Psicologia
zairazak24 de Febrero de 2014
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Una historia crítica de la psicología*
Nikolas Rose
¿De qué manera debería hacerse la historia de la psicología? Me gustaría proponer un enfoque
concreto con respecto a este problema: una historia crítica de la relación entre lo psicológico,
lo gubernamental y lo subjetivo. Una historia crítica es la que nos llama a reflexionar sobre
nuestra naturaleza y nuestros límites, sobre las condiciones en las que se estableció lo que
entendemos por verdad y por realidad. Una historia crítica perturba y fragmenta, pone de
manifiesto la fragilidad de aquello que parece sólido, lo contingente de aquello que parece
necesario, las raíces mundanas y cotidianas de aquello que reclama nobleza excepcional. Nos
permite pensar en contra del presente, en el sentido de poder explorar sus horizontes y sus
condiciones de posibilidad. El objetivo de una historia crítica no es imponer un juicio, sino
hacerlo posible.
La psicología y sus historias
Las ciencias psicológicas —la psicología, la psiquiatría y las otras disciplinas cuyo nombre
empieza con el prefijo “psi”— no carecen de conciencia histórica. Muchos gruesos volúmenes
nos cuentan la larga historia de los estudios científicos sobre el funcionamiento psicológico
normal y patológico. Casi todos los libros de texto de psiquiatría o de psicología parecen
obligados a incluir un capítulo histórico o una reseña, por poco relacionada que esté con los
temas que tratan. Esos textos nos cuentan en términos similares una y otra vez el desarrollo de
las ciencias psicológicas: que tienen un pasado extenso pero una historia corta. Un pasado
extenso, en el sentido de una tradición ininterrumpida de especulación acerca de la naturaleza,
las vicisitudes y las patologías del alma humana, prácticamente coextensiva con el propio
intelecto humano. Pero, una historia corta, en el sentido del abandono de la metafísica, la
especulación o el reduccionismo médico o fisiológico, que sólo se produjo con el despliegue
del "método experimental” en el siglo XIX. Resulta tentador desechar estas historias por su
ingenuidad epistemológica, o ver cómo se translucen los intereses egoístas de los que escriben
acerca de las ciencias de la mente. Quizás, todas esas acusaciones tengan algo de verdad. Pero
esa manera de utilizar la historia no es exclusiva de las ciencias psicológicas. De hecho, cierta
forma de historia es un elemento interno de la conciencia de todas las prácticas de
representación e intervención a las que llamamos ciencia.
Los textos prestigiosos de historia científica desempeñan un papel decisivo en la
construcción de la imagen de la realidad presente de la disciplina en cuestión, papel que se
hace evidente en la importancia que esos textos tienen en la formación de todos los
principiantes. A esa literatura, Georges Canguilhem la denomina “historia recurrente”
(Canguilhem, 1968, 1977). Usa ese término para describir (no necesariamente de manera
despectiva) la forma en que las disciplinas científicas suelen identificarse, en parte, con una
determinada concepción de su pasado. Esas narraciones establecen la unidad de la ciencia
construyendo una tradición ininterrumpida de pensadores que buscaban aprehender los
fenómenos que componen su contenido. Es inevitable que, desde esa perspectiva, el objeto de
una ciencia —la “realidad” que ella procura hacer inteligible— parezca ahistórica y asocial.
Existe con antelación a los intentos de estudiarlo, siempre existió en la misma forma, y todos
esos pensadores del pasado estuvieron dando vueltas alrededor de una realidad que siguió
siendo la misma. Por ende, los trabajos de esos pensadores se pueden ordenar en un relato
organizado cronológicamente, que corresponde a un avance hacia el objeto. Cualquier
*
Fuente: Rose, N. (1996). Inventing our Selves. Cambridge: Cambridge University Press. Traducción: Sandra
De Luca y María del Carmen Marchesi. Trabajo final de Residencia en Traducción, IES en Lenguas Vivas "Juan
Ramón Fernández", Buenos Aires, bajo la tutoría de la prof. Elena Marengo.
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alteración de ese avance uniforme se puede volver a integrar a la narración mediante las
nociones de precursor, genio, prejuicio e influencia.
Simultáneamente, esas “historias recurrentes” establecen la modernidad de la ciencia en
cuestión. Convalidan el presente por medio de su respetable tradición y lo deslindan de
aquellos aspectos del pasado que puedan perturbarlo. Eso se logra llevando a cabo una
división entre textos y autores sancionados y caducados, entre teorías y argumentos que
coinciden con la imagen actual que la disciplina tiene de sí misma y los que son marginales y
excéntricos. El pasado autorizado se ordena en una secuencia más o menos continua que llevó
al presente y lo previó, una tradición virtuosa de la cual el presente es el heredero. Es un
pasado de intuiciones individuales, de avances difíciles y fracasos inesperados, de influencias
personales, profesionales y culturales, de obstáculos superados, experimentos decisivos,
descubrimientos originales y otras cosas por el estilo. En oposición a esa historia “oficial” está
la historia que ha caducado, una historia de caminos falsos, de errores e ilusiones, de
prejuicios y mistificación, todos esos cul-de-sacs en los que cayó el conocimiento y que lo
desviaron del camino del progreso. Todos los libros, teorías, debates y explicaciones
vinculados con el pasado de un sistema de pensamiento pero incongruentes con su presente
están registrados en esa historia de errores. Las “historias recurrentes” consideran que el
presente es la culminación del pasado y el lugar desde el cual se pone de manifiesto su
historicidad. Sin embargo, esas “historias recurrentes” son más que una “ideología”:
desempeñan un papel constitutivo en la mayoría de los discursos científicos porque usan el
pasado para deslindar el régimen de verdad contemporáneo de una disciplina y, al hacerlo, no
solamente usan la historia para vigilar el presente, sino también para moldear el futuro (el
ejemplo más debatido es el de Boring, 1929). Aplicando criterios de inclusión y exclusión,
dichas historias ejercen la función de gendarmes en las fronteras de la disciplina. Desempeñan
su papel estableciendo una división entre lo que se puede decir y lo que no se puede decir,
entre lo pensable y lo impensable, ponen en vigencia lo que Michel Foucault denominó
“régimen de verdad”.
Estas “historias recurrentes” de la ciencia son programáticas. Al narrar el pasado de la
disciplina en cuestión buscan no sólo deslindar el presente, sino también escribir el futuro.
Así, redactan su historia en el futuro anterior. Ahora bien, también quiero exhortarlos a hacer
historia “en torno del presente”. Pero esa “historia del presente” debe tomar la imagen actual
de la disciplina como una reivindicación y como un problema a la vez: como una
reivindicación en el sentido de que es necesario analizar esa imagen, no verla como mito ni
reflejo del pasado, sino observar cómo opera y cuáles son las funciones que actualmente tiene
dentro de la disciplina; y debe tomarla como problema, en el sentido de que no se la puede
utilizar como principio para nuestra investigación del pasado. Lo que en la actualidad parece
marginal, excéntrico y de dudosa reputación, al momento de ser escrito era considerado, a
menudo, central, normal y respetable. Más que marginar esos textos del pasado desde el punto
de vista del presente, sería mucho mejor cuestionar las certezas del presente atendiendo a esos
márgenes y al proceso de su marginalización. De hecho, cuando se las analiza de ese modo,
las certezas aparentes de nuestras identidades disciplinarias actuales también comienzan a
disiparse. Las disciplinas no solamente tienen límites fluidos entre ellas, sino que además los
lineamientos del desarrollo de la teoría, la explicación y la experimentación casi nunca pasan
por el núcleo de una disciplina en particular, sino a través de sus vínculos con otras, en forma
de cuestiones que tienen más que ver con el “saber-hacer” que con el conocimiento.
Semejante historia crítica del presente, debería ser un proceso que perturba, afecta y
fragmenta.
Hasta la década de 1960, casi todas las historias de la psicología pertenecían al género
de lo “recurrente” (situación descrita y criticada por Young en 1966). Sin embargo, en el
período posterior, esa “historia recurrente” de las ciencias psicológicas fue cuestionada en
varios frentes. Los sociólogos del control social y los críticos de la cultura incluyeron a la
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psicología en sus críticas. Una nueva historia “social” de la ciencia traspasó la división clásica
entre la historia interna y la externa de la ciencia y argumentó, de diversas maneras, que el
propio conocimiento científico debe ser entendido en su contexto social, político e
institucional, y en términos de la organización de comunidades científicas.
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