Así Somos Los Niños
alarkotes5711 de Abril de 2014
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NUESTRAS PALABRAS TIENEN EL PODER DE CONSTRUIR O DESTRUIR
Tal vez pocas veces nos hemos dedicado a pensar en cuantas oportunidades hemos maltratado y humillado a nuestros hijos, o a cualquier otro niño, pensando que lo único que constituye maltrato es aquel que se causa de manera física, como un golpe, sin siquiera pensar que posiblemente estamos creando secuelas profundas de inseguridad y que también estamos creando sentimientos negativos de nuestros hijos, sin detenernos a pensar la gran responsabilidad que como padres, o simplemente como adultos, tenemos en la formación de los hijos, que dicho sea de paso, jamás nos pidieron que los trajéramos a este mundo, como para que luego los maltratemos bajo argumentos fútiles. Esto tampoco es una queja de lo duro que puede resultar criar debidamente a nuestros niños, debemos más bien tomarlo como la mejor bendición que Dios nos ha dado y como el complemento de nuestra vida que ellos representan.
Leyendo el capítulo V del libro así somos los niños, es posible adentrarse en la gran utilidad y en el poder que tiene la palabra puesta en nuestros labios, y es preciso mencionar que no solamente las palabras que se digan en un solo sentido sino en el sentido positivo y en el negativo. Basta solo sincerarnos con nosotros mismos para concluir cuantas veces nos hemos maltratado mencionando epítetos contra nosotros mismos cuando hemos sentido la frustración de algo que no nos ha salido bien, o cuando tratando de ofender a alguien hemos humillado y herido, tal vez sin querer a aquella persona o personas que pregonamos amar.
En tratándose de nuestros niños sí que causa daño las palabras mal dirigidas o mal dichas, por esta razón debe ser nuestro propósito dirigirnos a ellos solo con palabras positivas que contagien felicidad y que no hagan daño, que con nuestras palabras reconozcamos sus logros, que elogiemos sus aciertos y potenciemos sus capacidades o que cuando tengamos que hacer ver un posible error, también lo hagamos adecuadamente, no con el reproche que hiera sino con la palabra amorosa que lo anime a superarlo.
Nada más agradable que escuchar de los demás palabras que elogien nuestros logros por pequeños que parezcan, palabras que nos hagan sentir bien, que nos hagan sentirnos queridos, que nos recuerden que somos importantes, no para engrandecer nuestro ego, sino para ser reconocidos como lo que somos, que nos hagan ver que somos aceptados y queridos como somos. Entonces si eso es lo que experimentamos como adultos, ¿por qué no lo ponemos en práctica con nuestros hijos?. Son nuestras palabras las que lo van a formar como un ser feliz o margado y desdichado al sentirse no querido, simplemente por que algún día en un arrebato de ira o de egoísmo le dijimos lo que no debimos.
No debemos olvidar jamás aquel adagio que dice: hay tres cosas que no pueden volver atrás, la palabra dicha, la flecha lanzada y la oportunidad perdida, por ello, si de verdad queremos a nuestros hijos o a quienes denominamos seres queridos, siempre debemos ser prolijos en tener con ellos actitudes y palabras de aprecio, palabras que construyan y no que destruyan, palabras que sanen y no que hieran. No escatimar esfuerzo en brindar el apoyo debido a nuestros niños como una manera efectiva de aumentar su autoestima, de fortalecer su seguridad y no solamente hacer todo por él, andar el camino por él, sino señalarle el sendero e indicarle la mejor forma de llegar seguro al destino fijado.
En todo este menú de posibilidades de hacer felices nuestros niños no hay que dejar de lado el lenguaje no verbal que no menos que las palabras produce un efecto positivo en cosas tan sencillas, pero con tanto poder como un abrazo, un beso, una mirada, y además dedicando tiempo de calidad a escucharlos y a ocuparnos de sus necesidades, de sus interrogantes, siempre en aras de demostrarles
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