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La Melancolia


Enviado por   •  23 de Abril de 2014  •  2.438 Palabras (10 Páginas)  •  239 Visitas

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FACULTAD DE ESTUDIOS PROFESIONALES IZTACALA

CARRERA DE PSICOLOGÍA

MATERIA: DESARROLLO Y EDUCACIÓN TEÓRICA II CICLO: 2009-1

PROFESOR: ANTONIO CORONA GÓMEZ

LA MELANCOLIA: UNA DEPRESION CULTURAL

La melancolía es la ruptura de una sociedad: eso es lo que pasa cuando a uno lo abandona o se le muere alguien, se queda sin matrimonio o sin trabajo, le entra crisis de la edad a los quince, cuarenta o sesenta años, pierde a sus amigos o su patria, su país entra en bancarrota o dictadura, o cuando, sin que haya ninguna de estas circunstancias ni otra que se le pueda ocurrir, cae en depresión. En todos esos casos, la esferita donde uno se movía con toda seguridad, se truena como burbuja de jabón; es como si al pez en el agua le reventaran la pecera. Y, hoy día, siglo XX terminal, mientras todos los anuncios de la televisión están preciosos y sonrientes, la melancolía se ha convertido en el humor de moda, el estado de ánimo más apropiado para el fin de siglo, pero como ahora suena indecorosamente anacrónico llamarlo "melancolía" porque esta palabra remite a la cultura y al espíritu, en cambio se emplea el tecnicismo médico de "depresión" porque encierra el problema en el organismo del individuo y lo reduce a una cuestión de física y química, que se arregla con pastillas.

En efecto, los psiquiatras, que son los tecnócratas de la mente, y los psicólogos que son sus burócratas, sutiles como siempre, sólo reconocen la melancolía cuando pueden detectar en el cerebro del paciente la falta de alguna sustancia, por ejemplo las aminas biógenas. Es cierto, faltan, pero ello sólo es prueba de que la cultura es incluso capaz de desaparecer sustancias, porque la melancolía es ante todo un accidente cultural que sobreviene cuando las sociedades pierden significado y las gentes pierden todo, incluyendo una sustancia.

La melancolía es el dolor peor, casi no hay manera de abusar de las palabras espantosas para ubicarla: si se dijera que se derrumba el mundo, hay que tomarlo en sentido literal: es horrible, cruel, inmisericorde, despiadada, humillante, porque es el dolor de vivir, de tener el cuerpo vivo cuando la realidad se ha muerto; y entonces el alma duele en el cuerpo. En rigor, en la melancolía, no duele algo fácil de señalar y maldecir como la muela o el duodeno, sino algo absoluto e inmenso como el vacío o la nada que se mete tras la piel ocupándolo todo, de tal manera que ya no caben ahí ni las medicinas, ni las explicaciones, ni la esperanza, ni las ganas de sanarse. Se está alegre por algo, se está triste por algo, y eso se puede arreglar, pero se está melancólico precisamente por "nada". La melancolía no tiene causas porque surge cuando se acaban las causas. Es relativamente cómodo cargar con un estómago ulcerado porque cuando menos hay suficiente espacio dentro del cuerpo, pero los melancólicos cargan, en los pocos centímetros cúbicos de su cuerpo, con la destrucción de una sociedad completa que los excede inconmensurablemente. Si pudieran tener ganas de hablar, dirían que cargan con toda la oscuridad adentro, y debe ser cierto; porque en invierno, cuando las noches son más largas, las melancolías aumentan; y también es correcto, porque mientras otros sentimientos son de colores, verde chillón como los celos o la envidia, rojo fuerte como la ira y la venganza, blanco luminoso como el amor o la creación, la melancolía es negra: melan khole en griego, en latín atra bilis bilis negra.

A los melancólicos se les rompe la sociedad a la que pertenecían, que no es necesariamente la sociedad mexicana o una sociedad anónima de capital variable. Y es que antes de que los sociólogos se adueñaran de ella, la palabra "sociedad" era un término más cálido, que refería a la reunión de dos o más gentes que buscaban el acercamiento y la comunicación; Carreño, el del Manual, por ejemplo, llamaba sociedad a los tres o cuatro que se juntan para tomar el té a las cinco, de ahí que hoy todavía se digan cosas como "aparecer en sociedad"; Simmel, el sociólogo de lo extraño, decía que cada vez que se juntan dos personas, se funda una sociedad, con sus propias reglas, metas y castigos, de ahí que se diga "asociarse", "socio", "sociedad de los poetas muertos". Lo que hace a una sociedad no es la cantidad de gente que aglutina, de modo que hay sociedades de dos, como los matrimonios o las parejas; de varios como los grupos de amigos o colegas, de miles como los pueblos, de millones.

Son sociedades, no porque lo diga Carreño, sino por lo siguiente: cada vez que se establece una relación duradera entre dos o más, empiezan a aparecer formas peculiares de hablar como los apodos entre enamorados, modos de comportarse como los mismos gestos para toda una familia, cantidades de sobreentendidos que "no hace falta aclarar como lo que sí se debe hacer y lo que no se debe hacer en esa relación, anécdotas que se conservan, ocurrencias y chistes y planes. En suma, se ha creado un mundo propio que tiene sus propios símbolos, lenguajes, creencias, valores, memorias, costumbres, mitos y ceremonias que constituyen esa relación y que sólo tienen significado dentro de ese mundo, afuera ya no: quien pertenece a él es alguien significante, pero afuera, es insignificante. Eso es una sociedad, y todo lo que se piensa y se siente, en suma, todo lo que uno es, está hecho de la sociedad a la que pertenece, de modo que aquello vaporoso que se llama "el sentido de la vida" es, sin duda, la pertenencia a alguna sociedad; a esta pertenencia se le conoce como identidad, amor, amistad, civilidad o política, según el tamaño de sociedad que se trate; así como el amor es la política de la pareja, la política es el amor de las naciones.

Y todas éstas son las sociedades que se rompen, y a quien se le rompe la suya, se le rompe todo, y se rompe él mismo, porque pierde el derecho a tener los ideales, los recuerdos, los puntos de vista de la sociedad que lo expatria. Las palabras y los gestos conque se reconocía dejan de ser suyos, y ya no debe; y ya no puede, pensar ni sentir. Por eso en la Edad Media, los desterrados se convertían en hombres lobo: dejaban, simplemente, de pertenecer a la humanidad. El exilio interno de nuestros melancólicos contemporáneos se puede notar en que se aíslan, se callan, andan mal vestidos, y es que saben que hablan un idioma que ya no existe y creen cosas que ya no son ciertas. Es un castigo bastante peor que la muerte, por lo que algunos hacen trampa

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