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El Peso De La Noche


Enviado por   •  8 de Mayo de 2012  •  3.247 Palabras (13 Páginas)  •  752 Visitas

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Capítulo V: Nuestra frágil fortaleza histórica: repensar el orden histórico en Chile.

Los chilenos nos reconocemos como un país tranquilo y ordenado, al que la fatalidad (terremotos y temblores) le ha reservado un destino permanentemente vulnerable. Nosotros nos vemos como graníticos, sólidos, confiables, fríos, racionales, imperturbables. No es de extrañar, por tanto, que entre los personajes históricos que mas respetemos figuren los Valdivia, los dos O’higgins, los Manuel Montt, los Andrés Bello, gente a la que uno no titubearía en confiarles el orden de la casa.

Incluso, las veces que no nos queda más alternativa que admirar al díscolo, quien no coincide perfectamente con la idea tipo de líder, lo terminamos por aceptar torciendo un poco la historia, atemperándolo hasta convertirlo en un clon más del prototipo emblemático. De ahí que a Portales se lo haya transformado en superhombre, monumento de virtud, restándole toda esa riqueza subjetiva que a la larga lo vuelve atrayente, pero que incomoda. De ahí también que nos reconciliemos con el Alessandri “demoledor” solo una vez que lo derechizamos y transfiguramos en el gran constructor del orden cívico 1932.

Contrario sensu, repudiamos a los espíritus anárquicos, revoltosos o perturbadores. Los Carrera, Bilbao, Huidobro, Miguel y Edgardo Henríquez nos resultan gente no confiable, que sirve a lo más para confirmar que no podemos sino ser distintos.

Si nos atenemos a los diagnósticos que se han hecho en distintas épocas históricas, igual vemos este afán de constituir el desorden en excepción, erigiendo el orden en la columna vertebral de nuestro ser nacional. Hay ciertos momentos tachados por la posteridad. Momentos como la supuesta anarquía que siguiera a la Independencia, o el gobierno de la Unidad Popular, que no podemos obviar pero sí aborrecer una vez que recobramos nuestra estabilidad.

En efecto, a Chile le encanta sentirse una excepción. Y esta característica, el ser un país supuestamente ordenado, se ha constituido en la prueba confirmatoria por excelencia de nuestro anhelo providencial: el que seamos únicos, irrepetibles: un pueblo elegido.

Pero, ¿es tan así? Comenzamos diciendo que la imagen que nos retrata es la de un potencial sísmico amenazante que está en la conciencia de cada uno. Esto nos dice acerca del tipo de orden que apreciamos y el que creemos nos individualiza. Un orden sólido, pero ni tanto, el cual no nos exime de la intranquilidad. Nuestro orden lejos de ser seguro, es precario, y tanto mas precario cuando afirma su supuesta solidez.

LA CASA EN ORDEN

El orden estructura la historia de este país. Suelen aducirse algunos factores: un pasado marcado por una constitución rural señorial, la relativa pequeñez del territorio, barreras naturales que nos apartan, entre otras. Todos ellos han contribuido, si no a asegurar el orden, por lo menos a amortiguar los motivos que de lo contrario habrían generado mayores grados de inestabilidad y conflicto.

El marco rural que proporciona la hacienda (desde el siglo XVII hasta la reforma agraria), posibilitó que Chile se estructurara socialmente, asentándose buena parte de su población, para servir como una fructífera área productiva que ha significado riqueza. Puede ser que esta riqueza nunca haya sido mucha, pero le ha proporcionado quietud a la economía.

El agro ha proporcionado un espacio adecuado a fin de arraigar una cultura de corte hispánico local sin que ello significar la negación del legado indígena. El agro posibilitó el mestizaje y el sincretismo cultural. Por último, en el mundo agrario se constituyó un orden de carácter señorial, configurándose una manera de relacionarse socialmente sobre la base de jerarquías patronales que implicaban contraobligaciones de índole contractual; a cambio de servicios, protección; a cambio de inseguridad mutua y diferencias recíprocas.

La homogeneidad racial también ha sido un factor positivo que ha engendrado orden. No es una sociedad dual. Además, se añade el hecho de que no se han dado entre nosotros distancias lingüísticas insalvables, y tampoco ha habido focos de resistencia cultural fundados en grandes civilizaciones pre-hispánicas.

La relativa concentración y reducción del territorio ha evitado el regionalismo, permitiendo no solo una mayor integración sino además, desde muy temprano, un desarrollo intensivo hacia adentro.

El que habitemos un territorio lejano, ha tenido consecuencias favorables para el orden. Nuestra ubicación periférica nos ha mantenido al margen de acontecimientos que han convulsionado al resto del mundo. Las tuteles político- administrativo foráneas que pudieron haberse constituido en un elemento potenciador de choques con las estructuras de poder local, no lo fueran. Y ha facilitado también la posibilidad de afincar modelos integrativos como el nacionalismo, entendido como proyecto identitario y participativo.

Por último, contamos con una notable elite dirigente. El elemento crucial a la hora de explicar por qué ha habido orden en Chile. Se ha tratado de una elite tradicional muy compacta. Ha operado fundamentalmente como una red de interrelaciones, disminuyendo por ende el conflicto en su interior. Esta elite tiene la particularidad de haber sido muy pragmática en su proceder. Se ha abierto a nuevas situaciones que amenazaban su hegemonía, pero que mediante acomodos y estrategias supo aprovechar a su favor. Salió fortalecida del embate de un estado interventor y fiscalizador como pretendió ser el borbónico y aceptó el modelo ideológico mas revolucionario de su tiempo (republicanismo liberal).

Esta aceptación no les significó perder sus prerrogativas tradicionales. Al contrario, la elite pudo ser moderna a nivel discursivo a la vez que tradicional en su manejo de poder. Con lo que se fue dando un equilibrio entre cambio y tradición, el que aseguraría una trayectoria política gradualista durante el siglo pasado no solo en la elite tradicional, sino también en otros sectores.

Chile no ha tenido una elite tradicional retardataria. Por el contrario, hemos tenido una elite relativamente abierta en lo social y liberal-secular. Factores nada despreciables y ciertamente condicionantes de su permanente actual político-institucional.

Otro aspecto de esta elite es que está fuertemente imbuida de un sano escepticismo. Escepticismo frente al poder centralizado. En su largo actuar hegemónico (XVII – XX), a la larga, siempre tendió a desconfiar de los gobiernos fuertes, populistas, democratizadores o militares. De ahí que haya auspiciado una política oligárquica, parlamentarista

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