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EL PSICOLOGO Y EL ENFERMO TERMINAL


Enviado por   •  7 de Mayo de 2012  •  1.780 Palabras (8 Páginas)  •  698 Visitas

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El Psicólogo Y El Enfermo Terminal

Resumen: el presente trabajo se refiere fundamentalmente al enfermo terminal afectado de cáncer. No obstante, la mayor parte de las cuestiones que aquí se plantean son asumibles para todas aquellas situaciones en que el objetivo principal de la asistencia no es ya la curación del enfermo, sino su bienestar.

El enfoque terapéutico paliativo supone una respuesta alternativa, plenamente válida para los enfermos terminales. Dicho enfoque coloca su énfasis en la consecución del bienestar o confort global de estos pacientes.

Los psicólogos, trabajando en equipo con otros profesionales sanitarios, constituyen una pieza clave en esta labor, tanto en el ámbito de la investigación como en el de la intervención.

Introducción:

El gran número de seres humanos que se hallan en situación terminal, y la compleja problemática en que se encuentran inmersos, son factores que necesariamente han de llamar nuestra atención como psicólogos y motivarnos a la búsqueda de soluciones eficaces que contribuyan a hacer de esta situación, tal y como plantea Sanz (1986), una etapa natural de la vida y no la prolongación de una agonía.

Pero, ¿qué se entiende por enfermo en situación terminal? Las características fundamentales de la situación terminal (Gómez-Batiste y Roca, 1990)

Son las siguientes:

1. Presencia de una enfermedad avanzada, incurable y progresiva sin posibilidades razonables de respuesta al tratamiento específico.

2. Aparición de numerosos y diversos síntomas, multifactoriales, cambiantes y a menudo intensos, siendo algunos de los más frecuentes: debilidad, dolor, anorexia, ansiedad y depresión.

3. Un gran impacto emocional sobre el enfermo, sus familiares y el equipo que lo asiste.

4. Muerte previsible en un periodo corto de de tiempo.

5. Todos los factores mencionados implican una gran demanda de atención y soporte al enfermo, familia y equipo terapéutico.

Continuando con el análisis desde una perspectiva psicológica, la necesidad asistencial en la situación terminal parece evidente. Tal como planteamos en otro lugar (Barreto 1990) en esta situación, el paciente debido a la duración habitualmente larga de su enfermedad, tiene una gran consciencia de la gravedad de la misma, pues se incrementa el número de complicaciones, los tratamientos se prolongan y se reajustan con gran frecuencia, se aumentan las dosis de medicación, etc. Además, el paciente percibe un cambio general de sus condiciones físicas y una notable alteración de los hábitos cotidianos (dieta, evacuación, actividad, sueño, etc.), asociándose en muchas ocasiones los trastornos del sueño con el miedo a una muerte próxima (Smith, 1985; Stedeford, 1988).

Otros aspectos que, desde la óptica psicológica, complican el cuadro, se refieren a la privación. La hospitalización en muchos casos y la escasa posibilidad de movimiento en otros, implican una gran disminución de la interacción social, facilitando por tanto una mayor propensión a estados depresivos. Junto a ello, es importante también considerar los sentimientos de inutilidad e incapacidad que se producen en estas personas, en muchas ocasiones involuntariamente fomentados por los comportamientos verbales y no verbales de los familiares o personas relevantes encargadas de su cuidado. A saber, el paciente no comunica sus preocupaciones por no molestar o ser malinterpretado y las personas que le cuidan tampoco permiten que las quejas se manifiesten, en el intento de restar importancia a la gravedad de la situación -queriendo dar la impresión de que "no ocurre nada".

Si a lo que acabamos de comentar añadimos la frecuencia de cuadros psicopatológicos observados con cierta frecuencia en estos individuos (angustia, depresión, crisis de llanto, estados confusionales, etc.), en muchos casos con un componente funcional importante y en la mayoría de ellos con una base orgánica indudable (metástasis cerebrales, alteraciones metabólicas, efectos secundarios de la medicación, etc.) parece fuera de toda duda la necesidad de una acción psicológica eficaz, dirigida a todos los elementos implicados en situación terminal (paciente, familia o personas relevantes y profesionales de la salud).

Visto el estado de la cuestión, queda claro que el objetivo que ha de plantearse el equipo terapéutico en estos pacientes no es la curación o remisión de la enfermedad, puesto que ello es imposible, sino más bien conseguir para el enfermo el máximo confort (Gómez-Batiste y Roca, 1990; Holland, 1982; Saunders, 1967, entre otros).

Para conseguir el mencionado objetivo, es preciso un cambio radical en la actitud asistencial lo cual no constituye en absoluto una tarea fácil. Téngase en cuenta que el número de horas dedicadas a la formación del médico como cuidador del enfermo terminal es mínimo y que la motivación del personal sanitario es mayor cuando se espera la consecución de lo que se entiende como éxito científico-social –curar- que cuando se intenta aliviar un mal -paliar la angustia de lo inevitable. Por una parte, el contacto constante con el sufrimiento y la muerte -productores del ya bien conocido síndrome de burnout (Arce, 1990)- y por otra, la necesidad de superación de los propios miedos (difícil en cuanto a su carácter en gran medida adaptativo) a la desfiguración y la muerte, para poder ayudar a aliviar los del paciente.

En el acercamiento al enfermo terminal, los tres objetivos fundamentales (Cox, 1987) son la preservación de la dignidad del paciente, el apoyo emocional y el control de los síntomas. La promoción de la autonomía y la dignidad del enfermo han de regir las decisiones terapéuticas, principio inamovible que implica elaborar con el enfermo los objetivos terapéuticos (Gómez-Batiste y Roca, 1989).

El apoyo emocional se considera un aspecto básico, tanto por la aversividad de la situación ya descrita haciendo notar que si el afecto negativo del paciente es elevado, la expresión de emociones puede presentarse como el problema fundamental, lo que repercute en una mayor dificultad para que el cuidador detecte las necesidades reales del paciente, pudiéndose producir sensaciones de desamparo tanto en el paciente como en el cuidador.

Barreto 1990 plantea algunas pautas específicas que deben guiar la comunicación en la situación de enfermedad terminal y cuyas líneas fundamentales se resumen en los siguientes puntos:

1) La información per se no es válida y sólo es útil cuando

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