!

En ese instante se levantaron, se abrazaron y soltaron una sonora carcajada.

Víctor y David habían sido amigos íntimos en la infancia, desde los dos hasta los diez años. Eran vecinos en el modesto barrio donde vivieron sus primeros años.

—¡Te he reconocido por esos inconfundibles ojos azules! —le explicó Víctor.

—Y yo a ti por esa mirada tan limpia y sincera que tenías hace..., hace... ¡cincuenta y cuatro años! No ha cambiado en nada —le respondió David.

Recordaron y compartieron entonces anécdotas de la infancia y recuperaron lugares y personajes que creían olvidados. Finalmente, Víctor, que distinguía en la expresión de su amigo una sombra de tristeza, le dijo:

—Viejo amigo, cuéntame cómo te ha ido en esta vida...

David se encogió de hombros y suspiró.

—Mi vida ha sido un conjunto de despropósitos.

—¿Por qué?

—Recordarás que mi familia dejó el barrio en el que éramos vecinos cuando yo tenía diez años, que desaparecimos un día y nunca más se supo de nosotros. Resulta que mi padre heredó una inmensa fortuna de un tío lejano que no tenía descendencia. Nos fuimos sin decir nada a nadie. Mis padres no quisieron que se supiera que la suerte nos había favorecido. Cambiamos de hogar, de coche, de vecinos, de amigos. En ese momento tú y yo perdimos el contacto...

—¡Así que fue por eso! —exclamó Víctor—. Siempre nos preguntamos qué os había pasado... ¿Tanta fortuna recibisteis?

—Sí. Además, una parte importante de lo recibido en herencia fue una gran empresa textil en pleno funcionamiento y con abundantes beneficios. Mi padre la hizo incluso crecer más. Cuando murió, yo me ocupé de ella. Pero tuve muy mala suerte. Todo fue en mi contra —explicó David.

—¿Que pasó?

—Durante mucho tiempo no cambié nada, pues las cosas iban más o menos bien. Pero de pronto empezaron a aparecer competidores por todas partes y las ventas bajaron. Nuestro producto era el mejor, así que yo tenía la esperanza de que los clientes

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