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A Los Que Lloran La Muerte De Un Ser Querido

JOQUENDOI22 de Abril de 2012

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A LOS QUE

LLORAN LA

MUERTE DE

UN SER

QUERIDO

To Those Who Mourn

Adyar Pamphlet Nro. 141

TPH, Adyar

C.W. Leadbeater

Digitalizado por Biblioteca Upasika 2003

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Hermano: has perdido, por la muerte, a uno a quien amabas

entrañablemente, uno que quizás era para ti todo en el mundo; y por

consiguiente, a ti te parece aquel mundo vacío, y que la vida ya no vale la

pena. Sientes que te abandonó para siempre la alegría; que para ti, en

adelante, la existencia no puede ser sino tristeza sin esperanza; un angustioso

anhelo para renovar el “contacto de una mano desaparecida, y el timbre de una

voz que se extinguió ”. Estás pensando principalmente acerca de ti mismo y de

tu intolerable pérdida; pero hay además otro dolor. Se agrava tu pesar por la

incertidumbre respecto al estado actual del ser que amaste; sientes que se ha

ido pero ignoras a dónde. Deseas fervorosamente que él esté bien, mas,

cuando levantas los ojos, todo lo encuentras vacío; cuando llamas, no hay

respuesta; y, por consiguiente, te sumerges en la desesperación y la duda, y

formas una nube que te vela el Sol que jamás se oculta.

Tu sentimiento es completamente natural; yo, que escribo, lo comprendo

perfectamente, y mi corazón está lleno de simpatía para todos los afligidos

como tú. Pero deseo hacer algo más que brindarte simpatía; confío en que

pueda aportarte ayuda y alivio. Tal ayuda y alivio han llegado a miles que

estuvieron en tu mismo triste caso. ¡por qué no han de poder llegar a ti

también?

Dices: ¿cómo puede haber alivio ni esperanza para mí?

Existe la esperanza de alivio para ti porque tu pesar se funda en un falso

concepto: te afliges por algo que realmente no ha sucedido. Cuando

comprendas los hechos dejarás de afligirte.

Contestas: mi pérdida es un hecho real. ¿cómo podrás ayudarme sin

devolverme al que murió?

Comprendo perfectamente tu sentimiento; sin embargo, ten un poco de

paciencia conmigo, y trata de asimilar tres principales premisas, las que me

propongo presentarte; primero meramente como afirmaciones generales, y

después en detalle convincente.

* * *

1° Tu pérdida es solamente un hecho aparente; es aparente sólo desde el

aspecto en que tú lo ves. Deseo llevarte a otro punto de vista. Tu desconsuelo

es el resultado de un gran engaño; de la ignorancia de las leyes de la

naturaleza; permíteme ayudarte en el camino hacia el conocimiento por medio

de la explicación de unas pocas y sencillas verdades las cuales podrás estudiar

más ampliamente y a voluntad.

2° Pierde todo desasosiego o incertidumbre respecto al estado del

ser que amas; porque la vida después de la muerte ya dejó de ser un misterio.

El mundo más allá de la tumba existe bajo las mismas leyes naturales propias

de éste que conocemos, y ha sido explorado con científica precisión.

3° No debes afligirte, porque tu desconsuelo hace daño a tu amado.

Con que sólo logres abrir tu mente a la verdad, ya no te afligirás más.

Pensarás, tal vez, que éstas son simples conjeturas; más permíteme

preguntarte: ¿qué base tienes para tu actual creencia al respecto, sea cual

fuere? Supones que debes tener tal creencia porque la enseña alguna Iglesia o

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porque se la considera fundada en lo escrito en algún libro sagrado, o porque

es la creencia general de los que te rodean: la aceptada opinión de tu época.

Más si procuras librar tu mente de preceptos, verás que esas opiniones

también descansan en una mera afirmación, puesto que las Iglesias enseñan

dogmas distintos, y las palabras del libro sagrado pueden ser y han sido

interpretadas de diferentes maneras. El dogma aceptado de tu época, no se

basa en conocimiento exacto alguno; es sencillamente cosa de oídas. Estos

asuntos que nos afectan tan íntima y profundamente, son demasiado

trascendentales para basarlos en meras conjeturas o en vagas creencias:

exigen la certeza que se desprende de la investigación científica y la

clasificación. Ya se ha emprendido tal investigación, se ha efectuado tal

clasificación; y el resultado de una y otra es el que deseo poner ante tu vista.

No pido creencia ciega alguna; relato lo que yo mismo conozco como hechos

evidentes y te invito a examinarlos.

Consideremos una por una estas premisas. Para aclararte el asunto de la

constitución del hombre, debo decirte un poco más de lo que generalmente

conocen aquellos que no han hecho estudios especiales en la materias. Has

oído decir, vagamente, que el hombre posee un algo inmortal que se llama

alma, la cual se supone que sobrevive a la muerte del cuerpo. Quiero que

deseches esa vaguedad, y que comprendas que, aun siendo cierto el concepto,

es un aserto de los hechos muy restringido. No digas: “Considero que tengo

alma” son “Sé que soy alma”. Porque esa es la pura verdad; el hombre es un

alma, y tiene un cuerpo. El cuerpo no es el hombre. Lo que tú llamas la muerte

no es sino el acto de despojarse de una vestidura inservible, y esto no implica

el fin del hombre así como no implicaría el fin tuyo quitarte el sobretodo. Por

consiguiente, no has perdido a tu amigo: solamente has perdido de vista el

abrigo en el cual acostumbrabas verlo envuelto. El abrigo se fue, mas no el

hombre que lo vestía; seguramente, es el hombre lo que tú amabas, y no su

vestidura.

Antes de que puedas entender las condiciones de tu amigo, precisa que

comprendas la tuya. Haz un esfuerzo para asimilarte el hecho de que tú eres

un ser inmortal; inmortal, porque en esencia eres divino, porque eres una

chispa del mismo Fuego de dios; que has vivido por largas edades antes de

vestir este ropaje que llamas un cuerpo; y que vivirás por muchas edades

después que él se haya desecho en polvo. “Dios hizo al hombre a su imagen y

semejanza”. Esto no es una adivinanza o una creencia piadosa; es un hecho

científico definido, susceptible de prueba, como podrías verlo por medio de la

literatura sobre el particular, si te tomaras el trabajo de leerla.

Lo que has considerado como tu vida es en realidad un solo día de tu

verdadera vida como alma, cosa igualmente cierta respecto de tu amado, por

consiguiente él no está muerto; es únicamente su cuerpo lo que se desechó.

Sin embargo, no por esto debieras pensar de él como de un mer o aliento

sin cuerpo, o de manera alguna que sea menos él mismo de lo que antes era.

Como afirmó San Pablo hace mucho tiempo: “Hay un cuerpo natural, y hay un

cuerpo espiritual”. La gente entiende mal esa observación, porque considera

estos cuerpos como sucesivos, y no comprende que todos nosotros poseemos

el uno y el otro, aun ahora. Tú, que lees esto, posees tanto un cuerpo “natural”

o físico, el cual puedes ver, como otro cuerpo interno, que no puedes ver: el

que llamaba San Pablo “espiritual”. Y cuando desechas el físico, aún retienes

aquel otro y más fino vehículo, quedas revestido de tu “cuerpo espiritual”. Si

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simbolizamos el cuerpo físico como un sobretodo o abrigo, podemos pensar de

este cuerpo espiritual como de la ropa interior que el hombre viste debajo de

esa vestidura externa.

Si esa idea ya se te aclara, avancemos otro paso. No es, solamente, en lo

que llamas la muerte donde desechas aquel sobretodo de materia densa; cada

noche, al dormir, te separas de él por un rato, y andas vagando por el mundo

en tu cuerpo espiritual, invisible, con respecto a este mundo denso, pero

claramente visible para aquellos amigos que estuvieran usando, a la vez, sus

cuerpos espirituales; porque cada cuerpo ve únicamente aquello que está en

su propio nivel. Tu cuerpo físico ve solamente otros cuerpos físicos; tu cuerpo

espiritual ve solamente otros cuerpos espirituales. Cuando vuelves a ponerte tu

sobretodo, es decir, cuando vuelves a tu cuerpo más denso, y despiertas a este

mundo inferior, suele suceder que tienes algún recuerdo, aunque generalmente

muy embrollado, de lo que has visto cuando estuviste en otra parte, y lo llamas

un sueño vívido. Por tanto, puede descubrirse el sueño como una especie de

muerte temporal, consistiendo la diferencia en que no te separas de tu

sobretodo de modo tan radical que quedes impedido de volver a ponértelo.

Queda igualmente demostrado que, cuando duermes, entras a la misma

condición por la cual ha pasado el ser amado por ti. Ahora procederé a

explicarte cuál es esa condición.

Han corrido muchas teorías respecto a la vida después de la muerte, casi

todas ellas basadas en falsas comprensiones de las antiguas escrituras. En un

tiempo se aceptaba, casi universalmente en Europa, el horrible dogma de lo

que se llamaba sempiterno castigo, ahora, ya nadie, fuera de los más

rematadamente ignorantes, cree en él. Fue basado en una mala traducción de

ciertas palabras atribuidas a Cristo, y mantenido por los monjes medievales

como un

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