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Ensayo De Spicologia Por Maritza


Enviado por   •  16 de Septiembre de 2013  •  8.438 Palabras (34 Páginas)  •  330 Visitas

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Índice

Características deseables en la formación académica de los psicólogos comunitarios..................91

Resumen………………………………………………………………………………………….93

Preguntas para reflexionar sobre el ejercicio profesional en la psicología comunitaria.................94

Ejercicio problematizador sobre la práctica de la psicología comunitaria.....................................94

7. Comunidad y sentido de comunidad………………………….…………………………..…95

Sobre el concepto de comunidad....................................................................................................95

La difícil definición de comunidad.................................................................................................96

Locación y relación en la definición de comunidad……………….……………………………..97

Aspectos constituyentes del concepto de comunidad……………….……………………………99

Una definición de comunidad.......................................................................................................100

El sustrato psicosocial de la comunidad.......................................................................................100

Carácter paradójico del concepto de comunidad..........................................................................101

La visión crítica del concepto de comunidad...............................................................................101

El sentido de comunidad: ¿rompecabezas, espejismo, otra cosa o lo mismo?.............................103

El sentido de identidad comunitaria.............................................................................................105

Resumen.......................................................................................................................................106

Bibliografía complementaria........................................................................................................107

Pregunta para reflexionar sobre la noción de comunidad y el sentido de comunidad.................107

Ejercicios problematizadores sobre la noción de comunidad y el sentido de comunidad............107

8. La participación y el compromiso en el trabajo comunitario……………………………108

Qué es la participación.................................................................................................................108

Alcances y beneficios de la participación comunitaria................................................................109

Dificultades de la participación comunitaria................................................................................110

La definición de compromiso.......................................................................................................112

El carácter motivador del compromiso.........................................................................................113

El carácter crítico del compromiso...............................................................................................113

El carácter valorativo del compromiso.........................................................................................114

Ejes del compromiso....................................................................................................................115

¿De quién es el compromiso?.......................................................................................................116

La relación entre participación y compromiso.............................................................................117

Efectos del compromiso sobre el trabajo comunitario.................................................................119

¿Por qué participar comprometidamente?....................................................................................119

Resumen.......................................................................................................................................121

Bibliografía complementaria........................................................................................................122

Preguntas para reflexionar sobre la participación y el compromiso comunitarios.......................122

Ejercicios problematizadores sobre participación y compromiso en el trabajo psicosocial comunitario…………...…………………………………………………………………………122

9. Procesos psicosociales comunitarios……………………………………………………….123

Introducción..................................................................................................................................123

Habituación, naturalización y familiarización..............................................................................123

Habituación...................................................................................................................................123

Naturalización y familiarización..................................................................................................124

Problematización y desnaturalización..........................................................................................125

Concientización y desideologización...........................................................................................126

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Índice

La problematización vista desde la praxis: la perspectiva de los agentes internos......................127

El proceso de conversión..............................................................................................................128

La relación entre conversión, conciencia e influencia social.......................................................128

El juego dialéctico entre presión social, conversión y concientización.......................................130

Conciencia e inconciencia en los procesos de cambio social…………………………………...131

La afectividad en los procesos psicosociales comunitarios..........................................................131

Resumen.......................................................................................................................................136

Bibliografía complementaria........................................................................................................136

Preguntas para reflexionar sobre procesos psicosociales comunitarios.........................136 Ejercicios problematizadores sobre procesos psicosociales comunitarios y cambio social.........137

Glosario de términos usados en la psicología comunitaria……………………...………………138

Bibliografía...................................................................................................................................144

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Isaac Prilleltensky Prólogo

PRÓLOGO

Isaac Prilleltensky♣

Validez psicopolítica: el próximo reto para la psicología comunitaria

Con característica precisión, Maritza Montero describe el estado de cosas en la psicología comunitaria, la historia de la disciplina y sus principales problemas. Con exquisita perspicacia, ella discierne los roles de la psicología comunitaria en su ayuda a los oprimidos y en su movilización de la sociedad en general hacia un mayor bienestar. En este prólogo deseo partir de su visión de la psicología comunitaria y proyectar el campo hacia un enfoque renovado del bienestar y de la justicia. Para hacerlo, discuto la centralidad del bienestar dentro de la sociedad buena y la centralidad del poder en el marco de la validez psicopolítica.

La sociedad es un terreno en discusión. Filósofos, cientistas políticos y comentaristas sociales debaten los méritos de las diferentes concepciones (Cohen, 2000; Felice, 2003; Kane, 1994; Redner, 2001; Selznick, 2002). Sin embargo, todos parecen concordar en que un solo valor o atributo no puede abarcar las múltiples cualidades de una sociedad ideal (Kekes, 1993; Miller, 1999; Saul, 2001), punto que se reitera en este libro de Montero. Aunque necesarias, ni la libertad ni la igualdad son suficiente condición para el surgimiento de la sociedad buena. Más aún, diversas sociedades difieren respecto de los rasgos deseados en sus visiones específicas (Alcoff y Mendieta, 2000; Dudgeon, Garvey y Pickett, 2000; Dussel, 1988; Holdstock, 2000). No obstante, hay algunos atributos que parecen influir en el bienestar de individuos y grupos en una amplia gama de comunidades, sociedades y naciones. Debido a su prominencia histórica, extenso alcance y deseabilidad global, bienestar y justicia emergen como componentes cruciales de la sociedad buena (Felice, 2003; Lane, 2000; Nelson y Prilleltensky, 2004; Sen, 1999a, b).

El bienestar depende del reparto equitativo de los recursos en una sociedad. Sin suficientes bienes sociales tales como vivienda, transporte y servicios de salud, entre otros, las personas en desventaja están impedidas de alcanzar niveles de bienestar que sólo se pueden permitir aquellos que tienen recursos superiores (Elster, 1992; Kawachi, Kennedy y Wilkinson, 1999; Marmot y Wilkinson, 1999). Si viviésemos en un mundo más igualitario, la relevancia de la justicia podría ser cuestionada, pero en realidad vivimos en un mundo donde la desigualdad crece en proporciones sin precedentes dentro y entre las naciones (Felice, 2003; Korten, 1995; 1999).

La experiencia del bienestar emocional deriva de la interacción entre múltiples factores -personales, relaciónales y colectivos- que trabajan en sinergia (Nelson y Prilleltensky, 2004; Prilleltensky y Nelson, 2002; Prilleltensky, Nelson y Peirson, 2001a, b). Un estado de bienestar se alcanza por el efecto sinérgico de múltiples fuerzas en las cuales cada dominio debe obtener un nivel mínimo de satisfacción. La figura 1 coloca el bienestar en el centro de círculos concéntricos. Omitir cualquier esfera hace desaparecer todo el bienestar.

♣ PHD Program in Community Research and Acrion. Peabody College, Vanderbilt University (Tennessee, Estados Unidos). Traducción del prólogo: María Gabriela Lovera.

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Isaac Prilleltensky Prólogo

Figura 1

Sinergia y balance entre necesidades personales, relaciónales y colectivas en el bienestar

Como muestra Montero en este libro, una abundancia de bienestar personal (por ejemplo, autoestima, dominio, control, esperanza) no puede reemplazar la falta de bienestar relacional (por ejemplo, senado de comunidad, cuidado y compasión apoyo social) o colectivo (por ejemplo, acceso a servicios de salud, redes de seguridad, igualdad). Los tres dominios del bienestar deben estar balanceados en su relativa seguridad y cada uno de ellos debe llenar ciertas necesidades básicas (Lustig, 2001; Macklin, 1993; Nelson, Lord y Ochocka, 2001).

En el nivel personal el bienestar está estrechamente conectado con los dominios interpersonal y societal (Prilleltensky, Nelson y Peirson, 2001a, b). Hay una vasta realidad material que afecta cómo nos sentimos y cómo nos comportamos hacia los otros (Macklin, 1993; Murray y Campbell, 2003). Aunque las creencias y las percepciones son importantes, no pueden aislarse del entorno cultural, político y económico (Eckersley, 2000; 2002; Elster, 1992). Para experimentar calidad de vida requerimos "suficientes" condiciones sociales y políticas libres de explotación económica y de abuso de los derechos humanos (Felice, 2003; George, 2002; Korten, 1995, 1999; Sen, 1999a, b). De todas maneras, esperamos que los intercambios interpersonales basados en el respeto y apoyo mutuos aumenten nuestra calidad de vida. Eckersley (2000) ha demostrado que las experiencias subjetivas de bienestar están fuertemente marcadas por tendencias culturales tales como el individualismo y el consumismo; mientras que Narayan y sus colegas han afirmado que la experiencia psicológica de la pobreza está directamente relacionada con las estructuras políticas de corrupción y opresión (Narayan, Chambers, Kaul, Shah y Petesch, 2000; Narayan, Patel, Schafft, Rademacher y Kocht Schuke, 2000).

Nuestra teoría del bienestar concibe el desarrollo humano en términos de propiedades mutuamente reforzadoras de las cualidades personales, relaciónales y sociales. Necesidades personales tales como salud, autodeterminación y oportunidades de crecimiento están íntimamente ligadas a la satisfacción de necesidades colectivas tales como la adecuada atención en salud, el acceso al agua potable, la justa y equitativa distribución de cargas y recursos y la igualdad económica (Carr y Sloan, 2003; Keating y Hertzman, 1999; Kim, Millen, Irwin, Gersham, 2000; Macklin, 1993; Marmot y Wilkinson; 1999; Wilkinson, 1996).

Si bien las necesidades pueden ser psicológica y subjetivamente experimentadas, todas tienen dinámicas materiales y políticas que inhiben o facilitan su satisfacción. La concentración exclusiva sobre el dominio psicológico ignora las dinámicas del poder y de la política que

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Isaac Prilleltensky Prólogo

subyacen tras las necesidades humanas y sociales (Fox y Prilleltensky, 1997). Por otra parte, la concentración exclusiva en las constelaciones de poder no toma en cuenta la experiencia de bienestar vivida.

La sinergia se ve perturbada cuando las necesidades en un dominio no son mínimamente atendidas o cuando una esfera del bienestar domina al resto, relegándolas al fondo de nuestra conciencia. Para corregir los posibles desbalances, ciertas circunstancias históricas requieren que un dominio sea temporalmente favorecido hasta el momento en que el balance quede restaurado (Saul, 2001). Cuando los miembros de sociedades colectivistas sienten las normas y regulaciones como opresoras, ha llegado el momento de restaurar la libertad personal. Cuando las sociedades confunden el individualismo con la libertad y el sentido personal, se justifican los esfuerzos para aumentar el sentido de comunidad, la solidaridad y la trascendencia (Etzioni, 1996; 1998). Los ciudadanos de los pasados regímenes comunistas son testigos de lo primero, mientras que muchos grupos en las sociedades occidentales atestiguan lo último (Saul, 2001).

Estos preceptos teóricos están encarnados en la experiencia de la vida real. Los individuos alcanzan el bienestar cuando los tres conjuntos de necesidades primarias son atendidos: personales, relaciónales y colectivas. La investigación demuestra que las necesidades psicológicas de esperanza, optimismo (Keyes y Haidt, 2003), estimulación intelectual, crecimiento cognoscitivo (Shonkhoff y Phillips, 2000), dominio, control (Marmot, 1999; Rutter, 1987), salud física (Smedley y Syme, 2000), bienestar mental (Nelson, Lord, Ochocka, 2001; Nelson y Prilleltensky, 2004), sentido y espiritualidad (Kloos y Moore, 2000; Powell, Shahabi y Thoresen, 2003) deben ser alcanzados por los individuos para experimentar un sentido de bienestar personal. Pero estas necesidades no pueden ser alcanzadas en aislamiento. La mayoría de ellas requiere la presencia de relaciones de apoyo. El saludable efecto de las relaciones se genera mediante la satisfacción de necesidades relaciónales: afecto, cuidado y compasión, vinculación y apoyo (Cohen, Underwood, Gottiieb, 2000; Ornish, 1997; Rhoades y Eisenberg, 2002; Stansfeld, 1999), respeto por la diversidad (Dudgeon, Garvey y Pickett, 2000; Trickett, Watts y Birman, 1994; Moane, 1999; Prilleltensky, 2003a), y participación significativa en la familia, el trabajo y la vida cívica (Klein, Ralis, Smith Major y Douglas, 2000; Nelson, Lord y Ochocka, 2001; Putnam, 2000, 2001).

Las necesidades personales y relaciónales conciernen principalmente al dominio psicológico. Aunque necesarias, son insuficientemente determinantes del bienestar (Prilleltensky, 1994; Shulman Lorenz y Watkins, 2003). La necesidad de políticas justas, de acceso a servicios de atención en salud, de educación pública, de seguridad, de justicia en las prácticas de contratación, de vivienda al alcance de los recursos, de empleo, de protección contra la explotación, son todas parte inseparable del bienestar (Carry Sloan, 2003; Keating y Hertzman, 1999; Kim, Millen, Irwin, Gersham, 2000). El peso de la discriminación, la inadecuada atención en salud, la mala educación y transporte públicos, erosionan por igual el bienestar personal y colectivo en el Norte y en el Sur (Marmot y Wilkinson 1999; Smedley y Syme, 2000; Wilkinson, 1996). Por otra parte, la atención universal en salud, las redes de cuidado infantil y seguridad social, aumentan por igual el bienestar público y privado de los ciudadanos (Sen, 1999a, b). Construir el bienestar como si fuese estrictamente psicológico sería equiparable a hablar de almas sin cuerpos, en tanto que definirlo como estrictamente comunitario sería equivalente a hablar de culturas sin gente. Ninguna de las categorizaciones captura todas las necesidades y orígenes del bienestar.

Sen (1999a, b) articula la naturaleza complementaria de las diversas estructuras sociales en el fomento de lo que llamamos bienestar y de lo que él llama desarrollo humano. Para ello, propone la interacción de cinco tipos de libertades en la búsqueda del desarrollo humano: a)

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Isaac Prilleltensky Prólogo

libertades políticas, b) oportunidades económicas, c) oportunidades sociales, d) garantía de transparencia, e) seguridad protectora. Cada uno de estos distintos tipos de derecho y de oportunidades contribuye a desarrollar

[...] la capacidad general de la persona. Pueden también servir para complementarse unos a otros [...] Las libertades no sólo son los fines primarios del desarrollo, ellas están además entre sus medios principales. Además de reconocer, fundacionalmente, la importancia evaluadora de la libertad, también tenemos que comprender la extraordinaria conexión empírica que conecta entre sí libertades de diferente tipo. Las libertades políticas (bajo la forma de libertad de expresión y de elección) promueven la seguridad económica. Las oportunidades sociales (bajo la forma de servicios de educación y de salud) facilitan la participación económica. Las oportunidades económicas (bajo la forma de posibilidad de participación en el comercio y en la producción) pueden ayudar a generar tanto abundancia personal como recursos públicos para servicios sociales. Las libertades de diverso tipo pueden fortalecerse unas a otras. (Sen, 1999b, pp. 10-11)

Cuerpos de conocimiento diversos pero convergentes demuestran los nexos entrelazados entre bienestar personal, relacional y colectivo. La investigación sobre capital social de Putnam (2000, 2001) ilustra cómo la participación en la vida cívica produce beneficios que van más allá de los actores individuales involucrados, tema abordado por Maritza Montero. Comparadas con comunidades y Estados con bajo capital social o participación cívica, las comunidades cuyos miembros hacen más trabajo voluntario en iglesias, hospitales, clubes, escuelas y asociaciones cívicas disfrutan de niveles más altos de bienestar relacional -tales como vinculación y enlaces- y mayores niveles de bienestar colectivo expresados en mejores resultados educativos, sanitarios y de asistencia social para la población. El capital social incluso tiene efectos positivos para la diversidad, medidos en la investigación de Putnam por la tolerancia de políticas de acción afirmativa. La gente que ayuda a otros mediante nexos de solidaridad produce efectos beneficiosos en las esferas personal, relacional y colectiva del bienestar.

El estado de Kerala en la India proporciona otra ilustración de cómo los nexos de solidaridad crearon efectos de onda positiva en los tres niveles del bienestar (Franke y Chasen, 2000; Parayil, 2000). Desde principios de siglo, las mujeres en ese estado pobre comenzaron a organizarse en movimientos sociales que pedían la protección de los agricultores pisatarios, programas de nutrición para los niños, reformas agrarias y desarrollo de la comunidad. A través del proceso de organización las mujeres experimentaron un sentimiento de fortalecimiento psicológico. Pero la solidaridad no sólo produjo aumento en el control personal y un sentimiento de dominio, sino que también llevó a un cambio social significativo. Los índices de salud pública tales como alfabetización, mortalidad infantil y longevidad son mucho mejores en Kerala que en el resto de la India (Franke y Chasen, 2000).

La investigación longitudinal de Marmot (1999; Marmot y Feeney, 1996) sobre la salud de los funcionarios públicos británicos también muestra la fuerza de las conexiones entre clase, relaciones en el lugar de trabajo y bienestar personal. Siguiendo por más de dos décadas a miles de personas, Marmot descubrió que la gente con menos control sobre sus trabajos -trabajadores domésticos y no calificados- moría en una proporción cuatro veces mayor que la de aquellos que tenían mayor control: los gerentes y ejecutivos. El grupo con el mayor grado de autonomía (los gerentes) tenía la mitad de la tasa de mortalidad del segundo grupo (profesionales), un tercio comparado con el siguiente grupo (asistentes), y un cuarto del grupo con la menor cantidad de autonomía (los no calificados). Las relaciones de trabajo y las divisiones de clase interactuaban con el control y la flexibilidad para crear tasas diferenciales de salud y mortalidad personal.

En un estudio de más de sesenta mil personas en cuarenta y siete países, el Banco Mundial documentó los efectos negativos de la pobreza. No fue una sorpresa que la gente pobre que

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Isaac Prilleltensky Prólogo

participó en el estudio confirmara que la privación económica que produce competencia por los recursos económicos crea divisiones dentro de sus comunidades. Igualmente predictible fue el hallazgo de que la pobreza impactaba negativamente en su salud física y psicológica, su dignidad, autoestima y sus oportunidades en la vida (Narayan, Chambers, Kaul, Shah y Petesch, 2000; Narayan, Patel, Schafft, Rademacher y Kocht Schulte, 2000). En la misma línea, Wilkinson documentó cómo la desigualdad disminuye la longevidad (1996), y Sen (1999a, 1999b) informó cómo la inversión en las estructuras sociales aumenta la calidad de vida en los países en desarrollo.

La evidencia antes presentada sugiere dos tendencias en el bienestar. La primera es que hay una estrecha asociación entre el bienestar personal, relacional y colectivo. La segunda, que hay un claro nexo entre bienestar y justicia (Tepper, 2001). La cultura popular, las figuras de autoridad e incluso los psicólogos a menudo reducen el bienestar a dinámicas personales y relaciónales, inocentemente, ignorando por igual el papel de las fuerzas colectivas y de la justicia (Fox y Prilleltensky, 1997; Hepburn, 2003). Para los niños, jóvenes y adultos, el mensaje implícito y a menudo explícito es que el bienestar depende ante todo de nuestras capacidades y de las relaciones familiares. Aunque los agentes socializadores rápidamente admiten que las variables colectivas juegan un papel, al igual que lo hacen la justicia y la igualdad, ellas son o muy remotas y difíciles de discernir, o están más allá de nuestro alcance (Goodman, 2001; Macedo, 1994; Miller, 1999).

Veamos ahora el segundo dominio de la sociedad buena: la justicia trata de la justa y equitativa asignación de cargas, recursos y poderes en la sociedad (Miller, 1999). Por lo tanto, es un constructo esencialmente relacional. En su libro Principios de justicia, Miller (1999) distingue tres tipos de relaciones implícitas en la distribución de cargas y recursos: la comunidad solidaria, la asociación instrumental y la ciudadanía. Las necesidades, el mérito y la igualdad, respectivamente, son los principios que típicamente guían la asignación en cada una de esas relaciones. Bajo comunidad solidaria, Miller incluye a la familia y a otras asociaciones cercanas que pueden mantenerse entre los miembros de una comunidad étnica. La asociación instrumental usualmente deriva de relaciones de trabajo en las cuales la gente está involucrada en la producción de bienes, de servicios o de intercambios. La ciudadanía, a su vez, refleja las relaciones entre los miembros de una entidad política circunscrita, como una ciudad o una nación.

Mientras usualmente hay buenas razones para que la gente distribuya los recursos en sus familias en términos de necesidades, y en las situaciones laborales en términos de mérito, algunas circunstancias requieren que tengamos en cuenta las necesidades fuera de la familia y el esfuerzo y otros principios en la familia.

Los problemas ocurren cuando las sociedades adhieren rígidamente a un conjunto de principios a expensas de otros. Si el mérito es el único criterio considerado justificable para la distribución de recursos, estaremos ignorando el hecho de que algunos ciudadanos precisan la satisfacción de necesidades básicas. Tal es el caso de las necesidades de educación básica, de protección y de atención en salud (Sen, 1999a, b).

Aunque la igualdad es el primer principio de justicia que gobierna las relaciones entre los ciudadanos, a veces los ciudadanos pueden tener razones para exigir justicia en función de necesidades o de méritos. Los ciudadanos que carecen de los recursos necesarios para desempeñar su parte como miembros completos de la comunidad tienen justo derecho a que se les provean esos recursos. Así, la ayuda médica, la vivienda y el ingreso básico pueden ser considerados por algunas personas como necesidades para la perspectiva ciudadana [...] Entre los ciudadanos ciertas necesidades importan desde el punto de vista de la justicia, porque si ellas no son satisfechas el estatus de igualdad de ciertos ciudadanos está en riesgo.

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Isaac Prilleltensky Prólogo

(Miller, 1999, pp. 31-32)

Un régimen de asignación dogmática que ignora el contexto de vida de las personas puede fácilmente degenerar en discursos que culpabilicen a las víctimas y justifiquen la desigualdad (Goodman, 2001). Para prevenir el riesgo de enfoques tipo "talla única" en la justicia, debemos ser capaces de contemplar múltiples esquemas de asignación que respondan a la variabilidad en el contexto. Bajo ciertas condiciones de igualdad el esfuerzo sería el criterio racional a ser usado; bajo condiciones de desigualdad, el criterio de necesidades estaría justificado.

Análogo a la metáfora del balance requerido en el bienestar, Miller (1999) postula que se debe alcanzar el equilibrio entre necesidades, mérito e igualdad en las sociedades que aspiren a la justicia. Tal como el bienestar requiere un mínimo de satisfacción de las necesidades personales, relaciónales y colectivas, así la sociedad buena requiere la presencia de consideraciones complementarias de la justicia: necesidades, mérito e igualdad.

La figura 2 coloca a la justicia en las intersecciones entre méritos, necesidades e igualdad. Debido a la variabilidad en los contextos y en las circunstancias personales, estos tres principios serán diversamente invocados.

Figura 2

Sinergia y balance entre mérito, necesidades e igualdad en la justicia

Sin embargo, para promover la justicia social todos ellos deben ser alcanzables y mantenidos en una tensión creativa (Saul, 2001). Si el espacio total ocupado por las tres esferas en la figura 2 se mantuviese constante y un círculo creciese desproporcionadamente, las esferas restantes se reducirían en importancia y sapiencia. Si el mérito fuese estimado como el modo dominante de asignación, por ejemplo, la necesidad y la igualdad estarían opacadas y socavadas Si tal hiere el caso y de hecho hay alguna evidencia de que esto ocurre en ciertas meritocracias, tenemos que preguntarnos si la primacía del criterio de mérito está justificada sobre la base del contexto o sobre la base de los procesos de socialización que favorecen a aquellos que se benefician a desechar las necesidades y la igualdad (Goodman, 2001). Hay razones para afirmar que los intereses personales y de grupo influyen en la elección de patrones de asignación, a menudo desatendiendo la situación específica de contexto de los ciudadanos (Carr y Sloan, 2003; Miller, 1999), así como en el bienestar podemos tener que desplazar ciertos dominios pasándolos de atrás para adelante, tal es el caso con la justicia. Los dominios descuidados, cualesquiera ellos sean, deben ser atendidos para restaurar el equilibrio perdido. Como claramente lo indica

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Isaac Prilleltensky Prólogo

Montero, los procesos de habituación, ideologización y familiarización (capítulo 9), interfieren con la necesidad de cambiar de paradigmas en la filosofía política.

Para que la justicia llegue a ser un resultado tangible y no meramente un estado de cosas ideal, debe ser practicada. La justicia puede lograrse voluntariamente cuando un sector de la sociedad abandona sus privilegios en beneficio de otros. Pero es más frecuente que la justicia tenga que ser puesta en entredicho. Poder y privilegio usualmente son tomados, no dados (Freeman y Johnson, 1999; Tarrow, 1998).

Para que los grupos marginados logren la justicia, el poder debe ser introducido en la ecuación. Algunos grupos tienen más poder, capacidad y oportunidad de satisfacer sus necesidades que otros. Es decir, dependiendo de la habilidad y de la oportunidad, algunos individuos y grupos están en una mejor posición que otros para satisfacer sus necesidades psicológicas y materiales (Boulding, 1989; Della Porta y Diani, 1999; Hillman, 1995; Prilleltensky, en prensa; Tarrow, 1998). Debido al privilegio, la clase, la raza, el género o las capacidades físicas, algunos individuos, grupos y naciones experimentan desventajas (Moane, 1999; Shulman, Lorenz y Watkins, 2003). Historias de opresión y discriminación restringen las capacidades para satisfacer sus necesidades psicológicas y materiales. Las diferencias de poder obstaculizan la vía de la igualdad, la justicia, la imparcialidad y la participación democrática (Carr y Sloan, 2003; Prilleltensky 2003a, b). Debido al tremendo impacto de las fuerzas políticas pensamos que es importante identificar un conjunto de factores políticos que aumentan o disminuyen el bienestar y la justicia. A mayor poder, capacidad y oportunidades que tenga un grupo, mayor será la posibilidad que tenga de avanzar en bienestar y justicia para sus miembros (Prilleltensky, en prensa). Cada una de las necesidades de bienestar descritas tiene un correlato político. La tabla 1 ilustra cómo el poder, la capacidad y la oportunidad influyen en la posibilidad de que las necesidades de bienestar sean satisfechas y de que la justicia aumente.

Tabla 1

Relación entre bienestar y justicia en los dominios personal, relacional y colectivo

El bienestar aumenta por la satisfacción balanceada de las siguientes necesidades:

La justicia aumenta al tener el poder, la capacidad, y la oportunidad para:

Personal

- Control y autodeterminación

- Experimentar voz y elección a través de la vida.

- Dominio, aprendizaje y crecimiento

- Experimentar eventos que aumentan la estimulación y crecimiento diseñados para satisfacer necesidades únicas.

- Esperanza y optimismo

- Experimentar eventos positivos en la vida y evitar la desesperanza aprendida.

- Salud física

-Tener acceso a comida nutritiva, techo, seguridad y atención en salud preventiva y primaria de alta calidad.

- Salud psicológica

- Comprometerse en relaciones de apoyo, evitar las abusivas y tener acceso a recursos que aumentan el bienestar.

- Sentido y espiritualidad

- Explorar la trascendencia y sentido de la vida libre de re-presiones ideológicas.

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Isaac Prilleltensky Prólogo

Relacional

- Cuidado y compasión

- Experimentar relaciones nutrientes libres de abuso físico, emocional o psicológico.

- Afecto, vinculación y apoyo social

- Comprometerse con otros en relaciones de apoyo mutuo.

- Solidaridad y sentido de comunidad

- Compartir experiencias con miembros de la comunidad, sin normas de conformidad opresoras.

- Participación democrática

- Ser un participante activo en la vida de la comunidad y oponerse a la pasividad

- Respeto por la diversidad

- Mantener la propia identidad sin miedos de discriminación o represalias.

Colectivo

- Igualdad

- Luchar por, buscar y beneficiarse de una justa y equitativa distribución de recursos, obligaciones y poder en la sociedad.

- Libertad

- Buscar y beneficiarse de la libertad individual y colectiva, sin restricciones indebidas impuestas por otros individuos o colectivos

- Sustentabilidad ambiental

-Beneficiarse de un entorno limpio y sustentador para la generación presente y para futuras generaciones, oponiéndose a las políticas que devastan el paisaje natural y construido.

Si no se da a los individuos y grupos una oportunidad de aumentar su competencia política es improbable que ellos logren niveles satisfactorios de bienestar (Macedo, 1994). El rol del poder en el bienestar y la justicia es de suprema importancia. En el nivel personal, el estatus socioeconómico puede ser un determinante crucial del tipo y calidad de la educación y de la atención sanitaria que recibe la persona. En el nivel relacional, el poder puede ser un factor clave para mantener o terminar con una relación abusiva. En el nivel colectivo, el poder político puede llevar a un grupo a superar el Apartheid y a otro a lograr igual salario para las mujeres y las minorías.

Estos y otros ejemplos ilustran el rol central del poder en el bienestar y la justicia. Sin él, podemos experimentar la opresión. El exceso de poder puede impedir a otros el acceso a algunos recursos valiosos. En su justa medida, permite compartir equitativamente bienes sociales y psicológicos entre individuos y grupos, lo cual nos remite al tema de la validez psicopolítica. En sí mismas, ni las explicaciones psicológicas ni las políticas bastan para responder por las fuentes de sufrimiento y de bienestar humano. De la misma manera, ni las intervenciones psicológicas ni las políticas pueden ellas solas mejorar el bienestar humano. Es sólo cuando alcanzamos una comprensión política y psicológica integrada del poder, el bienestar y la justicia que efectivamente cambiamos el mundo a nuestro alrededor. La pregunta urgente es ahora cómo convertir las intuiciones hasta ahora adquiridas, y articuladas con aptitud por Maritza Montero, en investigación y en práctica.

El poder es ubicuo; existe en todos los campos de la práctica y se introduce en la forma en que pensamos acerca de la gente con la que trabajamos, y en la forma en que la tratamos. En

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Isaac Prilleltensky Prólogo

todas nuestras interacciones con miembros de la comunidad usamos nuestro poder con consecuencias que pueden aumentar el bienestar o resultar opresoras. No está claro cuáles prácticas promueven el bienestar y qué suposiciones perpetúan la justicia, porque aun con las mejores intenciones podemos causar daño. Entonces, un desafío principal es reflexionar sobre nuestras prácticas e indagar en sus efectos. Un segundo desafío es incorporar las lecciones sobre el poder, la justicia y el bienestar en la práctica diaria. Para responder a estos desafíos propongo el uso de la validez psicopolítica epistémica y de transformación (Prilleltensky, 2003).

El objetivo central de la validez psicopolítica es infundir en la psicología comunitaria y en las ciencias sociales la conciencia del rol que juega el poder en el bienestar, la opresión y la justicia en los dominios personal, relacional y colectivo. A fin de alcanzar validez psicopolítica, las investigaciones e intervenciones deberán adoptar ciertos criterios que indican la medida en la que la investigación y la acción incorporan lecciones acerca del poder psicológico y político. Para estrechar la brecha entre la retórica y la acción en la psicología comunitaria, propongo que evaluemos todas nuestras actividades con respecto a la validez epistémica y la validez de transformación. Esto nos permitirá concretar nuestro interés con diferenciales de poder en el discurso y en la práctica. A medida que el poder penetra en la investigación y la acción, sugiero que se consideren tanto la validez epistémica como la de transformación.

La validez epistémica se alcanza por el informe sistemático del rol que juega el poder en las dinámicas políticas y psicológicas que afectan los fenómenos de interés. Ese informe debe considerar el papel del poder en la psicología y en la política de bienestar y justicia, en los dominios personal, relacional y colectivo. Podría argumentarse que mi definición de validez epistémica psicopolítica limita el campo de la psicología comunitaria, excluyendo potencialmente estudios que caen fuera de esos dominios. Esa es una fuente de tensión. Por una parte, deseo que el campo de la psicología comunitaria sea pluralista y que acepte diversos paradigmas. Por otra parte, siento que tal pluralismo puede llevar a un relativismo que a su vez diluya la misión del campo y el interés por el bienestar de los oprimidos. Quizás, al igual que el bienestar, sea un asunto de balance entre orientaciones en competencia. Y también, como con el bienestar, la posición preferida dependa del contexto cultural y temporal de la decisión. En el clima actual, pienso que deberíamos reenfocar el rol del poder en el bienestar y la justicia. De aquí el rol prescrito para la validez epistémica psicopolítica.

Si esta innovación sobrevive a su uso en el futuro, seguramente será reemplazada por una alternativa contextualmente más sólida. No obstante, hasta que llegue ese tiempo en el cual hayamos agotado nuestra comprensión del papel del poder en el bienestar y el sufrimiento, elijo buscar este tipo de validez en la investigación.

La validez de transformación, por su parte, deriva del potencial de nuestras acciones para promover bienestar personal, relacional y colectivo, reduciendo las desigualdades del poder e incrementando la acción, participación y compromiso políticos, como lo demuestra Montero en el capítulo 8. Podría decirse que toda psicología comunitaria busca aumentar bienestar y reducir la injusticia, pero permítaseme disentir. Como Geoff Nelson y yo hemos discutido (Prilleltensky y Nelson, 1997; 2002), muchas intervenciones en el campo de la psicología comunitaria, por bien intencionadas que sean, no alteran las estructuras pues más bien están dirigidas a ayudar a las víctimas. A lo largo de un continuum que va del mejoramiento a la transformación, nuestras acciones contribuyen principalmente a lo primero y sólo periféricamente a lo segundo.

Como en el caso de la validez epistémica, la validez de transformación puede reducir la justificación de las intervenciones de la psicología comunitaria. Acciones que no tienen que ver con el poder, la inequidad y el cambio político podrían recibir menor importancia en el campo. Es cuestión de prioridades. Si miro al contexto para determinar qué intervenciones podrían

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Isaac Prilleltensky Prólogo

preferirse, en el actual contexto argüiría que la mayoría de los recursos son asignados a intervenciones centradas en la persona, que contribuyen sólo marginalmente al cambio social (Prilleltensky y Nelson, 2002). Cuando el contexto varíe y se logre la igualdad política para los grupos oprimidos, podremos poner el acento en las intervenciones que aumentan la autoestima, el apoyo social y las habilidades sociales.

Sin embargo, este giro no excluye las estrategias de mejoría. Más bien propone enriquecerlas incorporándoles el desarrollo sociopolítico, la concientización y la acción social. No tenemos que ver la promoción de la salud como exclusivamente relacionada con la salud, ni deberíamos ver el aprendizaje social y emocional en las escuelas como exclusivamente interpersonal (Prilleltensky y Prilleltensky, 2003a, b, c). Necesitamos ver cómo nuestra salud y nuestras relaciones son afectadas por las desigualdades de poder, en todos los niveles de análisis. Haciendo la debida conexión feminista entre lo personal y lo político, podemos introducir el cambio político en todas nuestras intervenciones. Por lo tanto, no propongo una reducción de habilidades sociales, autoconcepto, autoayuda, visitas domiciliarias, oportunidades para el adiestramiento laboral. Por el contrario, propongo reenfocarlos para atacar las fuentes de desigualdad y explotación. No es una reducción sino una redirección lo que sugiero.

Cuando las participantes en cualquier tipo de intervención de psicología comunitaria aprenda cerca de los orígenes societales y políticos de la opresión y el bienestar, hay una posibilidad de que lleguen a contribuir a cambiar estas condiciones adversas. Pero no basta aprender sobre las fuentes. Las participantes necesitan ser activadas para que se conviertan en agentes de cambio social. El tiempo es corto y el sufrimiento vasto. Los recursos son limitados y debemos ser responsables ante las poblaciones oprimidas que sufren debido a la desigualdad. Si continuamos usando nuestros limitados recursos de psicología comunitaria para mejorar las condiciones y para tratar a los heridos, ¿quién trabajará para transformar las condiciones que crearon en primer lugar la explotación y la aflicción?.

La validez psicopolítica oscila entre dos riesgos. Una versión diluida de ella se arriesga a perpetuar el statu-quo, mientras que una forma rígida se arriesga al dogmatismo. En el primer caso, no cambia mucho en la psicología comunitaria y hacemos nuestro trabajo sin darnos cuenta de la urgencia de las actuales configuraciones sociales de poder, para los pobres y los oprimidos. En el segundo caso, imponemos límites inflexibles en torno a lo que es y lo que no es práctica justificable de la psicología comunitaria. En algún lugar, en el medio, hay un sendero hacia la misión central de la psicología comunitaria: aumentar el bienestar para todos y eliminar la opresión en aquellos que sufren debido a ella y a sus nocivos efectos en la salud mental. Maritza Montero ha hecho un invalorable servicio a la profesión esclareciendo meticulosamente qué acciones fomentan el bienestar y la justicia y qué conceptos pueden confundirnos. Es un tributo a su sagacidad intelectual que ella pueda iluminarnos la vía hacia la sociedad buena en un tiempo de oscuridad global. Es un tributo a su espíritu que ella pueda motivarnos cuando el desánimo se impone. Mi solo pesar respecto de este libro es que mis colegas angloparlantes sabrán de sus ideas a través de mí y no directamente por las palabras de Maritza. Le agradezco a ella por darme la oportunidad de leer un ejemplar inédito de esta contribución histórica y por pedirme que ofreciese algunas reflexiones. Es un raro privilegio alcanzar el nivel de respeto que Maritza Montero recibe en diversos continentes. Como alguien que ha viajado y trabajado en varios continentes puedo atestiguar que sus contribuciones hacen una diferencia donde ella vaya, en cualquier lengua que hable. Este libro es otra ofrenda que hace a la comunidad de la psicología comunitaria en el mundo, y sin duda nos enriquecerá a todos.

ISAAC PRILLELTENSKY

Nashville, Tennessee, noviembre de 2003

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Isaac Prilleltensky Prólogo

EPÍLOGO AL PRÓLOGO

Cuando pedí a Isaac que hiciera el prólogo de mi libro pensé que escribiría la usual media docena de páginas amables. Y estaba feliz con eso. Pero si ya lectores y lectoras recorrieron las páginas precedentes se habrán dado cuenta de que Prilleltensky no es una persona común, por lo tanto no sigue los caminos usuales. Es de los que van a contramano, entran por la puerta de salida, sistematizan el desorden y ponen de cabeza el orden. Y como piensa y luego escribe, nos ha regalado más que un prólogo: desarrolla un concepto, su definición, explicación y crítica. Si quien lee lleva prisa, que la frene ante sus páginas; si por el contrario es de aquellos que buscan el tuétano, pues ya lo ha encontrado.

MARITZA MONTERO

Caracas, diciembre de 2003

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Maritza Montero Origen y desarrollo de la psicología comunitaria

CAPITULO 1

Origen y desarrollo de la psicología comunitaria

Orígenes de la psicología comunitaria: los inicios

Durante los años sesenta y setenta del siglo XX se produce una serie de movimientos sociales que difunden ideas políticas y económicas -entre ellas, la teoría de la dependencia- que van a influir sobre los modos de hacer y de pensar en las ciencias sociales. En la psicología tales ideas producen un vuelco hacia una concepción de la disciplina centrada en los grupos sociales, en la sociedad y en los individuos que la integran -entendiendo al sujeto humano como un ser activo, dinámico, constructor de su realidad-, así como en sus necesidades y expectativas; hacia una concepción distinta de la salud y de la enfermedad y, sobre todo, del modo de aproximarse a su consideración y tratamiento por los psicólogos. Al mismo tiempo, se busca hacer una psicología cuyas respuestas se originen dentro de la disciplina.

Esta tendencia responde a un movimiento de las ciencias sociales y humanas que, en América latina, a fines de los años cincuenta, había comenzado a producir una sociología comprometida, militante, dirigida fundamentalmente a los oprimidos, a los menesterosos, en sociedades donde la desigualdad, en lugar de desaparecer en virtud del desarrollo, se hacía cada vez más extrema. A su vez, en el campo de la psicología, el énfasis en lo individual (aun dentro del campo psicosocial), la visión del sujeto pasivo, receptor de acciones o productor de respuestas dirigidas, predeterminadas, no generador de acción, difícilmente permitían hacer un aporte efectivo a la solución de problemas urgentes de las sociedades en las cuales se la utilizaba. El reto era enfrentar los problemas sociales de una realidad muy concreta: el subdesarrollo de América latina y sus consecuencias sobre la conducta de individuos y grupos, la dependencia de los países que integran la región y sus consecuencias psicosociales tanto sobre las atribuciones de causalidad como sobre sus efectos en la acción; problemas concretos vistos en su relación contextual y no como abstracciones de signo negativo, como quistes a extraer para mantener sistemas aparentemente homeostáticos.

El comienzo en América latina

En América latina la psicología comunitaria nace a partir de la disconformidad con una psicología social que se situaba, predominantemente, bajo el signo del individualismo y que practicaba con riguroso cuidado la fragmentación, pero que no daba respuesta a los problemas sociales. Puede decirse, entonces, que es una psicología que surge a partir del vacío provocado por el carácter eminentemente subjetivista de la psicología social psicológica (Striker, 1983) y por la perspectiva eminentemente macrosocial de otras disciplinas sociales volcadas hacia la comunidad. Es también una psicología que mira críticamente, desde sus inicios, las experiencias y prácticas psicológicas y el mundo en que surge y con cuyas circunstancias debe lidiar.

Ambos eran profundamente insatisfactorios. La experiencia, porque estaba atada a un paradigma que la condenaba a la distancia, a una manipulación de las circunstancias de investigación y de aplicación, no sólo extractiva, sino además falsamente objetiva y neutral. De alguna manera, debido a la fragmentación y al forzamiento de la definición de los sujetos dentro de marcos predefinidos, las personas afectadas por un determinado problema quedaban mera y el problema desaparecía, para reaparecer una y otra vez, con formas muy parecidas a las ya conocidas, o con nuevas formas; o bien arropándose bajo el manto de un nuevo concepto o de una nueva teoría, que le daba un nuevo nombre, una nueva interpretación. Así, el proceso de búsqueda

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Maritza Montero Origen y desarrollo de la psicología comunitaria

de conocimiento volvía a empezar, a la vez que la sensación de deja vil se hacía cada vez más intensa. Mientras tanto, nada o muy poco parecía cambiar en esa "realidad" que se quería no sólo estudiar, sino además transformar mediante la solución de los problemas identificados en ella.

Al mirar hacia el mundo, hacia el entorno, se agudizaba igualmente su carácter insatisfactorio, porque fueron justamente las condiciones de vida de grandes grupos de la población, su sufrimiento, sus problemas y la necesidad urgente de intervenir en ellos para producir soluciones y cambios los que generaron un tipo de presión que, surgida desde el ambiente, desde lo que suele llamarse la "realidad", pasó a ser internalizada y reconstruida por los psicólogos que hallábamos que la acción derivada de las formas tradicionales de aplicación de la psicología era no sólo insuficiente, sino también tardía y muchas veces inocua, al limitarse al mero diagnóstico y al producir intervenciones fuera de foco.

La separación entre ciencia y vida advertida por las ciencias sociales llevó a rescatar líneas de pensamiento que nunca estuvieron silenciosas, pero cuyos aportes fueron muchas veces hechos a un lado al calificárselos de "no científicos" o al no ajustarse a la tendencia dominante. La fenomenología, las corrientes marxianas, muchas formas cualitativas de investigar, comenzaron a ser revisadas y reivindicadas y es en ese clima de insatisfacción y de búsqueda de alternativas en el cual se va a plantear la necesidad de producir una forma alternativa de hacer psicología.

Paradigmas, explicaciones, teorías psicológicas vigentes aparecían como inadecuados, incompletos, parciales. Las soluciones de ellos derivadas no alcanzaban sino a tratar el malestar de unos pocos y a ignorar las dolencias de muchos. Se planteaba la necesidad de dar respuesta inmediata a problemas reales, perentorios, cuyos efectos psicológicos sobre los individuos no sólo los limitan y trastornan, sino que además los degradan y, aún peor, pasan a generar elementos mantenedores de la situación problemática con una visión distinta: diagnosticar en función de una globalidad, tener conciencia de la relación total en que ella se presenta.

Así, en los años setenta, por fuerza de las condiciones sociales presentes en muchos de los países latinoamericanos y de la poca capacidad que mostraba la psicología para responder a los urgentes problemas que los aquejaban, comienza a desarrollarse una nueva práctica, que va a exigir una redefinición tanto de los profesionales de la psicología, como de su objeto de estudio e intervención. Tal situación mostraba una crisis de legitimidad y de significación (Montero, 1994b) para la disciplina, particularmente sentida en el campo psicosocial.

Ese nuevo modo de hacer buscaba producir un modelo alternativo al modelo médico, que hace prevalecer la condición enferma, anormal, de las comunidades con las cuales se trabaja. Por el contrario, la propuesta que se hacía partía de los aspectos positivos y de los recursos de esas comunidades, buscando su desarrollo y su fortalecimiento, y centrando en ellos el origen de la acción. Los miembros de dichas comunidades dejaban de ser considerados como sujetos pasivos (sujetados) de la actividad de los psicólogos, para ser vistos como actores sociales, constructores de su realidad (Montero, 1982, 1984a). El énfasis estará en la comunidad y no en el fortalecimiento de las instituciones. Y esto ocurre simultáneamente en diversos países de América latina, si bien el primero en generar un ámbito académico y una instrucción sistemática al respecto es Puerto Rico, que ya a mediados de la década del setenta contaba con un curso de maestría y con un doctorado en Psicología Comunitaria (Rivera-Medina, Cintron y Bauermeister, 1978; Rivera-Medina, 1992). En el caso puertorriqueño, su cercanía con los Estados Unidos puede haberlo determinado como pionero, ya que también fue el primero en enterarse de que la disciplina de tal nombre había sido creada diez años antes en los Estados Unidos. Por otra parte, hay que decir que a la creación de esos cursos ayudó la vocación de transformación social de quienes los fundaron. En otras naciones, la práctica de la psicología comunitaria antecede a la denominación y a la generación de espacios académicos para su estudio.

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