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Psicologia

sole14094 de Noviembre de 2012

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En esta monografía me refiero, a partir de obras literarias y testimonios de diversa procedencia, a la posición que los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1880 y 1950 tomaron con respecto al regreso a sus países de origen. Me ocupo, asimismo, de los viajes realizados por sus descendientes, y de las vivencias al respecto que ellos relataron.

Gran parte de los extranjeros que se establecieron en nuestro país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. Como relata Roberto Cossa en Gris de ausencia, la idea era más o menos ésta: "E el barco se movía e il mio hermano Anyelito mi dicheva: "A la Aryentina vamo a fare plata... mucha plata... E dopo volvemo a Italia" (1). Pero no siempre será fácil regresar.

Algunos inmigrantes, que vivieron aquí durante décadas, no quieren volver a su tierra natal, ni siquiera por un tiempo –nos dijeron-, porque se sienten abandonados por ella, o porque creen que ya no encontrarán a nadie conocido allí. No quiso volver, entre otros, Francisco Coira, quien nació en España en 1906 y expresa: "Nunca me quise volver. No creo en la nostalgia..." (2).

En La pradera de los asfódelos, dice una española que se opone a que su hijo emigre: "A América se marcha uno a morir y a olvidar. Primero se olvida a la novia, después a los hermanos, después a la madre. Nadie vuelve. Y si con la vejez alguien que hizo alguna fortuna regresa, es para mostrar sus canas y su cansancio. Se ha convertido en un extraño que envejeció lejos de su familia. Pregunta por sus amigos que ya no viven y mira su vieja casa en ruinas. Es como si volviera de una cárcel lejana donde pagó quién sabe qué delito" (3).

Un gallego destacado, Arturo Cuadrado Moures, manifiesta que no desea regresar; tiene una misión que cumplir en su nueva tierra: "Volver a España, ya... ¿para qué? Aquí tengo forjado mi corazón entre amigos. Creo que la República Argentina, como el resto de América, está en un despertar, tenemos una obligación con la gente joven: ¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para ellos están estos corazones que llegaron del exilio español" (4).

Muchos sí desean volver y lo logran. En julio de 1959, en la Argentina, Rafael Alberti se ilusionó con el regreso a su tierra. Escribió en La arboleda perdida: "no sé, pero hay algo en mi país que ya tambalea, y entre nosotros, los desterrados españoles, circulan vientos que nos cantan la canción del retorno" (5). Dejó la Argentina pensando en su Cádiz amada, pero debió recalar mucho tiempo en Roma. Finalmente, regresó a su puerto de Santa María.

Los Goris, inmigrantes gallegos, volvieron a radicarse a su tierra. "De chica –afirma la hija, Esther-, escuché tanto a mis padres añorar su tierra gallega, que, a fuerza de ser tan nombrada, Galicia se convirtió para mí en una región mítica". Ahora que sus padres regresaron, dice: "Sólo falta que vuelva yo, para estar los tres juntos, en ese suelo soñado" (6).

Otros jamás podrán regresar, y morirán añorando el retorno. Volver fue una obsesión para la gallega de Canción perdida en Buenos Aires al oeste, novela de María Rosa Lojo. La mujer "estaba sola frente al espejo y suspiraba: ¿me reconocerán, seré todavía hermosa cuando vayamos a España?" (7). Nunca pudo volver.

Graciela González, hija de un gallego emigrante, relata que en los años en que llegó a la Argentina su padre, "Los sueños eran pocos, pero duraban toda la vida: comprar una casita, educar a los hijos y, quién sabe, volver a la patria algún día. Papá nunca lo hizo". La entrevistada recuerda que en una valija, que las hijas pequeñas no podían abrir, el hombre guardaba "cartas, cuadros, que todos los emigrantes traían porque no sabían si podrían volver a ver a sus familiares. Había de todo. Era su historia" (8). La íntima historia que lo acompañaba en la tierra nueva.

No puede regresar Fermín Alvarez, mozo de la confitería La Ideal. "Su rancia estirpe gallega se ablanda un poco cuando confiesa que le gustaría volver a España, después de tantos años sin pisar la tierra que lo vio nacer. ‘Pero no hay plata: acá se gana muy poquito, apenas las propinas. Y la jubilación, para qué hablar’, cuenta. Su hija le está gestionando una jubilación en España para que su vida sea menos empinada" (9).

En su Cataluña quiere morir Remey Nuez Fontanals, emigrada en 1947. Ella cuenta: "yo siempre le digo a mi marido, a Bellido, que no quiero morir fuera de casa, y para mí mi casa es España. Siempre que hablamos con él le digo que no quiero morir fuera de casa, aunque siempre he estado fuera de casa... pero bueno, no quiero morirme acá, pero me parece que va a ser muy difícil". Distinto pensaba su madre: "Mamá en cambio murió acá, contenta. Decía que amaba este país porque aquí nunca había podido tener una deuda. En España le debía a cada santo una vela, y acá a nadie, a ninguno..." (10).

Por motivos políticos, un inmigrante deja su tierra y no puede volver a ella. Cuando le es dado regresar, ya no lo hace. Cuenta la escritora italiana Laura Pariani "Mi abuelo, un anárquico antifascista, había partido en 1926 por motivos políticos. Estaba convencido de que el fascismo caería de un momento a otro y de que su estadía en la Argentina, fruto de la necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía menos de un año cuando él partió. La idea de mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue así como, postergando cada año el regreso, mi abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde vivió sus últimos cuarenta años" (11).

Tampoco pudo regresar una familia polaca: "Desalentados por tantos infortunios, algunos años después de haberse radicado en Misiones, la familia Szychowski analiza la posibilidad de regresar a Polonia o de trasladarse a Canadá", pero "el estallido de la primera guerra mundial los hace desistir de sus planes" (12).

Hay quienes, como la calabresa Adelina C. Cela, abrigan durante todas sus vidas el deseo de regresar al país de origen, aunque más no sea, en el más allá. En el poema "Madre Patria", expresa la italiana: "Por eso quiero pedirte/ que mis cenizas, un día/ descansen en tus raíces/ ¡las que me dieron la vida!" (13).

De regreso

Para los inmigrantes que regresan temporariamente a sus países de origen, el viaje tiene distintos significados, vinculados con su pasado. "Yo tenía quince años cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, y fui encerrado en el gueto de Lodz, con mi familia y miles de judíos más –dice el polaco Jack Fuchs. Allí estuve hasta que el gueto fue liquidado y nos deportaron a Auschwitz". Para este hombre, que tanto ha sufrido, el viaje tiene una connotación muy especial: "Hoy sé que volver a Lodz es como una peregrinación" (14), afirma, convencido de que debe viajar a su tierra también con su hija.

Es asimismo el recuerdo de la guerra el que motivó a viajar a un italiano, deseoso de recorrer los lugares en los que había luchado. En El laúd y la guerra, se narra el viaje de Luigi Gusberti, quien vuelve a Italia a los ochenta y ocho años, acompañado por su hija y su yerno. Escribe Martina Gusberti: "Después de varios viajes a su itálico terruño, cuando todos creíamos que había sentado cabeza, manifestó su deseo de reincidir. Era éste el proyecto más acariciado por mi padre, quizás el último y el de más difícil solución, por su avanzada edad". A pesar de la negativa familiar, el anciano insistía: ""¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares donde luché en la primera guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo estarán hoy...!" (15).

Milena Gastaldo Brac, sicóloga social, explica el efecto que el viaje tuvo en su espíritu: "ese barco que una vez me trajo de Italia estaba siempre ahí y aparecía ante cualquier anécdota como si fuera un hueco sin tapar. Tenía una enorme sensación de orfandad, de carencia". Hasta que viajó y "el milagro sucedió en la iglesia, con la nieve cayendo sobre el pueblo: ya no sentí más el vacío en el pecho, ni la necesidad de Italia; la había aprehendido. La pude juntar, tomar y metérmela en el alma, en el gran cofre de los dulces recuerdos junto a los villancicos navideños. En ese mismo momento sólo ansié volver a Buenos Aires, al calor de mi país nuevo y de mi familia nueva, de hijos y nietos argentinos" (16).

La nostalgia impulsa a un gallego que llegó de niño. Francisco Gil nació en Vilar, Pontevedra, en 1915 y llegó a la Argentina a los cinco años. Su amigo Antonio Pérez-Prado lo definió como un "galaico-porteño" (17). Fue "un gallego que se sintió argentino y organizó durante décadas encuentros entre autores y lectores, que son el antecedente más cercano a la Feria del Libro". La falta de medios no fue un obstáculo para que el emigrante viajara: "En 1960, Don Francisco sintió nostalgias de su tierra natal y quiso visitarla. Sus amigos se ocuparon de cumplir su deseo. Agustín Pérez Pardella, escritor y capitán de navío, lo llevó en su barco hasta Pontevedra. El dinero para la estada provino de una rifa de una obra que donó Berni" (18).

Otros emigrantes regresan a su tierra nimbados del prestigio que les da su destacada trayectoria cultural, donde muestran el fruto de su talento. En 2000, Bernaldo Souto, traductor

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