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Bendicion Y Maldicion


Enviado por   •  20 de Junio de 2015  •  2.982 Palabras (12 Páginas)  •  210 Visitas

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BENDICION Y MALDICION

EN LAS SAGRADAS ESCRITURAS

1.- BENDICION

En los dos Testamentos se encuentran unas quinientas cincuenta fórmulas que recogen o implican una bendición:

• Dios bendice a sus criaturas, y éstas bendicen a Dios.

• Además, los hombres intercambian unos con otros bendiciones o bendicen a lo que les rodea: animales o vegetales, alimentos, objetos o lugares, lo que les ofrece la naturaleza o lo que produce su propia industria; bendicen incluso los pensamientos, intenciones o empresas.

Toda bendición, igual que todo bien, viene de Dios o vuelve hacia El. En el sentido bíblico, bendecir no es solamente “decir algo bueno” o desear el bien, sino comprometer a Dios respecto a lo que recibe la bendición. Puede ocurrir también que se comprometa a Dios respecto a sí mismo cuando son sus criaturas las que le bendicen: así ocurre, por ejemplo, en el cántico de los tres jóvenes en el horno en el libro de Daniel, uno de los pasajes más típicos del género , pero también en numerosos salmos, estrofas de aclamación o doxologías finales que se encuentran en el salterio (al que la Biblia Hebrea llama “el libro de alabanzas”) e innumerables pasajes de otros libros .

La oleada de himnos de esta naturaleza es incesante: Desde los que hace cantar David a sus levitas en el Santuario , hasta los que emplean los apóstoles para bendecir a Dios en el Templo . Son sobre esta tierra el eco de los coros celestes . A estas bendiciones gratuitas dirigidas a Dios por ser Dios, se juntan todas aquellas que inspira la acción de gracias por el perdón, la ayuda, las victorias, los beneficios de toda clase, espirituales y temporales .

De esta forma, la corriente de las bendiciones en los dos sentidos une a la humanidad con su Dios como la escala de Jacob por la que subían y bajaban los ángeles entre el cielo y la tierra ; los salmistas celebran el precioso tráfico en ambas direcciones iniciado por el Creador desde los orígenes del mundo: tras haber hecho “los seres vivos que pululan”, y luego al hombre, “macho y hembra”, “Dios los bendice” . Renueva sus bendiciones a la humanidad en todas las etapas de la historia de la salvación:

• Bendice a Noé y a sus hijos, pioneros de una nueva era después del Diluvio ;

• A Abraham, en quien serán benditas “todas las familias de la Tierra” ;

• A Jacob, escogido para llegar a ser Israel , el “pueblo de Dios” de la Antigua Alianza ;

• Y bendice por fin, a través de los discípulos de Cristo, al pueblo de la Nueva Alianza , antes de que se encuentren en el Reino eterno todos aquellos a los que Jesús llama “los benditos de mi Padre” . Las numerosas bendiciones particulares se insertan dentro de esta trama.

Los privilegiados que de esta manera disfrutan de un excepcional favor divino irradian la bendición en derredor:

• Para los hititas de Quiryat-Arbá (Hebrón), Abraham es un “príncipe de Dios en medio de ellos” .

• Labán sabe que Yahvé lo bendice “a causa de Jacob” .

• Antes de que el faraón le confíe la gestión de su reino, José recibe de Putifar la de su casa, porque “Yahvé está con él”, y “todo prospera en sus manos” .

• Por la bendición concedida a David, su casa resulta bendecida para siempre .

• El pueblo de Israel se beneficia del favor que dispensa Yahvé a su rey Salomón .

Del mismo modo que la bendición divina emana del Arca de la Alianza para llenar a la familia de Obed-Edom (Obededón), custodios temporales de este depósito sagrado , esa misma bendición irradia de todo lo que está bendito:

• Del “séptimo día”, santificado por el Creador .

• De las actividades cotidianas de los justos “en la ciudad y los campos” .

• Del fruto de su generación o de sus trabajos .

• De los bienes habitualmente destinados a su subsistencia .

• De las ofrendas presentadas en el altar .

• Pasa también a través de los votos privados que la invocan , como el “Dios te bendiga” que es el saludo habitual de los creyentes .

• Así como a través de los ritos solemnes en los que la multitud reunida es bendecida por sus jefes , sus reyes o sus sacerdotes .

A lo largo de los siglos, los sacerdotes se reservan el privilegio de pronunciar la bendición ritual en los términos precisados en Números para uso de Aarón y sus hijos, obedeciendo a la orden explícita de Yahvé: “Invocarán así mi nombre sobre los hijos de Israel y yo les bendeciré” .

1.1.- Enviado para bendecir

La Iglesia de Jesús, continuadora del Israel antiguo en el nuevo Israel, reconoce desde luego todos estos tipos de bendiciones. La vida terrestre de su divino fundador es toda ella una bendición del Padre celestial, al que bendicen los discípulos siguiendo el ejemplo del Maestro , aclamado en Jerusalén con una bendición tomada del salmista: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

El Evangelio presenta a Jesús, a cuya madre se llama “bendita entre las mujeres” , bendiciendo a los niños igual que bendice a los apóstoles. Ha sido enviado “para bendecir” . Es una misión que confía a los discípulos escogidos para continuar su obra: les recomienda que bendigan a quienes les maldigan , ya que “para eso han sido llamados” .

El empleo de los bienes materiales y espirituales es para Jesús una ocasión para alabar a Dios que los concede: bendice los alimentos con los que va a alimentar a una multitud , y bendice el pan y el vino que va a convertir en el alimento eucarístico . Son gestos e intenciones perpetuados por los que después obrarán “en memoria suya” .

1.2.- Bendiciones de Jacob y Moisés

Algunas bendiciones del Antiguo Testamento revisten un significado que merece la pena subrayar. Así, la que otorga el jefe de familia a sus hijos, y en primer lugar al hijo mayor llamado a sucederle en sus responsabilidades, toma un valor singular de Abraham a Jacob a través de Isaac: va acompañada de la transmisión del derecho de que se cumpla la promesa divina hecha al gran patriarca y confirmada sucesivamente por Dios mismo a Isaac , escogido con preferencia respecto a Ismael , y después a Jacob, escogido con preferencia a Esaú .

Cuando Jacob a su vez presiente su próximo fin, bendice como privilegiados a los hijos de José, y con mayor insistencia a Efraín, el menor . Pero el Génesis pone también en los labios del patriarca en su lecho de muerte una serie de oráculos dirigidos a las doce tribus salidas de sus doce hijos. Este documento , que se encuentra entre los textos más antiguos de la Escritura, se conoce bajo el nombre de “bendiciones de Jacob”:

• Recriminaciones y severas sentencias se entremezclan a las palabras de alabanza y esperanza de las que Judá recibe la “parte del león” .

• Entre las restantes tribus, José recibe el beneficio de un tierno favor.

• Rubén, Simeón y Leví sufren un trato riguroso.

• A los demás se les anuncia en términos oscuros más prosperidad que contrariedades.

Otra colección de oráculos sobre las tribus de Israel , incluida en un himno al Dios de Israel , y puesto, lo mismo que éste último, en boca de Moisés la víspera de su muerte, recibe el nombre de “bendiciones de Moisés”. Sensatos comentaristas piensan que su inserción en el Deuteronomio data de la época del cisma que separó a las tribus del Norte del reino de Judá (935 a.C.). Desde hacía tiempo, la tribu de Simeón parece que había sido absorbida por su poderosa vecina, precisamente la de Judá; eso podría explicar que no sea mencionada en este documento. A cada una de las restantes tribus se consagra una bendición más o menos larga que esboza en lengua poética los grandes rasgos de su historia o de su tradición.

2.- MALDICION

Menos numerosos que los enunciados de bendición, los pasajes que implican, suponen o evocan una maldición se cuentan sin embargo por centenas en la Escritura. Todos los pueblos, como el de Israel, han usado imprecaciones o execraciones que:

• Invocan la desgracia sobre los hombres de comportamiento infame o malvado .

• Sobre los que son tenidos por enemigos .

• Sobre proyectos o actos considerados nefastos o perjudiciales .

• Sobre objetos o lugares aborrecidos.

Pero, como Balac, rey de Moab, o el filisteo Goliat, los paganos imputan su afecto a las fórmulas mágicas de sus hechiceros o maldicen “por sus dioses” ; mientras los autores inspirados de la Biblia relacionan la eficacia de toda maldición con la omnipotencia del Dios único, del que vienen bienes y males, vida y muerte, pobreza y riqueza , ya sea que Dios maldiga El mismo, ya sea que apruebe a aquellos de sus fieles que maldigan con razón e imploren por ese medio su intervención para arruinar las empresas perversas o castigar a los culpables .

Entre todas las maldiciones que mencionan los textos sagrados, las que pertenecen a la liturgia sobre el monte Ebal , que el Deuteronomio dice prescritas por Moisés, sancionan de hecho las principales contravenciones a la Ley ; al lado de las bendiciones dirigidas a los que observan fielmente los mandamientos y prescripciones . Las doce fórmulas imprecatorias, que el pueblo de la Alianza tiene que aprobar con un “Amen” que les compromete, se encuentran ampliamente comentadas en sus fulminantes efectos no solamente sobre la persona de los eventuales culpables, sino sobre sus bienes de toda naturaleza y hasta sobre su descendencia . Sin duda, una tal proyección sobre “los hijos e hijas”, de la desgracia merecida por “los padres” , puede sorprender. Pero ¿acaso las faltas cometidas por los antepasados no han acarreado de hecho desastrosas consecuencias en el destino de las familias y de los pueblos?

Una constatación tal, limitada a la historia temporal, no pone en entredicho la justicia divina que decide la eterna salvación y de la que la Escritura, en otras palabras, esclarece el ejercicio: cada uno es juzgado por el soberano juez según su responsabilidad personal, y no puede ser maldito por él más que por sus propias faltas.

Persiste el hecho de que el pueblo testigo escogido por Dios para la enseñanza de todos los demás, y de cada uno de los hombres que lo componen a través de todos los siglos, se encuentra ejemplarmente castigado cuando los hijos de Israel se alinean, por sus infidelidades, con los “malditos” de las imprecaciones lanzadas en el monte Ebal.

Sabios y profetas no han cesado en su momento de recordar la amenaza de éstas; la que aterró al piadoso rey Josías cuando oyó “las palabras del libro de la Ley” encontrado en un rincón del Templo , y que fue enseguida confirmado por un oráculo de Juldá la profetisa: Yahvé “haría venir la desgracia” sobre los que han traicionado su alianza , “se convertirán en devastación y maldición” . “Maldito sea el hombre que no escucha las palabras de esta alianza” , proclamará también Jeremías. Para la propia condenación de los mismos infieles, el profeta utilizará muchas veces poco más o menos los mismos términos: “Así habla Yahvé:… Yo haré de ellos un espanto para todos los reinos de la tierra, un oprobio, una burla, una irrisión, una maldición… ”

Se podrían multiplicar los ejemplos hasta entre los profetas posteriores al Exilio:

• “Porque hemos desobedecido… se nos han unido todas las desgracias y la maldición que el Señor ha pronunciado por medio de Moisés… ”, confiesa el autor de Baruc.

• “…Han violado las leyes…, roto la alianza perpetua, he aquí por qué la maldición ha devorado la tierra ”, escribe el del Apocalipsis de Isaías.

• Y el del libro de Daniel: “Todo Israel ha transgredido la Ley… Por ello se han abatido sobre nosotros la maldición y la imprecación notificadas por la ley de Moisés ”.

Tras ellos como antes, muchos otros inspirados han repetido que la maldición del Eterno cae sobre los malos como su bendición sobre los justos , y han precisado al buen entendedor que esa maldición y esa bendición se transforman una en otra si los descarriados contemplados por la primera vuelven al camino recto , o si los “benditos” de ayer se desvían a su vez .

2.1.- ¡Bendigan, no maldigan!

En cuanto a las maldiciones pronunciadas por propia iniciativa por los hombres, los sabios de Israel saben que Dios queda dueño de sus efectos, El que “cambia en bendición la maldición” destinada a los que ama . Así David se somete a su apreciación soberana, al escuchar los deseos de desgracia proferidos por Semeí hacia él: “Déjenlo maldecir (dice) si Yahvé se lo ha ordenado … Quizás Yahvé me devolverá la dicha en lugar de la maldición de hoy ”. Toda maldición injustificada, en efecto, “desaparece y vuela como el gorrión y la golondrina ”, constata una frase del libro de los Proverbios. Y el Salmista, evocando ante Dios a los enemigos “que hablan contra El”: “¡Que maldigan, ellos; pero tú bendecirás! ”

De estas maldiciones vanas en la medida de su iniquidad, las más monstruosas conllevan según la ley mosaica la pena de muerte:

• Maldecir al padre o a la madre es así un crimen capital .

• Maldecir a Dios es por demás la peor de las blasfemias: aquella con la que cuenta Satán para llevar a Job a su perdición , y que trata de provocar la malvada mujer del santo hombre, con la esperanza de que la cólera divina hará desde entonces “justicia” con su marido convertido en miserable e incómodo .

• El imprecador sacrílego merece ser lapidado, precisa el Levítico , que propone como ejemplo el relato de una tal ejecución .

• Y el libro de Samuel muestra al sacerdote Elí castigado con la pérdida de su “casa” por no haber podido reprimir a sus propios hijos que, también ellos, “maldecían a Dios ” a su manera.

• Maldecir a “un príncipe” , y particularmente al rey “ungido de Yahvé ”, mandatario de la autoridad divina sobre su pueblo , es un crimen de la misma naturaleza , y por tanto merecedor del mismo castigo; disposición que invocará el falso decreto real emitido por la innoble Jezabel para exigir la condena del inocente Nabot .

• El profeta Isaías hace de las maldiciones dirigidas “contra Dios y su rey” el más horrible signo de desesperación .

• El prudente Qohélet, que mide el riesgo que corre el que maldice a su rey “aunque sea con el pensamiento”, llega incluso a aconsejar muy humanamente al sabio no maldecir tampoco al rico, incluso en la soledad de un dormitorio, por temor a represalias: el pájaro que pasa podría oírlo y repetir las palabras .

Contra los poderosos abusivos queda sin embargo la maldición como un arma para los débiles, cuyo uso no es siempre reprobado:

• Cuando se dirige, por ejemplo, a los exploradores del pueblo que almacenan el grano en espera de una subida de precios .

• Los viciosos que denigran a un sirviente ante su señor .

• Los prestamistas que obtienen interés de la miseria de sus hermanos contrariamente a la Ley .

• Todos los acomodados que quieren ignorar al indigente para no tener que darle socorro .

Sin duda el espíritu de la antigua “ley del talión ” inspiró aún la maldición de los exiliados contra Babel , la devastadora de su nación: “¡Dichoso aquel que te haga el mal que tú nos has hecho! ” Pero cuando prevalece un sentido moral que va refinándose, el empleo de las imprecaciones se considera característica de un comportamiento malvado . Incluso cuando se implora el socorro de Dios contra los que le persiguen, el justo se guarda “de maldecir a su enemigo, reclamando su vida” .

Finalmente, en la perspectiva del perdón evangélico predicado y practicado por Cristo y luego por sus discípulos , hasta el más alto grado de perfección , la lección esbozada en el Antiguo Testamento se afirma muy claramente: “Bendecid a aquellos que les maldicen” . “¡Bendigan, no maldigan!”

La bendición requerida a cambio de las maldiciones recibidas se dirige, claro está, a la persona de aquellos que maldicen, y en la esperanza de su conversión; no puede tender a bendecir sus faltas: Quien dijera al malvado “Tú eres justo” incurrirá él mismo en maldición . Si la “ley del amor” del Evangelio libra a los malvados del desprecio o del odio que su maldad pudiera suscitar entre sus hermanos, en ningún caso los exime de las maldiciones pronunciadas por la justicia divina.

• Practicando esta justicia Jesús invoca la desgracia sobre las ciudades de Betsaida, Corozaín y Cafarnaum, símbolos de todos los obstinados que, a despecho de los signos del Altísimo prodigados ante sus ojos, rehúsan la fe ofrecida .

• Sobre “los escribas y los fariseos” u otros “legisperitos” , por su perseverancia en un formalismo ciego, en el orgullo y en la hipocresía .

• En nombre de Jesús, Pablo maldecirá a su vez a todo “el que no ama al Señor” , o a cualquiera que, aunque fuese “un ángel venido del cielo”, proclamara un Evangelio distinto al que Cristo ha confiado el anuncio a sus auténticos discípulos .

Llevado por el impulso de caridad que le anima, ¿no llegará el Apóstol hasta la abnegación suprema expresando el deseo de ser personalmente “maldito”, para obtener en cambio la conversión de Israel, su pueblo, a la fe de Jesucristo, israelita él también según la carne? Hay que ver probablemente en la oferta de este imposible mercado la expresión exaltada del deseo en el que arde Pablo de sufrir la expiación por sus hermanos, en perfecta unión con su divino Maestro: Aquel del que dice que “El nos ha rescatado de la maldición (prometida a los transgresores) de la Ley , convirtiéndose por nosotros en maldición” por su suplicio redentor sobre la cruz .

Así se encuentran levantadas todas las maldiciones para los culpables arrepentidos que por la fe y las obras se hagan merecedores de ese rescate. Una sola permanece definitiva: la del juicio final, “Id lejos de mí, malditos… ”, dirigida a los irreductibles que han dejado de hacer “lo que es preciso para tener en herencia la vida eterna” .

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