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Muerte De Un Ser Querido


Enviado por   •  27 de Julio de 2012  •  2.128 Palabras (9 Páginas)  •  3.958 Visitas

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Cuando Muere Un Ser Querido

¿Qué ayuda podemos darle a una persona que se halla ante la muerte, ya sea la suya inminente o la de algún ser querido?

La muerte es algo muy real. Sucede a nuestro alrededor, y a veces golpea muy cerca de nosotros. Y cuando esto sucede, a la mayoría de nosotros nos toma totalmente desprevenidos.

Nuestra sociedad tiende a exaltar la juventud, la vida y la energía, como queriendo negar la existencia de la vejez y la muerte. Seguimos la vida como si pudiéramos hacer desaparecer la muerte con no pensar en ella.

El dolor de la muerte frecuentemente viene acompañado de amargura. Las personas se enojan contra Dios, contra sus parientes, contra quienes pretenden consolarlas, incluso contra el extinto.

Conozco a una viuda que exclamó, dirigiéndose a su esposo fallecido:

_ ¿Cómo pudiste abandonarme en un momento así?

¿Qué hacer ante una explosión de ira irracional y mal dirigida como aquella? ¿Qué se puede decir?

También hay sentimientos de culpa. “¿Por qué no dije esto o aquello antes de que muriera Fulano?” O bien: “Si yo hubiera hecho esto, o si no hubiera hecho aquello, tal vez Zutana no habría muerto”.

Ayuda para los enlutados

Todos conocemos situaciones en que alguien dijo algo totalmente inacertado y causó hondas heridas. Nadie quiere acentuar el dolor de otra persona en un momento todo luto. Por el contrario, deseamos ayudar de la mejor manera posible. Pero las buenas intenciones no bastan. Debemos saber qué hacer para ayudar.

A continuación enumeramos cuatro medidas prácticas que nos ayudarán a prestar un verdadero servicio a otros cuando más lo necesitan: Estar dispuesto a escuchar; dejar que sientan lo que sienten; darles ayuda en cosas prácticas; y aprender de ellos.

Es importante saber estas cuatro cosas, porque como amigos o parientes tenemos un gran poder en ese momento, ya sea para herir, ya para ayudar.

Muchas veces, al encontrarnos ante el dolor y la consternación de otra persona, nos vemos en apuros para decir algunas palabras apropiadas. Se nos olvida que lo que la persona más necesita es alguien que la escuche.

Por tanto, cuando alguien se encuentra en una crisis ante la muerte, lo primero que debemos estar dispuestos a hacer es oírle. El solo hecho de escuchar suele ser de más ayuda que cualquier otra cosa que digamos o hagamos.

Las siguientes palabras son la descripción que hizo una viuda de los días y semanas que siguieron a la muerte de su marido:

“Sola en la casa, anhelaba escuchar la voz de alguien por teléfono. Miraba por la ventana pasar los automóviles, ansiando que alguno detuviera la marcha, que se acercaran pasos, que llegara alguna visita. Podía ser cualquiera. Yo necesitaba hablar.

Pero si acaso venían y conversaban de cualquier tema salvo el que ocupaba mi mente, entonces ansiaba que se fueran”.

Más que cualquier otra cosa, esta viuda anhelaba hablar con alguien . . . con cualquiera que estuviera dispuesto a escucharla.

1.- Estemos prontos a oír a las personas que están pasando por tan dura prueba. Aprenderemos que las personas que afrontan la muerte tienen mucho que decir, y que les urge decirlo. Sienten emociones muy fuertes y a veces les parece que van a enloquecer si no pueden confiarle a alguien lo que les pasa. Necesitan hablar; necesitan que alguien les escuche.

¿Puede usted hacerlo? ¿Es capaz de mantener la boca cerrada y los oídos abiertos” a veces no sabrá cómo responder ni qué decir. Entonces no diga nada. El silencio encierra mucho de emotivo y de hermoso. También lleva el mensaje; “Aquí estoy. Te estoy acompañando. No sé qué decir, pero no me iré; me quedaré a tu lado y haré por ti todo lo que pueda”. Este mensaje se recordará cuando todas las palabras se hayan olvidado.

2.- La segunda cosa que podemos hacer por alguien que está sumido en el dolor y la consternación de la muerte es dejarle sentir lo que está sintiendo. Esto es no tratar de disuadirlo de sus sentimientos ni de obligarlo a sobreponerse a ellos. Si no nos cuidamos, podemos decir cosas inaceptables como las siguientes: “No debes sentirte así, querida”. “Tienes que ser valiente”. “Anímate; todo se resolverá”. “No llore; hay que dejar de llorar y seguir viviendo”.

Estos consejos generalmente cuando no pensamos en las necesidades del otro sino en las nuestras. Son el producto de nuestra incapacidad para hacer frente a los sentimientos de congoja, nuestra incomodidad ante las lágrimas, nuestra angustia ante el dolor ajeno.

No hay que decirle a la persona afligida que olvide su aflicción; lo que necesita es expresarla. No hay que decirle que domine sus lágrimas o deje de llorar; lo que necesita es precisamente llorar.

Las investigaciones modernas en el campo de la pena y el dolor han confirmado lo que la Biblia ya dijo hace siglos. Veamos algo escrito por el apóstol Pablo en su carta a los romanos: ”Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15).

¿Somos capaces de hacerlo? ¿De acompañar a otro en su llanto en vez de instarlo a que deje las lágrimas?

Dejemos que la persona sienta y exprese todo lo que tiene adentro : amargura, dolor, temor, culpa, tristeza. A nosotros no nos hará daño oírlo, y al otro probablemente le beneficiará más de lo que pueda decir.

No esperemos que sus palabras y pensamientos sean racionales y lógicos. Comprendamos que la persona puede cambiar de un día para otro y casi de una hora para otra. Las cosas que hoy exclama en un momento de ira y confusión las puede olvidar mañana, o puede decir lo contrario. El dolor tiene su propia lógica, la cual sólo suele captarse con el tiempo. Y requiere tiempo.

Una señora que acaba de perder a su hijito victima de una enfermedad fulminante, dijo a quienes pretendían tranquilizarla: - - ¡No me quiten mi dolor!

Algunos no comprenderán tales palabras, mas para ella eran racionales. Su hijo acababa de morir. Ella tenía derecho a su pena. Tenía que expresarla. Si hubiera intentado superarla y reprimirla, habría actuado con violencia contra sus propios sentimientos y aun contra su cuerpo.

Dejemos que las personas den rienda suelta a su dolor. No

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