VIVE LA DIFERENCIA
Luciana131 de Agosto de 2013
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¡VIVA LA DIFERENCIA!
LO FEMENINO Y LO MASCULINO
LA MAGIA EN EL SER MUJER,
LA REALIDAD EN EL SER HOMBRE
Introducción
Este libro tiene su primera inspiración hace ya unos cuantos
años atrás, en los repetidos momentos en que me tocó oír y observar
tanto el discurso verbal como el no verbal de muchas mujeres a las que
atendía en mi consulta. Del discurso masculino no tenía tanta
evidencia, en parte, creo, porque los cambios culturales que ha
experimentado el género femenino han llevado a que mis congéneres
recurran más espontánea y libremente a la ayuda psicológica.
Cabía en ese entonces hacer hincapié en que una de las mayores
diferencias entre lo que decían las mujeres en mi consulta, respecto de
lo que los hombres decían sobre temas similares, es que cuando
hablamos de nosotras no hablamos de nosotras, siempre hablamos de
otros y esos otros parecen ser los causantes de nuestras infelicidades o
de nuestra felicidad sin aparecer en este discurso una responsabilidad
propia en nuestro quehacer y en la construcción de nuestra
cotidianidad. En cambio, los hombres parecen mayoritariamente
preocupados del logro, de las metas y de los obstáculos que encuentran
en su camino.
Esta primera y gran diferencia surge al deducir una segunda y
muy extendida característica femenina, como es el que las mujeres nos
quejamos tanto y mucho más que los hombres; siempre hay un "pero",
un "pucha", algún tipo de exclamación que hace notar o sentir que hay
algo que no fue todo lo ideal que hubiéramos querido que fuera.
Estas dos preocupaciones —el que otros u otras sean los
causantes de la felicidad o la infelicidad femenina, la queja o el que
nada resulte como se pensó en un primer momento-— me llevaron al
mundo de lo masculino y lo femenino en Chile. Realicé una
investigación de tres años que constó de una muestra de alrededor de
tres mil a cuatro mil personas de distintas edades, entre los cinco y los
noventa años, de ambos sexos y de distintos niveles socioeconómicos; al
final, la muestra fue ampliada para considerar a personas de distintas
regiones. Advierto a los lectores que todo a lo que aquí me refiero surge
de lo observado empíricamente a través de mi experiencia clínica y que
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intenté que esta investigación fuera lo más exhaustiva posible. Sólo
tomé como referencias de aproximación al tema la teoría de Jung
(animus-anima), el enfoque de John Gray y el Ying-Yang -—opuestos y
complementarios de la filosofía oriental-— pero no haré ninguna
mención a ellos.
La investigación me permitió identificar como una tendencia
importante el que hoy día se piense y transmita a las generaciones
jóvenes que las mujeres sufren más, que las mujeres son más
humilladas, que las mujeres son más maltratadas. Esto en muchas
situaciones y en determinadas realidades sociales es verdad, sin
embargo ello no justifica que se esté traspasando en la actualidad a
nuestros hijos y futuras generaciones, la idea de que para sobrevivir o
vivir más felices debemos ser lo menos mujeres posibles. Esto provoca
muchos daños en nuestros adolescentes (a los que me referiré más
adelante). Quisiera recalcar además que este trabajo me permitió
comprobar de una u otra forma que este tópico constituye una especie
de paradigma que lleva ya mucho tiempo circulando en nuestro
inconsciente colectivo, con los consecuentes daños.
Por una parte circula el paradigma a través del cual se plantea
que hombres y mujeres somos iguales. Cuando yo supongo que algo es
igual a mí tengo la predisposición a pensar que esa persona actúa igual
que yo, piensa igual que yo, siente igual que yo. Y cuando de alguna
manera pretendo que eso sea así se generan todas las incomprensiones
que conocemos y experimentamos a diario, pues, en realidad, nadie
actuará igual a mí, menos aún una persona del otro sexo. No es cierto
que hombres y mujeres seamos iguales; la verdad es que somos
absolutamente distintos. Por medio de mi trabajo pretendo demostrarlo
y en alguna medida ayudar a que seamos capaces de valorar nuestras
diferencias para generar complemento y no motivar la "implacable"
igualdad que lo único que produce es competencia.
Ahora bien, aclaro que igualdad no es lo mismo que equidad.
Tenemos derechos que nos igualan y, por lo mismo, debiéramos acceder
a las mismas oportunidades; pero esto, reitero, no quiere decir que
seamos iguales ni psicológica ni socialmente hablando. Cada uno
aporta a la sociedad y al mundo afectivo que lo rodea cosas distintas y
cosas igualmente importantes y necesarias para la construcción de una
familia, una identidad y una sociedad armónica.
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Es importante recalcar desde ya que cuando a lo largo del libro
me refiera a hombres y mujeres lo que estoy haciendo en estricto rigor
es referirme a lo masculino y a lo femenino que todos tenemos dentro de
nosotros mismos. Yo, por ser mujer, debiera tener más facilidad para
adquirir los aprendizajes femeninos, pero no necesariamente la vida que
he tenido me ha permitido encauzar esos aprendizajes, y esto es lo que
probablemente le ha pasado a muchas personas y seguirá pasando si es
que no nos detenemos, identificamos y reflexionamos sobre este asunto.
Lo importante en este punto será, entonces, descubrir qué aspectos
masculinos y femeninos tiene cada uno desarrollados y cómo dentro
nuestro podemos equilibrar y complementar ambos aspectos para poder
hacer más fluida, más íntegra, nuestra estabilidad psicológica y, por
ende, lograr la armonía necesaria para poder desarrollarnos en plenitud
tanto respecto de uno misma como con los seres que más queremos.
Comencé esta introducción refiriéndome a que las mujeres
acusan sufrir más de lo que los hombres manifiestan. Este mensaje ha
traspasado los distintos niveles culturales en forma muy potente, pues
esa concepción se ha instalado en nuestro discurso verbal, en la
manera como las propias mujeres nos referimos a nuestro género. Así,
por ejemplo, podemos visualizar el siguiente escenario: si las mujeres
tenemos la menstruación, que es mensual, y a la cual se alude como
"enfermedad", y que además una semana previa al estar "enfermas"
solemos estar un tanto "insoportables"; resulta entonces que debemos
contar con a lo menos la mitad del mes dañado y esto equivale, a la
larga, a la mitad de nuestra vida. Nadie querrá, en su sano juicio,
parecerse a ese ser humano que tiene garantizado pasarlo mal la mitad
de su vida.
El mensaje de que ser mujer es un problema lo hemos ido
transmitiendo las mujeres adultas tanto a través de nuestro lenguaje
verbal como de nuestros comportamientos a las nuevas generaciones, a
nuestros hijos, sean varones o mujeres. También, por supuesto, se trata
de un concepto incorporado a nuestras relaciones de parejas. Por esto y
por lo que veremos más adelante en este libro es que surge la imperiosa
necesidad de reevaluar la condición de lo femenino, estableciendo a
nivel social el reencantamiento hacia esta mirada, el reencuentro con
los elementos femeninos en los procesos productivos, educacionales,
familiares e íntimos para poder revisar nuestra historia desde los logros
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que se están obteniendo y que, como explicaré en los capítulos que
vienen, responden más bien a una visión masculina.
Lo dicho hasta aquí implica hacer realmente más profunda
nuestra visión para entender de verdad la vida como un proceso de
aprendizaje, como algo que se parece más a un vivir la vida paso a paso
y no que la buena vida es el resultado de lo que logramos sólo en la
medida en que se van alcanzando los objetivos que pretendemos
alcanzar. Con este fin describiré capítulo a capítulo los hallazgos y el
camino que ha sido, sin lugar a dudas, en primera instancia personal,
un redescubrirme a mí como mujer en mis partes masculinas y
femeninas tanto en mi trabajo en cuanto psicóloga como en mi postura
frente a la vida cultural y social en mi rol de mujer.
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Capítulo IV
El privilegio del ver masculino
y el privilegio
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