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LA ESCENA ANALÍTICA, EL VÍNCULO Y EL PROGRESO EMOCIONAL.


Enviado por   •  13 de Junio de 2013  •  2.064 Palabras (9 Páginas)  •  252 Visitas

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LA ESCENA ANALÍTICA, EL VÍNCULO Y EL PROGRESO EMOCIONAL.

El trabajo analítico se despliega en una relación dual. El vínculo entre paciente y analista sostiene y posibilita el progreso emocional, sin la relación no hay análisis ni cambio psíquico.

En 1895 Freud habla por primera vez de la importancia de la relación entre el paciente y el analista, llamándola en ese entonces como una falsa conexión o mésalliance. Y a razón del trabajo con el caso de “Dora” modifica su concepción. A concebirla como él medio por el que los pacientes transfieren deseos y representaciones inconscientes.

La autora hace un recorrido entre diversos teóricos exponiendo sus concepciones sobre la relación terapéutica que se desprende de un tratamiento; algunas opuestas, otras complementarias, pero que al final enriquecen el trabajo en la clínica y la concepción sobre la cura. El tema en general me resultó de interes debido a que lo relacione de manera integral; por una parte con mi propio proceso y la segunda como terapeuta en formación.

“La escena analítica. El vínculo y el progreso emocional” es un capítulo que trabaja con las controversias surgidas alrededor de nociones como la transferencia, la contratransferencia, el encuadre y el vínculo como aspectos fundamentales para el desarrollo mental. Cabe decir que la revisión histórica y teórica que hace de estos conceptos es basta, al mismo tiempo logra condensar las ideas principales del pensamiento psicoanalítico de una manera clara y acertada.

Los supuestos implícitos que influyen en la forma como el analista se representa el proceso analítico y la manera en que estos supuestos determinan en gran parte la dirección de la cura, los cuales afirma Bernardi, deben ser distinguidos de la contratransferencia, tienden a no ser percibidos y considerados en tanto son egosintónicos y se encuentran narcisistamente investidos. No son respuesta a la transferencia del paciente, pre-existen al encuentro terapéutico, aunque pueden modificarse. El analista debería tener frente a los supuestos y marcas que determinan su práctica una actitud analítica también. Es una forma de preservar su método y de evitar que dichos supuestos devengan supuestos básicos, según la expresión de Bion.

Otra cuestión central que aborda el capítulo es la contrantransferencia, ¿cómo funciona la mente del analista?, No está de más preguntarse por el destino de las escenas del paciente en el escenario psíquico del analista.

El terreno de la contratransferencia: más allá de las contiendas teórico-clínicas nunca hubo dudas acerca de que la contratransferencia forma parte de las escenas del análisis. Y es donde surgen las interrogantes de cómo trabajar con ella, teniendo una cosa segura, el no actuarla.

El hecho de que el paciente, con sus depositaciones, parasite al analista haciéndole soportar y, en muchas ocasiones, actuar aquello que para él es insoportable, no exime al analista de un trabajo de recorrido por las propias representaciones que lo constituyen como sujeto deseante, con sus entrampes y callejones sin salida incluidos, movilizadas a partir del trabajo con los pacientes. Aquí, en este punto, es donde considero que para el analista todo análisis emprendido con un paciente tiene algo de autoanálisis, de continuación de su propio análisis.

Pienso el encuadre como la serie de reglas formales que permiten diferenciar el espacio analítico de cualquier otro espacio de la vida del sujeto, al modo de las paredes de una habitación que permiten diferenciarla de otro recinto. Cabe mencionar que si el encuadre permite distinguir el espacio analítico de un espacio no analítico (social, pedagógico, laboral), la instauración del proceso dependerá de la posibilidad del analista de crear un “clima analítico” en los encuentros iniciales con su paciente.

Estas reglas formales sólo pueden ser sostenidas a partir de cierto encuadre interno con el que el analista cuenta. Un elemento central del encuadre y del método es la abstinencia del analista, éste se abstiene de dar órdenes, de su deseo de curar, de ser intrusivo con la mente del otro, de adoctrinar, no impone sus propios ideales al paciente; se abstiene de erigirse como salvador de almas, maestro de su paciente, está comandado por su deseo de aplicar el método; su objetivo es acotado e implica la suspensión ideal de toda otra representación meta, incluso la de curar.

En este sentido el encuadre es un estado mental, como dirá Donald Meltzer: hecho de abstinencia pero también de atención parejamente flotante, de apuesta al método y al análisis como espacio de simbolización, de producción de sentido.

Del analista a su propio inconsciente y al del paciente, la capacidad asociativa del analista por la creatividad de éste. No hay, a mi entender, posibilidad de escuchar con atención parejamente flotante ni de crear un clima analítico si el analista no ha hecho repetidamente la experiencia de asociar libremente con el objeto de su transferencia, es decir, en su propio análisis. En otras palabras, para escuchar analíticamente es condición necesaria haber aprehendido el método del lado de aquel que asocia libremente.

Por otra parte, el encuadre, tanto externo como interno, funciona, menciona Elena Ortiz, como protección tanto del analista como del paciente. En cuanto al externo, una vez enunciado habilita la posibilidad de interpretación de las transgresiones, no en aras de un llamado al orden o de tener un paciente “bien portado”, sino para poder entender qué significación reviste para el paciente en su economía psíquica y en función de la transferencia. El encuadre tiende, por otra parte, a preservar al paciente de una posibilidad de abuso interpretativo y de la posibilidad de salidas de lugar por parte del analista. El encuadre terceriza la interpretación, la regla fundamental también:

funcionan evitando el establecimiento de una relación dual (por ejemplo la “discusión”, la argumentación moral, la opinión, la plática convencional comandada por el sentido común, etc.).

Forma parte del encuadre interno, del estado mental del analista, la tendencia a no actuar las escenas transferenciales puestas en juego. Toda su respuesta consiste en responder mediante la interpretación y su presencia. En este sentido, el método tiende a reabrir las puertas de la asociación; el analista es su principal guardián. El cuidado del método implica un rechazo por parte del analista del ejercicio de un poder sobre su paciente.

La asimetría entre ambos lugares en parte se relaciona con el establecimiento

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