SAN AGUSTIN CONFESIONES El Contra Faustum en la polémica antimaniquea de san Agustín
fcg02252Ensayo12 de Septiembre de 2021
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UNIVERSIDAD CATOLICA LUMEN GENTIUM
ESCUELA DE FILOSOFÍA
TEXTOS HERMENEUTICOS
Dr. Juan José Abud Kabir
PRESENTA:
Cervantes García Francisco, O.S.A.
[pic 1]2do Semestre
Tlalpan, CDMX.,
A 16 de junio de 2021
SAN AGUSTIN CONFESIONES
El Contra Faustum en la polémica antimaniquea de san Agustín
Agustín de Hipona y el maniqueísmo
El contexto vital en el que se encuentra Agustín cuando conoce a los maniqueos, a la edad de 19 años, es el fruto de dos años de pasión desenfrenada, de libertinaje consciente, de hervores impuros, de una afectividad mal sana y corrompida, de vanidades y necedad, de soberbia intelectual y metas deshonestas, de buscar un objeto de amor y del ardiente deseo de llenar el vacío que siente en su interior. Agustín vive en Cartago, su estancia en la capital del África Romana es debido a los estudios de retórica que cursa, gracias a la generosidad de Romaniano, pariente de su madre.
Exteriormente a Agustín tres factores le mueven antes de pertenecer a las filas maniqueas[1]. Dentro del programa de estudio de retórica se encontraba el análisis del libro el Hortensio de Cicerón. El contacto intelectual con esta obra, que era una exhortación a la filosofía, cambia todo su mundo afectivo, sus expectativas de frivolidad pierden valor, le enciende el ardor por el amor a la sabiduría, no deseando pulir y depurar sus expresiones retóricas, sino que había adquirido un incentivo, una provocación para amar, buscar, alcanzar, conservar y abrazar la sabiduría en sí misma[2]. Este es el primer factor exterior que mueve a Agustín, la lectura del gran orador Cicerón. Tal lectura no sólo pone freno a las pasiones desordenadas del joven de Tagaste, sino que lo llevan a encausar sus deseos terrenos a la trascendencia con el amor a la sabiduría. Sin embargo, esta lectura no le sacio totalmente en su interior, le faltaba leer en las letras de Cicerón el nombre de Cristo que «lo único que me faltaba en medio de tanta fragancia era el nombre de Cristo, que en el no aparecía, pues tu misericordia hizo que el nombre de tu Hijo, mi Salvador, ,o bebiera yo con la leche materna y lo tuviera siempre en muy alto lugar, razón por la cual una literatura que lo ignora, por verídica y pulida que pudiera ser, no lograba apoderarse de mi»[3].
El segundo factor exterior que mueve al estudiante Agustín es su primer acercamiento que tiene a la Escritura. Al leer las páginas sagradas se desilusiona por no tener la belleza y elegancia de los escritos clásicos, como los de Tulio, al contrario, tenía un estilo simple[4] y hasta un tanto vulgar. Los ojos con los que lee Agustín la Palabra de Dios son los de un estudiante arrogante y soberbio de retórica, cuando, y él mismo lo reconoce al escribir las Confesiones, «Era aquella una verdad que debía crecer con el crecer de los niños, pero yo me negaba resueltamente a ser niño, hinchado de vanidad me sentía muy grande»[5].
El último factor que lleva a Agustín a tener su ser dispuesto a adherirse al maniqueísmo, y que es consecuencia de los anteriores, fue la propaganda maniquea que le abría la posibilidad de saciar lo que su interior anhelaba: amar la sabiduría y el nombre de Cristo unidos en una confesión de fe. Los maniqueos tenían un tiente misionero que los conducía a propagar su doctrina, a ejemplo de su fundador Mani, de manera que el maniqueísmo se consideraba como una religión universal, con la puerta abierta para todas las personas, en el África del Norte, la propaganda maniquea se dirigía tanto a paganos como a cristianos[6].
Así pues, contando con una joven e inexperta edad de 19 años Agustín «cayó en la red de los maniqueos, que se presentaban como cristianos y prometían una religión totalmente racional»[7]. El maniqueísmo le proporcionaba a la inquietud intelectual de Agustín grandes esperanzas de acercarse a la verdad, que constantemente le repetían, y así, por un lado, con la verdad y, por otro, con el nombre de Cristo los maniqueos le ofrecían lo que tanto andaba buscando su corazón, y que no encontró en la lectura el Hortensio. Lo anterior es referente a la situación interior de Agustín, querer ser cristiano en plenitud. En cuanto a las ventajas de su formación retórica, el maniqueísmo le facilitaba perspectivas exitosas en su carrera, pues podía entrar en relación con muchas personalidades influyentes[8] con la posibilidad de escalar grandes puestos imperiales, es decir, los maniqueos le brindaban la opción de conseguir fama en las altas clases. Además, estando en la secta de los maniqueos podía seguir cohabitando con la mujer de que se había enamorado y con la que había procreado un hijo.
Del año 374 al 383 Agustín permanece con los maniqueos en calidad de «oyente[9]», es decir, era un miembro como la mayoría de sus fieles. Entonces, por un espacio de nueve años Agustín formó parte de los maniqueos. Causado por su ignorancia y no saber en qué consiste el mal, «desconocía yo entonces la existencia de una Realidad absoluta; y estimulado por una especie de aguijón ,me fui a situar entre aquellos impostores que me preguntaba en que consistía el mal[10].
Estos casi diez años de la vida del Agustín de Hipona tienen claramente dos momentos bien definidos: uno de gran entusiasmo y el otro de decepción[11]. En el primer momento vive entusiasmado por la hermosa amistad que ha conseguido forjar entre sus compañeros y por las victorias en las discusiones con los católicos que le proporcionaban lo que tanto le agradaba, que le reconocieran su inteligencia y le adularan con aplausos[12].
El momento de decepción de los maniqueos viene dado por la larga espera por el encuentro con el obispo de esta secta llamado Fausto. La presunción de los maniqueos con este personaje era grande, al punto de decirle a Agustín que con una sola charla con él todas sus interrogantes se resolverían, así esas densas nubes grises de la duda se disiparían con la sabia luz salida de la boca de Fausto. No pudo, Agustín, entablar inmediatamente diálogo con Fausto, porque no se le permitía en las reuniones de los oyentes presentarle las dudas y aclarar las cuestiones que le aquejaban[13]. Cuando por fin logra llevarse a cabo el encuentro intelectual, Agustín, queda decepcionado, Fausto ignora las artes liberales, conoce algo de gramática, apenas ha leído algunas oraciones de Cicerón y algún libro de Séneca, fragmentos de poesía hay en su memoria, sin embargo, maneja con audacia y elegancia la palabra, con una facilidad de expresión, agudeza de ingenio, acompañada de una gracia natural[14]. Admira Agustín en Fausto solamente que se reconoce ignorante en las artes liberales, al punto que el mismo Agustín le recomienda lecturas para su enriquecimiento intelectual.
El encuentro con Fausto provocó en la mente de Agustín la desesperación, porque no le había podido aclarar sus dudas y resolver sus dificultades que por tanto tiempo le habían preocupado[15]. «Las consecuencias inmediatas fueron dobles: de orden intelectual y de orden moral. En el orden intelectual se resquebrajó la ilusión de los escritos de Manes, y en el orden moral sucedió lo mismo con el empeño que había puesto de progresar en la secta; todo él se vino abajo»[16]. Tras esta fatal desilusión Agustín no se separa definitivamente de la secta, debido a que por el momento no tiene una mejor opción[17], así que mientras llega sigue siendo, no por convicción de mente y corazón maniqueo, sino por conveniencia.
Con la intención de tener mejores alumnos y un mejor lugar donde desempeñarse como profesor de retórica, Agustín deja Cartago y se aventura a ir a la capital del Imperio, a Roma. Una vez en Roma sigue en contacto con los maniqueos, de hecho, cuando llega enferma al punto de sentir que la muerte le haría suyo[18], ante tan alarmante situación es hospedado y cuidado por un maniqueo, al que Agustín le reprocha la excesiva credulidad que rinde a la ficción de los textos maniqueos[19]. Los ánimos de Agustín decaen, se siente desilusionado totalmente por no encontrar la respuesta a sus interrogantes vitales y de fe.
Agustín, después, se traslada a Milán debido a que se necesitaba un maestro de retórica en la corte imperial, así que, al ser puesto a prueba, recita un discurso agradándole al prefecto Símico obteniendo, con ayuda de los maniqueos, el puesto solicitado[20]. Con este cambio de residencia a Milán Agustín se separará de los maniqueos definitivamente. La ruptura se agudiza cuando Agustín, por escuchar los discursos del obispo Ambrosio pretendiendo explorar su elocuencia, poco a poco va disipando las dudas que tanto le aquejaban. Ambrosio, sin pretenderlo, realizó una magnífica obra en Agustín que «no consistió en desmontar el sistema maniqueo, sino en recomponer a los ojos de Agustín el católico que él veía derrumbado»[21]. Con la predicación de san Ambrosio comprendió Agustín que la interpretación de la Escritura va más allá de la letra, de lo literal, que tiene un valor espiritual que hay que interpretar, dando paso a la luz en los pasajes que se presentaban oscuros, turbios, incongruentes e incompatibles[22].
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