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Psicoterapia


Enviado por   •  10 de Octubre de 2012  •  7.350 Palabras (30 Páginas)  •  285 Visitas

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ASPECTOS TECNICOS:

La psicoterapia transpersonal ha sido aplicada en el estudio de la conciencia y los estados alterados de conciencia, ya que involucra una experiencia que va más allá de las categorías verbales y frecuentemente de las vivencias cotidianas, ésta se refiere a un modo de funcionamiento consiente que trasciende los límites de identidad individuales y/o del espacio y el tiempo, por lo tanto, la naturaleza última de la conciencia es intangible e inconcebible, se trata de un aspecto del Absoluto, no es personal ni mental, sino más bien transpersonal y transmental.

en la psicoterapia transpersonal la intervencion terapeutica se orienta a:

detecta el nivel de conciencia del paciente y lo ayuda a superar los conflictos propios de ese nivel, estando alerta y dispuesto a seguir al paciente hacia nuevos niveles experienciales a medida que se van presentando.

se ocupa de todos los sucesos que emergen a lo largo del proceso terapéutico, incluidos los asuntos mundanos, los datos biográficos y los problemas existenciales.

· Evocar los recursos y capacidades de la persona que se puedan aplicar a la situación percibida como problemática.

1.1. Diagnóstico:

En este enfoque no se realiza un diagnóstico en los términos tradicionales -etiquetas estáticas- a menos que la persona presente claras anomalías psicóticas u orgánicas, en cuyo caso es claro que la estrategia general de trabajo será diferente a la que describo aquí, la que se aplica con las neurosis simples que padecemos la generalidad de los humanos. Los métodos de diagnóstico son, más bien, cualitativos (Chacón y Winkler, 1991) interesando más el cómo que el por qué. Por ejemplo, si la persona se muestra depresiva, lo que nos interesa es saber cómo vivencia este estado: qué es lo que se dice internamente, cómo percibe sus circunstancias, etcétera.

Un instrumento diagnóstico cuyo origen se pierde en el tiempo y que ha cobrado cada vez mayor importancia es el eneagrama. Las primeras señales que existieron en Occidente de este sistema se deben al místico ruso George Gurdjieff, quien lo trajo de Asia a principios del siglo XX. Más adelante, en los años 60, Oscar Ichazo (1976), -fundador del Instituto Arica- comienza a hablar de una tipología de 9 caracteres basada en dicho sistema. De allí en adelante, es el psiquiatra Claudio Naranjo (1994) -quien fue discípulo de Ichazo- y sus propios seguidores7 quienes popularizan definitivamente el instrumento en Occidente. Las ventajas del eneagrama respecto a otras alternativas son, que parece ser un modelo realmente preciso -una descripción asombrosamente fina- de las nueve posibilidades existentes respecto al desarrollo de un ego -las posibilidades de mecanismos defensivos que es posible adoptar-, como también el esbozar una forma factible y esperanzadora en que cada tipo puede trascender el verdadero "espejismo" que le sumió inicialmente en una determinada estructura de carácter.

El eneagrama ahorra considerable tiempo en cuanto a saber lo que podemos o no esperar de una persona determinada, una vez identificados sus mecanismos neuróticos. Sin embargo, su utilización es compleja, por lo cual no deberíamos depender de un diagnóstico preciso para proseguir con la terapia. En ocasiones, el eneatipo de la persona salta a la vista con facilidad; y en otras, simplemente no ocurre así.

1.2. Líneas de trabajo

En una atmósfera caracterizada por la aceptación del otro, el terapeuta apunta a lo que ve como aspectos potencialmente generadores de conflicto o desequilibrio en el cliente. Esto puede tratarse de un área en que todo se halle intelectualizado y no exista consciencia de emociones o sentimientos subyacentes; de un aspecto importante de sí mismo al que no le esté dando espacio (por ejemplo, el grado en que respete sus propias necesidades en relación a las de los demás), o del grado de entusiasmo que muestra en su vida, etcétera. Estas observaciones no se contradicen con la atmósfera de aceptación, puesto que se entregan de modo tentativo -como sugerencias- y se observa si resuenan o no en el cliente.

Considero más importante escuchar y observar receptivamente al cliente que formularse hipótesis internamente; escuchar hasta que intuitivamente surgen líneas de trabajo posibles, las que guardan relación con el concepto de funcionamiento saludable esbozado inicialmente. Se promueve cualquier situación en que le es posible establecer una mayor comunicación consigo mismo: diálogo entre diversos aspectos de sí mismo, trabajo de polaridades, técnicas de imaginería, técnicas de meditación...

Se trabaja con lo que la persona trae como problema o inquietud, respetando su ritmo; pero buscamos llegar a la mayor profundidad a la que sentimos que está dispuesta. Vamos a sugerir cosas en distintos niveles de profundidad -cosas al nivel de lo que el cliente nos está hablando y otras que lo desafíen a mirar la situación desde otro nivel-. Por ejemplo, puede que le estimulemos a asumir riesgos en su vida cotidiana, a cerrar gestalts inconclusas o a visualizar en palabras e imágenes el cambio deseado. En la práctica, entonces, el terapeuta va invitando a su cliente a experimentar cada vez mayores grados de libertad y responsabilidad. En ese proceso, le invita a observar objetivamente sus patrones automáticos de conducta, patrones automáticos emocionales, percepciones, pensamientos, sistema de creencias, valores aprendidos y todas sus vivencias subjetivas. Sentimientos de felicidad o de ira no son uno mejor que el otro: son experiencias que deben ser observadas por igual.

Ofrecemos una retroalimentación, no necesariamente como "la verdad", sino como una percepción potencialmente útil para el cliente. Intentamos describirle su conducta a la persona, estando muy conscientes de nuestros sentimientos personales respecto a sus mecanismos, de modo de contaminar lo menos posible nuestro trabajo con nuestra propia neurosis. Esto implica lograr cierto grado de desapego respecto de nuestros automatismos y conectarnos con una motivación más amplia de ayuda y amor por la persona. Por ejemplo, cierta conducta del otro puede irritarnos; antes de retroalimentarle, haremos un examen interno para despejar cualquier "carga" personal a este respecto.

Buscamos ser un reflejo continuo de lo que vemos en el otro, con aceptación, dentro de una atmósfera en que puede auto-examinarse. Frente a sus formas de vivir o actitudes que le resulten limitantes para expresar su potencial, le ofreceremos una perspectiva más amplia, le alentaremos con nuestra presencia y ejemplo -lo que, idealmente, le mostrará que el cambio es posible y que los resultados son alentadores-. Le alentaremos a buscar en cada instante y como primera prioridad, la consciencia, la verdad, en la convicción de que, si esa primera prioridad se mantiene, todo lo que necesite se irá dando por sí solo.

Prefiero no presionar al cliente, básicamente por dos motivos: (a) en general, la persona se cierra más, con lo cual dedica su energía a defenderse del terapeuta, y no a expandirse y a contactarse con sus propias claves, y (b) si nos dedicamos a llevar la iniciativa, le transmitimos al cliente que somos nosotros quienes estamos a cargo de su proceso, y no le damos la oportunidad de hacerse responsable de lo que le está ocurriendo. Incluso generar catarsis mediante ejercicios es una experiencia de utilidad limitada, en la medida en que representa una situación de forzamiento de las defensas. En general, considero de utilidad sólo una respetuosa invitación en que se le presenten otras posibilidades a la persona; no considero que esto represente una falta de aceptación por su Ser, sino que una manifestación honesta y carente de presión de lo que estoy viendo como sus posibilidades.

Doy un fuerte énfasis a la posibilidad de que el cliente comience a tomarse menos en serio a sí mismo y a sus problemas. Este dicho refleja mi creencia al respecto: "los ángeles vuelan porque se toman a sí mismos con liviandad". Creo "seriamente" que el humor, la risa, una actitud liviana, el tomarnos menos en serio y, especialmente, reírnos de nosotros mismos tienen una importancia radical en nuestras posibilidades de transformarnos a nosotros mismos y a nuestro modo de vida. También considero artificial la asociación usual existente entre la sinceridad y una grave solemnidad: estimulo, entonces, una actitud de sinceridad no-seria.

1.3. ¿Se "solucionan" los problemas?

"El proceso no se ocupa de la solución de los problemas per se, sino de la creación de condiciones en que se posibilite, según sea adecuado, la solución o trascendencia de los problemas" (Vaughan, F., 1991). No creo posible que el cliente logre algún tipo de transformación si se mantiene dentro de los límites habituales de sus "esquemas" mentales. Sí lo es si se contacta con niveles más profundos de su ser -otros niveles de consciencia-. En este contacto, obtiene una nueva perspectiva y se reordena en función de esta nueva visión, punto de vista o comprensión. Creo que no existe "solución" a los problemas: lo que más bien hace desaparecer al problema es lograr que el cliente acceda a otro nivel de consciencia, allí donde ese problema no existe (Celis, A., 2000a). Si logramos que se asome a ese otro nivel, esa experiencia ya formará parte suya, y no podrá olvidarla. Considero que, desde la mente, el cambio es "otra versión de lo mismo". El cambio que nos interesa ocurre desde el ser, no desde el hacer. Por lo tanto, no se trata de hacer algo para cambiar, sino ver la situación, aceptarla y no hacer nada al respecto. No se trata de cambiar desde un esfuerzo de la voluntad, pues eso sigue ocurriendo dentro del ámbito de la mente. Lo que buscamos es un salto, un cambio cualitativo.

Según Eckhart Tolle (1999, pág. 39): "Los problemas de la mente no pueden ser resueltos al nivel de la mente... Las necesidades del ego son interminables. Se siente vulnerable y amenazado, de modo que vive en un estado de temor y deseo. Una vez que descubres cómo opera la disfunción básica, no es necesario explorar todas sus incontables manifestaciones, no hay ninguna necesidad de transformarlo en un complejo problema personal".

Dada esa perspectiva, ¿qué se hace, entonces, con las experiencias tempranas negativas? El enfoque Humanista ha generalmente optado por la catarsis, la expresión de la frustración. Ese procedimiento implica el peligro de que la persona se quede "pegada" en su frustración, en el sentido de seguir buscando afuera la satisfacción de esa carencia o necesidad no satisfecha. Un participante de uno de nuestros grupos relató un incidente vivido repetidamente con su madre: él la esperaba y esperaba a su regreso al hogar, con la esperanza de que lo abrazase y acariciase; sin embargo, ella, siendo fría y distante, nunca respondía a estas expectativas, dejándole entonces con la imagen de una madre ideal -que no le gratifica ni satisface- y tendiendo así a perpetuar un patrón de no satisfacción, buscando relaciones en que esta situación se repite.

Lo que hicimos en ese caso fue inducir a la persona a que tomara contacto con sus expectativas tempranas frustradas. Le guiamos para que, en el grupo, se hiciese responsable de su necesidad y buscara activamente satisfacerlas, momento a momento. Tuvo que partir por sentir y aceptar su necesidad y luego expresarla directamente a otras personas; y también le sugerimos que no se desalentase si la recepción no fuera la esperada, sino, más bien, a mantener contacto consigo mismo y con su necesidad -lo que es, en sí, terapéutico-.

Creo que en la persona existen al menos dos niveles: (1) la parte doliente, que quiere lo que no tuvo; y (2) un nivel completo en sí mismo, sabio y responsable de sí, con el cual puede contactarse en los momentos en que está presente, alerta y lúcido. Lo que sugiero es lo siguiente: respetar el temor y la vulnerabilidad de la persona, cuando es honesta y no intenta manipularnos con eso, y seguir apoyando a esa parte doliente hasta donde sintamos que es necesario. A partir de un cierto punto -si veo que sigue en eso por inercia, comodidad o intentando manipular-, dejo de apoyar esa conducta, ya que eso no tiene fin. Es decir, jamás terminaríamos de revisar su historia, sanar sus heridas y proporcionarle lo que no tuvo. Por lo tanto, sólo doy importancia a la historia de la persona en la medida de lo estrictamente necesario. Nuestra labor de psicoterapeuta es, entonces, recordarle lo que ya sabe -hablándole a su nivel sabio- no dejándose absorber indefinidamente por sus dramas -reales o inventados-.

Uno de mis principales objetivos es que la persona pueda ver lo que le está ocurriendo desde otra perspectiva, más consciente, de mayor amor consigo mismo y de mayor desapego. La mayor parte de su sufrimiento guarda relación con no estar en contacto con su potencial, y por estar pegada en experimentar la realidad en un nivel en que su sufrimiento actual se auto-perpetúa. Por eso, lo que me interesa es que vea las posibilidades que desconoce en sí mismo. Si logramos que la persona se contacte con el nivel sabio al que aludía anteriormente, verá con claridad sus mecanismos y triquiñuelas, con lo cual desde entonces deberá hacerse responsable de lo que elija hacer -uno de mis principales objetivos-.

(2) El Terapeuta (...y el cliente):

La psicología Transpersonal se auto-define como una psicología que va más allá del ego. ¿Qué es el ego? Es aquello que experimentamos como "yo"; en esa experiencia, eso que es "yo" contiene implícitamente una definición amplia o estrecha, dinámica o estática de nuestras posibilidades y limitaciones; es la construcción personal que nos sume en la ilusión de la separación, esencia del sufrimiento humano. El ego vive en el miedo: ésta es una condición inevitable, pues el ego intuye su finitud; intuye que, tarde o temprano, desaparecerá. Es así que intenta permanecer a toda costa: se ha construido a sí mismo como un sistema cerrado que se resistirá al cambio. En esta estructura se hallan ya definidos los principales temores o dificultades, las prioridades, las formas automáticas -repetitivas e inconscientes- de actuar y, más que nada, lo que podríamos llamar el "drama personal", el que podría compararse al guión de una pieza teatral o a la historia de algún personaje de novela.

La persona ha escogido una cierta forma de funcionar, que probablemente le resultó adaptativa en las circunstancias que vivió en su infancia... y luego la repite. Esta es una forma posible de funcionar de entre todos los recursos que tiene, pero la persona se identifica con esa sola forma, en la creencia de que ésta la define. No imagina otras posibilidades. Más allá de esa definición, existe una libertad completa en la mujer y el hombre para ampliar el contexto de su experiencia, ampliar su consciencia y elegir su identidad sin depender de las circunstancias ni ser esclavo de su condicionamiento.

Frances Vaughan (1985) puntualiza, para mayor claridad, a qué me refiero: "Las creencias populares respecto a que los problemas actuales pueden serle atribuidos ya sea a experiencias infantiles tempranas (por ejemplo, el psicoanálisis) o al condicionamiento ambiental (por ejemplo, el conductismo) no facilitan el asumir responsabilidad por el cambio. Una visión transpersonal no niega estas influencias, pero visualizar el ‘self' como una entidad auto-organizativa implica un grado mayor de auto-determinación. El ‘self' no es sólo reactivo, sino que es capaz de iniciar un cambio creativo en cualquier momento".

Eso es algo que, obviamente, debe experimentar en sí mismo el terapeuta; si no lo experimenta en forma continua, debe al menos haber tenido cercanía a una experiencia de satori8, en la que se vivencia esta libertad que nos hace responsables hasta las últimas consecuencias por la experiencia que creamos para nosotros mismos, y a través de la cual las creencias que el terapeuta transpersonal sostiene (Celis, A., 1996) se transforman en experiencias directas.

En este sentido, en ese mismo artículo ya se comentó la importancia de que el sistema de creencias -tanto del terapeuta como de la corriente a la que se adscribe- pueda contener una perspectiva como la descrita. Según Frances Vaughan (1978) "...los sistemas psicológicos que no reconocen la validez e importancia de tales experiencias (de consciencia transpersonal) tienden a patologizarlas, y obstaculizar así el crecimiento en términos de la evolución de la consciencia". Y agrega, "El concepto del ser humano que el terapeuta sostiene también puede constituir una limitación, y con frecuencia no es examinado desde esa perspectiva" (Vaughan, F., 1985). Stanislav Grof también acota al respecto: "Cuando los terapeutas no tienen este conocimiento de primera mano, pueden, en forma inadvertida, invalidar la experiencia de su cliente" (S. Grof, 1975, citado en Walsh y Vaughan, 1980ª).

En esta perspectiva, la experiencia directa que el terapeuta tiene de un concepto más expandido del ser humano le otorgan sentido y dirección a las herramientas y técnicas que pueda utilizar, independientemente del origen de éstas. Se podría decir que este factor es de mayor importancia que el entrenamiento técnico, lo que constituye, a mi juicio, una segunda prioridad. Estoy convencido de que, en este enfoque, la psicoterapia es más un arte que una ciencia: el psicoterapeuta transpersonal realiza su trabajo fundamentalmente a través de su ser. Personalmente, si bien he asimilado muchas técnicas en el curso de mi entrenamiento, me baso casi exclusivamente en mi intuición, entendida como el "impulso" por seguir un cierto camino. Por definición, la intuición no reconoce razones: al seguirla, no existe claridad respecto a dónde nos conduce ni tampoco si lograremos lo que nos proponemos. En la situación terapéutica, el cliente emite sus claves -palabras, gestos, postura corporal, etc-... el terapeuta se contacta con sus propias claves internas y con lo que le produce lo que emite el cliente... y conserva una atención que flota entre sus propias claves y lo que percibe en su cliente durante la sesión, dejando que su intuición guíe sus intervenciones.

Todos estos elementos no sólo tienen un sentido en relación a la labor orientadora del terapeuta, sino también en el rol que cumple como modelo -lo que también destacan los autores Walsh y Vaughan (1980)-. Resulta -a mi juicio- importante ofrecer una imagen -auténtica- que coincida con lo que el cliente desea, pues su pregunta será: "¿Le ha dado resultado al terapeuta lo que él o ella plantea? ¿Es así como vive en realidad?". Su actitud, presencia y conducta, ¿coinciden con lo que dice o sugiere al cliente? Por ejemplo, ¿habla de aceptación, tolerancia y flexibilidad y muestra lo contrario a nivel personal? Lo que propone, ¿surge de un mero conocimiento intelectual o constituye parte de su vida? ¿Es acaso la búsqueda de la consciencia su primera prioridad vital, o sólo una moda o un pasatiempo? El cliente desea ver que el terapeuta encarna lo que plantea y que, además, disfruta más de la vida que él (de allí la atracción). La labor del terapeuta o agente de cambio es, en gran medida, una labor de seducción: debe hacer sentir al cliente que su propuesta es atractiva.

En general, podría decir que el cliente percibirá favorablemente una imagen de relativo éxito mundano (a lo que él probablemente aspira o no estaría dispuesto a renunciar) unido a actitudes de aceptación, equilibrio, ausencia de tensión, sentido del humor. Un modelo serio, grave y rígido (aun cuando pueda admirarlo por sus conocimientos) puede no serle realmente atractivo. Es esperable del o la terapeuta una postura que refleje cierta desidentificación con su ego y una priorización de la búsqueda de un vivir consciente por sobre la ilusoria seguridad. En síntesis, el terapeuta debe ser una inspiración con su presencia, y constituir un ejemplo de que el cambio es posible y los resultados son alentadores. Se desprende de esta concepción que es difícil que el terapeuta inspire al cliente a avanzar más allá de donde él o ella haya llegado en su propio desarrollo.

Es también importante que el terapeuta no se asuma como un ser todopoderoso -de infinita sabiduría e infalibles técnicas- frente a cualquier situación que se plantee frente al cliente. Creo que la realidad es muy diferente. Aquí concuerdo enteramente con Paul Lowe (1996) cuando dice: "No nos interesa cambiar a nadie que no desee cambiar. No nos hemos encargado de salvar al mundo a menos que el mundo desee ser salvado...". Pienso que el psicoterapeuta debe concebir su rol como el de un catalizador: el tipo de cambio que se genere -y si se genera o no- no depende enteramente de su trabajo profesional, sino también en gran medida del momento que el cliente está viviendo en su vida y, esencialmente, de su motivación por buscar otras formas de expresión. Por un lado, entonces, creo que es esencial que el cliente experimente una genuina motivación por cambiar; y es claro que existen ciertas situaciones en que aumenta la probabilidad de que esta motivación esté presente. Daré algunos ejemplos posibles:

* el cliente ha alcanzado un nivel relativamente satisfactorio de desarrollo, y se halla enfrentado a seguir repitiendo lo mismo -y eventualmente aburrirse- o bien abrirse a la idea de experimentar con nuevas alternativas, con nuevos desafíos, aventurarse -movilizarse a un nivel superior de funcionamiento-. Esto puede resultarle atractivo, pues contrariamente a la idea predominante a este respecto -que señala que nuestra motivación más importante es la ilusoria "seguridad y estabilidad"-, la curiosidad, la necesidad de exploración y la necesidad de poner a prueba las propias capacidades constituyen una motivación importante.

* el cliente se ve enfrentado a una situación crítica que le exige movilizarse: por ejemplo, su pareja lo ha dejado o ha perdido su trabajo. Si bien la situación es favorable para el cambio -se halla en aprietos y eso le exige atender al problema- existe en este caso el peligro de que su interés sólo dure mientras la situación crítica siga presente, y se extinga apenas ésta desaparezca. La labor del terapeuta será, entonces, destacarle la profundidad de los cambios que son en realidad necesarios si desea aprovechar íntegramente el potencial transformador de esta situación.

* se ha producido una situación que le remece tan profundamente que espontáneamente ve las cosas desde una perspectiva radicalmente diferente y nueva. Esta situación puede ser la muerte o el alejamiento de un ser querido, un accidente, la aparición de una persona significativa o el experimentar inesperadamente un estado de consciencia superior. Estos factores generan la posibilidad de una transformación. La conocida imagen del idioma chino -el ideograma que denota la idea de "crisis"- incluye índices de "peligro" y también de "desafío", indicando con esto que la situación de crisis incluye ambos aspectos.

(3) Qué es lo que el terapeuta intenta inspirar en el otro -y cómo intenta lograrlo-:

Podría decir que el terapeuta intenta mostrar, inspirar y enseñar cinco formas de funcionamiento:

3.1. mayor consciencia

3.2. mayor honestidad y responsabilidad por sí mismo(a)

3.3. aceptación de lo que está de hecho ocurriendo, en su interior y exterior

3.4. desidentificación de sus mecanismos y

3.5. estar más presente en el ahora.

Si se logran estos objetivos, se supone que la persona ha dado los pasos necesarios para recuperar el entusiasmo (palabra de origen griego que significa, lleno del fuego de la resolución) por la vida, dejando atrás las actitudes autodestructivas, de fatalidad y de desesperanza aprendida, tan características de la época actual.

3.1. Mayor consciencia.-

Tanto el enfoque Humanista como el Transpersonal trabajan fundamentalmente el desarrollo de esta capacidad en las personas, puesto que establecen una relación prácticamente lineal entre mayor consciencia (o darse cuenta) y salud psicológica. Partimos de la base de que tenemos la posibilidad interna de saber cuál es nuestra respuesta más apropiada y cuál no lo es en cada ocasión, si tenemos la información, la sensibilidad y la consciencia. Al decir "apropiada", no me refiero a la respuesta "correcta", sino a la respuesta más completa y sensible de que la persona es capaz en este momento y circunstancias. Pienso que las dificultades de la persona se deben al hecho de no estar en contacto con todas sus claves internas, y que esto sugiere la presencia de algún tipo de bloqueo en sus capacidades. Es consensual que nuestra sociedad occidental estimula en las personas una exacerbada confianza en sus conocimientos y en sus herramientas intelectuales; esta confianza deberá ser desplazada, entonces, a su propia brújula incorporada: sus claves internas, sus sentidos, su intuición. En este desplazamiento, la persona descubre en su interior herramientas que le resultan más precisas y confiables que su raciocinio intelectual por sí solo.

Estimulo, entonces, a la persona a centrarse en su vivencia, en oposición a la racionalización y al discurso abstracto. El contacto con el cuerpo y con lo que siente tiende a producir este efecto, dado que las ideas rígidas con las que la persona se ha identificado comienzan a perder fuerza ante la realidad presente. Esto se realiza con técnicas simples de despertar sensorial, contacto con el cuerpo y los sentidos. Esto tiende a traerlo más al presente y a la realidad de lo que siente; de paso, baja su ansiedad, tiende a relajarse y a centrarse. Quizás más adelante se utilice una técnica un poco más compleja -como la focalización de Gendlin- si el cliente se halla preparado.

3.2. Mayor honestidad y responsabilidad por sí mismo(a).-

Nuestros mecanismos defensivos son producto de un entrenamiento en el ocultamiento, el disimulo y la manipulación en lugar de la expresión directa y transparente: hemos aprendido a auto-engañarnos y a engañar a otros y a responsabilizar a los demás o a las circunstancias por nuestra situación. Parte central del objetivo terapéutico es lograr que la persona sea más honesta consigo misma y los demás, esforzándose por revertir momento a momento la tendencia condicionada. Por ejemplo, al percibir una actitud en ese sentido, el terapeuta puede estimular a la persona a expresar directamente lo que desea o siente, sobreponiéndose al posible temor o vergüenza que pueda experimentar. Actuar de modo alternativo, corriendo "riesgos" respecto a su modo habitual de operar, abre la posibilidad de que la persona comience gradualmente a des-identificarse de aquellos mecanismos que rigidizan su funcionamiento habitual. Este proceso se profundiza mientras más dispuesta se halle la persona a experimentar y a correr riesgos.

Es natural que el cliente experimente resistencias respecto a ser más honesto y responsable, dado el escaso apoyo social -e incluso de sus pares- existente. El estímulo en este sentido es, naturalmente, lograr una mayor satisfacción, integración y autonomía. Mi experiencia me ha mostrado una y otra vez que cada persona se halla en la situación que desea. Esto es difícil de creer cuando vemos personas que viven situaciones que, para nosotros, resultarían insoportables o inimaginables. Lamentablemente, esas situaciones sólo reflejan nuestra infinita capacidad de adaptación y auto-limitación. En el sentido en que lo entiende la concepción Transpersonal, somos Dioses y Diosas; y, a pesar de eso, podemos vivir como ratones paralíticos, mezquinos, llenos de pequeñez y beligerancia, acostumbrándonos a vivir en la tensión, la violencia y el odio a nosotros mismos y a los demás.

Al intentar que la persona se haga responsable de cómo escoge vivir, debemos tener presente que, independientemente de las malas experiencias de nuestra biografía, del temor que sintamos, de las circunstancias ambientales en que vivamos o de la falta de apoyo que nos brindan las demás personas, podemos cambiar nuestras actitudes, nuestras percepciones, nuestra forma de pensar, nuestro grado de auto-aceptación y nuestro grado de armonía interna -a nosotros mismos, en suma-, y debemos hacernos responsables de esa posibilidad... pero cambiaremos sólo si deseamos hacerlo. Intento no juzgar la opción que cada uno elige; si alguien decide quedarse tal como está, es su opción. Considero mi deber, sin embargo, mostrar las otras opciones que, a mi juicio, están a su alcance. Estimulo el cambio, la expansión, la exploración, pero acepto que alguien no desee optar por eso. Si eso ocurre, sin embargo, la situación me resulta menos estimulante y grata; y, si se prolonga, puede que elija no seguir atendiendo a la persona.

Algunas de las formas en que se manifiesta una actitud irresponsable son, por ejemplo, buscar "culpables" externos, emitir discursos respecto a lo que sería un cambio "teóricamente deseable" (en el que la persona no planea participar), refunfuñar y quejarse de las personas cercanas significativas o -en el ámbito laboral- de los superiores, sin hacer nada proactivo al respecto. Eckhart Tolle (1999, pág. 70) sugiere: "Ve si puedes sorprenderte quejándote, ya sea en palabras o pensamientos, acerca de una situación en la que estés inmerso, lo que otras personas hacen o dicen, tu entorno, tu situación vital, aún el estado del tiempo. Quejarse siempre implica no aceptar lo que es. Invariablemente lleva una carga negativa inconsciente".

La queja, la no aceptación de algo -además de ser una actitud irresponsable- genera contaminación interna y externa. Tolle sugiere: "Si encuentras que tu aquí y ahora es intolerable y te hace infeliz, tienes tres opciones: deja la situación, cámbiala o acéptala por completo. Si deseas hacerte responsable de tu vida, debes elegir una de las tres posibilidades, y debes elegir ahora. Y luego acepta las consecuencias. Sin disculpas. Sin negatividad. Sin contaminación psicológica. Mantén tu espacio interno limpio".

Para que la persona se haga responsable de sí misma, es igualmente importante estar alerta a no generar dependencia de nosotros o de nuestra labor. Nuevamente, es aquí importante el auto conocimiento del terapeuta y de sus motivaciones, lo que lo ayudará a prevenir, dentro de lo posible, esta eventualidad.

3.3. Aceptación de lo que está de hecho ocurriendo, en su interior y exterior.-

Ya me referí anteriormente (Celis, A., 2000a) a la trascendencia del concepto de auto-aceptación en este enfoque. Paul Lowe (1996) comenta al respecto: "Amarte a ti mismo es un gran salto. Lo primero es aprender a aceptarte a ti mismo. El amor es lo que viene a continuación. Aceptar: "Estaba simplemente inconsciente en ese momento. Le produje dolor a esa persona. Hice eso, he aprendido y ahora estoy aquí". Pero nos juzgamos, nos quedamos empantanados con el asunto. "No debería haber hecho eso; y, de todos modos, fue culpa de ellos". Nos revolcamos en todo esto en vez de simplemente terminar con el pasado. Terminar y comenzar de nuevo. Esa es una de las cosas que dijo el Zen: "Cada segundo es el primer segundo de tu vida". Y lo es, a menos que te involucres en la mente, que se halla conectada con hectáreas de pasado. El pasado simplemente te mata. El presente te revitaliza. Mantente aquí: "Estoy aquí, no importa lo que haya hecho. Estoy aquí. Estoy aquí. Acabo de incomodar a esa persona, le compraré flores o chocolates. Terminaré con eso, pero ahora estoy aquí. Comienzo mi vida ahora".

Se intenta, entonces, inspirar en el otro una mayor integración interna, en el sentido de que se "acompañe" en sus vivencias de este momento presente. Hammer (1974) expresa esto con gran claridad: "Para establecer esa perfecta Unidad, la consciencia debe primero unificarse en términos de todos sus aspectos personales, absteniéndose de rechazar absolutamente nada que sea experiencialmente real en sí. Con el fin de lograr eso, la consciencia debe primero des-identificarse de todas las ideas rígidas acerca de sí misma con las que se ha identificado, porque si intenta mantener una identidad fija y duradera, no podrá asimilar esas realidades experienciales que se contradicen con ese yo conceptual rígido".

Para lograr esto, es importante que el terapeuta brinde una aceptación y un respeto por este "legítimo otro" en sus percepciones, su modo de vida, sus preferencias y hasta sus mecanismos. Al aceptarlo, se le transmite la posibilidad de auto-aceptarse. Es prácticamente invariable que, al intentar poner esta actitud en práctica, nos enfrentemos a nuestras categorías mentales acerca de lo que se "debe" o "no se debe" aceptar. Por ejemplo, puede que consideremos que la resistencia es inaceptable; que la presencia de pensamientos distractores es inaceptable; que el resurgimiento de un patrón repetitivo es inaceptable. Esta actitud se ejerce con absolutamente cualquier cosa que esté presente en nuestro campo experiencial, sin excepciones. Se trata de estar con lo que es. Aceptar implica que la persona pueda reconocer la existencia objetiva de una realidad (las cosas que siente, las circunstancias externas, cómo actúan otras personas).

Otro motivo para resistirse a dejarse sentir ciertas vivencias, es la creencia de que esto necesariamente implica dolor. Sobre esto, Hammer (1974) aclara: "...el dolor es producido por la interpretación de ese hecho o realidad, la que a su vez produce la tendencia a evitar o resistirse a ese hecho ( ) El dolor psicológico es parte intrínseca del proceso de huída y resistencia. El dolor no es inherente a vivencia alguna, sino que surge sólo después del intento de rechazarla".

Si nos expandimos con cualquier experiencia -en otras palabras, si la aceptamos-, el resultado es placentero, aún con sentimientos que etiquetamos a priori como "desagradables" (temor, celos, ira, confusión, abandono). Puede que digamos, "¿Cómo voy a poder aceptar esto o expandirme si siento pena o dolor?"; expandirse significa darle cabida al dolor, aceptarlo, sumergirse en él, decirle que "sí". Paradojalmente, aceptar el dolor suele, después de unos instantes, disminuirlo. Expandirse no implica aumentar el dolor: significa abrirse a experimentarlo. Aceptar equivale a expansión, no aceptar equivale a contracción y aceptar que no aceptamos (decirle que "sí" a la no-aceptación) también conduce a la expansión interior. Thaddeus Golas (1980) lo resume así: "No te resistas a nada de lo que sientas -y si te resistes, ámate (acéptate) a ti mismo por hacerlo-".

El terapeuta transmite esta actitud tanto en forma obvia -dando cabida y no cuestionando las vivencias de su cliente- como también en forma indirecta: estando en una actitud de relajada alerta durante su trabajo, de modo de percatarse tanto de lo que surge de modo intuitivo en su propio campo experiencial como de lo que percibe en la persona con quien se encuentra. Debe acompañarse a sí mismo en sus propias señales9 y ayudar al otro a darse cuenta de sus propias vivencias y de cualquier intento de ignorarlas o insensibilizarse de uno u otro modo a su respecto.

La idea de aceptar al otro se presta, sin embargo, para malentendidos: por una parte, reconocemos tácita e incondicionalmente al ser y a la validez de la experiencia y perspectiva de cada uno. No cuestionamos, entonces, el valor del individuo; pero sí podemos cuestionar sus percepciones, creencias e interpretaciones de la realidad que, a nuestro juicio, son producto de su condicionamiento y que representan, por tanto, una perspectiva estrecha y contraída en comparación con la que la misma persona podría experimentar desde un estado de expansión.

Las personas suelen confundir los límites entre "quién soy" y "lo que pienso, creo, percibo o hago": esto, claro, se debe a que solemos identificarnos con los contenidos de nuestra mente, y no con nuestro verdadero Ser. Al ver a una persona, lo que intentamos es conectarnos con su verdadero Ser y potencial, y determinar cuáles son los obstáculos que interfieren que la persona lo vivencie. Es, entonces, desde esta perspectiva que intentamos ayudar a la persona a percibir lo que estamos viendo. Si lo logramos, la persona puede comenzar a des-identificarse de aquello que le dificulta vivir de un modo más gratificante y expandido.

Si, por ejemplo, trabajamos con una persona que sabemos que actúa en forma deshonesta, es posible que podamos aceptar incluso esa deshonestidad. Sin embargo, si después de haberla retroalimentado al respecto y habiendo transcurrido un lapso de tiempo determinado, no vemos que la persona muestre señales de un cambio de actitud y que sigue intentando engañarnos incluso a nosotros, puede que nos preguntemos: ¿deseo seguirme relacionando con una persona que insiste en funcionar en forma malsana? Puede que la persona nos simpatice, pero que veamos que está utilizando esta relación sólo como una más en que confirma su neurosis.

O bien -también por ejemplo-, puede que sintamos que la persona necesita más tiempo para aprender a confiar, y que estemos dispuestos a esperar. En uno u otro caso, creemos que la persona debe ser retroalimentada en forma no enjuiciadora respecto a lo que vemos de ella, y también respecto a lo que sentimos nosotros en relación a esto. No es útil sostener una aceptación que ayude a la persona a perpetuar su neurosis: creemos que podemos aceptar a la persona -dentro de nuestros límites- y, al mismo tiempo, dejar claro que, nosotros -como personas y como terapeutas- como las relaciones que establecemos con otros tenemos, como base y propósito, la consciencia y la verdad. Considero enteramente legítimo dar por terminada una relación terapéutica que no sienta fructífera.

Cuando hablo de aceptación de la realidad externa, no me refiero a un sometimiento pasivo a ella; más bien, la idea apunta a la necesidad de focalizarse en los propios sentimientos y reacciones que se detonan al respecto, en lugar de intentar modificar las circunstancias externas para evitar sentir tal o cual vivencia. Por ejemplo, podemos evitar a las personas que nos detonan un sentimiento de inseguridad, para evitar vivenciarlo; sin embargo, lo que sugiero es no manipular las circunstancias externas, sino permitirnos sentir y acoger lo que sentimos al respecto; y, también, detectar cualquier reacción automática que se produzca frente a esa situación.

3.4. Desidentificación de sus mecanismos.-

Ya hemos visto que, a través de su condicionamiento, la persona aprende mecanismos adaptativos frente a situaciones a las que se enfrenta en su infancia. Dichos mecanismos, si bien sólo fueron funcionales frente a esas circunstancias, se perpetúan en forma automática e inconsciente hasta el presente en situaciones enteramente diferentes -en donde son, por tanto, disfuncionales-. La persona está, sin embargo, identificada con este modo de actuar, sentir o pensar y se autodefine en esos términos (por ejemplo, "Soy una persona tímida", o "No soy capaz de actuar de otro modo"). Estos patrones son, las más de las veces, estrechos, por cuanto lo más frecuente es que el rango de posibilidades de experimentarse a sí mismo que cada ser humano vivencia en los años en que acumula su condicionamiento en forma inconsciente es, casi siempre, muy limitado.

Las concepciones que en nuestro entorno podemos aprender de la vida, del hombre, de la religión o del misticismo, de la política, de nuestras posibilidades en las relaciones amorosas con los demás, del trabajo o del logro de bienestar y autorrealización -por mencionar algunos de los aspectos más centrales- son, casi sin excepción, enajenantes, lo que explica el escaso grado de satisfacción con sus propias vidas que es usual hallar en los seres humanos.

Una constante de nuestro trabajo es, por una parte, ayudar a la persona a hacerse consciente de las pautas de percepción y conducta que ha asimilado de su entorno y, por otra parte, ayudarle -e invitarle continuamente- a tomar distancia de estas pautas, de modo de atreverse a experimentar alternativas que se escapen de esos estrechos moldes. Como dice F. Vaughan (1985), "El self transpersonal es un testigo u observador de la experiencia que permanece separado de los contenidos de la consciencia -pensamientos, sentimientos, sensaciones o imágenes-"; en esa medida, entonces, se trata de que la persona utilice esta capacidad de "testigo" para iniciar el proceso de la des-identificación. Sigue Vaughan: "Así, aún cuando la identificación con el ego o personalidad puede ser una etapa esencial del desarrollo humano, una maduración sana requiere un crecimiento que lo trascienda".

J. Fadiman (1980) va más lejos: "Una manera alternativa de empezar a redefinir la importancia de la personalidad es describirla como un drama personal ( ) Los dramas personales son pautas de comportamiento predecibles, repetitivas y complejas; son un lujo innecesario e interfieren con un funcionamiento pleno. Son parte de nuestro bagaje emocional y por lo común es beneficioso para una persona alcanzar cierto desapego respecto de sus propios dramas, así como aprender a desapegarse de los dramas personales de otros".

3.5. Estar más presente en el ahora.-

Este aspecto es producto de todo lo anterior, mas también requiere de la persona una opción consciente por privilegiar la atención a lo actual, lo sensorial, lo intuitivo, lo inmediato, en desmedro de la atención a los patrones repetitivos emocionales y mentales. Un lema que Fritz Perls (1973) popularizó en el enfoque guestáltico fue: "Abandona tu mente y recobra tus sentidos". La última parte de la frase era come to your senses, que Perls utiliza en un doble sentido: "volver a poner atención a los receptores sensoriales" y "recobrar la cordura". Al poner atención a lo que vemos, olemos, oímos y palpamos, así como a nuestras sensaciones e intuiciones subjetivas, "recobramos la cordura", según Perls.

Esta no es sólo una útil directiva terapéutica que utilizamos ocasionalmente, sino una actitud que intentamos mantener constantemente en nuestra propia vida y estimular en las personas con quienes trabajamos. Según Eckhart Tolle, "La esencia del Zen consiste en caminar sobre el filo de la navaja del Ahora -estar tan completa y enteramente presente que ningún problema, ningún sufrimiento, nada que no sea quién tú eres en tu esencia, puede sobrevivir en ti. En el Ahora, en la ausencia del tiempo, todos tus problemas se disuelven. El sufrimiento requiere tiempo; no puede sobrevivir en el Ahora" (Tolle, E., 1999).

Es importante aclarar que la aceptación de sí mismo de que hablábamos antes debe ir acompañada de esta cualidad de presencia, de estar en el presente. De otro modo, caemos fácilmente en la autocomplacencia. La aceptación de sí no implica quedarse tal como se está, sino reconocer la situación actual para, desde allí, descubrir lo que emerge más allá del patrón condicionado.

La atención al presente requiere de un esfuerzo intencional de consciencia, en términos de no dejarse arrastrar por el diálogo mental interno y mantener una actitud de alerta frente a las claves experienciales que surgen en este momento. El terapeuta puede estimular esta atención con preguntas o indicaciones que inviten al cliente a poner atención a su cuerpo, los estímulos sensoriales o su sensación general de lo que está ocurriendo en todos los niveles en su interior. Paralelamente, le estimulará a hacerse cargo (responsable) de lo que percibe allí como eventos en los que le cabe un importante grado de participación; por ejemplo, si se irrita con un tema determinado, ésta es una reacción que en cierto modo está eligiendo, aún cuando probablemente no se dé cuenta de la forma como esto ocurre ni de las otras opciones existentes. En un primer momento, lo más frecuente es que la persona sólo pueda percibir que el sentimiento está presente, sin tener consciencia de cómo surgió ni de la forma en que participó en que éste surgiera.

Fritz Perls solía decir: "Confía siempre en la gestalt que surge". Interpreto esto como una sugerencia a atender, en la terapia, lo que está ahora presente, a lo que surge ahora en el campo experiencial de cliente y terapeuta. A veces caemos en la trampa de decidir a priori -según diferentes criterios- qué debe trabajarse: por ejemplo, trabajar un determinado duelo, una pena que suponemos reprimida, etcétera, como si la persona fuese un recipiente lleno de contenidos que se mantienen estáticos, como si pudiésemos explorar y sacar a la luz ese contenido tal como lo dejamos la última vez que lo examinamos. Si no hay señales en el presente respecto a la necesidad de atender a este asunto ahora, lo más probable es que la necesidad de trabajarlo sólo sea una idea -de terapeuta o paciente- que estemos imponiéndole a la realidad.

Una buena síntesis de los cinco puntos anteriores la ofrece Paul Lowe (1998) "Te lentificas lo suficiente, de modo de comenzar a escucharte a ti mismo hablando, que sepas que moviste tu mano, estás consciente de los crujidos en la sala, la tos lejana... todo lo que hay. Te expandes para incluir, te sensibilizas a lo que hay y no lo modificas. Y entonces comienzas a tomar consciencia de tus propios procesos internos: ¿qué estás pensando? ¿Qué está ocurriendo en el cuerpo, la mente y las emociones? Y eres totalmente honesto contigo mismo: no hay negación, no hay evitación. Si hay algo que tienes miedo de hacer, no uses el temor como excusa o inventes algo para no hacerlo. Simplemente di, "Hacer eso me asusta y elijo no hacerlo. Elijo no enfrentar mi temor". Sé honesto y directo contigo mismo, y luego comunícale eso a los demás. Toma nota de tu verdad, y donde sea apropiado, comunícala. Vive tu verdad. Y toda la basura que te entorpece internamente simplemente comenzará a desprenderse. Ya no tendrá de dónde afirmarse. Simplemente se desliza, cae y te muestra tal como eres. Y esto sigue desarrollándose... Pero entonces, hay un momento en que te das cuenta de que eres responsable por tu propia vida: tu sufrimiento es tu sufrimiento, sufres porque te resistes a algo, no permites algo, no lo aceptas... y tan pronto como llegas a ese punto, lo peor ha quedado atrás. No es que no se presenten dificultades, pero no perduran. Lo peor del sufrimiento: la depresión, la lucha... ya se acabó".

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