Conociendo La Ciencia
emisario8728 de Octubre de 2012
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EL CONOCIMIENTO DE DIOS
I. El misterio del hombre
La pregunta por el sentido de nuestra vida se le plantea a cada hombre de distinta manera. Puede presentarse como pregunta por la felicidad. Experimentamos felicidad de modos muy diferentes: cuando nos sale bien nuestro trabajo, cuando tenemos éxito, cuando estamos con una persona querida, al realizar una buena obra, en el sacrificio por los demás, en el deporte y en el juego, el arte y la ciencia. Sabemos que no podemos conseguir la felicidad. Puede desvanecerse en el momento menos pensado. Pueden producirse engaños amargos. ¿Qué sentido tiene entonces la vida? ¿Cuál es la auténtica felicidad humana? Con mayor intensidad aún se plantea la pregunta por el sentido del hombre en la experiencia del sufrimiento, sea el sufrimiento propio o el ajeno: en la enfermedad incurable, en la preocupación, la soledad o la necesidad. ¿Qué sentido tiene que tantos hombres sufran sin culpa? ¿Por qué hay tanta hambre, miseria, injusticia en el mundo? ¿Por qué tanto odio, envidia, mentira y violencia? Por último, la experiencia de la muerte, por ejemplo, cuando un amigo, un conocido o familiar se va de entre nosotros, o cuando nos enfrentamos con la idea de nuestra propia muerte. ¿Qué hay después de la muerte? ¿De dónde vengo, adónde voy? ¿Qué queda de aquello por lo que yo he trabajado tanto? Las respuestas que podemos dar a estas preguntas nunca nos satisfacen del todo. El hombre sigue siendo, en definitiva una pregunta y un misterio profundo. Esta es su grandeza y su miseria. Su grandeza, porque el preguntarse por su sentido distingue al hombre de las cosas inanimadas, que simplemente están ahí, y también de los animales, que con sus instintos se adaptan inalterablemente a su entorno. La dignidad del hombre se basa en que es consciente de sí mismo y en que es libre para dar una dirección también a su vida. Esta grandeza es, al mismo tiempo, el lastre del ser humano. Al hombre no sólo le viene dada su vida, sino también encomendada; tiene que darle forma, tomarla en sus manos. Al ser del hombre no le es entregado el sentido de su ser directamente. Por eso, el ser humano es una marcha hacia lo abierto y hacia lo invisible. Si el hombre no se hubiera planteado la pregunta acerca de sí mismo, sólo habría llegado a ser un animal ingenioso. Así, pues, debemos inevitablemente afrontar la pregunta: ¿Qué es el hombre?
El origen de la idea de Dios en el hombre no es debido a causas externas. Por eso carece de génesis propiamente. Es una idea o afirmación específica que no "se explica ni como la de una ilusión perfectamente penetrada en sus causas, ni como la de una construcción del espíritu". Es un concepto peculiar que germina en la conciencia de la persona humana cuando ésta llega a su madurez racional y es capaz de asumir conscientemente su finitud. Mas, para que este brote adquiera pleno desarrollo, se requiere un esfuerzo constante de clarificación y un continuado trabajo de discernimiento que empeñan la vida entera del individuo. Por consiguiente, es legítimo concluir que la idea de Dios, como ser sin más, se hace presente a la inteligencia (facultad del ser), por vía de disposición natural o "hábito", antes de cualquier razonamiento explícito y con anterioridad a su conceptuación y formulación categorial. "Antes de ser "identificado" por cualquier acto consciente, debe existir en el espíritu cierto "hábito" de Dios". Es un hecho que la idea de Dios ha ido cambiando en el transcurso del tiempo. A medida que el hombre adquiere un mejor conocimiento de sí mismo al contacto con la realidad, forja un concepto más exacto del Absoluto, que queda plasmado en su acervo cultural. La historia del pensamiento es testigo fehaciente de las distintas concepciones de Dios en los distintos contextos culturales. Por otra parte, es obligado reconocer que esta idea se obtiene dialécticamente, en cuanto que el sujeto humano va tomando progresivamente conciencia de ella. Tal clarificación da lugar a las diversas formas históricas de la religión, como otros tantos cauces o vías de acceso a la divinidad. El fundamento es siempre el mismo: el diverso grado de conocimiento del hombre y de su relación con el fundamento de la realidad. En este sentido puede hablarse de historicidad de la idea de Dios, en el sentido de crecimiento y profundización en su conocimiento. En este hecho estriban las formas estructurales a través de las cuales el hombre intenta relacionarse con Dios en su peregrinar histórico. De las consideraciones anteriores podemos deducir el siguiente elenco de conclusiones:
- El hombre arcaico ha forjado unas expresiones que demuestran su concepción del cosmos y de la vida. Todas ellas hablan de su encuentro con una realidad enteramente superior y con un valor netamente distinto a los terrenos, que confieren sentido pleno a su vida. Ello autoriza a pensar lo sagrado como elemento de la estructura de la conciencia humana y de la unidad espiritual de la humanidad. Sus diversas formulaciones constituyen otros tantos caminos por los que el hombre se dirige al Absoluto como presencia que lo trasciende por completo.
- Esta realidad por excelencia, Dios, nunca es captada directamente en sí misma, sino a través de mediaciones que sugieren un orden distinto del natural y ordinario. Los historiadores comprueban la admisión de este orden como hecho histórico incuestionable, de modo que al hombre le resulta imposible vivir en un mundo completamente desacralizado. Ello demuestra una actitud de búsqueda incesante de sentido último ante la insatisfacción que producen al hombre la realidad circundante y su mismo ser.
- Es opinión común entre los especialistas de la religión que las culturas de los pueblos antiguos más desarrollados (Egipto, Babilonia, Persia, China, India) comportan connotaciones de orden religioso, se nutren de elementos teológicos, y en algunos casos son enteramente religiosas. Posteriormente van apareciendo culturas cada vez más desarrolladas, en alguna de las cuales apuntan atisbos filosóficos mezclados con elementos estrictamente religiosos.
En resumen, la vida humana ha sentido siempre estar ante alguien y bajo algo. Este sentimiento es la causa del delirio, estado de ánimo por el que el hombre experimenta la presencia inexorable de una instancia invisible superior que encubre la realidad. Por eso la forma originaria de presentarse la realidad fundamental al hombre es la de una ocultación radical que intenta desvelar a toda costa. No se trata de un atributo o cualidad de las cosas, sino de algo anterior a todas ellas que, a manera de irradiación de la vida, emana de un fondo de misterio que las religiones denominan "sagrado" y la filosofía traduce por ens realissimun.
Es legítimo afirmar, por consiguiente, que el hombre se ha afanado infatigablemente durante toda la historia para dar forma al misterio de la realidad profunda. Hasta ahora no ha discurrido ninguna acción histórica -no ha habido ninguna cultura- que no haya ido acompañada del padecer y del forjar a Dios, de definir por el pensamiento el fondo de lo real que hace ser a todo lo que existe.
II. Respuestas provisionales
1. La ciencia
Muchos confían hallar en las ciencias modernas la repuesta a sus preguntas. Los progresos que se han logrado gracias a las ciencias modernas son indiscutibles. Ofrecen un saber seguro en sus fundamentos, metódicamente demostrado y lógicamente coherente. Han podido resolver muchas cuestiones para las que los siglos anteriores sólo tuvieron respuestas imperfectas o incluso ninguna respuesta. Sabemos hoy infinitamente mucho más, por ejemplo, sobre el comienzo del mundo, el origen de la vida, sobre las leyes que determinan la realidad de la naturaleza y del hombre y regulan las relaciones de los hombres entre sí. La humanidad, gracias a la ciencia y a la técnica, ha experimentado más transformaciones en los últimos doscientos años que antes en milenios. Las modernas técnicas que nos permiten dominar la naturaleza ponen también en nuestras manos la manera de dominar y manipular al hombre, sea mediante la simple violencia, sea mediante los sutiles métodos de la propaganda o mediante la selección unilateral de las informaciones. Por eso, se nos plantea cada vez más claramente la pregunta: ¿Nos está permitido hacer todo aquello que somos capaces de hacer? Evidentemente, no es éste el caso. Tenemos que emplear nuestros medios científicos y técnicos para conseguir fines verdaderamente humanos. Pero ¿qué son fines humanos? ¿Nos damos cuenta también, entre las muchas cosas que hoy sabemos, del valor realmente humano que tiene el saber, o no resulta también desconcertante para el hombre la multiplicidad de los conocimientos y de sus respectivos campos? Aunque las ciencias modernas, con la ayuda de sus métodos exactos, pueden explicar muchos aspectos particulares, sin embargo, precisamente debido al carácter de los métodos que emplean, tienen también limitaciones. Hay sectores de la realidad que escapan a estos métodos. Y sobre todo, nada pueden decirnos sobre el sentido último y el fundamento de lo real en su totalidad y también de las limitaciones y peligros que traen consigo las ciencias modernas, hoy se nos plantea con más urgencia que nunca la pregunta: ¿Qué es el hombre?
La cultura científica está perfectamente delimitada debido al procedimiento metodológico que emplea. Este procedimiento ejerce cada vez mayor influencia en la configuración específica de la vida en el momento actual. Apoyándose en la representación y
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