La Función Del Orgasmo
mldecastro18 de Febrero de 2012
9.957 Palabras (40 Páginas)2.193 Visitas
FUNCION DEL ORGASMO
RESUMEN
El estudio realizado por Wilhelm Reich, consistió en la creación de una técnica psicoanalítica, visualizada desde diferentes puntos, los cuales son influyentes en el individuo. Con el objetivo de lograr la satisfacción por medio de esos espasmos y distracciones inseparables involuntarias en la culminación del acto sexual. Esta satisfacción, por su medio involuntario y por la ansiedad de placer superior, es suprimida por la mayoría de las personas hoy día.
1. INTRODUCCION
La función del orgasmo en los seres humanos, involucra los aspectos físicos y psíquicos. El orgasmo es una palabra que provine del griego κλίμαξ, «escalera» o «subida») es el momento culminante y placentero del acto sexual.
El orgasmo es el resultado final del clímax de una relación sexual, que produce una sensación de liberación repentina y placentera luego de un punto casi insoportable e irrefrenable de esa tensión sexual, acumulada y guardada de manera continua desde que se inicia la excitación. La función del orgasmo es una actividad liberadora de tensiones y sensaciones.
En este libro de Wilhelm Reich, analiza la importancia del orgasmo como liberador de la energía sexual y, las consecuencias de una falta de orgasmo o de un orgasmo incapaz de liberar toda esa energía. Gran parte de las neurosis, adicciones y desórdenes psíquicos en general tienen su origen, según él en la impotencia orgásmica o en esa energía mal liberada.
BIOLOGÍA Y SEXOLOGÍA ANTES DE FREUD
Mi posición científica actual tal como acaba de ser delineada, comenzó en el Seminario de sexología de Viena (1919-1922). Ninguna idea preconcebida determinó el desarrollo de mis puntos de vista. No debe suponerse que se trata aquí de un individuo con una historia personal peculiar, quien, aislado de la "buena sociedad" y como resultado de sus "complejos", trata de imponer sus fantasías sobre la vida a otras personas. El hecho es que una vida esforzada y rica en experiencias me ha permitido percibir, utilizar y abogar por detalles y resultados de investigación que no se encontraban a disposición de otras personas. Antes de ingresar a la Sociedad Psicoanalítica de Viena en 1920, había adquirido conocimientos diversos tanto sobre sexología y psicología como sobre ciencia y filosofía naturales. Esto puede parecer falto de modestia. Pero la modestia inoportuna no es virtud. Hambriento por la ociosidad de cuatro años de guerra, y equipado con la facultad de aprender rápida, concienzuda y sistemáticamente, me arrojé sobre todo aquello merecedor de ser conocido que encontraba en mi camino. Poco tiempo perdí en cafés y reuniones sociales.
Por casualidad me enteré de la existencia del psicoanálisis. En enero del año 1919, un trozo de papel viajó clandestinamente de asiento en asiento durante una conferencia. En él se urgía la necesidad de un seminario sexológico. Se despertó mi interés y concurrí a la reunión. Había en ella unos ocho estudiantes de medicina. Se destacó la imperiosa necesidad de un seminario sexológico para los estudiantes de medicina, señalando que este tema tan importante era descuidado por la Universidad. Asistí regularmente al curso, pero no tomé parte en las discusiones. La manera en que se consideró el tema sexual durante las primeras sesiones me sorprendió como algo peculiar y poco natural. 26
Despertó mi aversión. El 1 de marzo de 1919 anoté en mi diario: "Quizás es mi propia moralidad la que se opone. Sin embargo, por mi propia experiencia y por cuanto he podido observar en mí mismo y en los demás, estoy convencido de que la sexualidad es el centro en torno al cual gira tanto la vida social como la vida interior del individuo". ¿Por qué esa oposición por mi parte? Sólo iba a comprenderlo casi diez años más tarde. La sexualidad, según mi experiencia, era algo diferente de lo que se discutía. Las primeras reuniones a que asistí hacían de la sexualidad algo fantástica y extraña. No parecía existir una sexualidad natural. El inconsciente estaba repleto únicamente de impulsos perversos. Por ejemplo, la doctrina psicoanalítica negaba la existencia de un erotismo vaginal primario en la niña y pensaba que la sexualidad femenina era algo desarrollado mediante una compleja combinación de otras tendencias. Se sugirió invitar a un psicoanalista experimentado a dictar una serie de conferencias sobre el tema. Hablaba bien y de cosas interesantes, pero instintivamente me disgustaba su manera de tratar la sexualidad, a pesar de encontrarme yo muy interesado y de aprender muchas cosas nuevas. De alguna manera, no parecía que el conferenciante fuera la persona indicada para hablar sobre el tema. No podía explicarme este sentimiento. Me procuré algunos trabajos sobre sexología, tales como Sexualleben unserer Zeit, de Bloch, Die Sexuelle Frage, de Forel, Sexuelle Verirrungen, de Back y Hermaphroditismus und Zeugungsunfáhigkeit, de Taruffi. Luego leí las consideraciones de Jung acerca de la libido, y finalmente a Freud. Leí mucho, rápido y concienzudamente, algunas cosas dos y tres veces. Las Tres contribuciones a la teoría sexual de Freud, y sus Conferencias iníciales determinaron la elección de mi profesión. La literatura sexológica parecía dividirse inmediatamente en dos categorías: la seria y la "lasciva-moralista". Me entusiasmé con Bloch, Forel y Freud. Este último constituyó una experiencia profunda.27
No me convertí de repente en un adepto exclusivo de Freud. Absorbí sus descubrimientos gradualmente, junto con otros pensamientos y descubrimientos de hombres de valer. Antes de adherirme por entero al psicoanálisis, adquirí un conocimiento general de las ciencias y la filosofía naturales. Me impulsaba un interés por el tema básico de la sexualidad. Por lo tanto, estudié a fondo el Handbuch der Sexualwissenschaft, de Molí. Quería saber qué decían otras personas sobre el instinto. Eso me condujo a Semon. Su teoría de las "sensaciones mnémicas" daba mucho que pensar con respecto a los problemas de la memoria y del instinto. Semon afirmaba que todos los actos involuntarios consistían en "engramas", o sea, improntas históricas de experiencias pasadas. El protoplasma, que se produce a sí mismo constantemente, continúa recibiendo impresiones que, en respuesta a estímulos apropiados, se "ecforizan". Esta teoría biológica encuadraba bien con el concepto de Freud de los recuerdos inconscientes, "las huellas de la memoria". La pregunta "¿Qué es la vida?" se encontraba detrás de todo lo que aprendía. La vida parecía caracterizarse por una razonabilidad y una intencionalidad peculiares de la acción instintiva involuntaria. La investigación de Freud sobre la organización racional de las hormigas dirigió mi atención hacia el problema del vitalismo. Entre 1919 y 1921 me familiaricé con la Philosophie des Organischen de Driesch y su Ordnungslehre. El primer libro lo entendí, pero no así el segundo. Me iba resultando claro que el concepto mecanicista de la vida que predominaba en nuestros estudios médicos en aquel tiempo, no era satisfactorio. No se podían rechazar las afirmaciones de Driesch, de que si bien la totalidad del organismo vivo podía formarse a partir de una parte de sí mismo, era imposible fabricar una máquina partiendo de un tornillo. Sin embargo, su explicación del funcionamiento vital por medio del concepto de la "entelequia" no era convincente. Tuve la impresión que se soslayaba un problema gigantesco con una sola palabra.28
Así aprendí, de una manera bastante primitiva, a distinguir estrictamente entre hechos y teorías sobre hechos. Medité mucho tiempo las tres pruebas de Driesch de la diferencia específica entre lo orgánico y lo inorgánico. Parecían sólidas, pero la cualidad metafísica del principio vital no me parecía absolutamente correcta. Diecisiete años más tarde pude solucionar la contradicción sobre la base de la fórmula de la función energética. Cuando pensaba en el vitalismo, siempre tuve presentes los conceptos de Driesch. Mi sensación vaga acerca de la naturaleza irracional de sus suposiciones pudo confirmarse. Posteriormente Driesch encontró refugio entre los espiritistas. Tuve más suerte con Bergson. Estudié cuidadosamente su obra, en especial su Essai sur les données inmédiates de la conscience, L'evolution créatrice y Matiére et mémoire. Sentía instintivamente la validez de su esfuerzo por rechazar tanto el materialismo mecanicista como el finalismo. Su explicación de la percepción de la duración temporal de la vida mental, y de la unidad del yo, sólo confirmaron mis intuiciones acerca de la naturaleza no mecanicista del organismo. Todo eso era muy oscuro y nebuloso, más bien una sensación que un conocimiento. Mi teoría actual acerca de la identidad y unidad psicofísicas tuvo origen en ideas de Bergson, si bien se convirtió luego en una nueva teoría psicosomática funcional.
Por algún tiempo fui considerado un "bergsoniano loco" porque estaba de acuerdo con él en principio, aunque no podía determinar exactamente dónde estaban las lagunas de sus teorías. Su élan vital recordaba mucho a la "entelequia" de Driesch. Era imposible negar el principio de una fuerza creadora que gobierna la vida; pero esa fuerza no me satisfacía mientras no fuera tangible, mientras no se la pudiera describir o manejar de una manera práctica. Y puesto que, con toda razón, esto se consideraba la meta suprema de la ciencia natural. Los
...