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Mas Alla Del Principio De Placer

mlsalgado8 de Diciembre de 2013

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Más allá del principio de placer

I

Aceptamos el principio según el cual el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Lo pone en marcha una tensión displacentera, y después adopta tal orientación que su resultado final coincide con su disminución, invitación de displacer o producción de placer. En cuanto al significado de las sensaciones de placer y displacer se adopta la hipótesis más laxa, se refiere placer y displacer a la cantidad de excitación no – ligada, presente en la vida anímica; (placer T, displacer T), placer, reducción de la Q, displacer incremento. No una relación simple, menos una proporcionalidad directa; el factor decisivo es probablemente el incremento o reducción en un período de tiempo.

Los hechos que movieron a adoptar el principio de placer encuentran también expresión en la hipótesis según la cual el aparato anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos constante, la Q. Esto equivale a decir lo mismo. Pero no es cierto que la mayoría de nuestros procesos anímicos vayan acompañados de placer o lleven a él. En el alma existe una fuerte tendencia al principio de placer, pero otras fuerzas lo contrarían.

El primer caso de una tal inhibición tiene el carácter de una ley. El principio de placer es propio de un trabajo primario, inutilizable y aún peligroso para la autopreservación.

• Bajo el influjo de tales pulsiones es relevado por el principio de realidad, que sin renunciar a un logro final de placer; pospone la satisfacción, renunciar a diversas posibilidades de logarla y tolerar displacer. Otra fuente de desprendimiento de displacer, surge de los conflictos y escisiones producidos en el aparato, en el desarrollo.

• Ciertas pulsiones son inconciliables con las restantes en el yo, por lo cual caen en el proceso de represión. Bajo este proceso, la satisfacción directa o sustitutiva será vivida por el yo como displacentero.

En las restantes vivencias de displacer puede afirmarse que no contradice el principio. En su mayor parte es de percepción. Percepción del esfuerzo de pulsiones insatisfechas o que existe especulativas displacenteras como peligro. La reacción frente a las mismas, donde se sitúa la genuina actividad del aparato, puede ser conducida al principio de placer o su modificación, el de realidad.

II

Estado que sobreviene tres conmociones mecánicas, choques ferroviarios y otros accidentes que aparejaron riesgo de muerte; es la neurosis traumática. La guerra (1ª guerra mundial) la provocó en gran escala y puso fin a su esclarecimiento como deterioro orgánico del sistema nervioso por acción de una violencia mecánica. Se aproxima al cuadro de la histeria por sus síntomas motores y al de la hipocondría o melancolía por su padecer subjetivo; hay destrucción y debilitamiento generales de las operaciones anímicas.

En la neurosis traumática común se destacan dos rasgos: el centro de gravedad está en el factor sorpresa, y un simultáneo daño físico o herida la contrarrestra. Terror, miedo y angustia se distinguen por su relación con el peligro; la angustia designa cierto estado de expectativa y preparación para el peligro, aunque sea desconocido; el miedo tiene un objeto determinado, en presencia del cual se siente; el terror es aquel en el cual se cae ante un peligro cuando no se está preparado. La angustia protege contra el terror y por tal contra la neurosis de terror.

La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierte con renovado terror. El enfermo está fijado – se sostiene – psíquicamente al trauma.

Sin embargo, no lo recuerdan mucho durante la vigilia. Cuando se admite la reconducción como cosa natural en el sueño se desconoce la naturaleza de éste. Debería conducirlo a tiempos mejores. Queda al expediente de sostener por qué en este estado la función del sueño resultó afectada y desviada, o pensar en las enigmáticas tendencias masoquistas del yo.

Abordemos una práctica más temprana normal, el juego infantil; particularmente el primer juego creado de un varoncito de un año y medio, acción enigmática y repetida de continuo. No lloraba cuando su madre lo abandonaba durante horas, a pesar de su gran ternura hacia ella. Exhibía el hábito de arrojar lejos de sí, a un rincón o debajo de la cama, etc., todos los pequeños objetos que hallaba a su alcance, profiriendo “o – o – o – o” que significaba “fort” – se fue –. Jugaba a que se iban, corroborado en otra ocasión: tenía un carretel, sosteniéndolo con el piolín, tras la baranda de su cuna con mosquitero, el carretel desaparecía, pronunciaba “o – oooo”, y después, tirando de su piola, volvía pronunciando un “Da” (acá está) Las más de las veces sólo se había podido ver el primer acto, repetido incansablemente, aunque el mayor placer correspondía al segundo.

Su renuncia pulsional de admitir sin protestas la partida de la madre, estaba entramada con el juego, resarciéndose el niño con los objetos a su alcance, escenificando el aparecer y desaparecer. ¿Cómo se concilia el principio de placer, repetir esta vivencia penosa? Se dirá que el desaparecer es la condición del aparecer; pero hay prevalencia del “fort. En la vivencia era pasivo, ahora se ponía en un papel activo, repitiéndola como juego a pesar de que fue displacentera. Podría atribuirse a una pulsión de apoderamiento. O bien al vengarse de la madre por su partida “Y bien vete pues, no te necesito, yo mismo te echo”.

¿Puede el esfuerzo (Drang) de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse de manera primaria e independiente del principio de placer? Como quiera que sea, si en el caso ese esfuerzo repitió la impresión desagradable, se debió únicamente a que la repetición iba concretada a una ganancia de place de otra índole, pero directa.

III

Al comienzo el psicoanálisis no era sino un arte de interpretación; luego se planteó el propósito inmediato de instar en el enfermo su corroboración como recuerdo. El centro recayó sobre las resistencias, había que descubrirlas, mostrárselas y por influencia humana (sugestión por transferencia) moverlo a que resigne. Luego, se descubrió que el devenir – cc tampoco se podía lograr así. El enfermo no podía recordar todo, acaso lo esencial. Se ve forzado a repetir lo reprimido como vivencia presente, en vez de recordarlo; tiene por contenido un fragmento del pasado, de la vida sexual infantil y, por tal, del c.d.c y ramificaciones, jugándose en el terreno de la transferencia, en su relación con el médico. La anterior neurosis ha sido sustituida por una neurosis de transferencia.

Es preciso librarse de un error; las resistencias no son del icc, lo reprimido no ofrece resistencia a los esfuerzos de la cura, quiere irrumpir hasta la conciencia o hasta la descarga. La resistencia parte de su yo (no quiere decir que sea cc, sus motivos y ella misma); adscribimos la repetición a lo reprimido icc.

La resistencia del yo cc y prcc está al servicio del principio de placer, quiere ahorrar el displacer por la liberación de lo reprimido. Ahora, ¿qué relación guarda con el principio de placer la compulsión de repetición, la exteriorización forzosa de lo reprimido? Lo que se revivencia no puede provocar sino displacer, puesto que saca a la luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas, pero displacer para un sistema y satisfacción para el otro.

El hecho nuevo y asombroso es que la compulsión devuelve también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfactorias, ni siquiera de las mociones reprimidas desde entonces.

Los neuróticos repiten en transferencia todas las ocasiones indeseadas del c.d.e. y las situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas con gran habilidad. Nada de eso – celos, desaires, las palabras duras de los padres, etc – pudo procurar placer entonces, y se creería que si emergieran como recuerdo, producirían mucho menos displacer. Se trata de pulsiones que estaban destinadas a producir placer, pero ni entonces lo produjeron. Esa experiencia se hizo en vano, se la repite, esfuerza una compulsión.

Esto mismo puede encontrarse en la vida de personas no neuróticas. Hace la impresión de un destino que las persiguiera; la compulsión que así se exterioriza no es diferente de la compulsión de repetición neurótica.

Individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: traición del amigo, protegidos ingratos, relación amorosa con idénticas fases, etc. “Eterno retorno de lo igual”.

En vista de la repetición en transferencia y el destino fatal de los seres humanos, suponemos una compulsión de repetición más allá del principio de placer, y nos inclinamos a referir a ella los sueños de la neurosis traumática y la impulsión al juego en el niño. Sólo en raros casos podemos aprehender puros, sin otros motivos, los efectos de la compulsión. Compulsión de repetición y satisfacción pulsional directa, parecen entrelazarse en la más íntima comunidad. Pero tras una reflexión, es preciso que tampoco en los otros ejes – además de los sueños traumáticos donde no se encuentra la injerencia del principio de placer – los motivos familiares abarcan todo. Y ese resto justifica la hipótesis de la compulsión de repetición, y ésta es más originaria, más pulsional (Triebhaft; impulsivo, pasional, fuera de razón) que el principio de placer que ella destrona.

IV

La conciencia es la operación de un sistema particular, la conciencia (Cc). La conciencia no es

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