Adolescencia
laous15 de Enero de 2013
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LAS CONDUCTAS ANTISOCIALES Y LA ADOLESCENCIA. Arturo Rafael González Luna
RESUMEN
Se reflexiona sobre las conductas antisociales en adolescentes y se propone que para poder explicarlas, es necesario tomar en cuenta, aspectos como: el paradigma social imperante en este momento histórico, la doble moral de las instituciones sociales y por ende su doble discurso, las representaciones sociales y el mecanismo de defensa de la identificación con el agresor. Así mismo, se mencionan los resultados del trabajo en talleres con adolescentes con conductas etiquetadas como antisociales.
PALABRAS CLAVE: Conductas antisociales, adolescencia, representaciones sociales, otredad, identificación con el agresor.
LAS CONDUCTAS ANTISOCIALES Y LA ADOLESCENCIA
En la actualidad el “fenómeno” de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales, ha aumentado de manera importante, dicho “fenómeno” se presenta en la gran mayoría de los países de nuestro planeta. Sin embargo, adquiere (mediáticamente) dimensiones realmente alarmantes, en nuestro país, desde hace cinco años.
En México, el tema de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales es sacado a la luz pública en los años noventa, y la percepción que se tiene de ellos es ambivalente. La sociedad da una respuesta de negación, de rechazo, de represión o asistencialista; es decir, en un primer momento se niega su existencia, ya que la presencia de “ELLOS” y “ELLAS” nos llevaría a replantear las desigualdades económicas, pero fundamentalmente a replantear nuestra condición humana, ¿qué somos?, ¿por qué reaccionamos así ante ellos? Si como describe Eco (1997), es el otro, su mirada lo que nos define y nos forma, ¿cómo abordar el problema de la otredad, sin permitir que esa mirada, con frecuencia tiránica, me niegue la existencia? Es innegable que lo que nuestra realidad cotidiana nos muestra a diario, es justamente el desprecio por todo aquello que representa lo ajeno, lo extraño, lo otro, absolutamente otro. Conclusión: Darles existencia a los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales nos llevaría a replantear nuestra propia miseria humana. Al no poder negar su existencia, la sociedad reacciona rechazándolos, reprimiéndolos o lavando culpas. Conclusión: Yo no fui o ¿Por qué yo?
Los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales hacen presencia y realizan todo tipo de actividades: desde lavacoches hasta su comercialización sexual (el problema de la explotación sexual es un asunto de focos rojos y que hay que atender de manera urgente). Actividades que les permiten sobrevivir de una u otra manera en la selva del asfalto, en la tierra del más fuerte, en el espacio donde todo se vale y todo se permite, donde los límites son transgredidos y la corrupción es la ley.
La construcción de los niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales tiene que ver con la putrefacción del tejido social y sus causas son evidentemente múltiples. Pero sobresalen de manera puntual: El modelo socioeconómico neoliberal, la desintegración familiar, los medios de difusión, nuestro sistema educativo, la corrupción de la política, el doble discurso institucional y la cultura de la violencia, que proponen que todo se tiene que resolver a través de la desintegración del otro, o de los otros, creando al interior de la sociedad, de las instituciones, de las familias y del propio individuo vínculos afectivos totalmente nocivos para el desarrollo humano.
Las consecuencias son nefastas, pareciera ser que nuestra dinámica psicosocial ya no es nuestra, que nuestra realidad fue cercenada, nos fue secuestrada, que ya no somos protagonistas de nuestra propia historia, que nos han colocado y nos hemos dejado colocar como actores secundarios, irrelevantes y sometidos a las decisiones de otros. En estos tiempos donde prevalece el oscurantismo y lo siniestro es el común denominador ¿Vivir poco es una alternativa? Vivimos en una sociedad donde no hay certezas, donde todo puede ocurrir y todo es permitido. Ante esta amalgama de oscurantismo y voracidad una de las alternativas es anestesiarse, no sentir, no ver lo que está pasando, tener yeso en las venas, embotarse, vivir rápido, no digerir la vida. En esta dinámica, los excesos tienen cabida, son una alternativa y nos dan la oportunidad de tener, de poseer migajas de poder. De inventarnos algo que nos saque de la mediocridad, de negar lo patético de nuestra existencia.
Ahora bien ¿desde donde explicar la conducta antisocial? De acuerdo a mi experiencia profesional desde la identificación con el agresor y las representaciones sociales. Para Moscovici (1987), las representaciones sociales no son solo productos mentales sino construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones sociales, no tienen un carácter estático ni son determinadas inexorablemente. Son definidas como maneras específicas de entender y comunicar la realidad, a la vez que influyen son determinadas por las personas a través de sus interacciones. Desde lo psicosocial se podría definir la representación como aquella forma material y simbólica de dar cuenta de algo real en su ausencia. Por otra parte , Gleizer (1997), señala que determinadas características de las sociedades actuales plantean dificultades en el nivel de la subjetividad de los individuos; que las transformaciones ocurridas en los ámbitos de la organización social, cultural y simbólica de las sociedades occidentales han desarticulado la correspondencia entre la realidad objetiva y la realidad subjetiva. Plantea también, que la identidad ha dejado de ser un dato para convertirse en un problema. Lo cual me remite al aforismo agustiniano “Yo he llegado para mí a ser un gran problema”.
La cotidianeidad nos lleva a convivir con los otros, a incidir y ser afectados por aquellos que tienen formas de resolver sus conflictos desde significaciones, valores, aptitudes, actitudes y creencias diferentes a los nuestros. Por ello, continua Gleizer , el universo simbólico de las sociedades modernas contemporáneas no puede verse como un cuerpo firmemente cristalizado o lógicamente coherente de definiciones de la realidad. Está estructurado de modo impreciso y dista bastante de ser una constelación estable de la realidad. Cuando las instituciones dejan de ser “hogar” del yo para convertirse en realidades que lo falsean y enajenan, los roles ya no actualizan el yo, sino que lo ocultan, tanto de los demás como de la conciencia del propio individuo.
En la actualidad existe un gran número de personas que conforman la población de niños, niñas y adolescentes con conductas antisociales, siendo éste un problema grave en nuestra sociedad. Son muchas las presiones que se tienen para sacar a la familia adelante, de tal manera que muchos menores se ven forzados a salir de sus casas para sobrevivir por su propia cuenta. Desafortunadamente la inseguridad económica no constituye la única causa por la que un niño o adolescente abandona su hogar. Entendemos que, en ocasiones, el hogar en vez de ser un lugar protector para el menor resulta más peligroso que la misma calle.
De acuerdo con Jodelet (2002), el concepto de representación social designa una forma de conocimiento específico. Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico orientados hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social, material e ideal. Existen adolescentes que se encuentran en la calle desde que son muy pequeños y su comportamiento por lo general es el siguiente: agresivo, antisocial y oportunista. Pero todo esto tan sólo es la consecuencia de la vida que han llevado; lo que se necesita saber con mayor profundidad es: ¿Por qué un adolescente que presenta conductas antisociales es cómo es?
Los especialistas nos señalan que las representaciones son construidas por cada individuo. Sin embargo, no hay una infinita variedad de representaciones porque los individuos “reproducen” las representaciones fundamentales de la sociedad en la cual viven, del mismo modo que reproducen el lenguaje, las normas de comportamiento, etc.
La inquietud de hacer investigaciones de esta problemática en adolescentes surgió cuando, tanto los datos que se obtenían en las sesiones grupales como las vivencias que se tenían con ellos fuera del aula (la calle) hacían pensar que los adolescentes agredidos imitaban a sus agresores. Es decir, hablaban como ellos, fumaban y bebían como ellos, resolvían conflictos como ellos, pero sobre todo se relacionaban como ellos. Cuando se preguntaba a los adolescentes que les gustaría ser de mayores, las respuestas más frecuentes fueron: policía, militar, narcotraficante o sicario.
Las observaciones realizadas plantean varios interrogantes: 1) ¿Por qué un adolescente quiere ser como aquél o aquellos que lo agredieron física y verbalmente? 2) ¿Por qué tiene como ideal roles agresores? Y 3) ¿Por qué elige como modelo a seguir prácticas tragresoras?
Una primera aproximación nos indicaría que para ellos, en las representaciones más elementales tiene lugar todo un proceso de elaboración cognitiva y simbólica que orientará los comportamientos. Con los elementos proporcionados por los otros y los que selecciona a través de vivencias, el adolescente va construyendo una representación de la organización social y de las actividades sociales y pronto interioriza una serie de normas sobre lo que debe y no debe hacerse, sobre lo que es deseable o indeseable en su comportamiento. Lo cual permite construir “explicaciones” del porque es necesario y deseable hacer o dejar de hacer ciertas actividades.
Así, entre los adolescentes que hacen
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