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Autoliberacion Interior


Enviado por   •  22 de Abril de 2014  •  29.914 Palabras (120 Páginas)  •  312 Visitas

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AUTOLIBERACIÓN INTERIOR

ANTHONY DE MELLO

Este libro fue pasado a formato Word para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más. HERNÁN

Para descargar de Internet: Biblioteca Nueva Era

Rosario – Argentina

Adherida al Directorio Promineo

FWD: www.promineo.gq.nu

INTRODUCCIÓN

A mediados de 1987, el jesuita indio Anthony de Mello, gran autor de libros espirituales (“El canto del pájaro”, “El manantial”, “Sadhana”, ¿Quién puede hacer que amanezca?, “La oración de la rana”) fallece en Nueva York a los 56 años.

El padre de Mello se hizo famoso por sus cursos, ejercicios y conferencias sobre liberación interior. Toda su obra estuvo dirigida a lograr una síntesis entre la espiritualidad de Oriente y la de Occidente, en beneficio de la libertad y la realización total de la per¬sona. Despertar a estas posibilidades era el objetivo de sus antologías de cuentos, tomados tanto de la tradición cristiana como de la budista y la sufí, sin ocultar nunca su predilección por Jesús.

Hacia la época de su muerte, Tony de Mello iba a dar un curso de autoliberación interior en Madrid. Este propósito no pudo cumplirse, pero su palabra clara y potente lo ha sobrevivido y llega hasta nosotros en una transcripción que hiciera una de sus alumnas del curso que impartió en Barcelona en agosto de 1986.

De Mello, síntesis también él de psicólogo y teólogo, en su deseo de llegar a las raíces de las personas, hace planteamientos verdaderamente radicales. Sin embargo, se debe tener en cuenta que su trabajo de conciliación de espiritualidades y la validez de su acción pastoral vienen refrendados por numerosos testimonios de todo el mundo y, desde luego, por el extraordinario éxito de sus libros.

En efecto, lo que aquí propone el pa¬dre de Mello puede parecer heterodoxo y cuestionable (él mismo reitera que se debe cuestionar todo), pero tiene muchos puntos de contacto con los maestros más destacados de nuestra historia y nuestra tradición. Se trata de la profundización en la propia vida, para liberarse de las cadenas interiores que nos impiden vivir intensamente. A veces, hasta la misma religión, mal entendida, es fuente de trabas psicológicas para vivir la libertad interior que nos aleje de los intensos dolores y las extensas depresiones que caracterizan al mundo moderno.

Publicamos este texto, revisado y ampliado, con la intención de proporcionar un material valiosísimo para la reflexión y, por qué no, la discusión, en la certeza de que todo lo que contribuya a tales actividades, eminentemente formativas, contribuirá también al crecimiento vital y espiritual del lector.

Los Editores

1

¡DESPIERTA!

¡LA FELICIDAD ERES TÚ!

Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos entrar en la verdad y descubrir qué lazos nos impiden la libertad. Esto es la iluminación. Es como la salida del Sol sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad. Es la alegría que se descubre a sí misma, desnuda de toda forma. Esto es la iluminación. El místico es el hombre iluminado, el que todo lo ve con claridad, porque está despierto.

No quiero que os creáis lo que os digo porque yo lo digo, sino que cuestionéis cada palabra y analicéis su significado y lo que os dice en vuestra vida personal; pero con sinceridad, sin autoengañaros por comodidad o por miedos.

Lo importante es el Evangelio, no la persona que lo predica ni sus formas. No la interpretación que se le ha dado siempre o la que le da éste o aquél, por muy canonizado que esté. Eres tú el que tiene que interpretar el mensaje personal que encierra para ti, en el ahora. No te importe lo que la religión o la sociedad prediquen.

La sociedad sólo canoniza a los que se conforman con ella. En el tiempo de Jesús y ahora. A Jesús no pudieron canonizarlo y por ello lo asesinaron. ¿Quiénes creéis que lo mataron? ¿Los malos? No. A Jesús lo asesinaron los buenos de turno, los más respetados y creídos en aquella sociedad. A Jesús lo mataron los escribas, los fariseos y sacerdotes; y si no andas con cuidado, asesinarás a Jesús mientras vives dormido.

Despertarse es la espiritualidad, porque sólo despiertos podemos entrar en la verdad y la libertad.

Estás dormido

¿Y cómo sabré si estoy dormido? Jesús os lo dice en el Evangelio: “¿Por qué decís Señor, Señor, si no hacéis lo que os digo?” Si no hacemos lo que Dios quiere y nos dedicamos a fabricarnos un Dios “tapa agujeros”, es que estamos dormidos. Lo que importa es responder a Dios con el corazón. No importa ser ateo, musulmán o católico; lo importante es la circuncisión y el bautismo del corazón. El estar despierto es cambiar tu corazón de piedra por uno que no se cierre a la verdad.

Si estás doliéndote de tu pasado, es que estás dormido. Lo importante es levantarse para no volver a caer. La solución está en tu capacidad de comprensión y de ver otra cosa que lo que te permites ver. Ver lo que hay detrás de las cosas. Cuando se te abran los ojos, verás cómo todo cambia, que el pasado está muerto y el que se duerme en el pasado está muerto, porque sólo el presente es vivo si tú estás despierto en él.

Metanoia quiere decir despertarse y no perderse la vida. Es vivenciar el pre¬sente. Para saber esto hay un criterio: ¿Tú sufres? Es que estás dormido. Es igual que sepas muchas cosas y te de¬diques a salvar a las personas. "El cie¬go que guía a otro ciego" quiere decir que los dos están dormidos. Si sufres es que estás dormido. Me dirás que el dolor existe. Sí, es verdad que el dolor existe, pero no el sufrimiento. El sufri¬miento no es real, sino una obra de tu mente. Si sufres es que estás dormido porque, en sí, el sufrimiento no existe, es un producto de tu sueño; y si estás dormido, verás a un Jesús dormido, que tú te has imaginado, que nada tiene que ver con el Jesús real, y eso puede ser muy peligroso.

Calderón dice: "Todo es según el co¬lor del cristal con que se mira." Si es¬tás dormido no serás capaz de ver más que cosas dormidas, y no te darás cuen¬ta hasta que despiertes. Pasará la vida por ti sin que tú la vivas.

Si tienes problemas es que estás dor¬mido. La vida no es problemática. Es el yo (la mente humana) el que crea los problemas. A ver si eres capaz de com¬prender que el sufrimiento no está en la realidad, sino en ti. Por eso, en todas las religiones, se ha predicado que hay que morir al yo para volver a nacer. Éste es el verdadero bautismo que hace surgir al hombre nuevo. La realidad no hace problemas, los problemas nacen de la mente cuando estás dormido. Tú pones los problemas.

Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, no como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación.

Despierta

¿Se puede decir que en estos últi¬mos días no te has sentido como un hombre libre y feliz, sin problemas ni preocupaciones? ¿No te has sentido así? Pues estás dormido. ¿Qué ocu¬rre cuando estás despierto? No cambia nada, todo ocurre igual, pero tú eres el que ha cambiado para entrar en la realidad. Entonces lo ves todo claro.

Le preguntaron a un maestro orien¬tal sus discípulos: "¿Qué te ha pro¬porcionado la iluminación?" Y con¬testó: "Primero tenía depresión y aho¬ra sigo con la misma depresión, pero la diferencia está en que ahora no me molesta la depresión."

Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación. Aceptarlo todo porque lo ves claro y ya nada ni nadie te puede engañar. Es desper¬tar a la luz. El dolor existe, y el sufri¬miento sólo surge cuando te resistes al dolor. Si tú aceptas el dolor, el sufrimiento no existe. El dolor no es inaguantable, porque tiene un sentido comprensible en donde se remansa. Lo inaguantable es te¬ner el cuerpo aquí y la mente en el pasa¬do o en el futuro.

Lo insoportable es querer distorsio¬nar la realidad, que es inamovible. Eso sí que es insoportable. Es una lucha in¬útil como es inútil su resultado: el su¬frimiento. No se puede luchar por lo que no existe.

No hay que buscar la felicidad en donde no está, ni tomar la vida por lo que no es vida, porque entonces estaremos creando un sufrimiento que sólo es el resultado de nuestra ceguera y, con él, el desasosiego, la congoja, el mie¬do, la inseguridad... Nada de esto exis¬te sino en nuestra mente dormida. Cuando despertemos, se acabó.

Importa la vida

El ir contra la realidad, haciendo problemas de las cosas, es creer que tú importas, y lo cierto es que tú, como personaje individual, no importas nada. Ni tú, ni tus decisiones ni acciones im¬portan en el desarrollo de la vida; es la vida la que importa y ella sigue su cur¬so. Sólo cuando comprendes esto y te acoplas a la unidad, tu vida cobra sen¬tido. Y esto queda muy claro en el Evangelio. ¿Importaron todas las trans¬gresiones y desobediencias para la his¬toria de la salvación? ¿Importa si yo asesino a un hombre? ¿Importó el que asesinaran a Jesucristo? Los que lo ase¬sinaron creían estar haciendo un acto bueno, de justicia, y lo hicieron después de mucho discernimiento.

Jesús era portador de la luz y por ello predicaba las cosas más raras y contra¬rias al judaísmo, a sus creencias e in¬terpretaciones religiosas: hablaba con las mujeres, comía con los ladrones y prostitutas. Pero, además, interpretaba la Ley en profundidad, saltándose las reglas y sus formas. Los sabios y los poderosos tenían que eliminarlo. ¿Po¬día ser de otra manera? Era necesario que muriera así, asesinado y no enfer¬mo de vejez.

Cuentan que un rey godo se emocio¬nó al oír el relato de Jesús y dijo: "¡De estar yo allí, no lo hubieran matado!"

¿Lo creemos así, como ese rey godo? Dormimos.

La muerte de Jesús descubre la rea¬lidad en una sociedad que está dormi¬da y, por ello, su muerte es la luz. Es el grito para que despertemos.

No te ates

¿Qué hace falta para despertarse? No hace falta esfuerzo ni juventud ni dis¬currir mucho. Sólo hace falta una cosa, la capacidad de pensar algo nuevo, de ver algo nuevo, de ver algo nuevo y de descubrir lo desconocido. Es la capa¬cidad de movernos fuera de los esque¬mas que tenemos. Ser capaz de saltar sobre los esquemas y mirar con ojos nuevos la realidad que no cambia.

El que piensa como marxista, no piensa; el que piensa como budista, no piensa; el que piensa como musulmán, no piensa... y el que piensa como católico, tampoco piensa. Ellos son pensados por su ideología. Tú eres un esclavo en tanto y en cuanto no puedes pensar por encima de tu ideología. Vives dormido y pensado por una idea. El profeta no se deja lle¬var por ninguna ideología, y por ello es tan mal recibido. El profeta es el pionero, que se atreve a elevarse por encima de los esquemas, abriendo camino.

La Buena Nueva fue rechazada por¬que no querían la liberación personal, sino un caudillo que los guiase. Tememos el riesgo de volar por noso¬tros mismos. Tenemos miedo a la li¬bertad, a la soledad, y preferimos ser esclavos de unos esquemas. Nos ata¬mos voluntariamente, llenándonos de pesadas cadenas, y luego nos queja¬mos de no ser libres. ¿Quién te tiene que liberar si ni tú mismo eres cons¬ciente de tus cadenas?

Las mujeres se atan a sus maridos, a sus hijos. Los maridos a sus mujeres, a sus negocios. Todos nos atamos a los deseos y nuestro argumento y justifi¬cación es el amor. ¿Qué amor? La rea¬lidad es que nos amamos a nosotros mismos, pero con un amor adulterado y raquítico que sólo abarca el yo, el ego. Ni siquiera somos capaces de amarnos a nosotros mismos en libertad. Entonces, ¿cómo vamos a saber amar a los demás, aunque sean nuestros es¬posos o nuestros hijos? Nos hemos acostumbrado a la cárcel de lo viejo y preferimos dormir para no descubrir la libertad que supone lo nuevo.

Lo peor y más peligroso del que duerme es creer que está despierto y confundir sus sueños con la realidad.

No confundas los sueños

Vosotros estáis dormidos porque, si no, ya no necesitarías venir a este cur¬so. Si ya lo vierais todo con ojos nue¬vos, ya no necesitaríais venir a desper¬taros. Pero, si sois capaces de recono¬ceros dormidos, ser conscientes de que no estáis despiertos, ya es un paso. Pues lo peor y más peligroso del que duer¬me es creer que está despierto y con¬fundir sus sueños con la realidad. Lo primero que necesitáis para despertar, es saber que estáis durmiendo y estáis soñando.

La religión es una cosa buena en sí, pero en manos de gente dormida pue¬de hacer mucho daño. Y lo podemos ver muy claramente por la historia de una religión que, en el nombre de Dios, cometió tantas barbaridades creyendo que hacía el bien. Si no sabes emplear la religión en esencia, en libertad, sin fanatismos ni ideologías de un color u otro, puedes hacer mucho daño y, de hecho, se sigue haciendo.

Para despertar hay que estar dispues¬to a escucharlo todo, más allá de los cartelitos de buenos y malos, con receptividad, que no quiere decir credu¬lidad. Hay que cuestionarlo todo, aten¬tos a descubrir las verdades que puede haber, separándolas de las que no lo son. Si nos identificamos con las teo¬rías sin cuestionarlas con la razón -y sobre todo con la vida- y nos las tra¬gamos almacenándolas en la mente, es que seguimos dormidos. No has sabi¬do asimilar esas verdades para hacer tus propios criterios. Hay que ver las ver¬dades, analizarlas y ponerlas a prueba, una vez cuestionadas.

"Haced lo que os digo", dice Jesús. Pero no podremos hacerlo si antes no nos transformamos en el hombre nue¬vo, despierto, libre, que ya puede amar.

"Aunque diera todo a los pobres, y mi cuerpo a las llamas -dice Pablo¬, ¿de qué me serviría si no amo?" Este modo de ver de Pablo se consigue vi¬viendo, y este modo de ser nace de es¬tar despierto, disponible y sin engaños.

Cuando la relación entre amigos no funciona lo bien que tú quisieras, pue¬des aliviarla. Puedes pararte y comen¬zar una tregua, pero si no has puesto al aire las premisas que están debajo, el problema sigue en pie, y seguirá gene¬rando sentimientos negativos.

¡Qué lío!

Mi vida es un lío. ¿Soy capaz de re¬conocerlo? Necesito tener receptividad. ¿Estoy dispuesto a reconocer que el su¬frimiento y la congoja los fabrico yo mismo? Si eres capaz de darte cuenta, es que comienzas a despertarte.

Ordinariamente, buscamos alivio y no curación. Cuando sufres, ¿estás dis¬puesto a separarte de ese sufrimiento lo necesario para analizarlo y descubrir el origen que está detrás? Es preferible dejar que sufras un poco más, hasta que te hartes y estés dispuesto a ver. O des¬piertas tú, o la vida te despertará.

Las componendas y alivios son manejos comerciales del buen comportamiento que te ha metido en la mente tu sentido de buena educación. Si los miras, bien despierto, descubri¬rás que no son más que utilización, co-mercio de toma y daca y chantaje, más hipocresía. Cuando ves esto, ¿quieres quitarte el cáncer, o tomar un analgésico para no sufrir? Cuando la gente se harta de sufrir es un buen momento para despertar.

Buda dice: "El mundo está lleno de dolor, que genera sufrimiento. La raíz del sufrimiento es el deseo. Si quieres arrancarte esa clase de dolor, tendrás que arrancarte el deseo."

¿El deseo es cosa buena? Es una cuestión de lenguaje, pues la palabra "deseo", en español, abarca deseos buenos, que son estímulos de acción, y deseos estériles, que a nada condu¬cen. A estos deseos, para entendernos, vamos a llamarlos apegos.

La base del sufrimiento es el ape¬go, el deseo. En cuanto deseas una cosa compulsivamente y pones todas tus ansias de felicidad en ella, te ex¬pones a la desilusión de no conseguir¬la. De no haber deseado tanto que tu amigo te acoja, te contemple y te ten¬ga en cuenta; de no desearlo tanto, no te importaría su indiferencia ni su re¬chazo. Donde no hay deseo-apego, no hay miedo, porque el miedo es la cara opuesta del deseo, insepa-rable de él.

Sin esta clase de deseos, nadie te puede intimidar, ni nadie te puede con¬trolar o robar, porque, si no tienes deseos, no tienes miedo a que te quiten nada.

No hay pareja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerables.

El amor no duerme

Donde hay amor no hay deseos. Y por eso no existe ningún miedo. Si amas de verdad a tu amigo, tendrías que poder decirle sinceramente: "Así, sin los cristales de los deseos, te veo como eres, y no como yo desearía que fue¬ses, y así te quiero ya, sin miedo a que te escapes, a que me faltes, a que no me quieras." Porque en realidad, ¿qué deseas? ¿Amar a esa persona tal cual es, o a una imagen que no existe? En cuanto puedas desprenderte de esos deseos-apegos, podrás amar; a lo otro no se lo debe llamar amor, pues es todo lo contrario de lo que el amor significa.

El enamorarse tampoco es amor, sino desear para ti una imagen que te imaginas de una persona. Todo es un sueño, porque esa persona no existe. Por eso, en cuanto conoces la reali¬dad de esa persona, como no coincide con lo que tú te imaginabas, te des¬enamoras. La esencia de todo enamo¬ramiento son los deseos. Deseos que generan celos y sufrimiento porque, al no estar asentados en la realidad, viven en la inseguridad, en la descon¬fianza, en el miedo a que todos los sueños se acaben, se vengan abajo.

El enamoramiento proporciona cier¬ta emoción y exaltación que gusta a las personas con una inseguridad afectiva y que alimentan una sociedad y una cultura que hacen de ello un comercio. Cuando estás enamorado no te atreves a decir toda la verdad por miedo a que el otro se desilusione porque, en el fon¬do, sabes que el enamoramiento sólo se alimenta de ilusiones e imágenes idealizadas.

El enamoramiento supone una ma¬nipulación de la verdad y de la otra per¬sona para que sienta y desee lo mismo que tú y así poder poseerla como un objeto, sin miedo a que te falle. El ena¬moramiento no es más que una enfer¬medad y una droga del que, por su in¬seguridad, no está capacitado para amar libre y gozosamente.

La gente insegura no desea la felicidad de verdad; porque teme el riesgo de la libertad y, por ello, prefiere la dro¬ga de los deseos. Con los deseos vie¬nen el miedo, la ansiedad, las tensio¬nes y..., por descontado, la desilusión y el sufrimiento continuos. Vas de la exaltación al desespero.

¿Cuánto dura el placer de creer que has conseguido lo que deseabas? El primer sorbo de placer es un encan-to, pero va prendido irremediable¬mente al miedo a perderlo, y cuando se apoderan de ti las dudas, llega la tristeza. La misma alegría y exalta¬ción de cuando llega el amigo, es pro¬porcional al miedo y al dolor de cuan-do se marcha... o cuando lo esperas y no viene... ¿Vale la pena? Donde hay miedo no hay amor, y podéis es-tar bien seguros de ello.

Cuando despertamos de nuestro sue¬ño y vemos la realidad tal cual es, nues¬tra inseguridad termina y desaparecen los miedos, porque la realidad es y nada la cambia. Entonces puedo decirle al otro: "Como no tengo miedo a perderte, pues no eres un objeto de propiedad de nadie, entonces puedo amarte así como eres, sin deseos, sin apegos ni condiciones, sin egoísmos ni querer poseerte." Y esta forma de amar es un gozo sin límites.

¿Qué haces cuando escuchas una sinfonía? Escuchas cada nota, te delei¬tas en ella y la dejas pasar, sin buscar la permanencia de ninguna de ellas, pues en su discurrir está la armonía, siempre renovada y siempre fresca. Pues, en el amor, es igual. En cuanto te agarras a la permanencia destruyes toda la belleza del amor. No hay pare¬ja ni amistad que esté tan segura como la que se mantiene libre. El apego mu¬tuo, el control, las promesas y el deseo, te conducen inexorablemente a los con¬flictos y al sufrimiento y, de ahí, a cor¬to o largo plazo, a la ruptura. Porque los lazos que se basan en los deseos son muy frágiles. Sólo es eterno lo que se basa en un amor libre. Los deseos te hacen siempre vulnerable.

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Hay dos tipos de deseos o de de¬pendencias: el deseo de cuyo cumpli¬miento depende mi felicidad y el deseo de cuyo cumplimiento no depen¬de mi felicidad.

El primero es una esclavitud, una cárcel, pues hago depender de su cumplimiento, o no, mi felicidad o mi sufrimiento. El segundo deja abierta otra alternativa: si se cumple me ale¬gro y, si no, busco otras compensaciones. Este deseo te deja más o me¬nos satisfecho, pero no te lo juegas todo a una carta.

Pero existe una tercera opción, hay otra manera de vivir los deseos: como estímulos para la sorpresa, como un juego en el que lo que más importa no es ganar o perder, sino jugar.

Hay un proverbio oriental que dice: "Cuando el arquero dispara gratuita¬mente, tiene con él toda su habilidad." Cuando dispara esperando ganar una hebilla de bronce, ya está algo nervio¬so. Cuando dispara para ganar una me¬dalla de oro, se vuelve loco pensando en el premio y pierde la mitad de su habilidad, pues ya no ve un blanco, sino dos. Su habilidad no ha cambiado pero el premio lo divide, pues el deseo de ganar le quita la alegría y el disfrute de disparar. Quedan apegadas allí, en su habilidad, las energías que necesitaría libres para disparar. El deseo del triun¬fo y el resultado para conseguir el pre¬mio se han convertido en enemigos que le roban la visión, la armonía y el goce.

El deseo marca siempre una depen¬dencia. Todos dependemos, en cierto sentido, de alguien (el panadero, el le¬chero, el agricultor, etc., que son necesarios para nuestra organización). Pero depender de otra persona para tu pro¬pia felicidad es, además de nefasto para ti, un peligro, pues estás afirmando algo contrario a la vida y a la realidad.

Por tanto, el tener una dependencia de otra persona para estar alegre o tris¬te es ir contra la corriente de la reali-dad, pues la felicidad y la alegría no pueden venirme de fuera, ya que están dentro de mí. Sólo yo puedo actualizar las potencias de amor y felicidad que están dentro de mí y sólo lo que yo con¬siga expresar, desde esa realidad mía, me puede hacer feliz, pues lo que me venga desde afuera podrá estimularme más o menos, pero es incapaz de dar¬me ni una pizca de felicidad.

Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melo¬día la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno con su música, y no se agotan las melodías, pues con cada persona suena otra me¬lodía distinta que también me hace fe¬liz y enriquece mi armonía. Puedo te¬ner una melodía o más, que me agra¬den en particular, pero no me agarro a ellas, sino que me agradan cuando es¬tán conmigo y cuando no están, pues no tengo la enfermedad de la nostalgia, sino que estoy tan feliz que no añoro nada. La verdad es que yo no puedo echarte de menos porque estoy lleno de ti. Si te echase de menos sería recono¬cer que al marcharte te quedaste fuera. ¡Pobre de mí, si cada vez que una per¬sona amada se va, mi orquesta deja de sonar!

Cuando te quiero, te quiero inde¬pendiente de mí, y no enamorado de mí, sino enamorado de la vida. No se puede caminar cuando se lleva a al¬guien agarrado. Se dice que tenemos necesidades emocionales: ser querido, apreciado, pertenecer a otro, que se nos desee. No es verdad. Esto, cuando se siente esa necesidad, es una enfermedad que viene de la inse¬guridad afectiva.

Tanto la enfermedad, necesidad de sentirme querido, como la medicina que se ansía, el amor recibido, están basados en premisas falsas. Necesida¬des emocionales para conseguir la fe¬licidad en el exterior, no hay ninguna; puesto que tú eres el amor y la felici¬dad en ti mismo. Sólo mostrando ese amor y gozándote en él vas a ser real¬mente feliz, sin agarraderas ni deseos, puesto que tienes en ti todos los ele¬mentos para ser feliz.

La respuesta de amor del exterior agrada y estimula, pero no te da más felicidad de la que tú dispones, pues tú eres toda la felicidad que seas capaz de desarrollar. Dios es la Verdad, la Feli¬cidad y la Realidad, y Él es la Fuente, dispuesta siempre para llenarnos en la medida que, libremente, nos abramos a Él.

Tú ya eres felicidad

Despertarse es la única experiencia que vale la pena. Abrir bien los ojos para ver que la infelicidad no viene de la realidad, sino de los deseos y de las ideas equivocadas. Para ser feliz no has de hacer nada, ni conseguir nada, sino deshacerte de falsas ideas, ilusiones y fantasías que no te dejan ver la reali¬dad. Eso sólo se consigue mantenién¬dote despierto y llamando a las cosas por su nombre.

Tú ya eres felicidad, eres la felici¬dad y el amor, pero no lo ves porque estás dormido. Te escondes detrás de las fantasías, de las ilusiones y también de las miserias de las que te avergüen¬zas. Nos han programado para ser feli¬ces o infelices (según aprieten el botón de la alabanza o de la crítica), y esto es lo que te tiene confundido. Has de dar¬te cuenta de esto, salir de la programa¬ción y llamar a cada cosa por su nombre.

Si te empeñas en no despertar, nada se puede hacer. "No te puedes empe¬ñar en hacer cantar a un cerdo, pues perderás tu tiempo y el cerdo se irrita¬rá." Ya sabes que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Si no quieres oír para despertar, seguirás programado, y la gente dormida y programada es la más fácil de controlar por la sociedad.

Dentro de mí suena una melodía cuando llega mi amigo, y es mi melodía la que me hace feliz; y cuando mi amigo se va me quedo lleno de su música

2

¡DESPROGRÁMATE!

¡SÉ TÚ MISMO!

Lo importante es ser capaz de darte cuenta de que no eres más que un yo¬yo, siempre de arriba para abajo, según tus problemas, tus disgustos o depre¬siones; que eres incapaz de mantener una estabilidad. Darte cuenta de que te pasas la vida a merced de personas, de cosas o situaciones. Que te manipulan o tú puedes manipular. Que no eres dueño de ti ni capaz de mirar las situaciones con sosiego, sin enfados ni ansiedad.

Toda esa actitud sólo depende de tu programación. Estamos programados desde niños por las conveniencias socia¬les, por una mal llamada educación y por lo cultural. Vivimos por ello programa¬dos y damos la respuesta esperada ante situaciones determinadas, sin pararnos a pensar qué hay de cierto en la situación, y si es consecuente con lo que de verdad somos esa respuesta habitual y mecá¬nica.

Tenemos programadas ideas conven¬cionales y culturales, que tomamos como verdades cuando no lo son. Como la idea de patria, de fronteras y hábitos culturales que nos llevan a con¬flictos cuando nada tienen que ver con la verdad.

Lo que haces como hábito, te hace dependiente porque te lo han programado. Sólo lo que surge de dentro es tuyo y te hace libre.

¡Desprográmate!

Cuando venía hacia aquí, en el avión, me dijeron:

-Mira, ya salimos de la India, ahí está la frontera.

Yo me asomé y por más que miraba no vi ni una línea, ni una barrera natu¬ral de separación. ¿Es que existen las fronteras en la naturaleza? No están más que en nuestra mente. Toda tierra es de todos, y toda cultura no es más que ideas que nos separan.

Hubo un niño blanco que se perdió en la selva y se crió en una tribu con cultura distinta. Cuando creció se casó con una nativa de aquella cultura. Ocu¬rrió que a una amiga de su mujer se le murió su marido en la guerra, y aque¬lla noche, al pensar en su amiga sola, la mujer nativa le dijo al marido blanco:

-Oye, me gustaría que fueses a consolar a mi amiga, que está sola, y como ya no tiene marido te acostases con ella.

El marido, que recordaba aún rasgos de su cultura, se negaba, horrorizado, pero al final complació a su mujer. Cuando volvió, la mujer le dijo:

-Ya sabía que eras un buen hom¬bre y ahora te quiero más, porque eres compasivo y me siento orgullosa de ti.

¡Qué bella su cultura, pero qué difí¬cil de entender y seguir para nosotros! No existe separación de razas, sólo dis¬tintas culturas programadas en nuestras mentes. En la naturaleza no existen fronteras. El honor, el éxito y el fraca¬so no existen, como tampoco la belle¬za ni la fealdad, porque todo consiste en una manera de ver de cada cultura. Es lo cultural lo que provoca esas emo¬ciones ante el nombre de patria, raza, idioma o pueblo. Son distintas formas de ver que están programadas en nues¬tra mente. La patria es el producto de la política, y la cultura es la manera de adoctrinar.

Cuando eres un producto de tu cul¬tura, sin cuestionarte nada, te convier¬tes en un robot. Tu cultura, tu religio-sidad y las diferencias raciales, nacio¬nales o regionales te han sido estam¬padas como un sello y las tomas como algo real. Te enseñaron una religiosi¬dad y una forma de comportarte que no has elegido, sino que te vinieron im¬puestas desde fuera, antes de que tuvie¬ses edad o discernimiento para decidir, y sigues así, con ellas colgadas, como una piedra al cuello.

Sólo lo que nace y se decide aden¬tro es auténtico y te hace libre. Lo que haces como hábito y que no puedes dejar de hacer porque te domina, te hace dependiente, esclavo de lo que crees, porque te lo han programado. Sólo lo que surge de dentro lo anali¬zas, lo pasas por tu criterio y te deci¬des a ponerlo en práctica asumiéndo-lo; es tuyo y te hace libre.

Tienes que liberarte de tu historia y su programación para responder por ti mismo y no de personaje a personaje.

Lo mismo ocurre con lo que creemos amor y que no es más que un mo¬delo cultural aceptado por la mente. No se puede vivir influenciado por el pa¬sado. Lo menos que se puede hacer por el amor es ser sincero, tener claridad de percepción y llamar a cada cosa por su nombre. Ser capaz de dar la respues¬ta precisa sin engañar ni engañarte. Por¬que te amo te doy la respuesta, desde mi realidad, que te corresponde a ti y a tu realidad, en este momento. Más tar¬de no sé lo que puede ocurrir, y por ello no te hago promesas que no sé si po¬dría cumplir.

Esto es lo menos que puedes exigirle al amor: sinceridad. La espiritualidad consiste en ver las cosas, no a través de cristales de color, sino tal como son. La espiritualidad ha de nacer de ti mismo; y cuanto más seas tú mismo, serás más es¬piritual.

Lo cierto es que el dolor existe porque rechazamos que lo único sustancial es el amor, la felicidad, el gozo.

No seas fotocopia

No imites a nadie, ni siquiera a Je¬sús. Jesús no era copia de nadie. Para ser como Jesús, has de ser tú mis-mo, sin copiar a nadie, pues todo lo auténtico es lo real, como real era Jesús.

La culpabilidad y la crítica no exis¬ten más que en la mente de la cultu¬ra. Las personas que menos se pre-ocupan de la vida de ahora, de vivir el presente, son las que más se pre¬ocupan por lo venidero. Preocúpate por estar despierto, vive ahora y no te importará el futuro. Cuando tu mentalidad cambia, todo cambia para ti, a tu alrededor. Lo que antes te pre¬ocupaba tanto, ahora te importa un bledo y, en cambio, vas descubrien¬do cosas maravillosas que antes te pasaban inadvertidas.

Lo que más les preocupa a las per¬sonas programadas es tener razón. Tie¬nen miedo a perder sus ideas, en las que se apoyan, porque les dan pavor el ries¬go, el cambio, la novedad, y se agarran a sus viejas ideas porque están fosili¬zadas.

Nuestra vida se convierte en un lío porque tomamos por realidad lo que no son más que programaciones que no nos sirven de nada y nos agarramos a ellas porque no sabemos descubrir otra cosa. En el fondo, tenemos una enor¬me inseguridad y, para sentirnos mejor, vamos a consultar a los que creemos que saben más que nosotros, creyendo que ellos nos van a solucionar los pro¬blemas. Pero los problemas, que sólo existen en nuestra imaginación, sólo despertando los solucionaremos.

Fácil y difícil

Se cuenta que había un gran maes¬tro llamado Buso, que vivía con su es¬posa y una hija, todos con fama de sa¬biduría y santidad. Un día se acercó un hombre al maestro y le preguntó:

-La iluminación, ¿es fácil o difícil?

Y Buso le contestó:

-Es tan difícil como alcanzar la Luna.

No conforme, el hombre se acercó a la mujer de Buso y le hizo la misma pregunta, a lo que ella le contestó:

-Es muy fácil. Es tan fácil como beberse un vaso de agua.

Intrigado se quedó el hombre y, para salir de dudas, le hizo la misma pregunta a la hija del maestro, que le contestó:

-¡Hombre!, si lo haces difícil es di¬fícil, pero si lo haces fácil...

Lo más difícil es la capacidad de ver, ver simplemente, con sinceridad, sin engañarse, porque ver significa cambio, nada a qué agarrarse, y esta¬mos acostumbrados a buscarnos asi¬deros y a andar con muletas. En cuan¬to llegas a ver con claridad, tienes que volar; y volar es no tener nada de qué agarrarte. Necesitamos desmontar la tienda en la que nos refugiábamos y seguir por el sendero adelante sin apoyos.

El susto mayor es por la aniquilación de todo miedo, puesto que los miedos han sido el manto en el que te envol¬vías para no ver ni ser visto. Dejar las cosas atrás y enfrentarte a la felicidad, cuando no quieres ser feliz a ese pre¬cio. Una felicidad que has de expre¬sar tú y no esperar a que te la den he¬cha. Aunque vas diciendo que buscas la felicidad, lo cierto es que no quie¬res ser feliz. Prefieres volver al nido antes que volar porque tienes miedo, y el miedo es algo conocido y la feli¬cidad no.

En mi profesión de psicólogo ad¬vierto cada día esto. Lo primero que tiene que entender el buen psi¬cólogo es que el que viene a él no busca la curación, sino el alivio, la comodidad, pero no quiere cam¬biar; es demasiado expuesto y com¬prometido.

Es como aquel que está metido en la porquería hasta la boca y que lo único que le preocupa es que no le hagan olas, no que lo saquen de allí. Lo malo es que la mayoría equipara la felicidad con conseguir el objeto de su apego, y no quiere saber que la fe¬licidad está precisamente en la ausen¬cia de los apegos, y en no estar so¬metido al poder de ninguna persona o cosa.

En la naturaleza no existen fronteras. No están más que en nuestra mente. Toda tierra es de todos, y toda cultura no es más que ideas que nos separan.

Conocerse a fondo

Para despertarse, el único camino es la observación. El ir observándose. El ir observándose uno a sí mismo, sus re¬acciones, sus hábitos y la razón de por qué responde así. Observarse sin críti¬cas, sin justificaciones ni sentido de culpabilidad ni miedo a descubrir la verdad. Es conocerse a fondo.

El indagar e investigar quién es Je¬sucristo es muy loable, pero ¿para qué sirve? ¿Te puede servir para algo si no te conoces a ti mismo? ¿Te sirve para algo si estás controlado y manipulado sin saberlo?

La pregunta más importante del mundo, base de todo acto maduro, es: ¿Yo, quién soy? Porque, sin conocerte, no puedes conocer ni a Dios. Conocer¬te a ti mismo es fundamental. Sin em¬bargo, lo curioso del caso es que no hay respuesta para la pregunta ¿quién soy yo?, porque lo que tienes que averiguar es lo que no eres, para llegar al ser que ya eres.

Hay un proverbio chino que dice: "Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la visión. Cuando la men¬te no está bloqueada, el resultado es la sabiduría, y cuando el espíritu no está bloqueado, el resultado es el amor."

Hay que quitar las vendas para ver. Si no ves, no puedes descubrir los im¬pedimentos que no te están dejando ver.

El observarte a ti mismo es estar atento a todo lo que acontece dentro y alrededor de ti, como si esto le ocurrie¬se a otra persona, sin personalizarlo, sin juicio ni justificaciones ni esfuerzos por cambiar lo que está sucediendo, ni for¬mular ninguna crítica ni autocompade¬certe. Los esfuerzos que hagas por cam¬biar son peores, pues luchas contra unas ideas, y lo que hay que hacer es com¬prenderlas, para que ellas se caigan por sí solas una vez que comprendas su fal¬ta de realidad. Hay que cuestionar todo esto para ver si se comprende como una verdad y entonces te pondrás a obser¬varte.

La vida observada

A veces te sientes mal, hecho un lío, no sabes funcionar solo y te vas al psi¬cólogo a que te arregle. El psicólogo no puede hacer nada que tú no hagas. No puede conseguir nada que tú no es¬tés dispuesto a hacer. Puede escuchar¬te y ayudar a que tú mismo vayas acla¬rándote mientras hablas. En verdad, lo que haces allí es observarte, y eso es lo que has de hacer tú, pero de con¬tinuo. Yo soy psicólogo y puedo de¬cirte que la terapia, la mayoría de las veces, lo que hace es un intercambio de problemas: te quita uno, pero te mete otro.

La espiritualidad es la que intenta solucionarte. Busca solucionar el pro¬blema del yo, que es el que está gene-rando los problemas que te llevan al psicólogo y al psiquiatra. La espiritua¬lidad va directamente a la raíz, a res-catar tu yo, el auténtico, que está aho¬gado por barreras que no lo dejan ser libremente.

El hacer esfuerzos por cambiar es contraproducente, pues lo que te va a cambiar es la verdad: observar la ver-dad y comprender que tu programación no te deja ser tú mismo. El observador es lo que te va a cambiar. "La vida no observada, no examinada, no vale la pena vivirla, porque no es vida", decía Sócrates.

Es preciso darse cuenta de todas las reacciones que surgen al mirar a una persona, un paisaje o a uno mismo. Observa cómo sueles reaccionar frente a determinadas situaciones. Mirar con objetividad, como si no fueras tú, to¬mando conciencia de lo que pasa den¬tro y fuera de ti, estando atento (como cuando conduces). Hacerlo sin juicios valorativos, porque si te pones etique¬tas, ya no ves las cosas como son. Caer en la cuenta, sin prejuicios, sólo enten¬diéndolo.

Si no cambiamos espontáneamente es porque ponemos resistencia. En cuanto descubramos los motivos de la resistencia, sin reprimirla ni rechazar¬la, ella misma se disolverá. Cuando en nosotros hay sensibilidad, no se nece¬sita violencia alguna para conseguir las cosas que necesitamos, pues todo se resuelve entendiendo, comprendiendo; y nos sorprendemos al ver cómo todo se resuelve según comprendemos la realidad y no luchemos contra ella.

Tenemos que darnos cuenta de que, con la palabra, o con el pensa¬miento, solemos etiquetar las cosas y las personas, y luego, como conse¬cuencia de ello, vivimos el personaje de la etiqueta, y no la persona. Po¬nerse en contacto con la realidad es mirar ésta sin querer interpretarla, ni cambiar nada, sino dejar que la rea¬lidad cambie el orden de las cosas lu¬ciendo por sí misma.

Para ser como Jesús, has de ser tú mismo, sin copiar a nadie, pues todo lo auténtico es lo real, como real era Jesús.

Métodos para ser feliz

Darte cuenta del dolor, de la aflic¬ción o del desasosiego que sufres y cuál es el motivo; de dónde sale, en verdad,

ese sufrimiento. Si te sientes molesto, darte cuenta en seguida de ello, y de dónde nace este malestar. (Si dices que estás molesto porque alguien se ha por¬tado mal contigo, no se puede enten¬der que tú te castigues porque otro se comporta mal. Tiene que haber otro motivo más personal y escondido. Ob¬sérvalo.)

Darte cuenta de que el sufrimiento o las molestias se deben a tu reacción ante un hecho o una situación concreta y no a la realidad de lo que está ocu¬rriendo. (Si vas a ir al campo y llueve, el enfado no está en la lluvia -que es la realidad-, sino en tu reacción por¬que se han contrariado tus planes.)

Solemos echar la culpa a la realidad y no queremos darnos cuenta de que son nuestras reacciones programadas las que nos contrarían. Tenemos unos hábitos inculcados, que funcionan como una maquinita automática: a tal pregunta, tal respuesta; a tal contrarie¬dad, tal reacción. Y funcionamos como autómatas. La cultura nos inculca unas leyes rígidas, cuya única razón es que así se ha hecho siempre. Y con esta ra¬zón tan endeble somos capaces de ma¬tarnos por defender: honor, patria, ban¬dera, raza, familia, buenas costumbres, orden, ideales, buena fama y muchas más palabras que no encierran más que ideas sin sentido real, que nos han in¬culcado como cultura. Y lo mismo ocu¬rre con las ideas religiosas.

Lo importante es el ser, y no el fi¬gurar. La verdad es que estamos tan metidos en esa programación que ac¬tuar con claridad de percepción, desde esa cultura, casi parece un milagro, y más si pretendemos reaccionar sin dis¬gusto. Hay que despertarse antes para comprender que lo que te hace sufrir no es la vida, sino tus alucinaciones, y cuando consigues despertar y apartas los sueños, te encuentras cara a cara con tu libertad y con la verdad gozosa.

Lo cierto es que el dolor existe por¬que rechazamos que lo único sustancial es el amor, la felicidad, el gozo. Cuan¬do somos capaces de encontrar el ca¬mino despejado, para ese amor-felici¬dad que somos, nos topamos con el dolor, que no es nada concreto ni sus¬tancial por sí mismo, sino la ausencia de la percepción del amor-felicidad. Como la oscuridad, que no existe, sino que es consecuencia de la menor per¬cepción de la luz.

La vida es, en sí, un puro gozo y tú eres amor-felicidad como sustancia y potencial para desarrollar. Sólo los obs¬táculos de la mente te impiden disfru¬tarla plenamente. Son las resistencias que pone tu programación lo que te impide ser feliz. De no tropezar con tu resistencia, ¿dónde estaría el dolor? Habría una armonía en ti, igual a la que existe en la naturaleza. Más aun, pues tú eres rey de esa naturaleza y dotado de una sensibilidad para captar la bon¬dad, la felicidad y la belleza, que te hace creativo y capaz ya, no sólo de ser feliz, sino de dar amor-felicidad a ma¬nos llenas.

Con sólo observar todo esto ya es¬tás dando un paso para tu despertar. Todo depende de tu reacción, y ésta depende de tu programación; y si eres capaz de observar esto y comprender¬lo, ya tendrás bastante.

Lo más difícil es la capacidad de ver, ver simplemente, con sinceridad, sin engañarse, porque ver significa cambio.

3

¡RECONOCE TU AÑADIDURA!

Toda programación y todo condicio¬namiento te llevan a ser un robot. Los hábitos sirven para cosas prácticas (ca¬pacidad de andar, de hablar un idioma, de conducir un coche... ), pero para ver las cosas con profundidad, en el amor y la comunicación, los hábitos son como anestesiar la creatividad, lo nue¬vo, y no desear vivir el riesgo del pre¬sente.

Lo malo es que hasta la espirituali¬dad ha sido objeto de programación, de desfiguración, pues la espiritualidad es como la realidad;.pero todo lo valioso es susceptible de distintas interpretacio¬nes y manipulaciones.

Cada persona tiene una forma de re¬accionar y de interpretar. Yo conozco a un sacerdote que está deseando tener un cáncer para morir sufriendo... Otros, la mayoría, se llevarían un gran disgusto al saber que tienen cáncer. Tanto una actitud como la otra no de¬jan de ser producto de una programa¬ción religiosa o cultural.

Cuando una persona programada te ofende sin motivo, tan programado es¬tás tú como ella, por dejarte ofender, porque las dos reacciones son igual de absurdas e irreales. Ocurre que, cuan¬do estás dormido, te molestan las per¬sonas que están dormidas, porque la programación del otro afecta la tuya, te la recuerda, y eso es lo que más te mo¬lesta, aunque no quieras reconocerlo. Si cuando un niño o un mono te hacen una mueca, reaccionas enfadándote, señal de que eres tan niño o tan mono como ellos. Estar despierto es no dejarte afec¬tar por nada, ni por nadie. Y eso es ser libre.

Tú eres el que ha de elegir tu propia reacción frente a las cosas, situaciones y personas, no los hábitos ni tu cultu¬ra. Si sigues programado, tienes que saber ver que esa programación es el control del que se vale la sociedad para imponerte sus criterios. Estamos sien¬do controlados en la medida en que se¬guimos dormidos: por el consumismo, por la política, por el poder, por el tra¬bajo y por el ocio. Las competiciones han pasado de ser un juego entreteni¬do y saludable, a ser actos de odio. An¬tes se jugaba por el puro placer de ju¬gar; ahora, en las competiciones, se contaminó el deporte con el veneno de vencer y elevarse por encima del ven-cido.

Lo mejor del hombre es el amor, y no lograr una marca, humillando a los vencidos. Yo soy mejor que tú y por ello consigo la admiración y la fama; pero ¿en qué eres mejor que yo?, ¿en co¬rrer?, ¿en saltar?, ¿en meter una bola entre dos palos y dentro de un cesto? Y eso, ¿para qué sirve?, ¿amas con ello?, ¿te haces más persona? Lo peor de todo esto son las comparaciones que miden al hombre ajustándolo a una medida ideal, rígida, y ponen en acercarse a ese modelo del ídolo, toda energía y todo condicionamiento; ¿para qué?, para que resplandezcan los valores auténticos, genuinos.

Vivimos en una era adoctrinada. Hasta al Santo Padre, al asistir a la consagración de un grupo de carde¬nales, se le escapó decir: "Estos 150 cardenales que han tenido el honor de ser elegidos..." ¿Es un honor ser car-denal? ¿No es más bien un servicio?

Estamos adoctrinados y nos deja¬mos arrastrar por las programaciones. Vivir libremente, siendo dueño de uno mismo, es no dejarse llevar ni por per¬sona ni situación alguna. Saber que nada ni nadie tiene poder sobre uno ni sobre sus decisiones. Eso es vivir me¬jor que un rey, y saber oír esa hermosa sinfonía de la vida y disfrutarla.

A veces puede haber emociones o depresiones, por trastornos físicos o psíquicos, pero eso ya no te trastor-na, porque ya no te quita la capaci¬dad de ser feliz y alegrarte con lo mucho hermoso que se produce a cada momento ante tus ojos. La de¬presión está ahí, tú la observas, pero ya no te identificas con ella. Es algo que está sucediendo por un motivo que conoces y, por lo tanto, está con¬trolada. Nada puede contra ti. Ocu¬rre fuera de tu ser.

Lo contrario al miedo es el amor. Donde existe el amor no hay miedo alguno. Y el que no tienen miedo alguno no teme la violencia, porque él no tiene violencia alguna. Toda violencia viene del miedo y crea más violencia.

En cuanto metes tu yo...

Santa Teresa dijo que Dios le con¬cedió el don de desidentificarse de sí misma y poder ver las cosas desde fuera. Éste es un gran don, pues el único obstáculo y raíz de todo pro¬blema es el yo. Des identificarse sig-nifica no afectarnos por lo que está ocurriendo -vivirlo como si le ocu¬rriese a otro-, pues en cuanto mete¬mos nuestro yo en cualquier persona, situación o cosa, preparémonos para sufrir. Vivir desidentificados es vivir sin apegos, olvidados del ego, que es el que genera egoísmo, deseo y ce¬los, y por el cual entran todos los con-flictos.

Otra cosa que nos muestra que es¬tamos programados es creer que cada uno está en posesión de la verdad. Cada religión cree tener la verdad y ser la única, la exclusiva. ¿Por qué? Temen perder si reconocen que pue¬

de haber verdad en cada una y en to¬das ellas. Si viviésemos desidentifi¬cados de nuestras creencias, no nos preocuparíamos por lo que lleven de acertado o no. Las creencias pueden cambiar, lo importante es lo esencial que descubramos dentro de nosotros y que nos lleva a ir buscando la ver¬dad, y saber que es de todos.

Despertarte es despertar a la reali¬dad de que no eres el que crees ser. Esto es desidentificación. Sólo podrás conseguir esto cuando seas capaz de atribuir tus tribulaciones a tu progra¬mación y no a la realidad. Cuando uno se aflige, intenta cambiar la rea¬lidad para ajustarla a su programa¬ción, pues cree que ésa será la solu¬ción a su problema; pero como no lo consigue, su frustración viene a su¬marse a su aflicción y el problema no se aclara.

Si el problema viene de tu progra¬mación, no puedes cambiar la vida y a los demás, sino desprogramarte o ver, por lo menos, claramente, de dónde viene el problema. Si cambias y te abres a la realidad, verás cómo todo cambia a tu alrededor, pues era tu mente la equivocada, y al cambiar tu mente y abrirte a la realidad, cam¬biará tu manera de ver y de vivir lla¬mando cada cosa y situación por su nombre.

Recuerda aquello de: "En vez de alfombrar todo el mundo para que no tropieces, es más fácil que te calces unas zapatillas." ¿Se consigue la fe¬licidad en esta vida? Cuando sueltes tus alucinaciones, te darás cuenta de que la felicidad siempre estuvo en ti, pero se metieron las exigencias de por medio, la cultura, los deseos, los mie¬dos, con sus mecanismos de defensa, y la fueron ahogando. Darnos cuenta de esto ya es dar un gran paso.

Una persona, con tantas exigencias y problemas, no puede amar, ni en¬contrar la felicidad, porque ya tiene bastante con defenderse de lo que cree que la está atacando. En ese es¬tado, lo que llamamos amor es egoís-mo, amor a nuestro ego, interés pro¬pio. Nos sentimos tan mal y con tan¬tos miedos, que sólo podemos mirar-nos a nosotros mismos, vigilándonos con recelo porque, en verdad, tampo¬co nos amamos.

Amor es pura gratitud, y nosotros nos ponemos condiciones. Y si nos ponemos condiciones a nosotros mis-mos, ¿cómo no vamos a ponérselas a los demás? Convertimos eso que lla¬mamos amor en un egoísmo refinado que utilizamos, o para darnos placer, o para evitar sensaciones desagrada¬bles, sensaciones de culpabilidad, o miedo al rechazo. Para evitar esto, co¬merciamos con lo que llamamos amor. Si somos capaces de ver esto y de llamar las cosas por su propio nombre, ya vemos claro.

Las acciones pueden ser malas o buenas, siempre dependerán de la madurez y cordura del que las cometa.

Reconoce tu añadidura

A Dios sólo se lo encuentra por un proceso de sustracción. Sabiendo lo que no es, no añadiéndole nombres, conceptos y etiquetas, encontraremos a Dios. Dios es, y por ello es inaprensi¬ble, no lo podemos enmarcar ni clasi¬ficar porque escapa a toda objetivación. Por eso, el ser humano es también in¬aprensible, porque es semejante a Dios. Cuantas más añadiduras le pongamos al ser, menos lo conoceremos. Hemos de dejarlas caer todas. Y lo mismo con la realidad. Si yo le exijo a la realidad unas condiciones, o le pongo unas aña-diduras, me alejaré de la realidad, la verdadera, y estaré siempre chocando con lo falso.

Los místicos son los que se han abierto confiadamente a la realidad, sin preocuparse por el resultado, pues sa¬ben que sólo en la realidad habita la verdad.

Meterse en la batalla de la vida, pero con el corazón en paz, es la única ma¬nera de vivir la realidad de la vida. Es cumplir la voluntad de Dios. Para ello, el primer paso es reconocer la añadi¬dura, darte cuenta con sinceridad de tus bloqueos y obstáculos.

El segundo paso es mirar la causa, sabiendo que está fuera de la realidad. Sin culparte ni justificarte. Tú no tie¬nes la culpa de esa programación, y cuando caes en los hábitos, no lo ha¬ces adrede. Tú eres víctima de tu pro¬pia diagramación. No estés desconten¬to, irritado y molesto contigo mismo, porque eso no te va a ayudar. Y si su¬fres, si te afliges, no tomes tu aflicción por tu ser. Desidentifícate de ese sufri¬miento.

El yo, ¿quién es? ¿Soy un cuerpo? No, porque las células de mi cuerpo son renovadas continuamente y, en siete años, no queda ni una de las anteriores y, sin embargo, sigo siendo el mismo. Yo no soy mi cuerpo, pero tampoco soy mis pensamientos, pues ellos cambian continuamente y yo no. Ni tampoco soy mis actitudes, ni mi forma de expresar¬me, ni de andar. Yo no puedo identifi¬carme con lo cambiable, que abarca las formas de mi yo, pero no es mi yo.

Tú eres el ser, lo que es. El cielo es, no cambia; las nubes sí. Lo único que puedes buscar es lo que no eres, pues en cuanto puedes objetivarlo ya no lo eres, sino que es una forma, una expre¬sión de lo que realmente eres. Puedes buscar lo que no eres, y al ir apartando tus formas y añadiduras, te irás liberan¬do de ideas equivocadas sobre ti y, de¬trás de todo esto, irá surgiendo tu ser.

Así es que el tercer paso es no iden¬tificarte con las formas que cambian,

ni apegarte a ellas, ni rechazarlas, ni ponerles etiquetas, ni valorarlas dándo¬les una importancia que no tienen. Lla¬marlas por su nombre: son formas nada más, y si les das batalla, toman una importancia que, en sí, no tienen. Cuan¬do las mires tal como son, perderán importancia y se replegarán a su lugar. Hay que comprenderlas, entender por que están ahí, para que no te estorben ni molesten. Entonces la importancia que les hayas dado hasta ahora se va, porque no es real, no existe, y descu¬bres que no eran más que alucinacio-nes del sueño de un ser dormido. No hay que violentarse con nada ni para mejorarlo ni para cambiarlo. Lo que es, es, y sólo lo es por su propia causa, nada lo puede dañar si está despierto.

Estar despierto es no dejarse afectar por nada, ni por nadie. Y eso es ser libre.

Resultado de nada

El místico vomita antes el fruto del bien y del mal para poder entrar de nue¬vo en el Paraíso. No enjuicies nada, sino comprende el porqué y el lugar de las cosas. La felicidad no es el resulta¬do de nada. Ella es, en sí misma, y la descubres cuando te libras de todo jui¬cio y añadidura. Cuando quieres arre¬glar las cosas, metes en ellas tu yo en¬demoniado, tu apego, y lo estropeas todo. Entra solo en la realidad. No te apegues, ni siquiera a la liberación, por¬que ella no es aprensible, no se deja apresar, y lo que harás es crearte otras cadenas, otra esclavitud. Sólo tienes que ver las cosas como son.

Las cosas sólo serán cuando deban ser, por mucha prisa que te des. La rea¬lidad no es algo que se pueda forzar ni comprar. Se trata de ver la realidad tal como es. Lo cierto es que ya estás en ella, siempre lo has estado, pero la bus¬cas, como aquel pez que iba loco bus¬cando el océano. Lo único que no te deja es tu programación y tus exigen¬cias.

Nadie hace el mal sin una justifica¬ción. Es la justificación la que lo enga¬ña. Nadie se daña a sí mismo conscien¬temente, sino inconscientemente. El que hace el mal es un loco que no me¬rece castigo, sino cura. No se puede condenar al que peca, sino el pecado, que es un error. Las acciones pueden ser malas o buenas, y siempre depen¬derá de la madurez y cordura del que las cometa. No puede llamarse malo al que comete actos equivocados creyen¬do que los hace bien, o al que hace eso compulsivamente, defendiéndose de peligros que sólo están en su imagina¬ción. Ése es un loco, un ser dormido al que hay que despertar, o un enfermo al que hay que curar.

Nadie hace las cosas malas adrede, fríamente, por maldad, por la sencilla razón de que el componente sustancial de nuestro ser es el amor, la bondad, la felicidad, la belleza, la inteligencia como luz de la verdad. Si esta sustan¬cia está ahogada por los miedos, por el sufrimiento, la única solución es sacar lo que estorba.

Las cosas se observan para ver la verdad que hay detrás de las formas con que se cubren. Uno puede tener en la mano un papel sucio creyendo que es un cheque de mucho valor. Si lo haces renunciar a él o se lo quitas antes de que descubra su valor real, esa perso¬na siempre estará creyendo que le qui¬taron algo de valor y se comportará como un ser estafado, engañado, despojado, y sus reacciones serán de autodefensa. Así nunca despertará a la realidad. Primero habrá que despertarlo y luego él mismo será el que tire el papel sucio, riéndose del engaño en que estuvo metido. Y en¬tonces sí quedará liberado.

Y si renuncias voluntariamente a algo, creyendo que es un valor y que has hecho un sacrificio con ello, siem-pre te vanagloriarás de lo que has he¬cho y pedirás aprobación y admiración de los demás. Pero si antes despiertas y comprendes que en esa renuncia tuya no hay nada de valor, que lo que has hecho es buscarte a ti mismo, ¿cómo te vas a vanagloriar de renunciar a algo que no servía para nada? Al contrario, te sentirás bien por haberte liberado de algo que te impedía ser más tú mismo. Pero además, entonces, comprenderás con hu¬mildad a aquellos que aún se sienten ape¬gados a lo que tú ya has renunciado por estar despierto.

Estamos siendo controlados en la medida en que seguimos dormidos: por el consumismo, por la política, por el poder, por el trabajo y por el ocio.

No tengas miedo

¿Cómo sería Jesús para que todos los sencillos se sintieran tan a gusto con Él? Jesús no se sentía superior a los demás porque vivía en la realidad. La señal de estar en contacto con la realidad es la sencillez.

El miedo es lo que nos lleva a que¬darnos en la programación. Lo con¬trario al miedo es el amor. Donde existe el amor no hay miedo alguno. Y el que no tiene miedo alguno no teme la violencia, porque él no tiene violencia alguna. Toda violencia vie¬ne del miedo y crea más violencia.

El que se enfada es que tiene mie¬do. Nosotros huimos de los enfados porque provocan nuestros miedos y, a la vez, nos ponen violentos. Nos asustamos de la agresividad porque despierta nuestra propia agresividad. Nos defendemos no por justicia, sino por miedos.

El místico es el que es capaz de li¬berarse completamente del miedo, por eso no es violento. El enemigo del amor no es el odio, sino el mie¬do. El odio es sólo una consecuencia del miedo. El miedo genera los de¬seos. Los deseos son otra consecuen¬cia del miedo. El que nada teme está seguro y nada desea.

Hay un deseo común, que es el cumplimiento de lo que se cree que va a dar felicidad al yo, al ego. Ese deseo es apego, porque ponemos en él la seguridad, la certeza de la feli¬cidad. Es el miedo el que nos hace desear agarrar con las manos la feli¬cidad, y ella no se deja agarrar. Ella es. Esto sólo lo descubrimos obser¬vando, bien despiertos, viendo cuán¬do nos mueven los miedos y cuándo nuestras motivaciones son reales. Si nos agarramos a los deseos, es señal de que hay apego.

El pez tenía sed

Tienes dos maneras de ver, de ob¬servar. Una manera intelectual, teó¬rica, sin profundizar. La otra manera de ver es existencial, mirando desde tu propia vida, desde tu ser. San Pa¬blo dice: "Veo lo que debo hacer, y hago lo que no quiero." Al decir esto se refiere al ver intelectual, que a nada compromete porque no es un ver revelador. Cuando lo ves desde lo existencial, lo ves desde la libertad que te da la verdad y entonces lo ves tal cual es, y esa revelación hace que despiertes a la realidad.

Había una vez un árabe que viaja¬ba en la noche, y sus esclavos, a la hora del descanso, se encontraron que no tenían más que 19 estacas para atar a sus 20 camellos. Cuando lo consultaron al amo, éste les dijo:

-Simulad que claváis una estaca cuando lleguéis al camello número 20, pues como el camello es un ani¬mal tan estúpido, se creerá que está atado.

Efectivamente, así lo hicieron, y a la mañana siguiente todos los came¬llos estaban en su sitio, y el número 20 al lado de lo que se imaginaba una estaca, sin moverse de allí. Al des¬atarlos para marcharse, todos se pu-sieron en movimiento menos el nú¬mero 20 que seguía quieto, sin mo¬verse. Entonces el amo dijo:

-Haced el gesto de desatar la es¬taca de la cuerda, pues el tonto aún se cree atado.

Así lo hicieron y el camello enton¬ces se levantó y se puso a caminar con los demás.

Ésta es una buena imagen que pue¬de ilustrar nuestra estupidez humana cuando estamos programados e inca-paces de ver por nosotros mismos ni decidir por nosotros mismos, sino por hábitos, por unos gestos determina¬dos, por la costumbre y por nuestra programación. Lo del pez que tenía miedo a ahogarse sería la mejor defi¬nición del hombre frente a su reali¬dad. Cuando estamos dormidos no tenemos miedo de los sueños, pero sí tenemos miedo de despertar a la rea¬lidad, porque supone un cambio. Su¬pongo que preferir el sueño a la rea¬lidad es de idiotas, pero así es.

Kabir decía: "Me reí mucho al ver que el pez en el agua tenía sed." Ésta es nuestra propia realidad de dormi-dos. Sólo se despiertan los que desean despertarse. Tratar de convencer a los que no lo entienden es como irritar al cerdo.

Despertarse es despertar a la realidad de que no eres el que crees ser.

Menudo descanso

El sufrimiento que padeces es el equivalente a tu resistencia a la reali¬dad. El resistirte a la verdad hace que choques con la realidad, que te está di¬ciendo que no es por ahí, que revises tus planteamientos para que se ajusten a la verdad. Si lo comprendes así, cre¬cerás. Si no lo comprendes y te empe¬ñas en seguir obcecado y dormido, su¬frirás sin remedio. En cuanto entiendas esto, por la observación que te dé luz para descubrir tu realidad, se acabarán tu sufrimiento y tu irritación.

Es muy importante, pues, ver, obser¬var lo que te perturba para entender lo que anda mal en ti. Al descubrir esto, verás cómo cambia tu escala de valo¬res. Vas descubriendo tesoros por todas partes, mientras se va cayendo, por sí sólo, lo que no vale. No sabes bien lo que supone, la paz que consigues, cuan¬do dejas caer la carga de tu superyó de una posición que te empeñabas en man¬tener y que suponía tantos esfuerzos y frustraciones; la razón que siempre querías tener, el afán por defender tu imagen, tu nombre, tu prestigio, y todo lo que mantenías para impresionar, para que te valorasen o te tuviesen en cuen¬ta. ¡Puf!, ¿para qué servía todo eso? Menudo descanso cuando lo tiras todo por la borda.

Y lo paradójico es que lo mantenías porque buscabas en ello remedio a tu inseguridad, y la verdadera seguridad la alcanzas cuando lo sueltas todo. Ése es tu premio, con el que te sorprende la realidad. Y resulta que tienes moti¬vos para estar siempre contento, pues las experiencias buenas son siempre gratificantes, y las malas te proporcio¬nan crecimiento, al señalarte los obs¬táculos. Incluso las personas que te dan la lata, son motivo para que cambies, al conocerte mejor; y ya no te empe¬ñas en cambiarlas a ellas.

No hay nada más clarividente que el amor. En cambio, la emoción del ape¬go, que tomas por amor, te hace ciego. Si estás apegado a tu amigo, no podrás verlo, porque te lo impedirá tu emo¬ción. La emoción del apego trae consi¬go reacciones, pero no acciones. Para las acciones tienes que estar despejado y despierto.

Meterse en la batalla, pero con el corazón en paz, es la única manera de vivir la realidad de la vida.

4

AMAR ES ESCUCHAR TODOS LOS INSTRUMENTOS

Yo no soy nada de lo que creo ser: mis cosas, mi cuerpo, mis sentimien¬tos. Mi yo es indefinible porque no hay nada que lo defina. Cuando yo me re¬laciono con otra persona, ¿con quién me relaciono?, ¿con una imagen? Cuando me relaciono tengo noción del otro como unas experiencias, unos re¬cuerdos, y con estas nociones constru¬yo su imagen. Así es que no me rela¬ciono con esta persona, sino con la me¬moria que tengo de ella. Cuando abra¬zo a un amigo, ¿a quién abrazo? Abra¬zo un recuerdo. Es así, y lo cierto es que, si yo fijo la persona a la memoria que tengo de ella, la estoy fijando a un prejuicio.

Y así funcionamos por la vida, juz¬gando por prejuicios. Como consecuen¬cia de ellos, si conocemos a una persona sólo por sus hábitos, cuando esa persona cambia, lo notarán sólo las personas despiertas o los que acaben de conocerla, pues para los otros si¬gue fijada a sus hábitos, que son lo que recuerdan.

Por ello, nadie es profeta en su tie¬rra ni entre su familia, por regla gene¬ral. Porque allí prevalecen los datos anecdóticos, las apariencias, y la per¬sona queda apegada a esos recuerdos para sus convecinos o familiares. De Je¬sús dijeron sus paisanos: "¿No era éste el hijo del carpintero?" Y Natanael, an¬tes de conocer a Jesús, dice: "¿De Ga¬lilea puede salir algo bueno?"

Nos movemos a base de prejuicios, de recuerdos y tópicos. Es peligroso vivir de la memoria, del pasado. Sólo el presente está vivo, y todo lo pasado está muerto, no tiene vigencia. Incluso el futuro no existe. Sólo hay vida en el presente, y vivir en el presente supone dejar los recuerdos, como algo muerto, y vivir las personas y los acontecimien¬tos como algo nuevo, recién estrenado, abierto a la sorpresa que cada momento te puede descubrir. Es el ahora el que importa, porque ahora es la vida, ahora todo es posible, ahora es la realidad.

La idea que la gente tiene de la eter¬nidad es estúpida. Piensa que dura para siempre porque está fuera del tiempo. La vida eterna es ahora, está aquí, y a ti te han confundido hablándote de un futuro que esperas mientras te pierdes la maravilla de la vida que es el ahora. Te pierdes la verdad. El temor al futu¬ro, o la esperanza en el futuro, es igual, son proyecciones del pasado. Sin pro¬yección no hay futuro, pues no existe lo que no entra en la realidad.

Cuentan que un indio, condenado a muerte, se escapa y como lo persiguen de cerca se sube a un árbol que está colgado sobre un precipicio. Abajo lo esperan sus guardianes. No tiene esca¬patoria. Pero, de pronto, descubre que el árbol al que se subió es un manza¬no. Entonces coge su fruto y se pone a saborear las manzanas que están a su alcance. Esto es saber saborear el pre¬sente, sin proyectar el pasado en el fu¬turo. ¿Sería posible vivir sin angustias ni preocupaciones? Eso sólo lo descu¬briréis cuando estéis despiertos y viviendo en presente.

Cuando san Juan de la Cruz habla de la purificación de la memoria, se refiere a purificarla de toda emoción. No anclarse en los recuerdos, ni su¬frir de nostalgia, ni de añoranzas. Li¬berarse de las emociones del pasado; liberar la memoria de toda emoción para recibir limpiamente todo lo nue¬vo. Estar disponible, para recibir a la persona en cada momento, limpio de todo recuerdo y emoción. Cuando te encuentro, para percibirte con clari-dad, he de dejar atrás todo lo pasado -tanto lo bueno como lo malo ¬para estar abierto a tu presente sin re-lacionarte con ninguna imagen, sino con la realidad de ese presente.

El amor va siempre unido a la verdad y a la libertad, y por eso nunca es débil.

El ser y la imagen

Si alguien me preguntase quién soy, para darle datos tendría que referirme a cosas registradas en la memoria. Ten¬dría que formar una imagen llena de etiquetas, y yo no soy nada de eso. Yo soy. Un ser imprevisible como la vida misma, que no cabe en ninguna ima¬gen porque mis formas son cambian¬tes, y mi verdadero ser es inaprensible, imposible de referir. Cuando vivimos dormidos, llevamos con nosotros una imagen propia, un yo ideal que nos he¬mos fabricado con trozos de recuerdos y otras cosas soñadas por nuestro idealismo. Cuando alguien dice de mí algo que no me gusta, es la imagen lo que se ofende, pues nadie puede herir al que no tiene imagen propia. Yo no soy nunca la imagen que ten¬go de mí mismo ni la que tienen los demás de mí. Yo soy, y el ser no cabe en ninguna imagen porque las tras¬ciende todas.

Es peligroso vivir de la memoria, del pasado. Sólo el presente está vivo. Es el ahora lo que importa, porque ahora es la vida, ahora todo es posible, ahora es la realidad.

El amor es

A la persona no se la puede desear, porque en cuanto deseas a una per¬sona has dejado de amarla como tal. Yo no soy una cosa. No soy deseable

ni indeseable. Soy lo que soy y nada más. Tú llegarás a amar a las perso¬nas en cuanto no te importe lo que son las personas. El amor es imper¬sonal. En el amor no se mete la per¬sonalidad. El amor es, y fluye por medio de ti; tú no lo fabricas y en el amor la persona se queda a un lado. Por eso, el amor te deja libre y dis-ponible. El yo es un impedimento para amar. Cuando eliges, o com¬paras, o pides compensaciones, es porque necesitas a esa persona para amarte a ti mismo. Cuando desapa¬recen los recuerdos, los prejuicios y las visiones subjetivas, entonces ya surge el amor que fluye desde donde es.

La personalidad, el yo, es un im¬pedimento para amar, porque consi¬dero a las personas amadas como algo mío. Amo a mi hijo, a mi marido, a mi familia, porque son algo mío, dis¬tinguiéndolos de los que me quedan más lejos. Entonces estoy cosifican¬do lo más cercano como pertenencias a las que debo amar. Y el amor no sabe de deberes ni de gratificaciones, porque el amor es libre y gratuito. "Te amo, te quiero, te necesito, no puedo vivir sin ti" significan: me agarro a ti porque llenas mi necesidad y mi ape¬go. Eso es egoísmo. El amor existe aunque no haya nadie allí. Es nues¬tra esencia y se manifiesta en una manera de ser, un estado del alma, y está en consonancia con la capacidad de ver y existir, y en cuanto veamos y seamos nosotros mismos libremen¬te, no podremos ser otra cosa que amor.

Jesús ama así. Tenemos una idea equivocada del amor como algo mue¬lle, dulzón y consentidor. El amor va siempre unido a la verdad y a la li¬bertad, y por eso nunca es débil. Pue¬de ser brusco, pero también puede ser suave y más dulce que nada. Jesús fue amor siempre, y en su vida se mani¬festó unas veces brusco, duro inclu¬so, y otras tierno, dulce y sensible. El amor da siempre la respuesta acerta¬da, no se equivoca.

Por eso no puedes imitar a Jesús, ¿cómo vas a imitarlo?, ¿acaso tú eres Él? Cada uno tiene que ser auténti-co, ser uno mismo, y Jesús lo fue has¬ta el fin. El día que seas tan auténti¬co como lo fue Jesús, entonces no tendrás que imitarlo, pues en cada momento sabrás lo que hacer. El día que llegue a ti la iluminación, serás amor y vivirás la eternidad en cada instante.

Yo soy, y el ser no cabe en ninguna imagen porque las trasciende todas.

El fuego es el amor

Lo que la sociedad te enseñó a ate¬sorar no vale nada. Lo que la historia te legó como honor, patria, deber, etc., no vale nada, porque tienes que vivir libremente el ahora, separado de los re¬cuerdos, que están muertos; sólo está vivo el presente y lo que tú vas descu¬briendo en él como real. Lo que llamas yo no eres tú, ni eres tampoco tu pa¬rentela, ni tu padre, ni tu madre, por¬que eres hijo de la vida. Dondequiera que haya sufrimiento, hay identifica¬ción con el yo, con una cosa, y en don¬de hay conflicto es que existe identifi¬cación del yo con un problema, con un obstáculo que pone la mente. Esto es matemático. Tomamos de la vida lo no real. Le tenemos mucho miedo a la ver¬dad, y preferimos hacer ídolos con la mentira.

Dicen que hubo un señor que des¬cubrió en la antigüedad el arte de ha¬cer fuego. Lleno de alegría quiso co-municar su arte a las demás tribus. Se fue a una tribu del norte, donde hacía mucho frío, y les enseñó el invento. Lo aprendieron en seguida y estaban tan contentos que fueron a darle las gracias al maestro. Pero éste ya se había ido, porque era un gran hombre al que sólo le importaba el bien del prójimo. En¬tonces fue a otro lugar a enseñar el arte de hacer fuego; pero en esta tribu, pri¬mero lo recibieron los sacerdotes, que se quedaron perplejos: ¿de dónde ve¬nía la magia con la cual hacía este hom¬bre el fuego? Al ver el éxito que el fue¬go tenía en la tribu, los sacerdotes tu¬vieron celos y asesinaron al maestro, pero -para que el pueblo no los cul¬pase- hicieron una gran escultura de él y lo subieron a un pedestal, junto con el invento de hacer fuego, para que toda la tribu lo venerase. Y en aquel pueblo ya nunca hubo fuego, sino veneración y alabanzas. Es necesario comprender que la verdadera oración es el fuego, y no la veneración ni la adoración de una imagen. ¿Dónde está el fuego? "Yo he venido a traer fuego para que arda", dijo Jesús. Hay muchos sacerdotes, pero pocos que sepan hacer fuego. El fuego es el amor. Tú no puedes tener el amor, es el amor el que te tiene a ti, y te cambia y te acrisola. La felicidad y el amor van juntos, pero no produ¬cen emociones, ni excitación, porque esto es enemigo de la felicidad. Tam¬poco producen aburrimiento, porque la felicidad nunca harta cuando es, de ver¬dad, felicidad. Y no harta porque exis¬te donde no existe el yo. La felicidad es un estado de continua conciencia. Si tú eres consciente de una cosa, la pue¬des controlar siempre y verla tal cual es. Si no eres consciente, esa cosa te domina.

Sólo si amas serás feliz, y sólo ama¬rás si eres feliz. Y amar es un estado que no elige a quién amar, sino que ama porque no puede hacer otra cosa, por¬que es amor.

Oír un solo instrumento en la sin¬fonía del amor, es privarse de la ar¬monía del concierto. Amar es escu¬charlos todos.

Sólo si amas serás feliz, y sólo amarás si eres feliz.

5

EL MIEDO SE APRENDE

La felicidad no tiene contrapuesto porque nunca se pierde. Puede estar os¬curecida, pero nunca se va porque tú eres felicidad. La felicidad es tu esen¬cia, tu estado natural y, por ello, cuan¬do algo se interpone, la oscurece, y su¬fres por miedo a perderla. Te sientes mal, porque ansías aquello que eres. Es el apego a las cosas que crees que te proporcionan felicidad lo que te hace sufrir. No has de apegarte a ninguna cosa, ni a ninguna persona, ni aun a tu madre, porque el apego es miedo, y el miedo es un impedimento para amar. El responsable de tus enfados eres tú, pues aunque el otro haya provocado el conflicto, el apego y no el conflicto es lo que te hace sufrir. Es el miedo a la imagen que el otro haya podido hacer de ti, miedo a perder su amor, miedo a tener que reconocer que es una imagen la que dices amar, y miedo a que la ima¬gen de ti, la que tú sueñas que él tenga de ti, se rompa. Todo miedo es un im¬pedimento para que el amor surja. Y el miedo no es algo innato, sino aprendido.

El miedo es provocado por lo no existente. Tienes miedo porque te sien¬tes amenazado por algo que ha regis-trado la memoria. Todo hecho que has vivido con angustia, por unas ideas que te metieron, queda registrado dentro de ti, y sale como alarma en cada situa¬ción que te lo recuerda. No es la nueva situación la que te llena de inseguridad, sino el recuerdo de otras situaciones que te contaron o que has vivido ante¬riormente con una angustia que no has sabido resolver. Si despiertas a esto, y puedes observarlo claramente, recor¬dando su origen, el miedo no se volve¬rá a producir, porque eliminarás el re¬cuerdo.

No tengáis miedo

Con la religión nos han metido mu¬chos miedos que están ahí y que hay que solucionar. "No tengáis miedo", dice Jesús en el Evangelio. Todo el Evangelio está lleno de estas adverten¬cias: "No temáis..., no os preocu-péis..., no os aflijáis..." pero nosotros hemos hecho una religión llena de ta¬búes y temores, llena de ideas falsas y de falsos ídolos.

Había una madre que no conseguía que su hijo pequeño regresara a casa antes del anochecer, después de jugar. Para asustarlo, le dijo que había unos espíritus que salían al camino tan pron¬to se ponía el sol. Desde aquel momen¬to, el niño ya no volvió a retrasarse. Pero cuando creció tenía tanto miedo a la oscuridad y a los espíritus que no había manera de que saliera de noche. Entonces su madre le dio una medalla y lo convenció de que, mientras la llevara consigo, los espíritus no se atre¬verían a atacarlo. El muchacho salió a la oscuridad bien asido a su medalla. Su madre había conseguido que, ade¬más del miedo que tenía a la oscuridad y a los espíritus, se le uniese el miedo a perder la medalla.

La buena religión te enseña a libe¬rarte de los fantasmas, y la mala a fiar¬te de las medallas. No metamos a Dios en los fantasmas.

A Dios sólo se lo puede conocer por la vida, que es su manifestación. Él está en la verdad, y de despertar a la verdad se trata.

Estamos programados

Para mí, muchas veces es difícil combinar los roles de padre espiritual y de psicólogo. Vienen a ti a que les

des un consejo moral que los tranqui¬lice y, si resulta que lo que necesitan es una terapia y se la das, se escandali¬zan, y entonces creen que los has da¬ñado en sus sentimientos o creencias. A nadie has hecho daño, sino que has llamado las cosas por su nombre. Es nuestra programación la que nos hace sufrir.

Un día vino un señor, desesperado porque otro, señor había estado tocan¬do los genitales de sus dos niñas de pocos años, y él, que lo sorprendió, quería matarlo. Y las niñas estaban aho¬ra llenas de miedo. No por lo que su¬cedió, sino por la reacción de los pa¬dres ante el hecho. El padre no quería ver esto y me miraba como si estuvie¬se loco. Su programación no le permi¬tía ver que, si él hubiese reaccionado como si nada hubiese pasado, delante de las niñas, éstas lo tomarían como un juego y nada alarmante quedaría regis¬trado en sus mentes.

Puedes pedir explicaciones, romper¬le las narices o tratar de reaccionar con el señor que tocó a las niñas. Pero si estás programado para pensar que la acción en sí es pecaminosa y que las niñas han sido mancilladas, y todas esas cosas de nuestra cultura, estarás atrayendo hacia ellas tu alarma y tus miedos. Mucho más que los tuyos, pues ellas, que no están programadas, regis¬trarán en su mentes una alarma que uni¬rán al acto en sí: sin más explicaciones y para siempre, tendrán miedo a todo lo que se relacione con ello. Un miedo que será inconsciente, irracional, y por ello mucho más peligroso.

En cuanto al señor que tocó a las ni¬ñas, en el peor de los casos es un ser enfermizo, con una sexualidad sin de¬sarrollar, y no el sádico y pervertido que se suele ver en él. ¿Que hay que defenderse de él? De acuerdo, pero si estás despierto, llamarás las cosas por su nombre y te darás cuenta de que los miedos que provocas sobre él son los mismos que metieron en tu infancia ante actos similares. Si piensas con rea¬lismo, verás que el prójimo -igual que tú- es miedoso, infantil, egoísta y es¬túpido. Y no es que lo sea, sino que es su programación la que hace que se muestre así; nadie te defrauda en la rea¬lidad. Es el juicio que tenías de la per¬sona (de cómo debería ser) lo que te ha defraudado.

Cuando te enamoras de una perso¬na, lo haces de una imagen (la imagen de tus sueños); así también el mundo de la realidad que vives (de lo que tú crees realidad) es falso, porque está su¬jeto a conceptos. Los conceptos no son más que añadiduras que ha puesto tu cultura.

La felicidad es tu esencia, tu estado natural.

Arrepentimiento: una trampa

En la cárcel real, es el guardián el que tiene la llave. Pero en la cárcel psi¬cológica (en la que estamos metidos por nuestra programación), es el prisio¬nero el que tiene la llave, pero lo malo es que no se da cuenta. ¡Ay de ti, si ves esto claro, porque irremediablemente vas a salir de tus prisiones psicológi¬cas y vas a cambiar para llamar a las cosas, personas y situaciones por su nombre! Entonces ya no hay vuelta atrás. Te va a ser duro, pero más duro es vivir a ciegas, adormilado.

Jesús insiste en la metanoia, en vi¬vir la vida bien despiertos, sin perder¬se nada. El arrepentimiento es morir de verdad al pasado para instalarse en el presente mirándolo con ojos nuevos. El concepto de arrepentimiento, tal como nos lo explicaron, era como una tram¬pa. Si no hubiese arrepentimiento qui¬zá no habría pecado, porque mucha gente peca para arrepentirse. Es un jue¬go psicológico con nosotros mismos en el que buscamos terminar el juego con el arrepentimiento. Es una forma de desahogarse emocionalmente y recibir aceptación, aprobación, con el perdón. Por eso, metanoia no quiere decir es¬tar arrepintiéndose una y otra vez, sino despertar a la verdad.

Todo miedo es un impedimento para que el amor surja. Y el miedo no es algo innato, sino aprendido.

Cambia tu programación

Los hombres buscan y huyen de mu¬chas cosas, y no entienden que, tanto lo que buscan fuera como aquello de lo que huyen, está dentro. Estás inten¬tando escapar de algo que está dentro de ti: tu inconsciente, en donde están grabadas todas tus programaciones. Y lo que buscas, el amor, la felicidad, está dentro de ti, eres tú mismo. Es el des¬pertar a tu suficiencia lo que va a libe¬rarte. La resolución de todo está den¬tro de ti, y si consigues ser suficiente, ya has llegado a ser tú mismo. Pero mientras no se te vayan tus neurosis de adormilado, no intentes cambiar el mundo; antes despierta tú.

Mientras duermes y sueñas, ves a las personas y al mundo igual que te ves tú. El día que cambies, cambiarán to¬das las personas para ti, y cambiará tu presente. Entonces vivirás en un mun¬do de amor. El que ama, termina siem¬pre por vivir en un mundo de amor, porque los demás no tienen más reme¬dio que reaccionar por lo que él los impacta.

Ahora piensa en las personas con las que ordinariamente vives y trabajas, y en los problemas que tienes con ellos.

¿Sabes la solución? Te voy a decir un remedio mágico, porque no falla nun¬ca: cambia tu programación y todo cambiará. Renuncia a tus exigencias: lo más importante para vivir el presente, tanto contigo mismo como con los de¬más, es renunciar a las exigencias.

Las exigencias son la fuente de todo problema de relación y convivencia. Exiges que el otro no sea egoísta, que no sea indiferente, y te autoconvences de que lo haces por su bien. ¿Que lo haces por su bien? Y entonces, ¿por qué te molesta su actitud?; ¿no será que está reflejando algo que no te permites a ti mismo? No te engañes, llama las co¬sas por su nombre. No seas exigente contigo mismo y comenzarás a no exi¬gir a los demás. Sal de esa programa¬ción que te tiene prendido en el árbol del bien y del mal y comenzarás a acep-tar la realidad sin juicios ni críticas. Cuando te molesta que tu amigo sea exigente, es que tú lo eres también. Cuando te molesta que no reaccione, no seas exigente y no le pidas lo que no está dispuesto a hacer en ese momen¬to. Pero puedes comprenderlo y no juz¬garlo, sino esperar que él sepa por sí solo salir de su pasividad. Eso puede ayudarlo, y en cambio la exigencia no.

No te compete a ti apresurar los re¬sultados, porque tú no estás para arre¬glar el mundo, sino para amarlo y comprenderlo. ¿No te das cuenta de que, cuando buscas un resultado y luchas por él, lo que haces es buscarte a ti mismo? Quieres, en el fondo, tener razón y demostrarlo. Olvidas que, para cada persona, la vida tiene reservados un ritmo y una ocasión. Mira a las personas tal como son, res¬pétalas, acéptalas y trata de compren¬derlas allí en donde están y dales la respuesta que a ti te corresponde: la del amor y la comprensión.

El mundo de la realidad que vives es falso, porque está sujeto a conceptos. Los conceptos no son más que añadiduras que ha puesto tu cultura.

Ejercicio de fantasía

Piensa en una persona conocida y date cuenta de las veces que le has exi¬gido comportarse de determinada ma¬nera, y pídele perdón por haber queri¬do cambiarla. Habla con ella con sin¬ceridad, sin miedos. Puedes decirle algo así: "Tú haz tu propia vida. Yo no voy a enfadarme porque obres de una manera distinta a como yo lo haría. En¬tiendo que eres libre de hacerlo, pero eso no quiere decir que no voy a prote¬germe de las consecuencias de tus ac¬tos. Yo me protegeré cuando lo crea necesario, pero no voy a protegerte de ti mismo."

La persona libre es la que es capaz de decir sí o no con la misma sencillez en cualquier circunstancia. Si a veces dices sí por no desilusionar a la gente, eso no es amor, es cobardía. Un gran ejercicio para el amor es saber decir no.

Cuando alguien te pide algo insis¬tentemente, como si le fuese la vida en ello, y tú no ves lo positivo de que ac¬cedas, sé capaz de decir sencillamen¬te, y todo lo enérgicamente que sea ne¬cesario, que tú no sueles hacer regalos ni concesiones a las personas si no tie¬nes claros los medios ni los motivos psicológicos para hacerlos. Porque, si no, te vas a quedar resentido de su im¬posición, y él va a ser una víctima de ese resentimiento que provoca y, ade¬más, estarás retrasando su crecimiento y su autonomía como persona.

Ser disponible, estar abierto, no es eso. Eso es miedo a perder la imagen y cobardía ante la verdad, porque decir la verdad es, a veces, difícil. No quie¬res darle un remedio, pero quieres que se cure y, en cambio, no aguantas que se porte así. ¡Cobarde, egoísta, hipócri¬ta!, ¿qué hay de bueno en tu actitud? Si hubieras estado completamente libre del sentido de culpabilidad, le hubie¬ras dicho sencillamente que no. El egoísmo es exigir que el otro haga lo que tú quieras. El dejar que cada uno haga lo que quiera es amor.

En el amor no puede haber exigen¬cias ni chantajes.

Algunos me han preguntado cuán¬do voy a hablar de Dios. Y yo creo que, en lo dicho hasta ahora, lo único que he hecho es hablar precisamente de Dios. A Dios sólo se le puede conocer por la vida, que es su manifestación. Él está en la verdad, y de despertar a la verdad se trata.

Se cuenta que un árabe fue a visitar a un gran maestro y le dijo:

-Tan grande es la confianza que tengo en Alá que, al venir aquí, no he atado el camello.

Y el gran maestro le contestó: -¡Ve a atar el camello, idiota, que Dios no se ocupa de lo que tú puedes hacer!

Dios es Padre, pero un buen padre que ama en libertad, y quiere y propi¬cia que su hijo crezca en fuerza, sabi-duría y amor. El niño que está apegado a sus padres es un niño enfermizo psi¬cológicamente, por culpa de sus padres.

El niño es incapaz de amar, pero ne¬cesita ser amado. Es un ser que nace espontáneo y libre para buscar y apren¬der desarrollando su experiencia con sus cinco sentidos y la atención alerta para captar la vida. Si sus padres le con¬dicionan el amor que necesita a una obediencia y a unas reglas, perderá su libertad, y por miedo a perder el amor de sus padres, su acogida y sus caricias, comenzará el apego. Tiene miedo a la angustia que le produce el rechazo de sus padres, y sólo por eso se someterá. Eso es un chantaje afectivo que va a pagar muy caro durante toda su vida. Ese niño crecerá creyendo que el amor, el cariño, hay que comprarlos, y ten¬drá una dependencia y un apego que confundirá con el amor. Su mente es¬tará programada.

Las personas programadas van bus¬cando siempre hacer las cosas mejor. Van ansiosos de victorias, de conquis¬tas, de logros y nunca están satisfechos, por eso sufren tanto cuando no alcan¬zan las metas que su exigencia les im¬pone. Son seres que no viven ni disfru¬tan con lo real.

Estos seres extienden su exigencia a los demás y por eso están incapacita¬dos para amar. Buscan la felicidad don¬de no está.

Sólo en la libertad se ama. Cuando amas la vida, la realidad, con to¬das tus fuerzas, amas mucho más li-bremente a las personas. Si disfrutas de mil flores, no te agarras ninguna; pero si agarras sólo una, no disfrutas del resto. La causa de mi felicidad no es el amigo, pero brota cuando estoy con él. Antes creía que la sinfonía sonaba sólo cuando estábamos juntos, pero ahora veo que la felicidad no es casual.

La felicidad es evidente siempre si no le pones estorbos. Los estorbos más grandes de la felicidad pueden ser los apegos. Lo que importa no es ni tú ni yo, sino la relación, libre de exigencias, del amor. Hagas lo que hagas no tengo miedo a que me ofen¬das ni a ofenderte. No tengo ningún deseo de impresionarte. Prefiero ser sencillamente lo que soy, con mis for¬mas, y deseo que me aceptes así.

Precisamente con esta relación tie¬ne sentido el matrimonio, y no por las promesas ni los contratos. Ya que no te necesito para ser feliz, no te ato ni me ato. Tú eres mi instrumento favo¬rito, pero no renuncio a escuchar los demás. El amor es una sensibilidad que te capacita para escuchar todos los instrumentos, precisamente por-que uno despertó más hondamente esa sensibilidad. Y la armonía se lo¬gra cuando, juntos, estáis disponibles y sensibilizados para escuchar todas las melodías.

El amor y la felicidad están dentro de ti: eres tú mismo.

Otro ejercicio

Piensa en alguna temporada en que te sentiste rechazado, desatendido o hu¬millado. A ver si consigues compren¬der la situación con realismo, mirándo¬la con sinceridad, en profundidad; y puedes descubrir que, si tú no te die¬ras por ofendido, no existiría recha¬zo ni humillación alguna. Quizá en¬cuentres que haya existido una acti¬tud de rechazo o de desaprobación, pero ¿qué tiene que ver la actitud del otro con tu ser?

Tú eres lo que eres, independien¬temente de lo que digan o piensen los demás. Las formas, las actitudes, los pensamientos y los sentimientos cam¬bian y tú sigues siendo tú, y de la misma forma cambian los pensamien-tos, actitudes y sentimientos de las otras personas mientras ellas siguen siendo lo que son.

Entonces, ¿qué es lo que te ofen¬de, la persona o sus formas? Las for¬mas no te pueden ofender, porque son cosas cambiables que no existen. Los juicios que las personas hacen de ti nos expresan mucho más de sus for¬mas, de su programación, que de ti. No tiene sentido que te ofendas. Y si no, acuérdate de Buda, al que una vez insultaron y él no se inmutó, y dijo que no podía afectarlo; y explicó que si alguien le traía un regalo, y él no lo aceptaba, ¿de quién era el regalo? De la persona que lo trajo, ¿verdad? "Pues si no quieres enfadarte, no aceptes el insulto ni el regalo."

El enfado, ¿qué es? Que tú no te conformas con las exigencias de mi programación. Que no te gusta mi forma de actuar. No tiene lógica. Pue¬de que tengas buena intención, pero no puedes hacer al otro según tu bue¬na voluntad. Resulta que, mirado cla¬ramente, lo que está ocurriendo es que, porque uno se porta mal, al otro le sube la presión. El entender esto bien, sin identificaciones, es una li¬beración.

En la violencia del místico no en¬tra nada personal. No hay en él vio¬lencia que venga del miedo, ni del desprecio, ni de exigencia alguna.

Puede violentarse con el otro para defenderse del mal del otro, pero lo hará sin emociones, aunque estará lle-no de amor.

Solemos reaccionar ante las imá¬genes que nos reflejan los otros. Ve¬mos en el otro lo que estamos desean¬do ver (lo idealizamos), o ponemos en él nuestros miedos (lo rechaza¬mos), y así nos impedimos conocer al otro en su realidad.

¿Qué es el pecado? Cuanto más li¬bre albedrío tengas, menos posibili¬dad de pecar. El pecado es una enfer-medad de la esclavitud: pecas si eres esclavo de la Ley; pero si eres cons¬ciente de que Cristo te liberó, eres li¬bre, y la libertad de la que habla Je¬sucristo es la de estar despierto.

Antes de cambiar a los demás, cam¬bia tú. Limpia tu ventana para ver me¬jor. Pon la atención en la causa negati¬va que te ha hecho sufrir, no en el que te ha ofendido. La causa es la progra¬mación. Esa programación te la metie¬ron desde niño, tú no tienes la culpa de ello, como tampoco la tiene el otro.

Al llegar a este estado, verás que todo lo que te sucede es bueno. Como el agricultor que tiene pozos de agua y está tranquilo porque ya no depen¬de de que llueva o no. Todo lo verás bien y con sosiego. Si no sabes el ori¬gen de tu enfermedad, no la curas, sino que la reprimes y siempre esta¬rás sufriendo por ella. Si sabes su ori¬gen, ya tienes su curación a mano.

Todo cambio auténtico se efectúa sin esfuerzo alguno. La persona hu¬mana tiene unas energías fabulosas en reserva, para cuando necesita poner¬las en marcha. Lo importante es des¬cubrir lo que está ocurriendo en ti y a tu alrededor para saber lo que anda mal y sus causas. Importa el estar despierto.

El ir al templo no te va a cambiar, ni el hacer novenas a los santos. Eres tú el que ha de cambiar. Recuerda que no sirve el decir ¡Señor, Señor!, sino hacer la voluntad del Padre. Y la vo¬luntad del Padre es que seamos fie¬les a la verdad, porque sólo la verdad nos hará libres.

Hace falta despertar. El miedo sólo se te quita buscando el origen del miedo. El que se porta bien en base al miedo es que lo ha domesticado, pero no ha cambiado el origen de sus problemas: está dormido.

Todo cambio auténtico se efectúa sin esfuerzo alguno. La persona humana tiene unas energías fabulosas en reserva, para cuando necesita ponerlas en marcha.

6

EL TESORO ESTÁ DENTRO DE TI

Nadie sabe quién es Dios, y lo dice santo Tomás de Aquino: “Como es imposible saber la naturaleza de Dios, es imposible hablar de Dios”. No es posible comprender a Dios, porque escapa a todo razonamiento. Me preguntan si lo que yo explico es la teología de la liberación y yo contesto que lo que yo explico es la liberación de toda teología. Yo estoy de acuerdo con la liberación, pero no con la palabra teología, para hablar de la liberación. Para liberarte, lo que necesitas es darte cuenta de tu programación y de las premisas falsas en que apoyas tus acciones.

Te enfadas. ¿Por qué te enfadas? Porque eres exigente. ¿Eres capaz de dejar esas exigencias y darte cuenta de todo esto? El conflicto viene de las insatisfacciones e intolerancias que tie¬nes contigo mismo. Si no te aceptas a ti mismo, ¿cómo vas a tolerar a los demás? Andarás exigiéndote a ti y a los demás continuamente, y siempre insatisfecho. Si no cambias, ¡ay de ti y de los que te rodean!, pues te con¬vertirás en un fariseo intolerante. El secreto de la liberación te llegará cuando te hartes de sufrir. Necesitas encontrar el tesoro escondido que sólo está dentro de ti.

Al hombre sabio es imposible ha¬cerlo esclavo. La verdadera libertad está por encima de las leyes, de las razas, de políticas, de fronteras y de idiomas. Recordad aquellas palabras que dijo un sabio griego cuando iban a venderlo como esclavo: "Aquí está un maestro, ¿hay algún esclavo que desee comprarme?"

Gandhi decía que la libertad de la patria le importaba un bledo, porque lo importante era la libertad del hom¬bre. Tenía una visión clarísima de las prioridades: primero Dios y descubrir ese tesoro que está dentro del hom¬bre. Decía: "Tengo para mí que el fin de la vida es la visión de Dios, y he de conseguirlo, si es preciso, sacrifi-cándolo todo: familia, patria y hasta la vida."

Desgastamos la vida en tonterías que nada valen. Y la vida es el más preciado regalo que se puede desear. Intentar impresionar a la gente, bus¬car riquezas, honores, prestigio... ¿para qué sirve eso? Pero vuelvo a decir que esto lo habrás de descubrir tú para despertar. Tienes que cuestio¬narlo todo. Cuidado con aceptar las cosas que digo sin analizarlas since¬ramente, desde tu centro que no te puede engañar. No hay que tragar nada -sólo conseguirás una nueva programación encima de la que tie¬nes-, sino cuestionarlo, analizando esto y lo opuesto. Hacerlo supone apertura. Hay que ser receptivo sin ser crédulo.

Si no te aceptas a ti mismo, ¿cómo vas a tolerar a los demás?

El dichoso niño

El que está en el Reino de Dios es el que se ha convertido en niño, pero bien despierto, sin que lo puedan ma-nipular ahora. Cada niño lleva dentro a Dios al nacer, pero nuestros esfuerzos por moldearlo hacen que convirtamos a Dios en un demonio. Si ves a un niño, verás el egoísmo en forma pura. Sólo es capaz de pensar en sí mismo, pero es natural que sea así. El egoísmo del niño es cosa divina, pues necesita toda su energía concentrada dentro de él. Nosotros intentamos cambiarlo y estro¬peamos los planes de Dios en él. Es-tropeamos su espontaneidad introdu¬ciendo en él los miedos. El miedo hace al niño mentir y amoldarse por no per¬der la aprobación de los padres.

Deja al niño ser todo lo egoísta que quiera. El niño sólo piensa en darse placer a sí mismo y, poco a poco, va descubriendo el exterior y, con él, el placer refinado de extender su placer a los otros. Su creatividad se mues-tra destrozando todo por curiosidad. Le gustan el movimiento y el ruido. El conflicto entra porque no coinci¬de lo que le gusta al niño con lo que les gusta a los padres.

El niño tiene que crecer, poco a poco, descubriendo las cosas por sí mismo y a su tiempo. El niño ha de hartarse primero de chocolate antes de ofrecerlo. Si te empeñas en que lo comparta con su hermanito, odiará al hermanito. En realidad, a todos los niveles, lo que llamamos caridad y al¬truismo no es más que un egoísmo re¬finado.

Nos damos gusto dando gusto a los demás, porque cada uno se busca a sí mismo. Así somos todos. Les ponemos nombres muy liberales a las cosas que no lo son, aunque tengan su explicación y su razón. Tendremos que aprender a llamar las cosas por su nombre para no engañarnos. Cada uno va buscándose a sí mismo, porque si no nos encontra¬mos a nosotros mismos, no podremos salir hacia los demás.

Si yo quiero cambiarme a mí mismo tendrá que ser en base a la comprensión, intuición, conciencia, tolerancia, sin violencia.

Violencia cultural

Nos aburrimos por la memoria, cuando está contaminada por la emo¬ción, pues si olvidásemos por comple¬to lo anterior, con sus emociones, todo nos parecería nuevo. Lo que ocurre es que solemos petrificar las emociones en la memoria. La realidad es que todo cambia continuamente, y si pudiéramos verlo así, todo nos sorprendería por su novedad.

Cuando hacemos favores, si los hi¬ciéramos sin llevar cuenta, no espera¬ríamos luego agradecimiento; pero lle-vamos cuenta y luego nos hacemos la ilusión de que lo hemos hecho por al¬truismo. Si cuando haces algo por otro, lo haces a gusto y eres feliz haciéndo¬lo, ¿por qué esperas entonces corres¬pondencia?

El amor desinteresado, ¿existe? Y, sin embargo, es el único al que se pue¬de dar el nombre de amor. ¿Quién quie¬re ser objeto de un amor sacrificado? Te gusta que el otro disfrute amándo¬te, y también que disfrute al hacerte un favor. ¿Entonces por qué cuando eres tú el que ama o hace el favor esperas una compensación?, ¿no es bastante la alegría de poder amar y compartir con el otro lo que tienes?

La gratitud es un gancho. Nuestra cultura la convirtió en una obligación, y la sociedad de consumo ha montado un gran negocio con ello. "Moyto obri¬gado" (muy obligado), dicen los por¬tugueses, en una definición exacta de lo que ha llegado a ser el agradecimien¬to. La cultura contamina lo que toca, porque es un elemento manipulador.

El niño es otra víctima de la violen¬cia cultural. La cultura dice: "Hay que reformar al niño", con lo que se da por supuesto que el niño es malo, y con la consigna de que hay que prepararlo para la vida (¿qué vida?) se lo domes¬tica metiéndole una programación de leyes y reglas de conducta. El niño, pre¬cisamente, nace con toda su capacidad despierta para agarrarse a la vida, pues la vida es la única maestra que no se equivoca y lo educa en libertad.

En la India hay niños de seis años que se ganan el sustento para ellos y sus familiares; y la vida y la necesi-dad son las que se lo han enseñado.

Al niño le hace falta la libertad. "Más vale un barrendero feliz que un juez o un gran político infeliz." Con toda la mejor voluntad del mundo, la gente religiosa es opresora. Lo que sue¬le llamarse respeto es una forma de miedo. Hay que darle al niño de seis años el mismo respeto que al presidente de la nación. La función que haga cada uno no tiene ninguna importancia. To¬dos somos necesarios. El valor para te¬ner en cuenta es ser feliz y buscar tu sitio en la vida.

Odiarse a sí mismo

En el corazón de cada joven existe un trono que le ha sido usurpado. Cuan¬do se restituya ese trono, el joven esta¬rá curado. Hay que aprender sólo porque se quiere aprender, y para ello hay que respetar y salvaguardar la curiosi¬dad innata del niño. De adentro viene la demanda. Al niño le gusta la ense¬ñanza, lo que rechaza es el método y la manipulación.

Al niño se le enseña desde pequeño a odiar su cuerpo. Se le hace sentir ver¬güenza por ciertas partes de su cuerpo. Y es nuestra cultura quien lo hace. En las tribus no hay problemas de viola¬ción ni de infidelidad, porque no exis¬ten traumas sexuales.

Si no hubiera ley no habría pecado. La ley sólo sirve para las personas pro¬gramadas, para las libres no. No se pue¬de comenzar la vida con autodesprecio. Los niños van pasando de una expe¬riencia a otra cuando se sacian de la anterior. Si tú detienes esa experiencia, se la cortas, haciéndole creer que es algo malo. No sólo provocas un miste¬rio y rompes una evolución natural, sino que habrás metido en él un miedo a algo que desconoce, porque no exis¬te una razón convincente para hacerlo. Si le dices que está mal, lo habrás in-troducido en la ley expulsándolo del Paraíso.

Si yo logro que te odies a ti mismo, me será más fácil dominarte, domesti¬carte; y eso es lo que hace nuestra mal llamada educación. La sociedad te en¬seña a estar siempre insatisfecho, para dominarte y controlarte. Con ello, la sociedad se ha beneficiado, pero ha pa¬gado un precio muy alto: la guerra. Nunca podrás amar a los demás si te detestas a ti mismo. El amor significa no hacer violencia y respetar la liber¬tad. El amor es: yo estoy de tu lado, no estoy en contra de ti.

Los niños crecen con la sensación de que los padres están en su contra. Si tú no haces violencia al niño, él tampoco tendrá ganas de ser violento con nadie.

Lo primero para cambiar al niño reprimido es destruirle la conciencia, la ley que le impusieron. La conciencia del bien y del mal es lo contrario de la toma de conciencia. La toma de con¬ciencia es la sensibilización, la sensi¬bilidad que no necesita la conciencia. Si eres consciente estás despierto y sen¬sible a todo.

Tendremos que aprender a llamar las cosas por su nombre para no engañarnos.

El amor no castiga

¿Castigar o no castigar? El amor no castiga nunca. El respeto no es más que miedo y, de la misma forma, el castigo no es más que venganza. El acto de lla¬mar a reflexión (que puede ser incluso violento) no es castigo, sino un acto de amor, porque lleva en él la curación como fin.

El castigo como venganza es un acto de odio, que engendra más odio. Cuan¬do el niño no respeta tu libertad o la de los demás, puedes pegarle una palma¬da en ese momento, para que asocie de dónde viene el golpe; no hay dificul¬tad, porque él aprenderá y comprende¬rá sin dejarle más residuos. El acto co¬menzó y terminó con un resultado ló¬gico, como ocurre en la vida.

Cuando le echas un sermón que no entiende y percibe tu disgusto y tu re¬chazo, que sí entiende, comienza a sen¬tirse culpable de algo que es la moral, el deber y las normas, que él no llega a entender pero que necesita cumplir para tenerte contento, entonces sí le es¬tás haciendo mucho daño. Y si percibe en ti el resentimiento de la venganza, estarás fomentando en él un violento, vengador y resentido; no lo dudes.

Si se sube a un árbol y se cae ha¬ciéndose daño, aprenderá a ir con más cuidado otra vez y no tendrá sentido de culpabilidad. De la misma manera, el cachete que le puedes dar inmediata¬mente lo asociará a lo que acaba de ha¬cer, pero ahí no entran la moral ni la culpabilidad, sino la realidad. Pero hazlo siempre sin estar molesto, para que no haya rastro de recriminación ni de acusación, consciente de que eso es amor. Lo que no te privará de conso¬larlo si llora, como harías si se cayera del árbol. Esto es lo que lo diferencia.

Si yo quiero cambiarme a mí mis¬mo tendrá que ser en base a compren¬sión, intuición, conciencia, tolerancia, sin violencia. Pues eso mismo necesi¬tan los demás. Todas las represiones tie¬nen un solo motivo; la insatisfacción de ti mismo, tu intolerancia. No puedes dar libertad si tú no eres libre. No pue¬des amar, si no te amas. Y no podrás fingirlo, pues tu boca puede decir una cosa, pero tu voz, tu actitud y todo tu cuerpo estarán diciendo otra. Habrá una contradicción que contaminará el am¬biente. Es preferible hacer ver tu ver¬dad a los demás, mostrando el estadio en que estás, con sencillez, y tu capa¬cidad real en ese momento.

Cuando haces el bien desde toda tu persona, como una expresión natural de tu ser, no eres consciente de ello. Cuan¬do eres consciente y te enorgulleces de ello, es que ha entrado en ti el yo que todo lo complica, y después te crees más que los demás. Lo peor de todo es la hipocresía de los padres y maestros, haciendo de modelos que luego no son capaces de cumplir, y de ahí llega el desconcierto y la desconfianza de los niños, cuando el oído se viene abajo. De esa desilusión de los niños surge luego el odio.

El amor desinteresado existe: es el único al que se puede dar el nombre de amor.

El amor no es una droga

El amor es la única necesidad que tiene el ser humano. Amar y ser él mis¬mo. La sexualidad no es amor. El amor dice: "No soy yo quien te amo, sino que es el amor el que está aquí, es mi esen¬cia, y no puedo menos que amar." Eso surge libremente cuando estás despier¬to y se han caído tus programaciones.

Cuando comprendes que eres felici¬dad no tienes que hacer nada. Sólo de¬jar caer las ilusiones. El apego se fo¬menta porque tú te haces la ilusión (porque así te lo han predicado y lo has leído en mucha literatura barata) de que tienes que conseguir la felicidad bus¬cándola fuera; y esto hace que desees agarrarte a las personas que crees te producen felicidad, por miedo a perder¬las. Pero como esto no es así, en cuan¬to te fallan, o crees que te fallan, vie¬nen la infelicidad, la desilusión y la an¬gustia.

La aprobación, el éxito, la alaban¬za, la valoración, son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la sociedad, y al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible. Lo importan¬te es desengancharse, despertando, para ver que todo ha sido una ilusión. La única solución es dejar la droga, pero tendrás los síntomas de la absti¬nencia. ¿Cómo vivir sin algo que era para ti tan especial? ¿Cómo pasarte sin el aplauso y la aceptación? Es un proceso de sustracción, de despren¬derte de esas mentiras. Arrancar esto es como arrancarte de las garras de la sociedad.

Habías llegado a un estado grave de incapacidad de amar, porque era imposible que vieras a las personas tal como son. Si quieres volver a amar, tendrás que aprender a ver a las personas y las cosas tal como son. Empezando por ti. Para amar a las personas has de abandonar la necesidad de ellas y de su aprobación. Te basta con tu aceptación. Ver clara¬mente la verdad sin engaños. Alimen¬tarte con cosas espirituales: compa¬ñía alegre, camaradería sin apegos, y practicando tu sensibilidad con mú¬sica, buena lectura, naturaleza...

Poco a poco, ese corazón que era un desierto siempre lleno de sed in¬saciable, se convertirá en un campo inmenso produciendo flores de amor por todas partes, mientras suena para ti una maravillosa melodía: has en-contrado la vida.

Piensa en uno de los pasajes del Evangelio en que Jesús, después de despedir a la gente, se queda solo. ¡Qué hermoso es ese amor! Sólo el que sabe independizarse de las per¬sonas sabrá amarlas como son. Es una independencia emocional, fuera de todo apego y de toda recriminación, lo que hace que el amor sea fuerte y clarividente. La soledad es necesaria para comprenderte fuera de toda pro¬gramación. Sólo la luz de la concien¬cia es capaz de expulsar todas esas ilusiones y pesadillas en las que es¬tamos viviendo y, con ellas, expulsar también los rencores, todas las nece¬sidades y los apegos.

¿Cómo empezar? Llamando las co¬sas por su nombre. Llamar deseos a los deseos y exigencias a las exigencias, y no disfrazarlas con otros nom¬bres. El día en que entres de pleno en tu realidad, el día en que ya no te re¬sistas a ver las cosas como son, se te irán deshaciendo tus ceguedades. Puede que aún sigas teniendo deseos y apegos, pero ya no te engañarás.

Aliméntate bien con placeres na¬turales: disfrutando de la naturaleza, ejercitando los placeres del tacto, del oído, de la vista, del gusto, del olfa¬to. Hay un mundo por descubrir des¬de nuestros sentidos atrofiados. Te darás cuenta de que no hace falta otra cosa para ser mucho más feliz de lo que consigues ser ahora. Sentirte li¬bre, autónomo, seguro de ti a pesar de reconocerte con todas las limita¬ciones, o quizá por ello, porque has aceptado el ser sin límites que eres, pero con todas las formas mediocres en las que te desenvuelves. Sólo co¬nectarte con la realidad te hará fuer¬te y no necesitarás apoyos ni apegos.

Todos somos necesarios.

Poder decir a tus amigos: "No pon¬gas tu felicidad en mí porque yo pue¬do morirme o decepcionarte. Pon tu fe-licidad en la vida y te darás cuenta de que, cuando quedas libre, es cuando eres capaz de amar." El amar es una necesidad, pero no lo es el ser querido, ni el deseo. El vacío que llevamos den¬tro hace que tengamos miedo de per¬der a las personas que amamos. Pero ese vacío se llena sólo con la realidad. Y cuando estás en la realidad ya no echas de menos nada, ni a nadie. Te verás libre y lleno de felicidad, como las aves.

Date el gusto de vivir

El Reino de Dios está aquí y es aho¬ra. Es posible que hayas ganado el mundo con el aplauso, pero perdiste la vida. La vida es algo que pasa mien¬tras tú estás ocupado haciendo cosas. No te has dado nunca el placer de vi¬vir y vas a llegar inconsciente hasta la muerte, sin ser nunca libre como el pájaro que planea majestuoso, vi¬viendo y siendo.

Se dice que un gran sabio le dijo a un emperador romano: "Cuando lle¬gue el día de tu muerte, morirás sin haber vivido." Despertemos, para que este epitafio no sirva para nuestra tumba. ¡Qué bien se siente uno haciendo lo que quiere! Deja, mientras, a los burros que se reúnan para criti¬carte. El ser libre y estar despierto a la realidad te permite vivir como un rey. Si tú eres el rey de la Creación, ¿qué te importan el ministro, el car-denal o el presidente?

No hay más que distanciarse uno de sí mismo -como santa Teresa¬ y darte cuenta de cuándo actúa la programación en ti y de cuándo eres tú mismo. Al darte cuenta de tu progra¬mación y de cómo actúa a través de ti, ya te has disociado de ella, y ya no tiene fuerza sobre ti, ya no te pue¬de, porque tú eres algo muy distinto a tu programación; ella no es más que una forma de expresión que usas por hábito, pero nada tiene que ver con¬tigo. Entonces, cuando observas esos hábitos, los tomas con humor: "¡Ya se me pasará!" Y entonces ya no es¬tás molesto, porque a tu yo verdade¬ro no lo afecta.

La vida se escapa y hay que apro¬vecharla hasta el fondo. Importa fi¬jarse en la ofensa, para aprender, pero no en el ofensor, que actúa por su programación.

Se cuenta de un oso al que metie¬ron en una jaula de seis metros de lar¬go, que caminaba de un lado a otro, sin parar. Al cabo de un año le quita¬ron la jaula y el animal seguía pasean¬do los mismos seis metros, ida y vuel¬ta, incapaz de ir más allá. Se había acostumbrado. Así, los hombres so¬mos incapaces de salir del espacio de la programación.

La sociedad enseña a estar siempre insatisfecho, para dominarte y controlarte.

7

EL SER ES LO QUE VALE

El hombre se afana en descubrir a Dios, pero no se afana en descubrirse a sí mismo. ¿Cómo es ese hombre que busca a Dios? Si no te conoces a ti mis¬mo, no podrás conocer a nadie. Te mo¬verás como un autómata. Si provienes de una familia que se deprimía, tú se¬guirás deprimiéndote. Si tu familia ha sido agresiva, tú tomarás la agresividad como lo más corriente.

En otras culturas, cuando un hombre decide morir, elige al hijo mayor para que sea el que tenga el privilegio de tirar de la cuerda para ahorcarse, y los amigos y parientes celebran ese ahorcamiento con un banquete. Pues esto es una clase de programación como otra cualquiera. No es mejor ni peor que la que nosotros te-nemos. Si las cosas que consideras malas no las haces porque te programaron para no hacerlas, ¿qué mérito tienes? El sentido de culpabilidad y el mie¬do que te han metido en el cuerpo, son la causa de que evites hacer las cosas que consideras malas. Actúas como un robot programado. Si no te paras, bien despierto, cada vez que vayas a deci¬dir una cosa, a sopesar la realidad y las consecuencias que puedan sobrevenir de lo que vas a hacer, ¿cómo vas a ser responsable de lo que decidas?

De la otra manera, aun cuando no seas culpable de una programación que te han impuesto sin tu consentimiento, sí eres culpable de decidir por hábito sin preocuparte de las consecuencias. Tienes la obligación de despertar, y una vez despierto y consciente, ya eres li¬bre para decidir lo que quieres.

Conócete bien a ti mismo y de dón¬de proceden tus motivaciones antes de juzgar malo o bueno nada ni a nadie.

¡Dios nos libre de los que se creen san¬tos! Decía santa Teresa: "A ese señor, si no fuese tan santo, sería más fácil convencerlo de que anda equivocado."

Los que mataron a Jesús, si nos cree¬mos que eran malos, es que no hemos entendido para nada el Evangelio. Los fariseos eran los buenos, y los publica¬nos eran considerados bandidos, por¬que cobraban los impuestos a los po¬bres y se sometían a los ricos. Se los consideraba -con razón- los expri¬midores de los pobres, pues los ricos nunca pagaban. El recaudador era un hombre protegido por el Gobierno, y por eso se lo llamaba publicano. Pues bien, Jesús trataba con ellos, y de en¬tre estos publicanos, Jesús sacó un ami¬go, uno de sus Apóstoles.

Dicen que Gandhi hablaba primero y después practicaba, y que Jesús prac¬ticaba antes de hablar, y por eso nadie podía prever lo que iba a hacer. Si hoy viviese con nosotros sería, a lo mejor, hasta capaz de ir a comer con Reagan (¡que ya es mucho!), escandalizándo¬nos a todos los que creemos tenerlo todo claro.

Jesús desmontó y rompió todos los es¬quemas y cuestionó las palabras sagra¬das de la Biblia. Cuestionó su interpreta¬ción y la manipulación que se hizo de ellas. A Jesús no le interesaba que lo re¬conociesen como Mesías, el Mesías que ellos esperaban, sino que quería ser Él mismo fiel a la verdad.

En la presencia de Jesús todo ser queda desvelado; no hay medias tintas, porque Jesús es la plena autenticidad. "Si no odias a tu padre y a tu madre..." no eres tú mismo y no podrás seguirlo. Odiar la figura del padre y la de la ma¬dre, no a la persona, es lo que está di¬ciendo Jesús. Si aún vives de lo que tus padres grabaron en tu mente, y no eres capaz de emanciparte, es como si tus pa¬dres y su cultura respondieran por ti. Más vale la conciencia que la adoración, por¬ que la conciencia es, en sí, adoración, despertar a la verdad de Dios.

"Más vale el hombre que el sábado", dijo Jesús, contrariando la programa¬ción más seguida por la religión judía. Y por eso mataron a Jesús, por blasfe¬mo. ¡Cuántas veces habremos crucifi¬cado a Jesús con nuestras buenas inten¬ciones! Krisnamurti dice: "Todo cono¬cimiento corrompe. Todo pensamiento y concepto corrompen. Somos esclavos de ellos." "Perdónalos, Padre, que no saben lo que hacen." No crucificaban a Jesús sino sus conceptos.

Al decir hombre, ¿a quién me refie¬ro? Si nos referimos a la palabra "hom¬bre", sin concepto, es un nombre ge-nérico, un hombre libre de toda añadi¬dura, como cuando digo árbol. Estoy nombrando a un hombre sin historia, sin cultura, sin sexo, que se puede apli¬car tanto al hombre cavernario como al de ahora; al niño y al viejo; a la mujer y al varón; al chino como al africano.

Cuando hablamos del hombre general, pues, hemos de desnudarlo de todo concepto. Ningún concepto puede de¬finir a Dios. Santo Tomás dice que hay tres maneras de conocer a Dios: en la Creación, en la actividad (la vida) y en la oración, pero que la ma¬nera más real es conocerlo como El Gran Desconocido.

Si no te conoces a ti mismo, no podrás conocer a nadie. Te moverás como un autómata.

Poco sirven las palabras

La realidad siempre es concreta, pero los conceptos sólo pueden acer¬carse a la realidad si son abstractos. Cada uno de nosotros tenemos unas peculiaridades que nos son esenciales -salen de nuestra identidad esen-cial-: es algo específico lo que hace que cada uno sea uno, y para lo cual no existe adjetivo que lo defina. No sirven las palabras. Entonces, al in¬tuir lo específico de una persona, me formo una imagen y la registro en la memoria, en un recuerdo, lo cristalizo en un solo aspecto de su ser, y además queda aprisionada en un concepto que le queda chico, porque es incapaz de definir lo que captó la intuición.

La persona es siempre evolutiva, en movimiento, mostrando distintas y continuas facetas que son infinitas y no se pueden fijar. Párate a escu¬char a una persona -pero con la mente limpia de recuerdos y concep¬tos prefijados de ella- y verás cómo te sorprende a cada instante con fa¬cetas desconocidas, siempre nuevas e imprevisibles.

Ahora piensa que, si al hombre no se lo puede clasificar, a Dios que es la Unidad, menos. Los prejuicios son los que fijan a las personas. Prueba a verte a ti con ojos nuevos, luego a las personas más cercanas, luego a la na¬turaleza y, así, estarás más cerca de poder ver a Dios. A Dios sin concep¬tos, despojado de los ídolos en que lo convertimos.

Lo cierto es que la realidad con¬creta es el concepto abstracto, porque la realidad siempre fluye, siempre está en movimiento como la persona. Las células de la persona se van re¬novando en cada instante mientras la persona sigue siendo la misma, se va mostrando de mil formas, por lo que es imposible enmarcarla en una de ellas. Así, somos cambiantes como un río siempre en movimiento. Tener conceptos para la realidad es una in-justicia. Es como querer cristalizar las olas, que no son cosas, sino acciones. Igual le pasa a toda la Creación, y con más razón a las personas.

No puedes meter un huracán en una caja, y tampoco puedes meter la reali¬dad en una caja. Los límites de la rea¬lidad son inmensos y movibles. Lo que ocurre es que el mundo en que estamos acostumbrados a movernos no es la rea¬lidad, sino un conjunto de conceptos mentales.

Sólo los místicos son capaces de ser tan libres como para vivir la realidad tal como es.

Lo cierto es que tal libertad asusta, nos impone, porque supone romper con todo o, por lo menos, cuestionarlo todo. Ellos le ponen interrogantes a todo. Más vale la duda que la oración, acor¬daos. Lo que ocurre es que no tenemos la verdad sino la fórmula. Hay que pa¬sar por encima de la fórmula para lle¬gar a la verdad.

En la presencia de Jesús todo ser queda desvelado; no hay medias tintas, porque Jesús es la plena autenticidad.

Ejercicio 1

Acordémonos del camello que creía estar atado. ¿Cuáles son las cosas que me causan miedo? Ordinariamente, re¬sulta más fácil romper las paredes de cemento que las de tu mente. Es que el hombre no quiere salir de la cárcel por¬que prefiere lo conocido al cambio. Le es más cómodo hacer lo acostum¬brado.

Tu miedo brota de la manera que tie¬nes de ver las cosas y de las consignas de tu mente. Analiza sinceramente, so¬segadamente, cuáles son tus cárceles imaginarias y el porqué de tus miedos. Cuestiónalo todo y saca la realidad que hay detrás de los cuestionamientos. El día en que sientas el vacío de quedarte sin nada a qué agarrarte, ¡buena señal! Entonces ya puedes comenzar a cons¬truir con realidad.

Las fronteras sólo estaban en tu mente, como las fronteras que querían que yo viese desde el avión. Eso es que¬rer fragmentar la realidad, y la realidad es global, es unidad. En cuanto me creo indio, inglés, catalán, vasco o castella¬no, soy un producto de mi cultura, y como tal pienso y actúo como una má¬quina, como un robot. Hay que ver y obrar por propia visión y libre albedrío. ¿Es que el fin justifica los medios? La realidad no conoce fronteras y la natu¬raleza tampoco. Tu esencia, tu ser, no es ser español, ni catalán, ni francés. Entre tú y el otro tampoco hay fronte¬ras, porque ambos pertenecéis a la uni¬dad. Lo que ocurre es que, de no tener palabras, no habría cosas; por eso, la realidad se capta mejor en el silencio. Se capta fluida, en movimiento.

Estúdiate a ti mismo y estudia las reacciones que se disparan en ti ante las cosas.

Ver las cosas y las personas sin nom¬bre, sin conceptos, tal como son en cada instante.

El día que veas a un niño emboba¬do, atento y admirado de ver volar un pájaro, si vas y le enseñas la palabra "pájaro" para definirlo, el niño se que¬dará con la palabra pero dejará de ver al pájaro. Krisnamurti dice: "¿Veis cómo los niños miran con admiración a los pájaros? Si les dices un nombre, creerán que todos los pájaros son igua¬les, puesto que tienen el mismo nom¬bre." Son los nombres los que fijan las cosas. Si no sabemos el nombre de una cosa, nos sentimos desasosegados, como si necesitásemos clasificarla.

Hay que entender que los nombres se les ponen a las cosas porque es ne¬cesario en la práctica, pero que es muy peligroso quedarnos en el nombre, como en el concepto, porque es así como funciona la ciencia del bien y del mal, que clasifica sin profundizar. Hay que vomitar la ciencia del bien y del mal -como hacían los místicos- para volver a entrar en el Paraíso.

Prueba a verte a ti mismo con ojos nuevos, luego a las personas más cercanas, luego la naturaleza y, así, estarás más cerca de poder ver a Dios.

Ejercicio 2

Mira todo lo que alcance tu vista sin poner ningún nombre. Pasa más allá del concepto y ve la realidad que hay de¬trás de cada cosa, sin fragmentación, englobando, tratando de descubrir la unidad. No podrás explicarlo con pa¬labras. No existen las etiquetas para la realidad. Por eso, al místico no le dan ganas de hablar. ¿Cómo explicaría el mundo que él descubre viviendo meti¬do en la realidad que le descubre la sa-biduría? Sólo te cuenta parábolas, para ver si saca su esencia.

Eso mismo hacen los poetas. León Felipe dice: "La distancia entre un hombre y la realidad es un cuento." El poeta, por medio de un cuento, te hace captar una realidad sin etiquetas. No se puede narrar lo inefable sin disparates que parecen sin sentido, que van más allá de los conceptos, como ocurre en los Evangelios.

Lo que nos narran los Evangelios es un misterio, pero luego, la Iglesia ha querido encerrar ese misterio en una cárcel de conceptos y normas. Si no eres capaz de expresar la esencia del árbol con el nombre árbol, ¿cómo vas a tratar de expresar a Dios? "El que sabe, no dice. El que habla, no sabe": esto dicen en Oriente.

El mismo idioma constituye una for¬ma de programar a las personas. En rea¬lidad, nadie tiene la capacidad de ofen¬derme. Lo que me ofende es la forma en que interpreto el lenguaje. Ocurre cuando yo relaciono esa palabra que has dicho con una imagen determina¬da o un concepto. Es la etiqueta que lle¬va colgada la palabra.

Sólo algo de la realidad queda des¬velado por la palabra que empleamos continuamente, y con esa fracción nos movemos, sin indagar dónde queda lo demás. Hasta los científicos reconocen no conocer más que una parte peque¬ñísima de la realidad. Algo nos dan a conocer el concepto y la palabra, pero el movimiento, la inmensidad, el no poder expresarla ni encajarla, ni de¬finirla, eso, lo tenemos que deformar cuando queremos expresarlo con pa¬labras.

El ciego, cuando le describen con palabras lo que es el color amarillo, no tiene ni la menor conciencia de cómo es ese color. Para comprender la reali¬dad, el místico hace como el pájaro, no se agarra a nada. La realidad no se deja encerrar en fórmulas.

Todas las religiones creen, o quieren tener la verdad, poseer toda la verdad. La Realidad, la Verdad, por ser Una, no es de nadie en exclusiva, porque es de todos, pero menos lo es de los que quie¬ren cristalizarla, porque eso que se deja atrapar, ya no es Verdad.

"Cuando el sabio señala la Luna, el necio se queda mirando el dedo." Eso es lo que ocurre con las religiones cuando quieren atrapar la verdad. E igual ocurre con los idealistas en política, y en cual¬quier campo en que se trata de poseer la verdad.

El terrorista es un hombre programa¬do para morir por su tierra, por su po¬lítica, por su religión o por algo que cree su verdad. Y lo hace creyendo li¬berar el mundo y encontrar en ello la felicidad. Y lo único que ocurre es que son unos adoctrinados: no conocen la sabiduría. Es posible que alguno no lo sea, pero la mayoría son producto de un fanatismo proporcionado por su pro¬gramación cultural o religiosa. Y lo peor es que no tienen la menor concien¬cia del daño que, con su fanatismo, pueden hacer.

Los adoctrinados dieron pie a co¬sas tan crueles como quemar en la ho¬guera a los considerados herejes o brujas, en nombre de su religión fa¬nática. La verdadera religión tendría que liberarnos, quitarnos miedos y no esclavizarnos.

¿No predicamos que la eucaristía es un banquete de amor? La religión ha querido sacar -traspasar- relatos del Evangelio al pie de la letra. Si hubié¬semos nacido en Oriente, nos daríamos cuenta en seguida de que las parábolas del Evangelio, y muchos hechos narra¬dos en él, son sólo como cuentos para que extraigamos de ellos la realidad.

Allí se habla de ti. Cuando plantea si eres cabrito u oveja, no se refiere a los demás, sino a ti. Y cuando mencio¬na los terrenos áridos, pedregosos o con espinas, no se refiere a diferentes per¬sonas, sino a que tú analices cuánto tie¬nes de árido, de pedregoso, de espino¬so y también de buena tierra que da el ciento por uno.

La Buena Nueva no está hablando de un mundo separado, sino de ti, y te anuncia que todo lo malo se destruirá y lo bueno aflorará. Pero si, en vez de esto, predicamos miedo y reglas terro¬ríficas, ¿qué Buena Nueva es ésa? Je¬sús trataba de liberar de la opresión a la gente.

La mayoría de las personas religio¬sas son idólatras. Todas las cosas que se dicen de Dios, si las tomáramos al pie de la letra, ¿a dónde nos conduci¬rían? ¿Qué tipo de Dios predicamos? Hay que tener cuidado, pues si no cues¬tionamos todo, fácilmente caeremos en esa idolatría.

Dios es tan inefable que no se pue¬de explicar. Dios es lo Incomprensible. El Misterio absoluto. Al olvidarnos de esto, formamos un ídolo de conceptos. Dios se manifiesta en la vida, y la vida, si la metemos en conceptos, nos resul¬ta tan misteriosa como Dios. Sólo po¬demos conocer la vida viviendo, y a Dios sólo llegamos viviendo y cono¬ciéndonos.

San Juan de la Cruz se pregunta: ¿Qué hacemos nosotros al hablar de Dios? Él intuye la imposibilidad de en-cerrar a Dios en palabras y sólo lo ex¬presa con poesía. Sólo con analogías que en nada se parecen. Santo Tomás de Aquino dice: "Todo el intelecto humano es incapaz de describir la esen¬cia de una hormiga. ¡Cuánto más la esencia de Dios!" Pero quizá mirando la esencia de esa hormiga podamos acercarnos a la esencia de su Creador. Las ideas son las que nos confunden y pueden ser un gran obstáculo para co¬nocerlo.

Las mismas preguntas que se hacen acerca de Dios, son absurdas. Dionisio -el místico- dice: "Él no es luz ni tinieblas; no es persona, ni bueno, ni malo, ni esta cosa ni la otra, pues a Él no se lo puede encerrar en una palabra."

A Krisnamurti lo quisieron entroni¬zar como jefe de la orden que lo había educado, pero él, en el discurso que dijo el día que lo querían entronizar, desbarató todo al decir: "No me podéis seguir a mí, ni a nadie. El día que si¬gáis a una persona, dejará de existir la verdad." Si seguimos a alguien nos que¬damos con la fórmula; hay que ser ilu¬minado, no seguir a los iluminados. Hay que mirar la Luna, y no quedarse mirando el dedo.

Quizá una prostituta pueda entrar en el Cielo antes que una monja porque la prostituta, a fuerza de vivir y cono-cer la vida, puede llegar a amar, pero la monja puede, por buscar amar a Dios, dejar de amar a todo el mundo.

"Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la visión. Cuando el oído no está bloqueado, el resultado es po¬der escuchar, y cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la verdad." Cuando el corazón no está bloqueado ya existe el amor, y cuando no hay ape¬go en la persona, ya existe la felicidad. Bien mirado, el ateo no existe, pues si no podemos concebir ni expresar a Dios, tampoco podemos negarlo. No se niega lo que no se conoce. Los ateos, lo que niegan son los conceptos.

La vida no tiene sentido para unos, pues la ley de la vida, como la de la selva, desborda toda forma y todo con¬cepto; pero para los místicos, el fondo de la vida -la realidad- es un cam¬po maravilloso, inagotable de luz, de amor, de paz y felicidad. ¿Cómo expli¬car esto?

Hay que ver y obrar por propia visión y libre albedrío.

Ejercicio 3

¿Qué es lo que uno desea de verdad? Siempre estamos deseando cosas, pero como la sabiduría es descubrir lo que uno no necesita, ¿qué es lo que, en rea¬lidad, no necesito de lo mucho que ten¬go a diario? Busca, como si estuvieses en un gran supermercado, las cosas que no necesitas, anótalas y apártalas.

Tú no podrás llegar a la paz, si no

descubres antes los obstáculos que te impiden llegar a ella. Tú llevas la paz dentro: ¡Descúbrela!

Haz también ejercicios de sensibili¬zación, escuchando los ruidos que te rodean y el silencio que hay detrás de ellos para sensibilizarte con lo que está pasando dentro de ti y descubrir tu al¬rededor con ojos nuevos.

El maestro no es el que guía, sino el que ayuda a que te descubras tú mis¬mo y descubras, desde ti, la realidad. Él no puede definirla ni explicarla, pero sí ayudar a sensibilizarte para que pue¬das percibirla por ti mismo.

La verdadera religión tendría que liberarnos, quitarnos miedos y no esclavizarnos.

8

DIOS ESTÁ EN LA VIDA

La palabra y el concepto distorsio¬nan la realidad. Si de un animal que nunca has visto, te enseñan sólo la cola, no podrás saber cómo es el animal. No conoces su conjunto y, por lo tanto, ni siquiera sabrás el sentido de realidad que encierra la palabra cola, porque, separada de su conjunto, pierde la rea¬lidad global que le da sentido.

La palabra Navidad crea, en nosotros, una serie de emociones y sentimientos que nada tienen que ver con la realidad. En la naturaleza no existe la Navidad. La Navidad está programada en la mente cristiana como el Ramadán en los árabes y la Pascua en los judíos.

Todo es ilusión de una palabra que crea unos conceptos y unas emociones. De igual manera, en la práctica, la religión no existe, puesto que en reali¬dad no la constituyen más que un conjunto de palabras y conceptos.

¿Qué tiene que ver la palabra Dios con la realidad? Nos hemos olvidado de la realidad, con la sustancia que la palabra trata de indicar, y nos he¬mos quedado con la palabra. Lo que importa no es la palabra, ni el con¬cepto, ni los símbolos. Todos los sím¬bolos son imprecisos, y lo importan¬te es que ellos sólo nos sirvan para ponernos en contacto con la realidad que esconden.

Hay que ser conscientes de que Dios no se deja prender por conceptos ni encerrar en palabras.

Dios no se deja encerrar

En la Universidad te enseñan teorías, fórmulas y técnicas, y la teología de¬biera de servir para hacer ignorantes que cuestionen todo antes de adoptar¬lo. En la Universidad te enseñan y en la Facultad de Teología debieran sólo despertarte atacando tus errores y tus fórmulas.

¿Sabéis lo que le ocurrió a un caní¬bal que se comió a un misionero cató¬lico, a un protestante y a un metodis-ta? Pues que tuvo un movimiento ecu¬ménico en sus tripas. Sólo nos separan las palabras y los conceptos. En el fon¬do todo es lo mismo. Dios es sólo uno y no se deja encerrar. Lo que llamas tú no tiene base, pues tú no eres nada. Sólo la realidad existe, y sólo entrarás en esa realidad a base de liberarte de tus programaciones y meterte en la no¬che oscura del no-saber, de los no-con¬ceptos.

Aunque antes dije que el niño es in¬capaz de amar, creo que no lo dije bien, pues los niños, seguramente, saben amar de una manera tan pura y sin conceptos, tan espontánea, que no los en¬tendemos con nuestra mentalidad pro¬gramada. Los niños son los únicos que ven las cosas como son. Ven a las per¬sonas sin etiquetas, sin prejuicios, y res¬ponden con espontaneidad a la realidad, sin interferencias. Los prejuicios, las etiquetas y los miedos se los metemos luego nosotros, los mayores, de la mis¬ma forma inconsciente que usamos de esa programación mecánicamente como hábito.

¡Qué peligrosa es la inconsciencia! Para liberarte de los prejuicios sólo tie¬nes la conciencia. Es la conciencia la que te puede liberar. Siempre serás es¬clavo de las cosas de las que no eres consciente.

Hay que ser conscientes de que Dios no se deja prender por conceptos ni en¬cerrar en palabras. Por eso, los niños están más cerca de Dios mientras no¬sotros no deformamos su espontanei¬dad con imágenes y conceptos de malo y bueno. La tesis de que Dios es incom¬prensible siempre ha estado presente en la teología católica. Para Tomás de Aquino, era evidente. Y para Rahner, incluso en la visión inmediata de Dios, en la eternidad, seguía siendo incom¬prensible. La incomprensibilidad de Dios es el centro que debe iluminar toda teología. El mejor teólogo es el que sabe explicar la teología como Jesucristo: por medio de cuentos, sin conceptos. Por medio de la vida, como hacía Jesús con las palabras y con sus hechos en la vida cotidiana. Si nos aferramos a los símbo¬los, olvidaremos la realidad que encierra el símbolo.

Tu acción debe venir de tu sensibilidad, y no de tu ideología. Las matanzas, las injusticias y las guerras provienen de la ideología que ciega a uno a la realidad y lo endurece.

El valor de la realidad

Jesús enseña lo que es la vida y, por ella, cómo es el Padre, su Creador. ¿Qué colegios conocemos nosotros que usen como texto al hombre, la comu¬nicación, el respeto y cómo es la vida y cómo se debe respetar a los hijos y prepararlos para que sean felices? Co¬menzamos con unos medios para lle¬gar a un fin, pero en seguida olvidamos el fin para quedarnos enredados en los medios; al final hacemos un fin de los medios. Absolutizamos el medio.

La espiritualidad -como la flor-, ha de mostrar simbólicamente la reali¬dad, cuidando que no nos quedemos en los símbolos y matemos al Mesías. El símbolo no es lo sagrado -como no es sagrada la flor-, lo sagrado es la realidad que descubre. Es el perro el que mueve la cola, no podemos que¬darnos fijados en la cola creyendo que es ésta la que mueve al perro.

Dios no se encuentra en el templo, sino en la vida. La oración se hace para que tengas cada vez más conciencia de ti. La religión puede ser de gran ayuda mientras no la hagas más importante que Jesucristo. "Al leer mi poesía de Dios, no te dejes llevar por la idolatría", dice Tagore. Por esa idolatría la gente sigue crucificando al Mesías. Dios es el Misterio.

Cuando el hombre se hace religioso es capaz de cometer las mayores cruel¬dades por defender un concepto de ver¬dad creyendo que cumple la voluntad de Dios. El comunista adoctrinado se molesta mucho cuando se critica al co¬munismo. Los religiosos adoctrinados también se molestan cuando se critica la religión. Ellos se creen no sólo los poseedores de la verdad, sino los ven¬gadores y justicieros de quien no la cumple. Se sienten los guardianes de Dios, sus abogados, y en nombre de esa fanática creencia, hay que reconocer las enormes crueldades que se producen aun en los conventos. Se hace de for¬ma inconsciente, creyendo que es un servicio a Dios.

Es preciso que despertemos a esta realidad de que la religión no existe -y puede ser muy dañina- si en ella no está la realidad, la vida. Porque sólo la vida y la realidad nos mues¬tran la verdad.

También Pablo fue cruel inconscien¬temente, por fanatismo, creyendo que hacía un servicio a Dios. Era su pro-gramación la que lo guiaba, y ponía todo su entusiasmo y su fuerza en ello. Pero él fue golpeado y despertado por la realidad que lo tiró del caballo y le dio la luz. Es la realidad la que nos tie¬ne que despertar. Si hay tanta crueldad en el mundo es porque nos falta sensi¬bilidad para despertar a la verdad. Caer¬nos del caballo del poder y la violen¬cia para dar de cara contra el suelo de la realidad y despertarnos a la luz de la verdad.

No renuncies a nada, pero no te apegues a nada.

Eso es muy comprometido

Si nos cuesta tanto caernos del ca¬ballo es porque la religión se ha iden¬tificado con el poder, endureciéndose, embruteciéndose, en vez de sensibili¬zarse con la verdad. La religión no quiere ver la realidad del Tercer Mun¬do, porque si la viese, tendría que cam¬biar y soltar su poder.

Cuidar a los pobres no es hacer un programa de ayuda desde el poder, sin sensibilizarse con la injusticia que pro¬voca su pobreza. No se puede hacer un programa de amabilidad y ayuda sin bajar hasta ellos y vivir su vida como hizo Jesús. Desde arriba no puedes ver a los pobres como son. La ama¬bilidad no es sonrisas ni buenas pa¬labras mientras das una limosna. La amabilidad es hacer lo que más con¬viene a la otra persona, según lo que necesita en ese momento.

El místico es amable, pero no deja de ser enérgico y duro cuando hace falta, y sabe responder, precisamente porque es libre de prejuicios, de mie¬dos, de poderes y de honores y por ello es capaz, en todo momento, de ser fiel a la verdad. Por eso no se amarga nunca ni se altera.

Tú acción debe venir de tu sensi¬bilidad, y no de tu ideología. Las ma¬tanzas, las injusticias y las guerras provienen de la ideología que ciega a uno a la realidad y lo endurece. La teoría puede servir en algún momen-to, pero siempre que no desborde u oculte la realidad. Jesús era místico,

hombre de vida, y por ello obraba sensibilizado con la vida. Por ello, Jesús, para la gente programada, re¬sulta inconsistente, imprevisto, in¬aprensible, y asusta. Prefieren hacer¬se una ideología que se pueda progra¬mar y utilizar. Algo que no escape de toda categoría y todo esquema. Jesús predicaba con la vida y eso es muy comprometido.

La conciencia social no existe. El no dejar ver las cosas a los pobres y querer mirarlas nosotros por ellos, es ser adoctrinados, es manipularlos y no respetar su derecho a la liberación por sí mismos. Cuidado de no quitar¬les su espontaneidad, su alegría y su cultura primitiva, con la idea progra¬mada de liberarlos. El trabajo social que no brote de la sensibilidad y el respeto es peligroso. Con el nombre de salvación también existen la utili¬zación, la persecución, la explotación y la crueldad.

Yo he conocido pobres, muy po¬bres, que se sentían felices a pesar de que no comían más que una vez al día. Ellos estaban a un nivel es¬piritual mucho más alto que el mío. Sencillez, alegría y vivir libres de preocupaciones futuras es algo que tiene un sentido mucho más real en los pobres que en nosotros, los pro-gramados. Ellos están libres de conceptos.

Jesucristo se sensibilizó a la vida y no a la religión. ¿Cómo puedes amar lo que no has vivido y ni si¬quiera has visto con ojos despier¬tos? Tu vocación es ser Cristo, no cristiano. Ser sensible y abierto a las personas y a la vida. Ser libre, directo, inconsistente, imprevisible como Él lo fue.

Lo que hace falta es estar despierto a la vida.

Opción por la verdad

¿Tomó Jesús opción de clase? No te va a ser fácil saber dónde está el po¬bre. Jesús tomó opción por la verdad. La pobreza no es un estado de felici¬dad, sino de injusticia. Hay pobres que necesitan que se sea duro con ellos para que despierten. Hay que tratar a cada persona según lo que ella necesita. Sen¬sibilízate con la injusticia siendo tú jus¬to y así comenzarás a comprender la injusticia.

El místico es el revolucionario por excelencia. Él no hace nada, porque todo se hace por medio de él. Se deja llevar por una fuerza que ni siquiera puede resistir: la fuerza de la verdad. Ha habido místicos violentos, pero allí no se metía su ego. Cada uno sabrá lo que debe hacer si está despierto y abierto y sensibilizado a la verdad, como Jesús. No hace falta saber de dónde vino el mal, sino saber el porqué del mal que tienes ahora, de dón¬de procede.

Una vez que yo esté sensibilizado con las cosas, con las personas y con¬migo mismo, no hará falta que me di-gan lo que es bueno y lo que es malo, porque me será imposible cerrar los ojos a la realidad, y por ello no podré optar por el mal. Yo, entonces, no po¬dré aprobar lo que haces tú, si es un mal objetivo, pero tampoco podré obligar¬te a hacer lo contrario, ni dirigirte o re¬formarte. Trataré de ayudarte a que ese mal no exista, y esperar a que despiertes.

Gandhi decía: "El que quiera venir a luchar conmigo para liberar a la pa¬tria, tendrá antes que purificarse, pues, de lo contrario, acabaríamos liberándo¬nos de una opresión para caer en otra peor." Hay que lanzarse a la batalla sin ningún rastro de odio para que esa ba¬talla sirva para algo. Liberarte del odio es lo mismo que liberarte de tu miedo, pues el miedo es lo que produce el odio. Y si el miedo es por ti mismo, es que te estás odiando, y si anida el odio en ti, odiarás a todo el mundo.

Para ser místico no necesito estar en un monasterio. Se puede muy bien ser pobre e ignorante de teorías y de leyes y ser místico. Lo que hace falta es es¬tar despierto a la vida. Lo importante es liberarte tú mismo, y eso lo puede hacer tanto un seglar como un monje. Quizá un monje, con la dificultad de una comunidad cerrada, donde se ori¬ginan tantos roces, te da pie para des¬cubrir más claramente tus enfermeda¬des, y sobre todo sufrir. Es el sufrimien¬to lo que ayuda a despertar. El encuen¬tro con la realidad.

El estar despierto y mirar sin enga¬ños no quiere decir que desaparezca tu programación, sino que allí estará, pero la verás claramente, y al apego lo lla¬marás apego, y a lo que creías amor lo llamarás egoísmo. El apego habrá per¬dido la batalla cuando lo descubras, y ya no tendrá el poder que la inconcien¬cia le daba. Tú mandarás sobre él.

Liberarte del odio es lo mismo que liberarte de tu miedo, pues el miedo es lo que produce el odio.

Ejercicio

¿Has experimentado alguna vez un sufrimiento grande? Recuerda la situa¬ción y trata de comprender que si hubieras usado tu comprensión no habría surgido el sufrimiento.

El sufrimiento, ¿qué es? Es un de¬seo contrariado. Es un desear que las cosas ocurran como tú quieres que ocurran, o que las personas se comporten como tú quisieras y, al no ser así, el deseo choca con la realidad, y de esta fricción surge el sufrimiento.

El problema está en mi insistencia de que ocurra algo distinto a la reali¬dad. Es la pretensión de distorsionar la realidad para conformarla a mi apego. Cuando yo deseo retener a un amigo, y ese amigo me abandona, en realidad mi sufrimiento será el creer que, por¬que él se va, yo soy despreciado. Mi deseo de ser querido y mi apego por determinada persona hacen que cifre mi felicidad en retenerla. Y si no lo consi¬go, mi creencia y mi apego se estrellan contra la realidad. Y esto es el origen del sufrimiento.

Lo cierto es que todo es un engaño de la mente. ¡Tú no eres mi felicidad! Es mi ilusión la que me hace creer que, si te tuviera a mis pies, yo sería feliz. Lo cierto es que no necesitas de nadie para ser feliz, y que el amor no es eso. El amor diría: "Deseo disfrutar libre¬mente de ti sin miedo a perderte." Sé que puedo gozar de tu amistad si la tomo tal cual es. El amor se produce en mí y en ti de una forma distinta, y yo no puedo exigir que sientas lo mis¬mo que yo siento.

Tú no puedes exigir a nadie que te quiera, pero en cuanto no seas exigen¬te y sueltes los apegos, podrás reconocer cuántas personas te quieren así como eres, sin exigirte nada, y comen¬zarás a saber lo que es amor.

La realidad es aquella que traspasa todo concepto. Observar cuándo sufres y ver todo lo que se presenta en la pan¬talla de tu conciencia para reconocer lo que la realidad te dice, fuera de todo concepto, y separado de tu sufrimien¬to. Poco a poco, abrir tu conciencia a las cosas que hasta ahora vivías como hábitos y, por ello, te pasaban inadver¬tidas. Saber lo que hay detrás de todo concepto y de todo sufrimiento. Ésta es la liberación de la mística.

No renuncies a nada, pero no te ape¬gues a nada. Disfruta de todo lo que te deparen la vida y las personas, pero no retengas nada. Dejar que pasen es dis¬frutar de todas y renovar a cada instan¬te la felicidad.

"Dios no muere el día que dejamos de creer en un ideal personal, pero no¬sotros morimos el día que nuestras vi¬das no están iluminadas por una acti¬tud de admiración de la realidad más allá de la razón con un respaldo cons¬tante, renovado cada día." Si no tene¬mos esto, moriremos.

¿Qué decir del concepto Dios? Los cristianos hemos de apearnos de los conceptos de Dios, como los ateos que, en eso, nos llevan ventaja. Conceptos, todos podemos tenerlos, con tal de que no los confundamos con la realidad. El concepto de Dios no deja de ser un con¬cepto de una realidad inefable y, si tie¬nes ese concepto, por lo menos, que sea un concepto de un Dios bueno, gene¬roso, magnánimo y lleno del verdadero amor. Pero, por favor, que no sea un concepto tan raquítico que lo con¬vierta en un Dios justiciero, podero¬so y vengador. Hagamos por lo me¬nos un Dios más grande y generoso que nosotros.

El pintor Peruchini se estaba murien¬do y dijo a su mujer: "Déjame en paz, mujer, que quiero saber, tengo la curio¬sidad de saber, qué ocurre si me mue¬ro sin confesar. Yo he sido de profesión pintor, y Dios tiene como profesión perdonar, y espero que Él sea tan bue¬no en su profesión como he sido yo en la mía."

Ha habido en Oriente muchas per¬sonas que han sido iluminadas sin ne¬cesidad de tener un concepto de Dios, ni siquiera hablar de Él. El Reino de Dios está dentro de ti, no lo busques ni le pongas etiquetas fuera de ti porque harás un ídolo. El padre Rahner, al ha¬blar de los sacramentos, dice: "No es la invasión de una fuerza divina exte¬rior a ti, más bien es la acción por me¬dio de la cual el cristiano da más fuer¬za a lo que ya existía allí." El mundo es el Cuerpo de Cristo. El sacramento es una fuerza que da más eficacia a lo que ya existía, a lo que ya tenía.

Ésta es la forma en que lo expresa Rahner. Rahner es tan radical como lo es Hans Küng, y sería también conde nado si fuese tan fácil entenderlo como lo es Hans Küng.

Como ejemplo de lo dicho antes, pensemos en el beso. El beso se consi¬dera como el sacramento del amor. Se puede dar el amor sin beso, pero el beso sin amor no es nada. Pero el beso pue¬de dar más significado a un amor que ya tenías. Cuidado, pues, con el con¬cepto que tenéis de Dios, no os quedéis en el concepto, hay que ir más allá, a la esencia.

"Cuando el padre ayuda a su hijo pe¬queño, todo el mundo sonríe. Cuando el padre ayuda a su hijo mayor, todo el mundo llora." No se puede crear una dependencia, ni aun de Dios. Dios quie¬re que te liberes de esos conceptos para ayudarte a confiar en ti mismo, para li¬berarte.

Recuerda aquello de "vete a atar tu ca¬mello, idiota". Has olvidado encontrar quién eres tú, y en vez de buscar los obs¬táculos que te lo impiden, clamas a Dios para que te solucione el problema. Bus¬cas la felicidad sin darte cuenta de que es una cosa que ya tienes, y no reparas más que en los obstáculos, sin molestar¬te en descubrir lo que hay detrás.

Toda la Creación es Cuerpo de Cris¬to, y tú crees que sólo está en la euca¬ristía. La eucaristía señala esa Creación. El Cuerpo de Cristo está por todas par¬tes, y tú sólo reparas en un símbolo que te está apuntando lo esencial, que es la vida. La vida que en la eucaristía se está anunciando.

Sabes que el amor incondicional es el que te ama así como eres, hagas lo que hagas; pues así es como Dios nos ama, y ése es el sacramento de la peni¬tencia, que celebra ese amor incondi¬cional.

El bautismo es celebrar que el niño viene a Dios, es de Dios; y vamos a ce¬lebrar esto con el agua bautismal.

El amor incondicional es el que te ama así como eres, hagas lo que hagas.

9

EL AMOR, ESA MARAVILLA

Cuando se te dio el regalo de la vida humana, se olvidaron de darte un ma¬nual de instrucciones. Algunos no lo necesitan. Pero a otros se les ha dado equivocado. Estos últimos ven la vida como algo que los angustia, los llena de ansiedad, de miedos y deseos. Esto es el resultado del manual que les ha proporcionado su cultura.

No es la naturaleza la causa del su¬frimiento, sino el corazón del hombre lleno de deseos y de miedos que le inculca su programación desde la mente. La felicidad no puede depender de los acontecimientos. Es tu reacción ante los acontecimientos lo que te hace sufrir. Naces en este mundo para renacer, para ir descubriéndote como un hombre nuevo y libre.

La atracción que brota de nosotros no es amor. Eso que llamamos amor es un gusto por sí mismo, un negocio de toma y daca, y de condicionamientos: tanto como me ames te amaré. Es una dependencia, una necesidad de lograr una felicidad que nos reclama desde dentro (porque nosotros somos felici¬dad y hemos nacido para ser felices), pero nuestra propia inseguridad hace que la reclamemos al exterior y lo ha¬gamos con exigencias, compulsivamen¬te y con miedo de que se escape. Lo manifestamos con un deseo de pose¬sión, de controlar al otro, de manipu¬larlo, de apegarnos a él, por la ilusión de creer que, sin él, ya no podremos ser felices.

Cuando amas de verdad a una persona, ese amor despierta el amor a tu alrededor.

Qué es el amor

El amor de verdad es algo no perso¬nal, pues se ama cuando el yo progra¬mado no existe ya. Esforzarme por ver cómo eres tú, y comprenderte y acep¬tarte tal cual eres: eso es el amor. Esto no excluye que tenga preferencias. Yo prefiero la relación con personas deter¬minadas porque esa relación es más gozosa, pero esa preferencia ha de de¬jarme libre para gozar con la amistad de los demás, para escuchar los demás instrumentos. Cada relación tiene un sabor y unas características distintas. Hay proyectos que se dan en una rela¬ción y no en otra, pero ninguna de ellas puede, cuando se ama, excluir a las de¬más.

Cuando amas de verdad a una per¬sona, ese amor despierta el amor a tu alrededor. Te sensibiliza para amar y comienzas a descubrir belleza y amor a tu alrededor.

El enamoramiento, en cambio, es de lo más egoísta. El amor de verdad es un estado de sensibilidad que te capa¬cita para abrirte a todas las personas y a la vida. Y, cuando amas, no hay nada más fácil que perdonar.

Aceptar a las personas que todo el mundo rechaza, y no porque no veas sus fallas, sino precisamente porque los ves como realmente son, de dónde pro¬ceden y cómo se parecen a los tuyos, que ya tienes aceptados.

Aceptas también no tener razón, es¬cuchando las razones de los demás con interés. Y, sobre todo, sabes responder al odio con amor, no porque te esfuer¬ces en ello, sino como milagro de la comprensión del amor verdadero, que ve a la persona tal cual es.

Las tres señales de estar despierto son: perdonar, aceptar y responder ante todo con amor.

Hasta que no veas inocentes a las personas, no sabrás amar como Jesús.

Más o menos iguales

Cuando sabes amar es señal de que has llegado a percibir a las personas como semejantes a ti. Nadie hay mejor ni peor que tú. Es posible que el otro haya obrado mal en determinada cir¬cunstancia y tú no, pero habrá sido por su programación, o por circunstancias anteriores que ahora le han hecho, por miedo, comportarse así. Todos tenemos las mismas inclinaciones, y la prueba es que, si nos molestan las fallas de los demás es, precisamente, porque nos están recordando nuestras propias fa¬llas, y si nosotros no nos permitimos fallar (o no queremos reconocerlo), ¿cómo vamos a aceptárselo a los de¬más? En cuanto se reconoce lo propio, ya no molesta verlo en los demás.

De haber sido yo víctima de la vio¬lencia, de la crueldad o el sadismo y, además, estar drogado por una programación que me da inseguridad y dis¬para mis deseos de poder, ¿quién sería yo? Sería seguramente dictador, o ase¬sino, o cualquier otra clase de malhe¬chor. Jesús se daba cuenta de que, como todo hombre, no era mejor que los de¬más. Y lo dijo: "¿Por qué me llamáis bueno...?"

Era mejor porque estaba despierto, con los ojos bien abiertos a la realidad, porque había vivido mucho, conocido a muchas personas y había aprendido a amarlas de verdad, pero sabía que eso no es ser más que los demás. Jesús no rechazaba a los malos, porque los com¬prendía, pero sí rechazaba a los hipó¬critas que falseaban la verdad y eran crueles con los débiles. Lo que recha¬zaba era su actitud, y se lo decía en la cara para que despertasen. Hasta que no veas inocentes a las personas, no sabrás amar como Jesús.

Si lo comprendes todo, lo perdonas todo, y sólo existe el perdón cuando te das cuenta de que, en realidad, no tienes nada que perdonar.

El mal no existe

Párate a pensar si, en algún momen¬to de tu vida, has hecho mal a sabien¬das; y si no lo has hecho, ¿por qué crees que los demás sí son capaces de hacer¬lo? Algún enfermo mental puede que lo haga, pero éste no es responsable de sus actos. Todos, sin excepción, busca¬mos nuestro bien, aunque lo disimule¬mos, pero la mayor parte de las veces ese bien es equivocado, no es bien en realidad.

El miedo y el recelo a perder el bien nos hacen egoístas, interesados y hasta crueles. ¡Cuando el verdade¬ro bien es libre y gratuito y está den¬tro de nosotros! Cuando creemos atrapar el bien nos volvemos vanido¬sos: ¡tontos, pero si ha estado siem¬pre con nosotros y no es obra nues¬tra!

El bien existe, es la esencia de la vida. Cuando no sabemos verlo o dis¬frutarlo, a esa sensación la llamamos mal, pero en sí el mal no existe, lo que apreciamos es una ofuscación o menor percepción del bien, y a eso lo llamamos mal y nos da miedo, por¬que estamos hechos para el bien y la felicidad, y el perderlos de vista nos asusta, nos inquieta hasta el sufri¬miento cuando no somos capaces de ver la realidad tal cual es.

Si lo comprendes todo, lo perdo¬nas todo, y sólo existe el perdón cuando te das cuenta de que, en rea¬lidad, no tienes nada que perdonar. Así es el perdón del Padre. La civili¬zación no ha avanzado lo suficiente para comprender que el criminal es un enfermo que no es responsable de sus actos, como no lo son los locos. Ambos necesitan cura y no que los encierren.

Todos cambiamos en presencia del amor, aun cuando el amor puede ser muy duro. No olvidemos que la res-puesta del amor es siempre la que el otro necesita, porque el amor verda¬dero es clarividente y comprensivo. Siempre está de parte del otro.

Un niño malo no existe y un hom¬bre malo no existe. Pero sí equivoca¬dos, mal programados y locos. Pegan¬do al hombre o encerrándolo, no lo curas. Puedes hacerle cambiar su con¬ducta presionándolo mucho, por mie¬do, pero no cambiarás la enfermedad que lo hace funcionar así, su compulsión. La puedes reprimir, pero saldrá luego y saldrá con más agresividad y más violencia.

Los actos compulsivos vienen, la mayoría de las veces, por la represión sexual, que sale con una forma simbólica, como la cleptomanía, para sa¬tisfacer deseos que están reprimidos en el inconsciente. Como no llegues a descubrirlo y des libre paso a esa represión, los actos compulsivos se¬guirán ahí y no se curarán nunca por mucho que te empeñes en cambiar la conducta.

Si descubriésemos el origen de nues¬tras represiones, nos curaríamos para siempre; por eso es tan importante que nos conozcamos a fondo; bien despier¬tos y conociéndonos nosotros, fácil¬mente conoceremos a los demás.

El inconsciente humano tiene una enorme importancia. Es algo muy de¬licado y enormemente complicado en

su sensibilidad, con casos de efecto ¬causa que, al descubrirlos, se logran resultados mágicos. Pero si esto no se conoce, ¿cómo se puede cambiar? El mal que haces a los demás es lo mis¬mo que hacerte el mal a ti mismo. El día que comprendas esto, el perdón será muy fácil. Podrás defenderte del otro, lo pararás, pero no sentirás nin¬gún odio, sino la comprensión del amor clarividente.

El hombre es libre, pero no existe libertad para distorsionar el bien. Sólo un loco o un dormido hacen el mal -los que no saben lo que es la libertad o no tienen libertad para ser ellos mismos- porque son esclavos de sus compulsiones o sus miedos. Son llevados por su resentimiento y su egoísmo que los hacen crueles. Te tienes que defender de sus modos, pero no confundir al enfermo con su enfermedad y condenarlo.

Existe el pecado, pero es un acto de locura.

Ejercicio

Piensa en algo que hayas hecho en el pasado y que al recordarlo tengas sentido de culpabilidad. Entiende que, como para ti lo que hacías tenía una parte de agrado, esa parte no te dejó ver tu injusticia o pudo más que ella. Tú actuabas bajo los efectos de la programación; paralizado e hipno¬tizado por ella, creías que tu felici¬dad estaba en hacer aquello, ¿no? A ver si eres capaz de ver lo que suce¬dió como consecuencia de una enfer¬medad de la que quieres sanar.

Si te das cuenta de ello, es que des¬piertas a la realidad, es que te estás sensibilizando y, en donde hay sen-sibilidad -apertura hacia la ver¬dad-, no puede haber pecado. Pue¬des estar enfermo y necesitar curar¬te, despertarte más a la realidad, pero si ya lo puedes observar, señal de que lo estás consiguiendo. Ya sabes el porqué de tu obrar así.

A ver si eres capaz de perdonarte tú, sin más sentido de culpabilidad ni resentimiento. Si de verdad has com-prendido la situación y aceptado tu papel en ella, ya no habrá remordimien¬to ni rechazo alguno al recordarlo.

Ahora piensa en algún rechazo, ofensa o injusticia que has recibido de otro. ¿Era una ofensa? ¿O es que tu miedo y tu inseguridad hicieron que te sintieras ofendido? Es posible que el otro no supiese obrar debida-mente, pero piensa que, al actuar así, a quien hizo más daño fue a sí mis¬mo, no a ti. ¿Eres capaz de verlo?

El otro es inocente, aunque en ese momento haya reaccionado ofuscada¬mente, como un loco. Pero lo impor-tante es que él no está capacitado para ofenderte, ni con palabras, ni con acti¬tudes, ni con gestos. Es tu inseguridad la que se sintió atacada e hizo que tus mecanismos de defensa se pusieran en guardia. Recompón la situación y ve¬rás cómo es así.

¿Qué es el pecado? Existe el peca¬do, pero es un acto de locura. Tú pre¬ocúpate de desmontar tu programación y no te preocupes de lo que te digan.

Sí, pero...

Hay un juego psicológico, el del triángulo, que se suele llamar el juego del "Sí, pero..." Es como una transac-ción entre dos o más personas. Un psi¬cólogo, que era un genio, pensó que tú, en ese juego, irremediablemente haces uno de esos tres papeles del triángulo: rescatador, perseguidor o víctima.

El rescatador actúa bajo el influjo de la culpabilidad.

El perseguidor actúa bajo el influjo de la agresividad.

La víctima actúa bajo el influjo del resentimiento.

Si tú entras en el triángulo, irreme¬diablemente cargarás con las conse¬cuencias: te quemarás.

Supongamos que estoy cansado y necesito tiempo para mí. Y tú vie¬nes a mí con cara de víctima recla¬mando mi atención. Yo, que soy in¬capaz de decir que no a nadie, te doy una cita para después de cenar. Inmediatamente me voy sintiendo cada vez más resentido por tu in¬tromisión, me pongo furioso por haberte dicho que sí. Entonces vie¬nes, y me contengo y te recibo bas¬tante bien, pero cuando veo que no son más que banalidades lo que me dices, empiezo a impacientarme y el enojo se me sale por los poros. Así es que, violentamente, te corto para decir: "Pero ¡para este proble¬ma me vienes a molestar a estas ho¬ras!" Y estalla la tragedia. Con de¬cirte que no podía atenderte a esa hora se hubiese evitado todo esto; pero al no saber decir que no, hice:

- de rescatador cuando dije que sí,

- de víctima cuando me dolí por dar un tiempo que no quería dar,

- de perseguidor porque te di un palo.

¿Qué hay de bueno en esto?

Pero aún no para allí, pues por la no¬che me siento culpable y arrepentido; con lo que, por la mañana voy con mu¬cha amabilidad a preguntarte qué tal estás. Y tú aprovechas mi buena dispo¬sición para pedirme otra entrevista. ¿Ves el juego? He querido hacer de res¬catador y no sólo me he dejado utili¬zar, sino que, a consecuencia de ello, he pasado a ser víctima y perseguidor y,"además, tú sigues con la misma ac¬titud, no aprendiste nada.

La culpa en verdad la tengo yo, por meterme en el juego y dejarme enre¬dar en él, en vez de ser sincero y decir que no puedo. Es como aquel prover¬bio: "Si dejas la puerta abierta, los que se meten son los fuertes y quedan fue¬ra los débiles." Dejar la puerta abierta para todos, sin discernimiento, es peli¬groso.

Alardeas de servicial y de bueno y no caes en la cuenta de que no saber decir que no, es de cobardes, egoístas e hipócritas, pues te gusta parecer bue¬no cuando por dentro estás echando chispas. Todos, alguna vez, dijimos sí cuando deseábamos decir no, y lo ha¬cemos por el sentido de culpabilidad metido en nuestra mente y por las bue¬nas apariencias, por lo que puedan pen¬sar de nosotros. En el pecado llevamos la penitencia. Sólo el día que no nos importe lo que piensen de nosotros las personas, comenzaremos a saber amar¬las como son y darles la respuesta adecuada. Lo cierto es que nuestro ego es el que propicia esa necesidad de que nos necesiten para sentirnos importantes.

Vamos a poner unos ejemplos, que muestran cuatro casos de "rescatador":

1) Cuando me lanzo a darte ayuda, pero, en realidad, no lo veo claro o no veo la necesidad de que tenga que ha¬cerlo yo y no otro; o cuando sin pedír¬melo tú, yo me ofrezco.

2) Cuando me presto a ayudarte por¬que me lo pides, pero yo no quiero ayu¬darte.

3) Cuando intento ayudarte yo, sin antes insistir para que seas tú quien te ayudes.

4) Cuando tú necesitas algo de mí, pero no lo dices explícitamente, es¬perando que yo lo adivine.

Sólo el día que no nos importe lo que piensen de nosotros las personas, comenzaremos a saber amarlas como son y darles la respuesta adecuada.

10

EL TEXTO ES LA VIDA

Lo importante es despojarte de ilu¬siones y emociones que no tienen ca¬bida porque no son reales. Ilusionándose, uno no alcanza la libertad ni la mística. Dice Sócrates: "La vida no conocida, no vale la pena vivirla." Hay que disfrutar de todo, pero sin apegar¬se a nada. Cuando te desapegues, ve¬rás cómo disfrutas mucho más de todo, pues serás mucho más libre para re¬crearte en cada cosa sin quedar fijado a ninguna.

El dudar es esencial para la fe. El único enemigo de la fe es el miedo, no la duda, pues si no dudas, no cuestio¬narás ni robustecerás tu fe, y entrarás fácilmente en el fanatismo. El fanático es el que no puede resistir el cuestio¬narse las cosas, y si alguien las cuestiona en su presencia se horroriza, por¬que teme que le hagan dudar. No olvi¬des que, según vives en esta vida, se¬rás en la otra. Es ahora cuando has de buscar la verdad por ti mismo.

Una persona que camina hacia la ilu¬minación, lo primero que se cuestiona¬rá es: ¿Estaré loco yo, o es que están locos los demás? Si cuando atacan tu doctrina, te molestas, mala señal. ¿Por qué no escuchas y luego cuestionas? Tampoco te es válido poner tu seguri¬dad en las personas que piensan como tú. Lo importante es escuchar y cues¬tionar desde ti mismo. Esa responsabi¬lidad es sólo tuya y no puedes apoyar¬la en otro, por mucho prestigio y cre¬dibilidad que tenga. La apertura, así, se llama fe. La fe no es inamovible y has de renovarla continuamente para que esté viva. Nunca puedes estar seguro de a dónde esa fe te va a llevar. Es ésa la fe que redime la vida, dejando muerto el pasado y empujándote al presente. El presente es la vida, y sólo allí están Dios y la eternidad. Por ello hay que vivir despierto, vigilante, para no per¬derte nada de ella.

Si no te agarras a ningún concepto, cosa o ideología, te será fácil descubrir dónde están la verdad y la realidad.

Cuestiónate

Te despertarás a base de cuestionar¬te cada creencia tuya y todas las que te vengan del exterior. Si no te agarras a ningún concepto, cosa o ideología, te será fácil descubrir en seguida dónde están la verdad y la realidad, que son la voluntad de Dios escrita en la vida. Pero hay quien no está dispuesto a ha¬cerlo.

¡Convence al capitalista de que cuestione su capital! ¡O al político sus ideas cerradas! Están demasiado apegados a sus razones materiales. La palabra no describe la realidad, sino que la indica. La realidad no puede expresarse en su profundidad y sus matices, porque la palabra no es capaz de contenerla. Y, por ello, los místicos aseguran que es imposible expresar la realidad de Dios.

De la misma manera, en la Biblia se nos señala solamente el camino, como ocurre con las escrituras musulmanas, budistas, etc. Por ello, con las Escrituras se han cometido abusos de interpretación al querer aplicarlas li¬teralmente. Ya hemos hablado de lo que ocurrió en los siglos pasados por tomarlas al pie de la letra, con la que¬ma de herejes y otras barbaridades.

Todos los fanáticos querían agarrar a su Dios y hacerlo el único. También los católicos tomamos al pie de la le¬tra lo del único Dios, y quisimos ha¬cerlo nuestro. Las barbaridades y crueldades que se han hecho para de-fender que "sólo dentro de la fe ca¬tólica está la salvación" y que el que no está bautizado se condena eterna-mente, no se suelen publicar. Todo esto se podrá develar en los siglos venide¬ros. Aún hay mucho fanatismo que oculta los errores, por miedo a perder una imagen a la que nos agarramos.

Lo mismo ocurre con los fanatis¬mos históricos en los cuales también la religión estuvo presente. Colón no descubrió América, pues ella ya se había descubierto a sí misma. Era una tierra poblada que tenía una forma de vida, unas creencias y una cultura. Lo que se descubrió al arribar a ella fue la ignorancia de los europeos, que no sabían que existía. Allí no se respetó nada por parte de los descubridores. Se les cambiaron nombres y apelli¬dos, creencias y una forma de vivir y de expresar su cultura. En nombre de una civilización y de una religión se destruyó todo, sin discriminación al¬guna y, a cambio, se le saquearon sus tesoros antes de que se enteraran de su valor. Ningún misionero compren¬dió la riqueza de su cultura, de sus conocimientos, de su filosofía y de su creencias. No podían reconocer otra cultura y otra fe diferentes, porque estaban adoctrinados y programados por su papel de salvadores. Estaban apoyados por la creencia de toda una Iglesia cuyo Papa se tomó toda la po¬testad del mundo para repartir aquellas tierras entre españoles y portu¬gueses, para convertirlas. Y esto lo hizo por tomar las Escrituras al pie de la letra.

Otro tanto ocurrió con Galileo, que en su reunión con obispos y cardena¬les sólo pedía que mirasen por el te-lescopio, y se negaron; porque mirar era dudar de la Palabra de Dios, ya que se interpretaba la Biblia como

que era el Sol el que daba vueltas al¬rededor de la Tierra, y dudarlo supo¬nía herejía.

"La vida no conocida, no vale la pena vivirla." (Sócrates)

La Biblia y el telescopio

Por eso os digo: ¡Cuidado al leer la Biblia! Leerla con lógica, tenien¬do presente la cultura de las gentes que la escribieron, pues la ilumina¬ción que trasmiten nada tiene que ver con el contexto desde donde la escri¬ben. Una cosa es el mensaje, y otra son el tiempo y las formas. Hay que leerla con apertura, sin apegarse a las formas, sabiendo comprender su esencia. También a Jesús lo rechaza¬ron por hereje. Cuando leáis las Es¬crituras, tened en una mano la Biblia y en la otra el telescopio.

Buscar siempre la verdad. La ver¬dad es lo importante, venga de don¬de venga, de la ciencia, de Buda o de Mahoma, lo importante es descubrir la verdad en donde todas las verda¬des coinciden, porque la verdad es Una. No se puede tener miedo a mi¬rar por el telescopio.

Hay muchos santos que, sin cono¬cer la Biblia, se han encontrado con la realidad. El verdadero texto es la vida. La Biblia nos refiere la vida, y por ello es un medio; pero también es un mito que trata de expresar lo inexplicable en palabras, en forma de historias, para que de ella saquemos el significado de la vida, que es el mensaje de Dios.

Algunos mitos son históricos y otros no. La vida de Jonás no es his¬tórica, la de Jesús sí. Nuestra mente humana no está preparada para ver la realidad de la vida y se queda en los conceptos que tratan de expresar el mensaje de esos mitos. La vida his¬tórica de Jesús se ha convertido en un mito y hay que desmitificarla para recobrar la frescura de un mensaje que está vivo. Dejar fuera de la Bi¬blia los fanatismos, los límites cultu¬rales, costumbres y prejuicios del pueblo judío de aquella época.

Jesús, al celebrar la eucaristía, toma el pan y el vino que eran la co¬mida corriente del pobre, lo más ase¬quible en su país. En otros países tie¬nen que importar el pan y vino para celebrarla, ¿por qué? Unos jesuitas misioneros se escandalizaban porque algunos orientales celebraban con pan de arroz y zumo de frutas, que era lo más asequible allí. ¿Qué es lo más importante, la esencia o la for¬ma? ¿El mensaje o el modo? Distin¬guir lo esencial de lo adicional y no considerar los errores como verdades.

Einstein llegó a probar con la teo¬ría de la relatividad que no siempre la distancia más corta entre dos pun¬tos es la línea recta, sino que, en algu¬nos casos, la curva puede acercar esos puntos. Si ves una cosa clara y la ex¬perimentas, necesitarás mucha valentía para demostrar algo que va en contra de las creencias generales aceptadas por la sociedad y la religión. Te llamarán loco. Los científicos tienen la ventaja de poder demostrarlo, los iluminados sólo pueden vivirlo. Y, sin embargo, las teorías no curan y la fe sí. Ambas pue¬den ser acertadas o equivocadas. Hay que quitarles los aditamentos cultura¬les y fanáticos para probar la verdad. Lo importante es mirar, no el dedo, sino hacia donde señala para descubrir la verdad. En eso nos es de gran ayuda la Biblia, que nos revela los datos y las actitudes que nos acercan a la verdad.

Buscar siempre la verdad. La verdad es lo importante, venga de donde venga.

El amor es clarividente

Le preguntaron a Beethoven lo que quería expresar con la Tercera Sinfo¬nía, y el gran músico contestó: "Si yo pudiera expresar lo que significa con palabras, no necesitaría expresarlo con música." Sólo los sensibles son capa¬ces de disfrutar de la belleza. Sólo los que tienen sentido del humor pueden comprender el aparente despropósito de la vida. Precisamente porque tenemos la palabra Dios y asociamos a esa pa¬labra las ideas con las que nos han pro¬gramado, somos incapaces de descu¬brirlo en la vida corriente y cotidiana, y en las personas que están pasando a nuestro lado. Los que aman la belleza son capaces de captar a Dios, porque aman la vida y a las personas. Sólo el amor es clarividente. Cuando ya no te haga falta agarrarte a las palabras de la Biblia, entonces es cuando ésta se con¬vertirá para ti en algo muy bello y re¬velador de la vida y su mensaje.

Lo triste es que la Iglesia oficial se ha dedicado a enmarcar el ídolo, en¬cerrarlo, defenderlo, cosificándolo sin saber mirar lo que realmente significa.

La mejor manera de acercarte a la verdad es que pases un tiempo miran¬do el mar, el campo, la naturaleza y, sobre todo, que repares en las perso¬nas como seres nuevos, sin concep¬tos, sin memoria, y que las escuches desde adentro con tu corazón abierto de par en par, comprendiéndolas, amándolas. Ésta es la mejor oración. Un día sentirás el asombro de haber estado prisionero de los conceptos y de tu ego. Entonces verás lo bella que se te hace la Biblia, que te acerca a la vida y no te aleja de ella ya. En¬tonces habrás encontrado la interpre¬tación de la Biblia y, en ella, el ma¬nual para comprender mejor la vida.

Una vez había un cachorro de león que se perdió y se metió en un reba¬ño de ovejas. Creció allí y se creía

una oveja como ellas. Pero un día un león adulto llegó por allí y las ovejas corrieron espantadas a ponerse a sal¬vo y, entre ellas, el pequeño león tam¬bién corrió asustado. Pero el león, que lo había descubierto, le da alcan¬ce y el cachorro asustado le dice: "¡No me comas, por favor!" Mas el león, sin decir nada, lo arrastra hasta el borde de una charca y lo obliga a que mire las dos imágenes reflejadas en el agua. El cachorro, al verse como en realidad era, como un león, des¬pertó y, desde ese momento, ya fue todo un león.

Esto es lo que nos tiene que ocurrir al leer este libro: que despertemos para ver claramente que somos leones y no ovejas.

ÍNDICE

Introducción

1. ¡Despierta! ¡La felicidad eres tú!

Estás dormido – Despierta – Importa la vida – No te ates – No confundas los sueños - ¡Qué lío! – El amor no duerme – Disparar gratuitamente – Tú ya eres felicidad.

2. ¡Desprográmate! ¡Sé tú mismo!

¡Desprográmate! – No seas fotocopia – Fácil y difícil – Conocerse a fondo – La vida observada – Métodos para ser feliz

3. ¡Reconoce tu añadidura!

En cuanto metes tu yo... – Reconoce tu añadidura – Resultado de nada – No tengas miedo – El pez tenía sed – Menudo descanso.

4. Amar es escuchar todos los instrumentos

El ser y la imagen – El amor es – El fuego es el amor

5. El miedo se aprende

No tengáis miedo – Estamos programados – Arrepentimiento: una trampa – Cambia tu programación – Ejercicio de fantasía – Otro ejercicio.

6. El tesoro está dentro de ti

El dichoso niño – Violencia cultural – Odiarse a sí mismo – El amor no castiga – El amor no es una droga – Date el gusto de vivir

7. El ser es lo que vale

Poco sirve las palabras – Ejercicio 1 – Ejercicio 2 – Ejercicio 3

8. Dios está en la vida

Dios no se deja encerrar – El valor de la realidad – Eso es muy comprometido – Opción por la verdad – Ejercicio.

9. El amor, esa maravilla

Qué es el amor – Más o menos iguales – El mal no existe – Ejercicio – Sí, pero...

10. El texto es la vida

Cuestiónate – La Biblia y el telescopio – El amor es clarividente.

...

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