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LAS TÁCTICAS DE

virus8010 de Marzo de 2014

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LAS TÁCTICAS DE

PODER DE JESUCRISTO

Ahora que el cristianismo ve declinar su fuerza en el mundo de las ideas podemos apreciar en su verdadera dimensión las habilidades de Jesucristo. Las innovaciones de Jesús como organizador y líder no han sido tomadas en cuenta por la mayoría de los cristianos y de los investigadores en ciencias sociales. Por lo general, sus éxitos fueron atribuidos injustamente al Señor, o (hecho aún más injusto) a discípulos como Pablo. Pero si se abandona la idea de que la intervención de Dios o de líderes posteriores fue la responsable del éxito de Jesús, se evidencia su increíble capacidad como organizador. Fue un individuo que ideó por sí solo la estrategia de una organización que derrocó al Imperio Romano y que conservó un poder absoluto sobre el populacho del mundo occidental durante muchos cientos años. Nunca nadie alcanzó semejante hazaña, y hasta este siglo en que surgieron los líderes del comunismo y de otros movimientos masivos, ni siquiera tuvo competidores.

Para comprender a los actuales revolucionarios mesiánicos debe apreciarse la herencia dejada por Jesús. Hombres como Lenin y Trotsky en Rusia, Hitler en Alemania, Mussolini en Italia, Mao Tse-Tung y Ho Chi-min en Asia, Castro en Cuba y líderes del poder negro como Elijah Mohamed en los Estados Unidos desacreditan a Jesús en sus arengas públicas. Es cierto, la organización que éste fundó aún ejerce influencia en las instituciones que deben ser derrocadas. Sin embargo estos hombres le deben mucho más de lo que estarían dispuestos a reconocer, en principio, una innovación fundamental: la idea de luchas por el poder organizando a los desposeídos y a los pobres. Durante siglos esta idea no se valorizó y en consecuencia los pobres no constituyeron una amenaza para el establishment; lo más que podía esperarse de ellos era un esporádico amotinamiento. En este siglo es imposible olvidarse de los pobres porque existen hombres que dedican sus vidas a sublevarlos y organizarlos. La ideología de los líderes de los movimientos masivos contemporáneos difiere en ciertos aspectos de la de Jesús, pero creemos que su estrategia fundamental no surge espontáneamente en nuestra época, sino que fue creada por un hombre en Galilea y que ya se encuentra esbozada en el Nuevo Testamento.

Todo lo que sabemos de Jesús se basa en los escritos de los miembros de su organización, y en la medida en que pueda dudarse de la objetividad y autenticidad de la Biblia será posible cuestionar la verdadera naturaleza de la contribución de Jesús. Nuestro enfoque tomará literalmente a los autores de los evangelios, es decir, seguiremos la descripción de un hombre que formó y dirigió un movimiento. Con respecto al texto adoptamos una posición fundamentalista y nuestras preferencias se inclinan hacia los evangelios según San Mateo, San Marcos y San Lucas. Muchas generaciones, incluyendo a los líderes revolucionarios actuales, leyeron esta descripción como un retrato significativo de un líder ideal. El texto es una guía de las ideas del hombre occidental sobre el poder y el liderazgo; también es un manual sobre las tácticas de Jesús.

No nos ocuparemos del mensaje espiritual de Jesús ni de las ideas religiosas expresadas metafóricamente a través de sus palabras y su vida. Sólo describiremos cómo organizó y dirigió a la gente.

UN HOMBRE SOLO

Según los evangelios, Jesús estaba solo y era desconocido cuando surgió a la vida pública. Se enfrentó a la tarea de formar un movimiento y constituirse en un líder religioso de un pueblo que ya estaba ligado a una institución religiosa con todas sus reglas, cuyos líderes poseían las armas del poder estatal y operaban con un cuerpo de leyes obligatorias que controlaban a cada individuo desde el nacimiento hasta la muerte. Los conservadores ricos y los romanos de la ocupación, deseosos de conservar una colonia pacífica, exterminaban sin piedad a los revolucionarios y estaban dispuestos a oponerse a cualquier movimiento que perturbares el status quo de una colonia pacífica. Considerada esta oposición, tan formidable como cualquiera de las ofrecidas a los líderes de movimientos masivos de este siglo, no nos habría sorprendido que Jesús apenas hubiese provocado sólo una onda en el torrente social.

Pero a pesar de estar solo, Jesús contaba con muchos factores a su favor y, como cualquier gran líder, usó con habilidad las fuerzas disponibles. El pueblo estaba descontento. No sólo reinaban la pobreza y la opresión, sino que los impuestos romanos hacían desaparecer tanto a los artículos esenciales como los excedentes del país derrotado. El pueblo se enfrentaba a una jerarquía de familias explotadoras mantenidas en el poder por los colonizadores romanos que ocupaban el país. Así como en Rusia los bolcheviques partieron del hambre y la derrota militar, o en Alemania los nazis utilizaron la derrota y la desesperación, también aquí el pueblo tenía poco que perder con algún cambio.

Jesús vivió en una época en que la estructura de poner no estaba unificada. La división geográfica creada después de la muerte de Herodes provocó conflictos y resentimientos: existían desacuerdos entre las clases pudientes y los sacerdotes; la jerarquía sacerdotal estaba en conflicto interno y los romanos eran suficientemente odiados como para crear una escisión entre el gobernador y el pueblo. El establishment no podía ofrecer un frente unido ante un intento de tomar el poder.

También la mitología de la época favoreció a Jesús. Circulaba un mito persistente sobre un Señor o Mesías que con su llegada aliviaría mágicamente todas las dificultades, haciendo desaparecer la miseria y acabando con todos los enemigos, y que otorgaría el poder a las tribus de Israel sobre las setenta y siete naciones existentes. La esperanza de que había llegado un mensajero se podía alimentar de nuevo con la aparición de un profeta. Al parecer Jesús entró en la vida pública en un momento en que existía una creencia compartida: podía llegar un hombre y cambiarlo todo.

DÁNDOSE A CONOCER

Cuando Jesús apareció en escena se encontró marginado de la estructura de poder, puesto que no era ni rico ni romano, ni miembro de la jerarquía religiosa. Las riquezas y la ciudadanía romana no estaban a su alcance, pero en el judaísmo un hombre podía elevarse llevando una vida religiosa. Este fue el camino elegido por Jesús. Sabemos cómo vivió durante los años anteriores a su vida adulta, pero cuando apareció en público lo hizo como profeta religioso.

Aunque no es fácil para un desconocido adquirir fama, Jesús logró atraer la atención del pueblo utilizando una tradición popular. La gente escuchaba y respetaba a los religiosos ambulantes que hablaban en la calle. Por lo general, esos hombres condenaban a las ciudades y a los clérigos hipócritas que vivían con holgura. Jesús adoptó esta conducta tradicional y habló por todo el país, en las sinagogas y en los campos, dondequiera que lo escuchasen. Su pobreza evidente no fue una desventaja para el profeta; en realidad se la podía considerar una virtud. La tradición profética también resultaba útil si se deseaba obtener una buena reputación antes de crear una fuerte resistencia. El Estado y la jerarquía sacerdotal estaban acostumbrados a la crítica dentro del marco profético, de modo que un hombre podía hacerse escuchar sin ser exterminado de inmediato.

En esa ciudad, para hacerse conocer, no sólo era necesario viajar, hablar y contar con una audiencia; también se necesitaba poder hablar de cierta manera. Si sólo se decía lo ortodoxo, la gente no quería escuchar. Ya tenían a los líderes religiosos establecidos para hablarles de las ideas que se debían tener. Por otro lado, decir lo que no era ortodoxo implicaba el peligro de perder la audiencia, contrariando a un pueblo dedicado a una religión establecida e incorporada a sus vidas. En un sentido lógico quienes dicen que Jesús no proponía una nueva religión están en lo cierto; los evangelios también lo confirman. Y es indudable que así el pueblo no le habría escuchado. Durante toda su vida pública, Jesús se las ingenió para despertar atención como una autoridad que aportaba ideas nuevas, al mismo tiempo que presentaba lo que decía como ortodoxia estricta. Para ello empleó dos recursos: primero, insistió en que no sugería ningún cambio y luego propuso el cambio; segundo, insistió en que sus ideas no se desviaban de la religión establecida sino que eran una expresión más verdadera de la misma. Ambas tácticas son típicamente utilizadas por los líderes de los movimientos masivos que, por razones estratégicas, se ven obligados a definir su acción como ortodoxa mientras provocan los cambios necesarios para lograr una posición de poder. Por ejemplo, Lenín sostenía el principio de la mayoría, pero insistía en que la minoría era en realidad la mayoría. De modo similar, enunció que un solo partido político constituía una expresión más acabada de la democracia ya que ese partido representaba a la mayoría proletaria (aunque en realidad fuese una minoría).

La habilidad de Jesús para proponer simultáneamente el conformismo y el cambio halla su mejor expresión en su discusión de la ley y sus demandas. Las leyes religiosas, las leyes civiles y las costumbres eran una misma cosa, de modo que cuando Jesús discutía la ley, trataba con los aspectos centrales de la vida de todos.

El dice•:

No penséis que he venido a destruir la Ley o los Profetas, no he venido a destruirla, sino a consumarla... Si pues, alguno descuidarse uno de esos preceptos menores y enseñare así a los hombres, será tenido por el menor en el Reino de los Cielos, pero el que practicare y enseñare, ése será tenido

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