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Manipulación En Los Medios

aitorbat8 de Abril de 2014

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El control de nuestras vidas

NOAM CHOMSKY

NOAM CHOMSKY

El control de nuestras vidas

No es una exageración decir que a los esfuerzos dedicados a controlar

nuestras vidas son una cuestión recurrente en la historia del mundo, con

especial énfasis en los últimos siglos, escenario de grandes cambios en

las relaciones humanas y en el orden mundial. Esta cuestión es

demasiado intensa para discutirla aquí en su totalidad, por lo que, en

primer lugar sólo me centrare en las actuales manifestaciones de estos

esfuerzos y en sus raíces, con un ojo puesto en lo que podría llegar. Lo haré desde una perspectiva

global , sin duda el espacio en que estas cuestiones surgen.

Durante el año pasado, las cuestiones globales fueron vistas en términos vinculados a la noción de

soberanía, esto es, al derecho de las entidades políticas a seguir su propio curso,

que puede ser inofensivo o nefasto, y hacerlo sin interferencias externas. En el mundo real, las

interferencias se producen por parte de poderes extremadamente concentrados, cuya

sede está en EE UU. Este poder global concentrado tiene varios nombres, dependiendo de qué

aspecto de soberanía y libertad tenga uno en menee. Así, a veces se llama consenso

de Washington, o complejo Wall Street-Tesoro Público, u OTAN, o burocracia económica

internacional (la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial, y el FMI), o

G-7 (los países ricos, occidentales e industriales) o G-3 o, quizás mejor G-l. Desde una perspectiva

más de fondo, podríamos describir estos poderes como un puñado de grandes

empresas -a menudo unidas por alianzas estratégicas que administran una economía global que

constituye, de hecho, una especie de mercantilismo corporativo que tiende al oligopolio en la

mayoría de sectores, abiertamente aliadas con el poder estatal en su tarea de socialización del riesgo

y el coste y para la subyugación de los elementos recalcitrantes.

Durante el año pasado las cuestiones de la soberanía han surgido en dos campos. Una tiene que

ver con el derecho soberano de estar a salvo de una intervención militar. Aquí las

cuestiones surgen en un orden mundial basado en estados soberanos. En segundo lugar aparece la

cuestión de los derechos de soberanía desde el punto de vista de la intervención socioeconómica.

Estos temas surgen en un mundo dominado por empresas multinacionales, especialmente

instituciones financieras y por un esquema integral que ha sido construido para servir a sus

intereses (por ejemplo, algunos de estos asuntos surgieron inopinadamente en Seattle en

noviembre pasado).

En lo que se refiere a las intervenciones militares, fue este un tema de primer orden el año pasado.

Dos casos tuvieron particular significado y atención: Timor Oriental y Kosovo (en orden inverso, lo

cual tiene su interés, ya que invierte el calendario y el significado). Habría mucho que decir sobre

este tema si el espacio lo permitiera. Pero aquí voy a tratar sobre la segunda cuestión y me voy a

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centrar en ella, es decir, en soberanía, libertad y derechos humanos. Estos son los temas que

despuntan en terreno socioeconómico.

Para empezar cabe hacer un comentario general: la soberanía no es un valor en sí misma. Es tan

sólo un valor en la medida en que relaciona la libertad y los derechos, ya sea potenciándolos o

debilitándolos. Me gustaría dar por sentado algo que puede parecer obvio, pero que de hecho es

polémico.

Cuando hablamos de libertad y derechos, nos viene a la mente el concepto de seres humanos, esto

es, personas de carne y hueso, no abstracciones políticas o construcciones legales como empresas, o

estados, o capital. Si dichas entidades tienen algún derecho, lo cual es discutible, debe ser derivado

de los derechos de la gente. Este es el núcleo de la doctrina liberal, y a ella se oponen los sectores

más ricos y privilegiados, y esto es así tanto en el campo político como en socioeconómico.

En el campo de la política, el eslogan habitual es <<soberanía popular en un gobierno de, por y

para el pueblo >>, pero el esquema de funcionamiento difiere bastante de eslogan, pues consiste en

considerar al pueblo como un enemigo peligroso. Debe ser controlado, por su propio bien. Estas

consideraciones se retrotraen a varios siglos, hasta las primeras revoluciones democráticas

modernas, en el siglo XVII en Inglaterra y un siglo más tarde en las colonias norteamericanas

. En ambos casos los demócratas fueron vencidos usando todos los medios, aunque no del todo ni

para siempre. En el siglo XVII, en Inglaterra, gran parte de la población no quería ser dominada ni

por el rey ni por el parlamento. Recordemos que son éstos los dos contendientes en la versión al

uso de la guerra civil pero, como en la mayoría de guerras civiles una buena parte de la población

no quería a ninguno de los dos. Tal como se leía en sus panfletos, querían ser gobernados "por

gente del campo como nosotros, que conocen nuestras s necesidades", no por "caballeros y nobles

qua nos imponen leyes, son elegidos por miedo, nos oprimen , y no conocen los males de la gente".

Estas mismas ideas animaron a los granjeros rebeldes de las colonias un siglo más tarde,

Pero el sistema constitucional fue diseñado de modo bastante diferente. Fue construido

Para bloquear tal herejía. El objetivo era “proteger a la minoría opulenta frente a la mayoría”,

y alenta frente a la mayoría", y asegurarse de que “el país es gobernado por aquellos que lo

poseen”. Estas son las palabras del líder granjero ]ames Madison, y del presidente del

Congreso Continental y primer juez del Tribunal Supremo, John ]ay. Dicha concepción

prevaleció, pero los conflictos continuaron. Han adoptado continuamente nuevas formas ,de

hecho están abiertos, y a pesar de todo, la doctrina elitista continúa inamovida en lo esencial.

Ya en el siglo XX, la población ha sido contemplada como "ignorante y maleducada, se mete en

todo”, su papel es el de "espectadores", no de "participantes", excepto durante esas oportunidades

periódicas en que hay que elegir entre los responsables del poder privado. Es lo que se

ha dado en llamar elecciones. Durante las elecciones, la opinión pública es considerada

esencialmente irrelevante si entra en conflicto con las demandas de la minoría opulenta que

poseen el país.

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Un ejemplo contundente, y hay muchos, tiene que ver con el orden económico internacional,

con los llamados acuerdos comerciales. La población, en general, se opone sin paliativos

a la mayor parte de estas cosas, tal como ponen claramente de manifiesto las encuestas,

pero estas cuestiones no aparecen durante las elecciones. No aparecen porque los centros de

poder, la minoría opulenta, permanece unida ante la defensa de la institucionalización de

un particular orden socioeconómico. Así que estas cuestiones no aparecen. Lo que se discute

no les preocupa en exceso. Esto es muy normal, y toma sentido a partir de la asunción de que el

papel del ciudadano, como ignorante y maleducado que se mete en todo, es simplemente el de

espectador. Si la ciudadanía, como sucede a menudo, intenta organizarse y meterse en política para

participar, para presionar a favor de sus preocupaciones, entonces hay un problema. Esto no es

democracia, es "una crisis de la democracia" y hay que superarla.

Todas estas citas son de liberales, del ala progresista del abanico ideológico moderno, pero los

principios son grosso modo los mismos. Los últimos 25 años han sido uno de esos períodos, que

llegan de vez en cuando, de importante campaña organizada para intentar superar lo que se percibe

como crisis de la democracia y para reducir al ciudadano a su papel apático, pasivo y obediente

espectador. La política es así.

En el campo socioeconómico ocurren cosas similares. Se han desarrollado paralelamente conflictos

parecidos durante mucho tiempo. Durante los primeros días de la Revolución Industrial en EE UU,

en Nueva Inglaterra, hace 150 años, había una prensa obrera muy activa e independiente,

gestionada por mujeres jóvenes procedentes de las granjas o de los talleres de artesanía de los

pueblos. Condenaban la "degradación y subordinación" del nuevo sistema industrial emergente, que

obligaba a la gente a alquilarse para sobrevivir. Vale la pena recordar que el salario fue considerado

como no muy diferente de la esclavitud ya en esa época, y no solamente por los trabajadores de las

fábricas, sino también por gran parte de la corriente intelectual dominante, como por ejemplo

Abraham Lincoln, o el Partido Republicano, o incluso las editoriales del New York Times (lo deben

haber olvidado).

La clase trabajadora se opuso al retomo de lo se llamó "los pricipios monárquicos" en el sistema

industrial, y reclamó que aquellos que trabajaban en las fábricas las debían poseer, evocando el

espíritu del republicanismo. Denunciaron lo que llamaron el "nuevo espíritu de la época:

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