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AMORES ALTAMENTE PELIGROSOS


Enviado por   •  24 de Mayo de 2012  •  9.698 Palabras (39 Páginas)  •  999 Visitas

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Amores altamente peligrosos.

Walter Risso

En el transcurrir de la historia, el amor es el tema constante del arte y la poesía. El amor hay que sacarlo por alguna parte para no morir bajo su peso.

Amor divina locura

Parecería que no fuera posible concebir el amor sin dolor. Suplicio placentero, sufrimiento impostergable y necesario, según algunos, pero dolor al fin.

El amor se ha visto en toda la historia de la humanidad. Las primeras canciones y los primeros poemas hablan precisamente sobre el amor.

El amor hay que sacarlo por alguna parte para no morir bajo su peso.

Quizá no hemos cambiado tanto la manera de sentir y vivir el amor. A lo mejor no hay forma de hacer callo, ni manera de volvemos inmunes a esta pasión irrevocable, esta penosa dulzura que nos saca de casillas y nos pone a reír y a llorar cada vez que se le antoja.

Es posible que exista en nosotros la reminiscencia de un sentimiento que no nos pertenezca, que a veces se active espontáneamente y siempre igual, inconmensurable, inexplicable, como una llama eterna encendida por el delirio y patrocinada por una inteligencia emocional que no alcanzamos a comprender. Nos guste o no, este fue, es y será el amor: "divina locura", como decían los griegos.

El amor: ¿estado o acto?

"Estar enamorado" es un estado, una condición pasajera destinada a la extinción. No obstante, si la experiencia es intensa, suele dejar rastros

El amor pasional simplemente acontece y, sin explicación, invade descaradamente nuestro mundo afectivo, intelectual y social. Nos inunda.

El amor como acto es más reposado. Es el amor que se inventa momento a momento, no sólo en la sexualidad que se demuestra, sino en la convivencia. Componer el vínculo afectivo, en el sentido de construirlo, es un ejercicio de la voluntad, del querer querer. Amor que se actúa, que se vive y se suda, que se intercambia, se negocia. Que se piensa a sí mismo a través del otro, quien también nos piensa.

Nos apropiamos del amor en el día a día: la philia, la "amistad marital" de Montaigne. El deseo nos ensarta, nos perfora, no importa la clase social, la religión que profesemos o las promesas que hagamos: deseamos no desear.

El sexo es condición necesaria pero no suficiente para vivir en pareja. Vivir "en amor" es ponerlo a funcionar desde dentro, desde la cohabitación, en la simpatía y la coexistencia pacífica que determina un proyecto de vida compartido.

Amor como estado (Eros: enamoramiento, goce intenso y pasajero, fisiología vital) y amor como acción (Philia: amor amigo, determinación, propósito, perseverancia alegre): dos caras de la misma moneda, que si viven juntos viven mejor.

La sexualidad es más que el sexo

La activación del sexo mueve montañas, derriba tronos, cuestiona vocaciones, quiebra empresas y destruye matrimonios. El deseo sexual no mide consecuencias. Casi siempre se impone más allá de nuestras fuerzas. Se requiere la capacidad de un faquir experimentado para tenerlo bajo control. Así es el sexo primitivo y anatómico: encantador, fascinante y "enfermador" para algunos o angustiante, preocupante y desgarrador para otros.

La sexualidad es la humanización del sexo crudo. Es la actividad por la cual incluimos la genitalidad en un contexto interpersonal que va más allá de lo físico. En el entorno afectivo, la sexualidad trasciende lo corporal y se ubica en "un antes" y "un después". Se prolonga más acá y más allá de los apetecidos, encantadores, desvergonzados e incontenibles orgasmos.

En el sexo amoroso (sexualidad) el clímax no es la culminación de la relación, sino el comienzo de un re encuentro libre de deseo sexual: afecto en estado puro. Si hay amor, la cuestión apenas empieza después del desfogue hormonal

Pero si el sexo está despojado de todo afecto, la experiencia se acaba en lo fisiológico: "A lo que vinimos". No hay continuación o siquiera antesala. Es puntual, primitivo y claramente animal.

Los humanos imaginamos, anticipamos, recordamos y creamos. La fantasía es tan inevitable como la esperanza. Somos mucho más que biología.

Cuando dos enamorados se conectan sexualmente, la actividad sexual se transmuta en comunión. Esto no quiere decir que el afecto sea indispensable, lo que se sostiene es que si el sexo está acompañado de amor, mejor; mucho mejor, cien veces mejor; mil veces mejor. Mientras hacer el amor con amor es la mejor de las redundancias, el sexo por el sexo es un agradable y escueto sexo al cuadrado, con altas probabilidades de crear adicción.

El sexo viene dado, la sexualidad hay que construirla.

La sexualidad es personal y no transferible. Es el modo particular en que entremezclamos amor y sexo para damos gusto.

Las seis patas del amor de pareja

De acuerdo con lo que sabemos en psicología, un vínculo amoroso bien establecido necesita, al menos, seis ingredientes. Si el problema se encuentra en algunos de los tres primeros, el pronóstico no es bueno. Por el contrario, si la disfunción está referida a cualquiera de los tres últimos, una ayuda profesional adecuada puede subsanarlos.

El primero es el deseo - atracción. Es decir, ganas a raudales por el otro. No adicción enfermiza, sino simple deseo. Si hay que hacer mucho esfuerzo para que los atractivos produzcan el acercamiento esperado, la cosa va por mal camino.

El segundo es el humor sintonía. No hace falta ser almas gemelas. Lo que se pretende, sencillamente, es estar del mismo lado en lo fundamental. Gustos similares, indignaciones parecidas y fascinaciones congruentes. Desgraciadamente el humor no puede enseñarse.

El tercero es la admiración. No hay vuelta de hoja, si no hay admiración no hay amor. Se puede admirar a alguien y no amarlo, pero lo contrario es casi imposible. Cuando el reconocimiento por la valía de la persona que supuestamente amamos deja de existir, se pierde la esencia. Todo se desmorona, porque de ahí al desamor hay un paso. La admiración no se aprende, se descubre. No se pueden inventar motivos para elogiar: los hay o no los hay.

La cuarta es la sensibilidad - compasión por el otro. La indiferencia por la pareja, la mayoría de las veces, es producto de una educación que exalta el egoísmo. Si no duele el dolor de la persona que amamos ni nos alegra su alegría: alerta roja.

El quinto aspecto es el respeto.

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