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Conciencia De Groodeck


Enviado por   •  27 de Agosto de 2013  •  3.458 Palabras (14 Páginas)  •  223 Visitas

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 Quinta Conferencia

13 de setiembre de 1916

George Groddeck

Biblioteca de Psicología Profunda.

Editorial Paidós. 1983.

 

La última vez hablé de las conexiones de la vida con el dolor; de ahí quisiera partir ahora para fundamentar con mayor precisión mi afirmación de que el prejuicio contra las expresiones de sadismo y masoquismo está equivocado. Se trata de fenómenos con gran importancia para la conceptualización de la vida masculina y femenina, y están incorporados a la vida diaria, a la vida religiosa y en estrecha relación con los fenómenos extraordinarios de este mundo. Quisiera llamar la atención sobre ciertos detalles de la vida cotidiana que prueban que ambas pulsiones se desarrollan en todo ser humano. Ya resalté la vez pasada que la madre, cuando lleva a su hijo en brazos y quiere expresar su alegría y su ternura, le da unas palmadas afectuosas. Este gesto ya lo emplean las madres antes del nacimiento, cuando el niño se agita en el cuerpo materno. Es algo que dura toda la vida, y pongo de relieve que en el problema del sadismo y del masoquismo los golpes desempeñan un gran papel; ello tiene que ver con las primeras impresiones sensoriales y auditivas. Las impresiones sensoriales son las primeras que aprende a conocer el niño. Los golpes en la espalda se utilizan para hacerle devolver el aire superfluo que traga mientras mama; muy pronto se relacionan, así, con un sentimiento de alivio. También se desarrolla, paralelamente, el placer causado por el sonido, y el reconocimiento del ruido. El palmoteo es casi lo primero que aprende el niño. En los juegos de los niños con los padres, las madres y las niñeras, generalmente se palmotean juntos, y siempre el niño reacciona con un signo de júbilo al son de los golpes de una mano contra la otra. Este recuerdo es tan intenso que posteriormente expresamos con aplausos nuestra alegría y nuestros testimonios de aprobación. Lo cual se asocia a otros efectos sonoros, a los que también se añade el chasquido del látigo. Luego se añade la impresión visual, que es asimismo notoriamente decisiva. El enrojecimiento de la piel blanca es lo más encantador que hay en la vida humana. El rojo tiene también un especial alcance en la vida: es el color del amor.

Enrojecer es siempre el signo de un espíritu receptivo, no embotado. Resulta curioso que la idea del golpe se relacione siempre con la crueldad. No tiene nada que ver, aunque a veces vayan juntas. Lo que se provoca es el enrojecimiento de una zona de la piel para que se destaque el blanco que la rodea, bien se trate de la piel o de una ropa blanca. A esto hay que añadir el sentimiento de excitación. La leve escocedura es importante y actúa causando excitación al ser humano. En los países nórdicos, en Escandinavia y en Rusia, se utilizan para el baño varas de abedul; tras el baño, unas mujeres especialmente ejercitadas azotan ligeramente a las personas y así provocan una sensación agradable, de dolor leve, calor y excitación corporales. Este es también el sentido con respecto a cualquier otro tipo de golpes. El ligero escocimiento es algo que está en relación inmediata con nuestra vida. De ahí proviene la expresión “amor ardiente”. “El amor quema como el fuego”: he aquí una expresión que hallamos en todas las lenguas. Es interesante, significativo e importante para dictaminar todas las enfermedades, que la omisión de los golpes tiene repercusiones desfavorables en la vida. La quemadura del amor arroja alguna luz sobre esta extraña característica, es decir, que los seres humanos no están satisfechos con un amor feliz, sino que además necesitan un amor algo desdichado, una ligera insatisfacción, una leve sospecha, una quemadura; es el mismo caso de las parejas jóvenes. De ahí surgen los celos, cuya pérdida es indicio de que el ser en cuestión se ha vuelto indiferente o de que domina tan absolutamente la vida amorosa que puede eliminar a voluntad ese pequeño atractivo, lo cual es deseable; pero tarde o temprano reaparecerá siempre la necesidad de dolor y de celos. No puedo proporcionar más que una ligera aproximación a la real dimensión de estos aspectos; desearía volver de nuevo al niño y a los golpes. Y además quisiera, ante todo, destacar que estas pulsiones son innatas y están presentes en todos los seres humanos. Es lo que denotan los típicos juegos de niños, en los que hay que considerar dos aspectos. Primero, cuando se juega al caballito; y segundo, cuando se juega a la escuela o a la familia. Pocos son los niños que no juegan al caballito, y hay una razón para ello. Cuando un niño no juega al caballito, tal vez tenga realmente un caballito de balancín o de juguete (lo que ahora ya no es muy frecuente) o un pequeño látigo o un palo. Los niños siempre tienen algo para golpear, aunque no sea más que la punta del cojín, que agitan en el aire, o sus manos, con las que golpean sobre el cubrecama. El juego del caballito consiste en que uno de los niños haga de caballo y el otro de cochero. El caballo se detiene en un punto determinado y no quiere avanzar; entonces recibe un latigazo. Esa es toda la gracia del juego, y es igual en todos los países. Lo esencial consiste en que el caballo se plante y reciba unos golpes. Algunos niños prefieren hacer de caballo; otros, de cochero. Parecería poderse sacar de ello conclusiones sobre las tendencias del niño, pero no es éste el caso. El niño que hace de caballo tal vez piensa: “me dejo golpear hasta cierto punto, porque, cuando quiera, doy una sacudida, el cochero caerá todo lo largo que es y a fin de cuentas soy el amo”. O la niña que hace de cochero y golpea a su caballo puede pensar: “si se vuelve y me da una bofetada, quedo indefensa a su merced”. Esto no significa que en uno se haya desarrollado más el aspecto sádico, y en el otro el masoquista. Siempre hay un juego de equilibrio entre el deseo de golpear y el de ser golpeado. En la niña ya aparece la necesidad inherente a la condición femenina de encontrar un hombre lo más fuerte posible; la mujer siente siempre la inclinación de desafiarlo para probar su fuerza. Lo atormenta, y con ello quiere lograr que él pierda de pronto la paciencia y le prueba que es más fuerte. Corrientemente no se entiende este juego. La mayoría de los hombres son demasiado tontos para comprender el refinamiento del juego de la mujer; creen seriamente en la resistencia, surgida del deseo de los golpes, del palo en este caso. La raíz de las posteriores desavenencias en el matrimonio surge con frecuencia únicamente de aquí. El caballo desempeña asimismo un gran papel en otro aspecto; interviene en la relación entre padre e hijo cuando el hijo cabalga

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