REVES REFLEXIONES SOBRE LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN
wgarzab20 de Mayo de 2015
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REVES REFLEXIONES SOBRE LAS CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN. SAN AGUSTÍN, PARADIGMA DE PASTOR ENTREGADO POR COMPLETO A DIOS Y A LOS HERMANOS
Por Joan Bestard Comas
San Agustín siempre me ha fascinado. Es el hombre del corazón, enamorado de Jesucristo, la verdad viviente. Su preclara inteligencia y su gran corazón, abierto al amor de Dios y del prójimo, se reflejan en sus obras, especialmente en sus Confesiones, un libro que recientemente he releído con fruición y provecho.
San Agustín fue un cristiano comprometido y un pastor solícito. En este año sacerdotal es un buen ejemplo para todos nosotros.
1
La conversión de San Agustín
En palabras poéticas, de una fuerza inusitada, describe San Agustín su propia conversión a Dios. Es un texto bello, conciso y entrañable. Es una plegaria de admiración y adoración. Dice así:
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo; me retenían lejos de ti cosas que no existirían si no existieran en ti. Pero tú me llamaste y clamaste hasta romper finalmente mi sordera. Con tu fulgor espléndido pusiste en fuga mi ceguera. Tu fragancia penetró en mi respiración y ahora suspiro por ti. Gusté tu sabor y por eso ahora tengo más hambre y más sed de ese gusto. Me tocaste y con tu tacto me encendiste en tu paz”.
Cuando nos encontramos lejos de Dios, podemos afirmar como Agustín : “Tú estabas dentro de mí y yo fuera”. La conversión es un don, una gracia, no una iniciativa nuestra voluntarista. El que acaba con nuestra sordera y nuestra ceguera es Dios mismo.
2
Oh Dios, que en la oración sepamos oír lo que tú nos digas
“[Dios mío], los hombres te consultan sobre lo que quieren oír, pero no siempre quieren oír lo que tú les respondes. Y el buen siervo tuyo es aquél que no se empeña en oírte decir lo que a él le gustaría, sino que está sinceramente dispuesto a oír lo que tú le digas” (San Agustín).
Cuántas veces nos acercamos a la oración para oír lo que nosotros queremos y no para oír lo que en verdad Dios nos quiere revelar.
Cuántas veces en la oración andamos en pos de nuestra respuesta, no de la respuesta de Dios, que es la que verdaderamente salva.
La oración no es un lugar para tranquilizarnos, sino para dejarnos interpelar.
En la paz del alma no debe resonar nuestra voz, sino la voz de aquél (Dios) que es el único que puede iluminarnos y transformarnos.
3
Una breve y profunda oración de humildad
San Agustín en sus Confesiones formula esta breve y profunda oración de humildad: “[Oh Dios mío], tú eres el médico, yo soy el enfermo. Yo soy miserable y tú eres misericordioso”.
El adjetivo “misericordioso” es uno de los más bellos y profundos del vocabulario de nuestra religión cristiana. “Misericordioso” significa saber colocar el corazón cerca de la miseria para compadecerse de ella, tener un corazón tierno para con la miseria para remediarla.
La palabra “misericordia” está compuesta de dos vocablos: miseria y corazón. Quiere decir: tener un corazón abierto y generoso para con la miseria del otro.
La miseria es nuestra. El corazón para remediarla es de Dios. Dios contempla nuestra miseria y nos brinda su amor sin medida.
4
Nuestra meta es Dios
En el libro primero de las Confesiones de San Agustín, encontramos la famosísima exclamación: “[Señor Dios], nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti”.
Nuestro inicio radica en Dios y nuestra meta definitiva es Él.
Nuestra existencia es un proyecto que se inicia gracias a Dios y en Dios y que un día terminará en Él.
Entender esto significa dar un sentido profundo a nuestro ser y actuar.
Sin Dios, somos como seres perdidos en el universo, que desconocen su inicio, ignoran su camino y carecen de meta.
Sin Dios, el ser humano no es nada y anda errante por la vida sin rumbo ni destino y privado de auténtica felicidad.
Dios es el principio y el fin de nuestro existir. Y nuestra vida no es más que el trecho entre estos dos puntos básicos que debemos aprovechar al máximo para alabarle, darle gracias y servirle en los hermanos más necesitados.
5
Dios preside el santuario de mi interioridad
San Agustín dice en sus Confesiones: “[Señor Dios mío], tú eres interior a mi más honda interioridad”.
Es ésta una expresión bellísima, llena de fuerza poética y de profunda espiritualidad.
En lo más hondo de nuestro santuario interior está Él. Él preside nuestra más íntima interioridad y es “superior a todo cuanto hay en mí de superior”.
Dios no está cerca de nosotros, sino en lo más profundo de nuestro ser y podemos entablar con Él un diálogo tierno de amistad.
Entre Criador y criatura hay un abismo, pero el Dios que nos ha criado por amor quiere entablar con su criatura una relación de amistad.
Nuestra filiación divina, descubierta por Jesucristo, es la más grande de las verdades de nuestra religión y, a la vez, constituye el más sólido fundamento de nuestra fraternidad humana.
6
La plegaria de una madre
San Agustín dice acerca de su madre (Santa Mónica) en sus Confesiones: “Ella lloraba por mi muerte espiritual, [Dios mío], con la fe que tú le habías dado, y tú escuchaste su clamor. La oíste cuando ella con sus lágrimas regaba la tierra ante tus ojos; ella oraba por mí en todas partes, y tú oíste su plegaria… Sus preces llegaban a tu presencia, pero tú me dejabas todavía volverme y revolverme en la oscuridad”.
Mónica recordaba a Agustín unas palabras que le dijo un obispo hablándole de él: “No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”.
Cuántas conversiones han logrado a lo largo de la historia, las lágrimas de las madres hechas plegaria.
Dios no desoirá nunca la sincera súplica de una madre que pide la conversión de un hijo o de una hija.
7
La belleza y la profundidad literarias de San Agustín
San Agustín en su Confesiones describe con una fuerza inusitada su dolor por la muerte de un amigo con estas palabras: “Mis lágrimas ocuparon el lugar de mi amigo… Era yo para mí mismo un lugar de desdicha en el cual no podía estar y del cual no me podía evadir”.
La belleza literaria de esta descripción agustiniana coloca a las Confesiones en un lugar preeminente de la literatura universal.
Agustín, como uno de los grandes clásicos del saber humano, es capaz de expresar en pocas y medidas palabras un gran sentimiento humano.
Poder decir mucho con poco es un arte extraordinario que saben cultivar los grandes clásicos de la literatura universal.
La concisión y la brevedad en la profundidad del pensamiento es sinónimo de perfección literaria. Y San Agustín la tiene.
8
Dios, el consuelo de los que han perdido un ser querido
San Agustín, refiriéndose a él mismo, que ha perdido a un amigo íntimo con una muerte inesperada, exclama: “El único que no pierde a sus seres queridos es el que los quiere y los tiene en Aquel que no se pierde. ¿Y quién es este sino tú, nuestro Dios, el que hizo el cielo y la tierra y los llena, pues llenándolos los hizo?”
En Dios descansan los difuntos y Él es el consuelo de aquéllos que lloran su muerte.
Los que hemos perdido a un ser querido, ponemos nuestra esperanza en el Dios de la vida, en el Dios que no se pierde, que permanece firme en su designio de amor.
Dios es el principio y el fin de nuestra existencia. En Él radica el sentido de nuestro vivir y de nuestro morir.
9
La vanidad ensordece y ciega
San Agustín, en sus Confesiones, hablando de la vanidad humana y de la centralidad de Dios escribe: “No seas vana, alma mía, ni permitas que se ensordezca el oído de tu corazón con el tumulto de las vanidades. Es el Dios mismo quien te llama para que vuelvas a Él. Él es el lugar de la paz imperturbable… Mucho mejor que todo cuanto existe es el que todo lo hizo, nuestro Dios y Señor, que no se retira y a quien nadie puede suceder”.
Convertirse es “volver a Él”. Dejar a un lado nuestros ídolos y centrar nuestra existencia no en nuestras vanidades, sino en Él que es la fuente de la vida.
La vanidad ensordece y ciega. Sólo Dios puede llenar nuestro corazón y ofrecerle sentido y felicidad.
10
La centralidad de Dios
San Agustín en
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