Acedia espiritual

Acedia espiritual

“Vino donde los discípulos y los encontró dormidos por la tristeza; y les dijo: ¿Cómo es que están dormidos? Levántense y oren para que no caigan en tentación.  (Lucas 22, 45-46)

Estimado Hermano si alguna vez han sentido flojera o pereza respecto a las cosas espirituales, preguntándose porque no sienten ese gozo y alegría que antes les proporcionaba las cosas de Dios. Si alguna vez oímos la palabra de Dios, sin embargo nos da cansancio cumplirla mostrando disgusto por todas las cosas espirituales, es que estas padeciendo lo que se ha denominado acedia espiritual.

Los síntomas de la acedia espiritual son: tedio, aburrimiento, tristeza, flojera, fastidio, ansiedad del corazón y del espíritu provocando una modorra que lo vence ante las obligaciones como hombre o mujer de fe, de orar, de asistir a misa, atender a un hermano necesitado, atender compromisos de comunidad. El que está dominado por la acedia siempre tendrá un motivo para no participar de una actividad religiosa buscando a través del engaño, compasión por sus dificultades.

Lo grave del asunto es que la acedia nos pone lentos para los ejercicios espirituales que necesita el espíritu y por lo general culpamos al cansancio, a la fatiga corporal. Pero también, la acedia, es parte de esa falsa humildad en el sentido de que nos sentimos desmoralizados y por tanto no hacemos nada por confiar en la providencia, porque eso implica paciencia y esperanza y nos da mucha pereza tener que esperar por la ayuda de Dios. Por tanto, la acedia nos puede llevar a la decisión espiritual que se puede transformar en una auténtica huida de Dios, con la disculpa que lo único que deseamos es paz, que nos dejen en paz, pero solo por la flojera de los  deberes que debemos cumplir ante Dios y no queremos hacer nada. Por la acedia postergamos nuestro camino de santidad o derechamente no vamos hacia el camino de perfección. En todo caso, no deja de ser negligencia y en muchos casos indolencia, por tanto nos aleja de la virtud de la  caridad con nuestros hermanos, a quienes les dejamos de lado por la acedia.

De la acedia se originan los seis pecados siguientes:

Malicia propiamente dicha: Indignación y odio contra los mismos bienes espirituales". Se empieza por "amar menos", se sigue por "preferir" otra cosa a los bienes espirituales; puede terminar por odiar aquello que ya desistimos de conseguir o buscar.

Rencor o amargura. Indignación contra las personas que nos obligan contra nuestra voluntad a los bienes espirituales que nos contristan. Es decir, indignación hacia los superiores en la vida religiosa y a los virtuosos. Los primeros porque tienen autoridad para exigirnos el cumplimiento de la virtud. Los segundos porque el virtuoso, como el santo, "acusa" con su virtud eminente la desidia de los flojos.

Pusilanimidad. Cobardía de corazón para acometer cosas grandes y arduas empresas". El tedio a la dificultad engendra miedo al trabajo y a la perseverancia en las buenas obras y consecuentemente el ánimo se achica o se viene abajo.

Desesperación. El fastidio y el aburrimiento no combatidos pueden terminar en el abandono, en la desesperación de no poder llevar adelante tales obligaciones.

Incumplimiento de los preceptos. Ociosidad y somnolencia voluntarias ante los deberes de estado o simplemente ante los mandamientos divinos.

Divagación por las cosas prohibidas. Inestabilidad del alma, curiosidad, locuacidad, inquietud corporal, inestabilidad local. Apartarse del asunto que se debe o se está tratando". Dirigirse hacia lo ilícito como fruto de la deserción de los bienes sobrenaturales.

¿Cómo combatir la acedia?  Debemos dar prioridad a la Palabra de Señor, oírla y orarla, buen remedio para no caer en tentación. Un buen consejo nos viene de Santo Tomás: "Cuando pensamos más en los bienes espirituales, más nos agradan, y más de prisa desaparece el tedio que el conocerlos superficialmente provocaba".

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