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Psicología


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2014  •  9.675 Palabras (39 Páginas)  •  149 Visitas

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DUELO Y MELANCOLÍA

DESPUÉS de habernos servido del sueño como modelo normal de las perturbaciones anímicas narcisistas, vamos a intentar esclarecer la esencia de la melancolía, comparándola con el duelo, afecto normal paralelo a ella. Pero esta vez hemos de anticipar una confesión, que ha de evitarnos conceder un valor exagerado a nuestros resultados. La melancolía, cuyo concepto no ha sido aun fijamente determinado, ni siquiera en la psiquiatría descriptiva, muestra diversas formas clínicas, a las que no se ha logrado reducir todavía a una unidad y entre las cuales hay algunas que recuerdan más las afecciones somáticas que las psicógenas. Abstracción hecha de algunas impresiones asequibles a todo observador, se limita nuestro material a un pequeño número de casos sobre cuya naturaleza psicógena, no cabía duda. Así, pues, nuestros resultados no aspiran a una validez general, pero nos consolaremos pensando, que con nuestros actuales medios de investigación, no podemos hallar nada que no sea típico, si no de toda una clase de afecciones, por lo menos de un grupo más limitado.

Las múltiples analogías del cuadro general de la melancolía con el del duelo justifican un estudio paralelo de ambos estados. En aquellos casos en los que nos es posible llegar al descubrimiento de las causas que los han motivado, las hallamos también coincidentes. El duelo es, por lo general, la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etcétera. Bajo estas mismas influencias, surge en algunas personas, a las que por lo mismo, atribuimos una predisposición morbosa, la melancolía, en lugar del duelo. Es también muy notable, que jamás se nos ocurra considerar el duelo como un estado patológico y someter al sujeto afligido a un tratamiento médico, aunque se trata de un estado que le impone considerables desviaciones de su conducta normal. Confiamos, efectivamente, en que al cabo de algún tiempo, desaparecerá por sí solo, y juzgamos inadecuado e incluso perjudicial, perturbarlo.

La melancolía se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones, y la disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches y acusaciones de que el paciente se hace objeto a sí mismo y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo. Este cuadro se nos hace más inteligible cuando reflexionamos que el duelo muestra también estos caracteres, a excepción de uno solo: de la perturbación del amor propio. El duelo intenso, reacción a la pérdida de un ser amado, integra el mismo doloroso estado de ánimo, la cesación del interés por el mundo exterior —en cuanto no recuerda a la persona fallecida, la pérdida de la capacidad de elegir un nuevo objeto amoroso lo que equivaldría a sustituir al desaparecido, y el apartamiento de toda función no relacionada con la memoria del ser querido. Comprendemos que esta inhibición y restricción del Yo es la expresión de su entrega total al duelo. En realidad, si este estado no nos parece patológico, es tan sólo porque nos lo explicamos perfectamente.

Aceptamos también el paralelo a consecuencia del cual calificamos de «doloroso» el estado de ánimo del duelo. Su justificación se nos evidenciará cuando lleguemos a caracterizar económicamente el dolor.

Más, ¿en qué consiste la labor que el duelo lleva a cabo? A mi juicio, podemos describirla en la forma siguiente: el examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no existe ya, y demanda que la libido abandone todas sus relaciones con el mismo. Contra esta demanda surge una resistencia naturalísima, pues sabemos que el hombre no abandona gustoso ninguna de las posiciones de su libido, aun cuando les haya encontrado ya una sustitución. Esta resistencia puede ser tan intensa que surjan el apartamiento de la realidad y la conservación del objeto, por medio de una psicosis optativa alucinatoria. (Confrontar el estudio que precede). Lo normal es que el respeto a la realidad obtenga la victoria. Pero su mandato no puede ser llevado a cabo inmediatamente y sólo es realizado de un modo paulatino, con gran gasto de tiempo y de energía psíquica, continuando mientras tanto la existencia psíquica del objeto. Cada uno de los recuerdos y esperanzas que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto, es sucesivamente sobrecargado, realizándose en él la sustracción de la libido. No nos es fácil indicar, por qué la transacción que supone esta lenta y paulatina realización del mandato de la realidad, ha de ser tan dolorosa. Tampoco deja de ser singular que el doloroso displacer que trae consigo, nos parezca natural y lógico. Al final de la labor del duelo vuelve a quedar el Yo libre y exento de toda inhibición.

Apliquemos ahora a la melancolía lo que del duelo hemos averiguado. En una serie de casos, constituye también, evidentemente, una reacción a la pérdida de un objeto amado. Otras veces, observamos que la pérdida es de naturaleza más ideal. El objeto no ha muerto, pero ha quedado perdido como objeto erótico (el caso de la novia abandonada). Por último, en otras ocasiones, creemos deber mantener la hipótesis de una tal pérdida, pero no conseguimos distinguir claramente lo que el sujeto ha perdido y hemos de admitir que tampoco a éste le es posible concebirlo conscientemente. A este caso podría reducirse también aquel en el que la pérdida, causa de la melancolía, es conocida al enfermo, el cual sabe a quién ha perdido, pero no lo que con él ha perdido. De este modo, nos veríamos impulsados a relacionar la melancolía con una pérdida de objeto substraída a la consciencia, diferenciándose así del duelo, en el cual, nada de lo que respecta a la pérdida es inconsciente.

En el duelo, nos explicamos la inhibición y la falta de interés, por la labor de duelo que absorbe el Yo. La pérdida desconocida, causa de la melancolía, tendría también, como consecuencia, una labor interna análoga, a la cual habríamos de atribuir la inhibición que tiene efecto en este estado. Pero la inhibición melancólica nos produce una impresión enigmática, pues no podemos averiguar, qué es lo que absorbe tan por completo al enfermo. El melancólico muestra, además, otro carácter, que no hallamos en el duelo, una extraordinaria disminución de su amor propio, o sea un considerable empobrecimiento de su Yo. En el duelo el mundo aparece desierto y empobrecido ante los ojos del sujeto. En la melancolía es el Yo lo que ofrece estos rasgos a la consideración del paciente. Éste nos describe su Yo como indigno de toda estimación, incapaz de rendimiento valioso alguno, y moralmente condenable. Se dirige amargos reproches,

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