Propedeutica sexual
diegocarajo30 de Octubre de 2014
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Propedéutica sexual
Por: Antonio Hortelano,
en “El amor y la sexualidad” Problemas de Moral,
c.15, t, 2, Ed. Sígueme, Salamanca, 1982, 553-564.
Ningún otro problema ha dado hasta ahora tanto quehacer a los moralistas como el de la sexualidad. Por eso no es extraño que la psicología moral haya llegado a un refinamiento extraordinario en el análisis de la problemática sexual hasta caer a veces en una obsesión morbosa. Este análisis nos ha llevado a tener en cuenta no sólo los problemas directamente sexuales, sino lo que podríamos llamar su propedéutica psicológica. En este sentido, la moral occidental ha dado una gran importancia al dinamismo sexual que comprende los siguientes momentos: saber, ver, desear, tocar, hacer.
1. Saber
Hasta hace poco el saber incluso estaba mal visto por la moral sexual. De hecho los jóvenes llegaban al matrimonio sin una auténtica iniciación en lo referente a la sexualidad. No sabían nada de nada o lo que sabían era a salto de mata y de un modo inconexo e impregnado de angustia y morbosidad, cuando no de sentimiento de culpa. Los mismos sacerdotes, como vimos antes en la introducción a la moral sexual de Alfonso de Ligorio, debían retrasar el estudio del sexto mandamiento hasta el último momento antes de la ordenación sacerdotal, cuando debían empezar a escuchar confesiones.
Hoy, y debido en gran parte al freudismo y a su indiscutible influencia en la moral y en el mundo moderno, este problema parece resuelto. Las nuevas generaciones no tienen un problema de curiosidad sexual. Desde la más tierna infancia lo saben perfectamente todo a este respecto. Más bien se puede caer ahora en el extremo contrario de inflacionar la iniciación sexual, como si este capítulo fuera el más importante de la vida, con lo que caeríamos de nuevo en otro tipo de obsesión sexual (1).
2. Ver
Mucho más complicado es el problema del ver. El mundo moderno se debate entre el viejo concepto del «pudor» y un «destape» la mayoría de las veces sin gracia ni humanismo.
Los moralistas tradicionales llegan a hacer una verdadera geografía del desnudo distinguiendo entre zonas vergonzosas, próximo a las vergonzosas y no vergonzosas, que dio lugar a conflictos de lo más pintorescos sobre la delimitación de las fronteras entre unas u otras zonas. La cara, por ejemplo, de la mujer no se podía descubrir en público en la antigüedad y todavía hoy está absolutamente prohibido en algunos países musulmanes el que la mujer descubra ante los demás su rostro. Todavía no hace muchos años ciertos confesores hicieron un verdadero problema por unos centímetros más o menos de manga o de falda.
En el otro extremo nos encontramos con una forma de «destape» que tiene no poco de exhibicionismo y de fea manipulación de la sexualidad con fines puramente lucrativos y consumistas.
Creemos que la sociedad actual deberá resolver este problema con madurez, sin tabúes de ninguna clase y sin dejarse manipular por nadie a nivel económico. Vamos a estudiar el pudor a diversos niveles para tener de él, si es posible, una visión integral.
a) Biología y pudor
No se puede negar que la sexualidad tiene una base biológica fundamental. Por eso hay que tenerla en cuenta como punto de partida, sin ignorar el influjo que la cultura puede y debe ejercer sobre el instinto sexual y que ha ejercido de hecho.
Aunque el sistema básico sexual ha sido conservado en una forma bastante primitiva, se han introducido numerosos controles y restricciones de menor importancia. En realidad, la introducción de restricciones culturales debió remontarse a muy antiguo. Si la sexualidad tenía que agudizarse para mantener unida a la pareja, debieron lógicamente tomarse medidas para apaciguarla cuando sus miembros estaban separados, a fin de evitar el estímulo excesivo de terceros. En otras especies animales que forman parejas y viven en comunidad, esto se logra mediante ademanes agresivos de sus componentes, pero a una especie cooperativa como la nuestra le convenían métodos menos beligerantes. Aquí es donde entra en juego el empleo de técnicas de control sofisticadas intelectuales.
Aparece, en primer lugar, el empleo de vestiduras antisexuales que varían de una cultura a otra en lo que se refiere a lo que podíamos llamar señales sexuales secundarias, como los senos, los labios..., etc. En ciertos casos extremos, el aparato genital de la mujer queda no solamente oculto, sino totalmente inaccesible mediante los llamados «cinturones de castidad» o más drásticamente todavía cerrando los labios de aquél con grapas o anillos metálicos, como se usa todavía en algunos países musulmanes.
Otro importante método de ocultamiento sexual fue la realización en privado del acto sexual. Dormir o acostarse con alguien se ha convertido así en sinónimo de copular. Por eso el encuentro sexual se realiza normalmente a la hora de ir a la cama por la noche y no se distribuye a lo largo del día, como ocurre entre los animales.
Pero esto no quita que la sexualidad esté latente y adopte con frecuencia actitudes contradictorias frente a esta represión social. La mujer, por ejemplo, se cubre los senos y seguidamente acentúa su forma con un sostén. Y, si se pinta los labios, es para acentuar su estimulo sexual. Algunos piensan que, estando así las cosas, sería mucho mejor volver al punto de partida. ¿Por qué refrigerar una habitación, si después encendemos fuego en ella? Pero no se puede ser simplista sin poner en serias dificultades la estabilidad matrimonial. No es fácil nadar y al mismo tiempo guardar la ropa.
La moderna civilización está tratando de encontrar una solución en esta difícil dialéctica mediante sustitutivos más o menos inocuos de los estímulos sexuales directos. La solución ha sido el «voyeurismo» en su más amplio sentido, que se practica hoy en gran escala. El «voyeurismo» significa la obtención de la excitación sexual mediante la contemplación de la cópula de otros individuos, pero sin participar en ella. Casi todo el mundo se dedica a esta práctica mirando, leyendo o escuchando. La mayor parte del material de televisión, de la radio, del cine, del teatro y de la novela tiende a satisfacer esta demanda. Las revistas, los diarios y las conversaciones contribuyen también a ello. Este servicio se ha convertido. en una industria importante. Pero, en realidad, y a pesar de tanta alharaca, el observador sexual no hace nunca nada. «Todo se realiza por poderes» (2).
En general, puede decirse que la sexualidad humana sigue ajustándose fundamentalmente a su base biológica, a pesar de todas las restricciones socioculturales de la misma. Y cada día tiende el hombre a considerarla de un modo más espontáneo y natural.
b) Antropología y pudor
1) Origen del pudor
¿Cuál es el origen del pudor? Los dualistas trataron de justificar el pudor defendiendo que en el hombre hay «partes deshonestas» que es necesario cubrir porque el solo mirarlas mancha al que las ve y al que se deja ver. Algunos, sin llegar a tanto, hablan del estupor del hombre al descubrir lo mucho que queda en él de animal, por lo que prefieren taparlo e ignorarlo para sentirse más hombres. Este dualismo está prácticamente superado, lo que cuestiona el pudor tal como lo veníamos practicando hasta ahora. Si el pudor se apoya única y exclusivamente en la idea de que los órganos sexuales son intrínsecamente deshonestos, como en realidad no lo son, entonces no habría que extrañarse ante la creciente falta de pudor que advertimos en las nuevas generaciones.
Pero, en realidad, el sentimiento del pudor es algo mucho más profundo. El pudor, en efecto, es una reacción defensiva gracias a la cual el hombre trata de protegar la zona más íntima y profunda de sí mismo.
Por una parte el pudor intuye que toda expresión sexual es un signo de algo más profundo, es decir, del yo íntimo. Una sexualidad, que no expresa al hombre total, no tiene sentido, como dijimos anteriormente. Por eso desnudarse fisicamente delante de otro significa –si nuestros gestos no están desprovistos de significación auténtica– que estamos también dispuestos a desnudarnos espiritualmente ante él, ofreciéndole lo más profundo de nuestro ser.
Ahora bien, todos sentimos una repugnancia instintiva a confesarnos en público, a abrirnos ante los demás. Preferimos hacerlo en la intimidad, y aun así nos cuesta no poco. En general hay que hacerlo por pequeñas dosis para no atropellar la revelación y poder así dar cada paso de un modo connatural y sencillo. Es cierto que para algunos –por temperamento extrovertidos– será esto más fácil que para los introvertidos y tímidos. Pero siempre habrá que tener en cuenta esta reserva natural del yo que llamamos pudor.
En el fondo, todos sentimos un miedo instintivo a que, al desnudarnos y manifestarnos tal como somos, no se nos aprecie en nuestro justo valor y no se nos tenga en cuenta como lo que somos: únicos e irrepetibles (3).
2) La Biblia y el pudor
El relato de la creación en la Biblia contiene una clara alusión al pudor. «Estaban los dos desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse uno de otro» (Gén 2, 25), lo que indica que los órganos sexuales no son intrínsecamente deshonestos y que lo normal es que el hombre y la mujer puedan verse desnudos con toda naturalidad. Pero después del pecado y en relación con el pecado aparece el pudor. «Descubrieron que estaban desnudos» (Gén 3, 7).
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