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El amor nunca falla


Enviado por   •  2 de Junio de 2015  •  Tesis  •  2.290 Palabras (10 Páginas)  •  161 Visitas

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El amor nunca falla

Alessandra Sanguinetti (la telenovela de las tres) Magnum

Especial Educación Sentimental: ¿Cómo nos han educado las telenovelas?

Con el tiempo, los llamados culebrones se constituyeron en una marca, en una definición de identidad. Tuvimos un nuevo sello de denominación de origen ante el mundo: el amor. El amor desbordado, por supuesto; el espectáculo del amor.

Por: Alberto Barrera Tyszka. Caracas.

Publicado el: 2013-09-09

Hace años un amigo me contó la historia de unos croatas que tenían un conjunto de mariachis. Si mi memoria no cojea, se trataba de un grupo de amigos que vivían en Dubrovnick o Markarska, tocaban guitarra, usaban sombrerotes de charro y, alguna que otra noche, se juntaban a beber y a berrear despechos, entonando algún clásico de José Alfredo Jiménez: “Ando volando bajo / mi amor está por los suelos”. Habían llegado a ese nivel, a ese estado de la sensibilidad, gracias a las telenovelas. Eran fanáticos militantes de la pasión latinoamericana. Todo el español que sabían lo habían aprendido frente a la pantalla, mirando sufrir a Verónica Castro, escuchando llorar a Lucía Méndez. Y pensaban que, ciertamente, todos nosotros éramos así. Que Latinoamérica se parecía más a Los ricos también lloran que a las noticias que aparecían en CNN. Que aquí la vida es puro sentimiento.

Una investigación de hace unos años reportaba que, ya en el 2007, más de dos mil millones de personas en el mundo veían telenovelas. No está nada mal si tomamos en cuenta que se trata de un invento bastante reciente; apenas en 1952 la televisión se instaló en América Latina, y ya desde esa misma década las telenovelas se convirtieron en un proyecto importantísimo que, rápidamente, pasó a ser el eje central de la programación. Con el tiempo, los llamados culebrones se constituyeron en una marca, en una definición de identidad. Tuvimos un nuevo sello de denominación de origen ante el mundo: el amor. El amor desbordado, por supuesto; el espectáculo del amor.

Ya no hay duda. La cursilería es uno de nuestros mayores productos de exportación no tradicional. Decía Gómez de la Serna que la cursilería es el fracaso de la elegancia. En muy pocos años, Latinoamérica convirtió ese fracaso en un poderoso género audiovisual y logró que la falta de contención fuera una virtud y una ventaja comercial. Nada como ir gritando por el medio de la calle que nos quieren. Así, trabucó la soledad o los cuernos en un chisme nacional, transformó la intimidad en un bien público. Inventó una industria, un mercado de proporciones inimaginables. Hoy se producen telenovelas en China, en Japón, en Serbia, Indonesia, en Turquía… Se venden formatos, se exportan historias, se maquilan proyectos, se hacen coproducciones multinacionales. El gran negocio del entretenimiento, sin embargo, a veces parece olvidar que, durante décadas, la telenovela fue también la gran responsable de la educación sentimental de todo del continente.

Bajo el dominio del decálogo del melodrama mexicano, la telenovela fue el más influyente espacio público donde se explayaba un discurso sobre los sentimientos privados, sobre el deseo y el amor, sobre la sexualidad y las relaciones personales. El único espejo masivo de lo femenino transcurría cotidianamente, desarrollando ahí su relato, su moral y su estética. En buena parte de las décadas finales del siglo XX, el melodrama televisivo fue más eficaz que la Iglesia católica. Su catecismo de gritos y de llantos, de pasiones y de malentendidos, consolidó un sistema de aprendizaje muy eficiente. Noche a noche, capítulo a capítulo,Cristal, Cuna de lobos o María la del barrio, podían enseñarte –de manera fácil y sencilla– cómo ser mujer, cómo ser amada y, además, cómo terminar siendo millonaria. Todo de una vez. Gratis y solo en cien entretenidas lecciones. No es poca cosa.

El destino del amor

Desde sus inicios, la telenovela impuso una certeza que casi fue –quizás todavía lo sea– un dogma de la formación sentimental femenina: estar enamorada y ser feliz es lo mismo. Estar casada ya es el éxtasis de esa ecuación, la plenitud mayor a la que puede aspirar cualquier mujer. “¿Qué quieres ser cuando seas grande? Quiero ser una señora, la señora de algún hombre”.

En su diagnóstico sobre la tipología de las telenovelas, Omar Rincón ha señalado que el modelo mexicano más conservador, el que produce la empresa Televisa con abrumador éxito, está centrado en la consolidación familiar. Su estructura, en general, propone un ciclo que va de la destrucción a la restitución del núcleo de la familia. La mujer, en la mayoría de estas teleculebras, solo existe para que un hombre la descubra y la lleve –le permita– a conquistar su verdadero objetivo, fundar su propia familia. Su único destino real es el matrimonio y, por supuesto, la maternidad. Aun a pesar de las estadísticas de divorcios de nuestros días, la telenovela tradicional no titubea: toda historia está condenada, de manera irremediable, a finalizar en una boda.

El clímax de este modelo, su orilla más trepidante, es posiblemente la telenovela Leonela(1983), escrita por Delia Fiallo, famosa autora cubana, reina indiscutible del melodrama tradicional. En el primer capítulo, de noche, a la orilla de la playa, Leonela es violada por Pedro Luis, un empleado borracho que solo busca vengarse del novio de Leonela. Pero Pedro Luis es el galán de la historia. Es un príncipe azul un poco pasado de tragos y de resentimiento. Al final, verdugo y víctima avanzan, felices y enamorados, hacia su matrimonio. Para eso existe la telenovela. Para eso existe el amor. “Quien te hace llorar es quien te ama”, decía –con un nivel de sutileza inaudito– el tema musical de la obra.

La enseñanza de la telenovela tradicional sostiene que la mujer sin iniciativa amorosa y sin ejercicio de su deseo es la buena, la noble, la heroína. Solo se enamora una vez en la vida y, hasta ese momento, ha sido siempre implacablemente virgen. Su relación con el cuerpo, con su propio cuerpo, es casi mística. La llamada telenovela “rosa”, que dominó en solitario la pantalla durante décadas, impuso su gusto por lo blanco y por lo rubio; descalificó de múltiples maneras las diferencias (los homosexuales, los negros, los pobres); trató de sobrevivir al paso de los tiempos repitiendo la palabra boda y omitiendo la palabra orgasmo. La educación para el amor siempre fue una educación sin cuerpo. Esa era su utopía femenina.

Y aunque ese canon gobierna todavía una parte del mercado, otro tipo de producciones,

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