Vida
suckorskys1Síntesis26 de Febrero de 2014
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Lo primero que debemos tener claro es que no se le debe apartar de la realidad que está viviendo, y que por mucho que quisiéramos evitarle, lo vería en el ambiente que le rodearía. Está claro que no es lo mismo un niño de 2 años, que apenas se enteraría y que no lo va a recordar, que un niño de 8 años. A partir de los 4-5 años (a veces incluso antes), los niños tienen perfectamente conciencia de sí mismos y de lo que les rodea, aunque aun no lo entiendan todo. La muerte con tres años es muy difícil que la entiendan, pero a los 5 años comienzan a saber cuáles son sus consecuencias, y ya entienden que es algo irreversible, antes de los 5 es muy difícil que lo entiendan, y suelen considerar la muerte como algo provisional.
Darle la noticia
Las primeras horas serán de confusión para él (o ella), pero se le debe de informar, ya que verá que algo pasa alrededor que no es normal. Es mejor explicárselo, siempre adecuando la explicación a su edad y capacidad de entendimiento. Es mejor decírselo en un lugar tranquilo, por la persona que le cuide (padre, madre, ambos, otros familiares), con palabras sencillas y con explicaciones cortas y directas.
Las causas de muerte son muy diversas, y es muy difícil responder al porqué, pero hay que intentarlo. Si es por muerte natural se le explica que el cuerpo se va estropeando cuando nos hacemos mayores y que en un momento dado el corazón se aca
ba parando. Si es por otra causa, incluso por suicidio, se le debe de explicar, siempre que tenga la capacidad de entenderlo, ya que tarde o temprano se acabará enterando. De nuevo abogo por la sinceridad, aunque siempre adaptada a su edad y comprensión.
Tener siempre presente que el único dueño absoluto de la vida es Dios.
Asumir una actitud de humilde aceptación de la realidad. En lugar de preguntarnos: ¿por qué murió ese ser querido? Deberíamos más bien reflexionar en torno al sentido que puede tener ese acontecimiento en nuestra vida, y procurar poner en práctica las enseñanzas que nos dejaron quienes ya se fueron de este mundo.
Procurar, en la medida de nuestras posibilidades, tomar unos días de descanso y cambiar de ambiente (a lo mejor un viaje corto a un lugar que nos agrade).
Buscar con mayor frecuencia el trato con amigos y conocidos que sean particularmente alegres y optimistas.
Dirigir con frecuencia nuestro pensamiento hacia cosas que nos resulten agradables y nos ocupen sanamente el tiempo.
Evitar quedarnos prolongadamente en recuerdos que nos causan gran dolor por la pérdida que hemos sufrido.
Más bien, desviar esos recuerdos hacia las experiencias positivas que vivimos con ese ser querido, de modo que la memoria se habitúe a evocar aquello que nos alegra y no lo que nos entristece.
Realizar breves paseos (de algunas horas) que nos despejen la mente.
Procurar tener pequeños detalles de servicio con quienes nos rodean, así saldremos un poco de nosotros mismos (y de nuestros recuerdos y nuestro dolor) y experimentaremos la alegría de vivir la caridad con nuestros hermanos.
Realizar algunos cambios en nuestro hogar (modificar la ubicación de algunos muebles o cuadros), de modo que disminuyan los detalles de la casa que nos traen más recuerdos de nuestros difuntos.
Rezar por el eterno descanso de las almas de nuestros difuntos (ofrecer sufragios). Al pedir por ellos, nuestro corazón experimenta un doble consuelo: por una parte, sentimos la alegría de contribuir a su bienestar espiritual; y por otra, nos unimos más al Señor y de esa forma se nos hace más fácil aceptar Su voluntad y gozamos también de Sus consuelos. La oración es una de las mayores fuentes de paz para nuestro corazón.
Dar gracias a Dios por todas los momentos que vivimos junto a aquellas personas que tanto estimamos y que ya han partido hacia la eternidad.
Tener la clara
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