La Familia
leidyrozo19 de Agosto de 2013
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LA FAMILIA AYER Y HOY
Virginia Gutiérrez de Pineda (q.e.p.d)
30 de agosto de 1999
Voy a hablar de lo que llamamos crisis de la familia, que la familia se nos está acabando. Quiero tratar de explicarles que no es que se nos esté acabando, es que estamos cambiando, como dicen que Adán y Eva cuando salieron del paraiso, empezaron a decir, miren como estamos cambiando, así estamos cambiando nosotros cada día.
Quiero que después de que termine, me agobien de preguntas para ver si soy capaz de responderlas y me iluminen para tener nuevas búsquedas. Voy a hablar en un lenguaje que tal vez no me alcancen, pero ustedes cuestiónenme, los niños y pregúntenme si no entienden y después de que termine, agóbienme de preguntas.
Ante la pluralidad de alternativas que hoy vive la familia se pronostica su desaparición inminente. Este juicio emana de la comparación entre las modalidades que hoy muestra y el paradigma que vivió el país hasta hace cuatro décadas. Si las formas familiares actuales se comparan con las de aquel entonces, sin hacer un juicio mas crítico de sus circunstancias, puede resultar cierto este temor. Intento señalar que los procesos de cambio familiar son resultado de su acomodación a las transformaciones de la sociedad y de la cultura que conforman su entorno.
Para entender tales moldeamientos es preciso partir del principio de integración institucional, según el cual cada una de las instituciones que constituyen una sociedad se integran, estructuran y determinan recíprocamente definiendo entre sí el perfil de las unas y de las otras y en consecuencia, alteraciones en una, repercuten en las demás, dentro de un proceso de activo intercambio. Partiendo de este principio, la familia de ayer se definía a instancias de la economía, la religión, la educación, la justicia... que la respaldaban y controlaban, a tiempo que una cultura amoldada a su imagen, protegía el modelo doméstico e imponía, mediante controles y reconocimientos, un paradigma ajustado al todo institucional. Al unísono, este marco institucional y cultural, ambientaba el transcurrir familiar, lo controlaba, enaltecía, premiaba o sancionaba. Mediante un trueque de relaciones, cada institución actuaba de acuerdo a lo esperado y las receptoras respondían en acople con las expectativas.
Esta interrelación armónica se desajustó con las transformaciones de una o varias instituciones y al ser la familia receptora de los cambios, reaccionó en variadas configuraciones que a su vez produjeron transformaciones en las demás. Basándome en este principio intento plantear sumariamente, el encadenamiento de cambios y moldeamientos que han dado como resultado el perfil de la familia actual.
Hasta hace una cuarentena de años, los cambios en nuestro país transcurrían lentos, si tomamos como término de comparación los que se suceden actualmente. Su ritmo se apresuró hacia mediados del siglo, con el traslado poblacional del campo a la ciudad, mudanza que se aceleró en los últimos años, estimulada por las condiciones políticas del país. La ubicación porcentual de las gentes en ambas áreas, se invirtió en pocas décadas, de modo que en la actualidad, tres cuartas partes de nuestros compatriotas viven en las ciudades mientras ayer se asentaban en el campo. Cuando factores de desarrollo se sumaron a la inmigración urbana y se fueron transformando a su impulso todas las instituciones, la corriente innovadora avasalló la familia que tuvo que amoldarse a sus instancias.
El sistema familiar que tomo para compararlo con el actual es de estructura patriarcal, herencia hispánica vertida a nosotros en la Conquista y la Colonia y fruto del contacto sociorracial con las culturas americanas y la etnia africana. Define fundamentalmente a la familia patriarcal, la convivencia unilocal de la pareja casada y sus hijos; la jefatura económica única del padre, figura que centra el poder y la autoridad, la representación social y la defensa. La madre y la descendencia se le subordinan en razón de su dependencia económica y del dictamen cultural que concede a la figura del progenitor, roles trascendentes, privilegios únicos y prestigio diferencial, fuera de que refuerza la condición de sumisión y de servicio de la mujer hacia él, ya que ubica su status y desempeños a su servicio incondicional. Este sistema de relaciones interconyugales y progénitofiliales estuvo apuntalado fuertemente por las demás instituciones y se mantuvo reforzado por el control cultural que impidió cualquier escape a su normatividad.
A medida que los cambios institucionales se hicieron cada vez mas y mas intensos y extendidos, se socavó el piso del patriarcalismo, estructura que abarcaba toda la sociedad. Ocupó lugar destacado en esta transformación, el debilitamiento de la religión como soporte del autocratismo masculino y de los valores de ética sexual. Aun cuando no hubo cambios en la doctrina católica, la transformación de la imagen sacerdotal, de la liturgia y su alejamiento de ciertos grupos sociales, fueron factores que distanciaron a sus creyentes, mas inclinados por la liturgia y la doctrina que por la práctica de una ética. La acción de la iglesia católica en las ciudades, pareció distanciarse de sus feligreses recién llegados, muchos de los cuales han venido siendo absorbidos por otros credos religiosos, mas activos en su catequesis y acordes a sus necesidades inmediatas.
En algunos períodos, la mujer campesina emigró en mayor escala que el varón a la ciudad y este traslado menguó el poder coercitivo que la religión ejercía sobre ella para ajustarla al molde familiar patriarcal y por tanto a sus patrones de conducta ética. Mientras con el hombre la doctrina católica adoptaba una doble moral sexual como parte de los privilegios que le concedía a su status, a la mujer, para condicionarla a su servicio, la dualizó en dos imágenes de cualidades contrapuestas: la Magdalena seductora, al servicio de la libre sexualidad del varón y la María, esposa fiel y madre responsable del hogar y de los hijos para quien su papel fundamental fue la reproducción. La doble moral sexual resultó en una desarticulación de la mujer como ente social, ya que su ego osciló entre los conceptos del bien y del mal, encarnando bajo las dos versiones paradigmas contrapuestos pero complementarios para satisfacer al hombre patriarcal. La ética católica impuso patrones de comportamiento y valores que adecuaron la conducta femenina al doble estereotipo: castidad prematrimonial y fidelidad marital, para la mujer destinada al carácter de esposa; subordinación y obediencia a la autoridad marital; entrega a la maternidad sin controles y ejercida como expresión de sometimiento y sacrificio a la voluntad del cónyuge; centrofocalización absoluta en el hogar y en sus tareas, y por tanto dependencia de la providencia económica del hombre.
La otra versión femenina representó para la sexualidad del hombre el goce prohibido. Mujer supletoria y hombre al aceptar el privilegio varonil fueron culpados por su ejercicio, de modo que el carácter placentero del sexo adquirió el valor pecaminoso de lo transgredido. Tampoco la esposa gozó la sexualidad natural al ser avasallada por la maternidad, y su papel de mujer pura la restringió para dar y recibir gratificación sexual plena de su cónyuge. Reitero que tampoco el binomio hombre-concubina o amante o lo que fuera, usufructuaron libremente el placer biológico sin culpabilidad. La aureola de pecado rodeó como sistema de control la cultura religiosa en torno de la sexualidad en la familia patriarcal. La religión controló con sus prácticas (sacramentos), mediante las instituciones y la vigilancia a la mujer "buena", mientras satanizó la "mala" que gratificaba marginalmente al hombre pero cuya existencia reconoció indispensable.
No alcanzo a discernir totalmente cómo la mujer escapada de la sociedad campesina y de su grupo de parentesco, se liberó religiosamente en el anonimato de las urbes y al influjo de la educación que racionalizó su mentalidad. Sin lugar a dudas presionó su escape a ciertos principios católicos, el cambio que generó su obligación de coprovidente económica, tarea que en las segundas generaciones urbanas se hizo necesaria, dadas las exigencias familiares y el empobrecimiento del salario del cabeza de familia. La mujer trabajadora urbana no pudo soportar el papel de madre prolífica ilímite, condicionado por el principio de la doctrina católica, y se acogió a los avances médicos que la liberaron del hijo no deseado o inoportuno para su papel de coprovidente económica.
En consecuencia, el país restringió en pocos años su rata de fertilidad, haciéndose evidente que fuera de Bogotá, fue el complejo cultural antioqueño, zona de máxima religiosidad, el que alcanzó una rebaja máxima en el número de hijos. El control no sólo fue preventivo, sino que la mujer sola o la pareja, se lanzaron al aborto voluntario, cuya alta incidencia en práctica no oficializada, muestran los estudios. El principio de respeto a la vida desde su génesis, esencia de la ética católica, fue violentado con pocos escrúpulos. No quiero asegurar que el aborto estuviera ausente en el área rural. Reconozco que desde tiempos coloniales se usó para ocultar el madresolterismo que propiciaron las relaciones de poder entre blancos y las etnias negras e indias y el grupo de miscegenados, por lo cual Iglesia y Estado se mancomunaron para controlar las relaciones de pareja fuera de la norma matrimonial y de los principios raciales. Infanticidios y abortos estuvieron presentes en los comienzos republicanos y se mantuvieron muy encubiertos en las comunidades
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