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Papa goriot

jakys18 de Septiembre de 2012

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Papa goriot

La señora Vauquer, de soltera De Conflans, es una anciana que desde hace cuarenta años regenta una pensión en la calle Neuve-Sainte-Geneviève, entre el barrio latino y el de Saint–Marceau. Esta pensión, conocida bajo el nombre de Casa Vauquer, admite tanto a hombres como mujeres, jóvenes y ancianos, sin que las malas lenguas hayan atacado nunca las costumbres de tan respetable establecimiento. Pero también es cierto que desde hacía treinta años nunca se había visto en ella a ninguna

persona joven, y para que un hombre joven viviese allí era preciso que su familia le pasara mensualmente muy poco dinero, en el año 1819, época en la que da comienzo este drama. Las particularidades de esta historia llena de observaciones y de colores locales no pueden apreciarse más que entre el pie de Montmartre y las alturas de Montrouge, en ese ilustre valle de cascote continuamente a punto de caer y de arroyos negros de barro; valle repleto de sufrimientos reales, de alegrías a menudo ficticias, y tan terriblemente agitado que se precisa algo exorbitante para producir una sensación de cierta duración.

Sin embargo, encuéntrense en él de vez en cuando dolores que la acumulación

de los vicios y de las virtudes hace grandes y solemnes: a su vista, los egoísmos y los intereses se detienen; pero la impresión que reciben es como una fruta sabrosa prestamente devorada, este drama no es, una ficción ni una novela. All is true, todo es tan verdadero, que cada cual puede reconocer los elementos del mismo en su casa, quizás en su propiocorazón.

La casa en la que se explota la pensión pertenece a la señora Vauquer. Está situada en la parte baja de la calle Neuve-Sainte-Geneviève, en el lugar donde el terreno desciende hacia la calle de la Arbalète, con una pendiente tan brusca que raras veces suben o bajan por ella los caballos. Esta circunstancia es favorable al silencio que reina en esas calles apretadas, entre la cúpula del Val–de–Gràce y la cúpula del Panteón, dos monumentos

que cambian las condiciones de la atmósfera, proyectando en ella tonos amarillos y volviéndolo todo sombrío con sus tonos severos. El hombre más despreocupado se entristece allí lo mismo que todos los transeúntes, el ruido de un carruaje se convierte en un acontecimiento, las casas son tétricas, las murallas huelen a prisión. Un parisiense extraviado sólo vería allí pensiones o instituciones, miseria y tedio, vejez que muere, fogosa juventud obligada a trabajar. Ningún barrio de París es más horrible, y digámoslo también, más desconocido.

La calle Neuve-Sainte-Geneviève, sobre todo, es como un marco de bronce, el único que conviene a este relato, para el cual hay que preparar

la mente mediante colores pardos, por medio de ideas graves; de modo que de peldaño en peldaño va disminuyendo la luz, y el canto del guía

va expirando cuando el viajero desciende a las Catacumbas. ¡Comparación exacta! ¿Quién decidirá lo que es más horrible: corazones resecos o cráneos vacíos?

La fachada de la pensión da a un jardincillo, de suerte que la casa da en ángulo recto a la calle Neuve-Sainte-Geneviève, donde la veis cortada en su profundidad. A lo largo de esta fachada, entre la casa y el jardincillo, hay un firme en forma de canalón, de una toesa de anchura, delante del cual se ve una avenida enarenada, bordeada de geranios, de adelfas y granados plantados en grandes jarrones de mayólica azul y blanca. En la puerta de acceso a esta avenida hay un rótulo, en el que se lee: CASA VAUQUER, y debajo: Pensión para ambos sexos y demás. Durante el día, una puerta calada, armada de una vocinglera campanilla, permite

advertir al extremo del pavimento, en el muro opuesto de la calle, una arcada pintada en mármol verde por un artista de barrio. Bajo el refuerzo simulado por esta pintura se levanta una estatua que representa al Amor. Bajo el zócalo, esta inscripción, medio borrada, recuerda el tiempo al que se remonta tal obra artística por el entusiasmo que atestigua hacia Voltaire, que regresó a París en 1777: Seas quien fueres, he aquí tu dueño: Loes, lo fue o debe serlo.

Couture, viuda de un comisario–ordenador de la República francesa. Teníaconsigo a una muchacha llamada Victorina Taillefer, a la que hacíade madre. La pensión de estas dos señoras ascendía a mil ochocientos francos.

Los dos apartamentos del segundo piso estaban ocupados, el uno por un anciano llamado Poiret; el otro por un hombre de unos cuarenta años de edad que llevaba una peluca negra, se teñía las patillas, decíase antiguo negociante y se llamaba señor Vautrin. El tercer piso se componía de cuatro habitaciones, dos de las cuales estaban alquiladas, una a una solterona llamada señorita Michonneau; la otra a un antiguo fabricante de fideos, pastas de Italia y de almidón, el cual dejaba que le llamaran papá Goriot. Las otras dos habitaciones estaban destinadas a los pájaros de paso,

a esos desdichados estudiantes que, como papá Goriot y la señorita Michonneau, no podían destinar más que cuarenta y cinco francos mensuales a su sustento y a su alojamiento; pero la señora Vauquer deseaba poco su presencia y sólo les tomaba cuando no hallaba algo mejor: comían demasiado pan. En este momento, una de las dos habitaciones pertenecía

a un joven venido de los alrededores de Angulema a París para estudiar leyes, y cuya numerosa familia se sometía a las más duras privaciones con objeto de poder enviarle mil doscientos francos anuales.

Eugene de Rastignac, auténtico protagonista de la novela, joven estudiante de Leyes,inteligente,idealista oriundo de provincias y de una noble familia venida a menos, Rastignac es el narrador que nos guía a lo largo de la novela y nos introduce en el pensamiento de los demás personajes, asiste junto a su propia tragedia, al drama de Papá Goriot. Su situación económica es insuficiente para el proyecto de vida que el imagina, cual lo vuelve ambicioso pero en el prevalece la bondad, la honestidad ya que él tiene fuertes valores morales.

frivolidad y egoísmo, como en toda sociedad anhelante de disfrutar y de lucir. Pero el, hace la corte a Delfina, con la ilusión de ingresar y ser parte de esta sociedad. Sin sus observaciones curiosas y la habilidad con la cual supo presentarse en los salones de París, este relato no poseería los matices de veracidad que sin duda deberá a su

inteligencia sagaz y a su deseo de penetrar los misterios de una situación espantosa tan cuidadosamente ocultada por los que la habían creado como por el que padecía los efectos de la mismaEncima de este tercer piso había un desván para tender la ropa y dos buhardillas en las que dormían un jornalero llamado Cristóbal y la gorda Silvia, la cocinera. Además de los siete internos, la señora Vauquer tenía, alguno que otro año, ocho estudiantes de derecho o de medicina, y dos o tres hombres

que vivían en el barrio y que sólo estaban abonados para la comida. Esta pensión tan barata, que sólo se encuentra en el barrio de Saint–Marcel, entre la Bourbe y la Salpetrière, y de la que constituía excepción la señora Couture, revela

que estos huéspedes debían hallarse bajo el peso de desgracias más omenos manifiestas.

El señor Poiret era una especie de mecánico. Al verle extenderse como una sombra gris a lo largo de una avenida del Jardín Botánico, la cabeza7 cubierta con una vieja gorra, sosteniendo apenas en la mano su bastón de

puño de marfil amarillento, dejando flotar su levita que ocultaba mal un pantalón casi vacío, y unas piernas cubiertas con medias azules, mostrando su sucio chaleco blanco y su corbata mal anudada alrededor de su cuello de pavo, muchas personas se preguntaban si aquella sombra chinesca pertenecía a la raza audaz de los hijos de Jafet que mariposean por

el bulevar italiano. ¿Qué trabajo había podido reducirle a tal estado? ¿Qué pasión había consumido su rostro? ¿Qué había sido? Gente menos superficial que aquellos jóvenes arrastrados por los torbellinos de la vida parisiense, o aquellos viejos indiferentes a quienes no les afectaba Vautrin. Este sabía o adivinaba los asuntos de aquellos que le rodeaban, mientras que nadie podía penetrar ni sus pensamientos ni sus ocupaciones. Aunque hubiera arrojado su aparente benevolencia, su constante complacencia y su alegría como una barrera entre los demás y él, a menudo dejaba traslucir la espantosa profundidad de su carácter. A menudo una salida digna de Juvenal, con la que parecía complacerse en burlarse de las leyes, fustigar a la alta sociedad y convencerla de inconsecuencia consigo misma, debía hacer suponer que guardaba rencor al estado social y que había en el fondo de su vida algún misterio cuidadosamente oculto. Atraída quizá, sin saberlo, por la fuerza del uno o por la belleza del otro, la señorita Taillefer repartía sus miradas furtivas y sus pensamientos secretos entre aquel cuarentón y el joven estudiante; pero ninguno de ellos parecía pensar en ella, por más que de un día a otro el azar pudiera cambiar su situación y hacer de ella un buen partido. Una reunión parecida debía ofrecer y ofrecía en miniatura los elementos de una sociedad completa. Entre los dieciocho comensales se encontraba, como en los colegios, como en el mundo, una pobre criatura rechazada, sobre la que llovían las bromas. Al comenzar el segundo año, esta figura convirtióse para Eugenio de Rastignac en la más destacada entre todas aquellas en medio de las cuales estaba condenado a vivir aún dos años. Esta figura era el antiguo fabricante de fideos, papá Goriot, sobre cuya cabeza un pintor, como el historiador, proyecta toda

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