El sepultamiento del complejo de Edipo
JohnSak8 de Diciembre de 2011
3.941 Palabras (16 Páginas)805 Visitas
El sepultamiento del complejo de Edipo (1924)
El complejo de Edipo sucumbe a la represión y es seguido por el período de latencia. Se viene a pique a raíz de las dolorosas desilusiones acontecidas. La niña quiere ser objeto de amor del padre, pero vivirá una reprimenda por parte de él. El varón considera a la madre su propiedad, pero experimenta como la madre le quita amor y cuidados para dárselos a un recién nacido. Estos acontecimientos, la falta de satisfacción esperada, son inevitables. Así, el Complejo de Edipo caería a causa de una imposibilidad interna (desde un punto de vista ontogenético).
También cae por llegado el tiempo de su disolución. Es un fenómeno heredado y tiene que desvanecerse cuando llega la fase evolutiva siguiente (desde el punto de vista filogenético)
La fase fálica, contemporánea al Complejo de Edipo, no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, sino que es relevada por el período de latencia. Cuando el niño vuelca su interés sobre el miembro genital masculino, lo deja translucir por su vasta ocupación manual en ellos, pero hace la experiencia de que los adultos no están de acuerdo con ese obrar. Sobreviene la amenaza de que se le arrebatará. Primero el niño no presta obediencia a la amenaza; hay dos experiencias por las que se prepara para la pérdida de partes muy apreciadas de su cuerpo: el retiro del pecho materno y la separación del contenido del intestino. Solo tras hacer una nueva experiencia empieza el niño a contar con la posibilidad de la castración: la observación de los genitales femeninos. La falta de pene ha vuelto representable la pérdida de propio pene y la amenaza de castración posteriormente.
La sexualidad del niño se puede ver en la actitud edípica hacia sus progenitores; la masturbación es sólo la descarga genital de la excitación sexual perteneciente al complejo. El complejo de Edipo ofrece dos posibilidades de satisfacción: una activa, situándose en el lugar del padre (a raíz de lo cual es sentido como un obstáculo); y una pasiva: sustituir a la madre y hacerse amar por el padre. La intelección de que la mujer es castrada puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo. Ambas conllevan a la pérdida del pene: la masculina en calidad de castigo, y la femenina como premisa. Si la satisfacción amorosa cuesta el pene, estallará un conflicto entre el interés narcisista y la investidura libidinosa de los objetos parentales. El Yo del niño entonces, se extraña del Complejo de Edipo. Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificación. La autoridad del padre, introyectada en el Yo, forma el núcleo del Superyo, que toma prestada su severidad, perpetúa la prohibición del incesto y asegura al Yo contra el retorno de la investidura libidinosa de objeto. Las aspiraciones libidinosas son desexualizadas y sublimadas, son inhibidas en su meta y mudadas en mociones tiernas. Se inicia el período de latencia que interrumpe el desarrollo sexual del niño. El extrañamiento del Yo respecto del Complejo de Edipo es producto de la represión, pero equivale a la destrucción del complejo. Si esto último no se logra, el complejo subsistirá en el inconsciente y más tarde exteriorizará su efecto patógeno.
En la niña el clítoris se comporta como un pene, pero es demasiado corto y se siente inferior. Tiene la esperanza de que crezca. La niña no comprende su falta sino que lo explica mediante el supuesto de que poseyó un miembro igualmente grande y lo perdió por castración. La niña acepta su castración, como un hecho consumado, mientras que el niño tiene miedo frente a la posibilidad de su consumación. La muchacha se desliza a lo largo de la ecuación simbólica, del pene al hijo. Su Complejo de Edipo culmina con el deseo de recibir como regalo un hijo del padre. Ambos deseos, de poseer un pene y recibir un hijo, permanecen en el Icc, donde se conservan con fuerte investidura y preparan la posterior sexualidad.
Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica entre los sexos (1925)
En el varoncito el niño retiene el objeto de la madre desde el período lactante, toma al padre como rival, que se sepulta por la angustia de castración y el interés narcisista por los genitales. El complejo es doble, activo y pasivo acorde con la disposición bisexual. También quiere sustituir a la madre (actitud femenina). Anterior al complejo hay una identificación tierna hacia al padre; también en la prehistoria Edípica hay onanismo, cuya sofocación activa el Complejo de Castración. Este onanismo descarga la excitación sexual Edípica.
Inicialmente fue la madre para ambos el primer objeto; pero la niña debe resignarla como objeto. La ligazón con el padre y el deseo de tener un hijo con él fue la fuerza pulsional del onanismo infantil. El Complejo de Edipo tiene en la niña una larga prehistoria, una formación secundaria. El niño descubre la zona genital dispensadora de placer durante el chupeteo. La niña nota, en la fase fálica, el pene de un niño, y lo supone como el correspondiente superior de su órgano y cae víctima de la envidia de pene. El niño primero desmiente su percepción, más tarde cobra influencia la amenaza de castración, que volverá significativa su observación: su recuerdo lo mueve afectivamente y lo somete a la creencia en la efectividad de la amenaza. Dos reacciones resultarán: horror frente a la criatura mutilada, o menosprecio triunfalista hacia ella. La niña ha visto el pene, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo. Se bifurca el Complejo de Masculinidad de la mujer. Puede provocar la esperanza de recibir uno o la desmentida, se rehúsa a aceptar la castración, se afirma en que posee un pene y se comporta como un varón.
Con la admisión de la herida narcisista se establece un sentimiento de inferioridad. Intenta explicarlo como castigo personal, y empieza a sentir un menosprecio por el varón.
Aunque la envidia del pene haya renunciado a su objeto no cesa de existir: pervive en el rasgo de carácter de los celos, y en la primera fase de pegan a un niño en que otro niño, del que se tiene celos debe ser golpeado.
Otra consecuencia es el aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre a quien se responsabiliza de la falta de pene. Además la madre ama más al niño que posee pene.
La masturbación clitorídea sería una actitud masculina, y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de ésta forma de satisfacción. Tras la envidia de pene se produce una contracorriente opuesta al onanismo que es un preanuncio de aquella oleada represiva que en la pubertad eliminará gran parte de la sexualidad masculina para dejar espacio a la feminidad. Esta sublevación temprana contra el onanismo fálico es producto de la afrenta narcisista enlazada con la envidia del pene, que reza: es mejor dejar de competir con el varón. El conocimiento de la diferencia anatómica la esfuerza a apartarse de la masculinidad. La libido se desliza a lo largo de la ecuación simbólica pene = hijo, resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el deseo de un hijo y toma al padre como objeto de amor. La madre pasa a ser objeto de los celos. En la niña el Complejo de Edipo es una formación secundaria, las repercusiones del Complejo de Castración le preceden y lo preparan.
En cambio en el niño el Complejo de Castración es posterior, y produce el derrumbe del Complejo de Edipo. El Complejo de Castración produce efectos inhibidores y limitadores de la masculinidad, y promotores de la feminidad. En la niña la castración es consumada, en el niño es mera amenaza.
En el niño bajo la amenaza de castración, el Complejo de Edipo resigna sus investiduras, las desexualiza y sublima en parte. Sus objetos son incorporados al Yo como Superyo quien es su heredero. El pene debe su investidura narcisista alta a su significación orgánica para la supervivencia de la especie.
En la niña falta el motivo para la demolición del complejo. Puede ser abandonado poco a poco, tramitado por represión o sus efectos penetrar en la vida anímica normal para la mujer.
Conferencia N° 33: La feminidad (1933)
La feminidad es una predilección por metas femeninas. Hay un vínculo entre feminidad y vida pulsional. La propia constitución le proscribe a la mujer sofocar su agresividad, favorece que se plasmen mociones masoquistas, susceptibles de ligar eróticamente tendencias destructivas vueltas hacia sí mismo. La niña es menos agresiva, necesita más ternura y es más dependiente y dócil. Se la puede educar más rápidamente para el gobierno de las excreciones, lo cual es la primera concesión que da la vida pulsional infantil. El desarrollo en las primeras etapas se recorre de forma similar en ambos, hasta en la etapa fálica en que el onanismo que se manifiesta en el niño en el pene a partir de sus representaciones de comercio sexual, en la niña se conjuga en el clítoris. Ninguno de los dos conoce la vagina. Con la vuelta hacia la feminidad el clítoris debe ceder en todo o en parte a la vagina su sensibilidad.
El primer objeto de amor en el varón es la madre quien lo sigue siendo. Para la niña empieza siendo la madre, ya que las primeras investiduras de objeto se producen por apuntalamiento en la satisfacción de las grandes necesidades vitales. En la situación Edípica es el padre quien ha devenido objeto de amor para la niña y a partir de él encuentra el camino hacia la elección definitiva de objeto. La niña debe trocar de zona erógena y objeto mientras que el varoncito mantiene ambos.
La niña pasa de una fase masculina a una femenina. Los vinculos libidinosos con la madre atraviesan por tres etapas
...