ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

CONSTRUYENDO SOBRE ROCA FIRME

manuosnaya22 de Junio de 2014

15.112 Palabras (61 Páginas)566 Visitas

Página 1 de 61

Construyendo sobre roca firme

2Autor: P. Thomas Williams

En una época de relativismo, donde la respuesta a la pregunta ¿qué son los valores? resulta confusa, se presenta este libro que es una guía práctica para ayudar a entender qué son los valores, ofreciendo criterios para discernir entre diversas opciones y sugiriendo senderos para organizar la propia vida en torno a los valores que son más conformes con la dignidad de personas humanas.

Presenta preguntas fundamentales, que todo hombre debe afrontar, al encontrar la respuesta, reconociendo sus implicaciones

prácticas y actuar en consecuencia. Una vez logrado esto, se encontrará la clave de la felicidad.

Para analizar y dar respuesta a estas interrogantes se apoya en la experiencia humana común, así como en algunos de los más grandes escritores de la historia. Fijándose en la herencia del cristianismo y en el ejemplo y enseñanzas de Jesucristo.

El libro no va dirigido exclusivamente a lectores cristianos, sino que le ofrece a cualquier persona de corazón abierto la oportunidad de entrar en contacto con los más grandes desafíos de la humanidad bajo la luz de la perspectiva cristiana.

Capítulo 1: ¿Cuánto valen los valores?

En los años recientes se ha prestado mucha atención, no sin motivo, al tema de los valores, particularmente en los foros públicos. La palabra misma y sus derivados, como valioso, sugieren algo sumamente importante e interesante. Las personalidades públicas sacuden nuestra emoción al referirse a los «valores de la familia», «los valores sobre los que se funda nuestra nación», «los valores centrales de nuestra sociedad», y otras frases por el estilo. Estas expresiones nos atraen casi por instinto: parecen comunicar algo fundamental, algo que yace en la raíz de nuestra experiencia.

Pero, a pesar del atractivo de la palabra, es difícil explicar exactamente qué entendemos por «valores». Mientras que esta ambigüedad puede ser conveniente para los políticos que usan el término por su impacto emocional, para el resto de nosotros es desconcertante que un concepto tan vital resulte así de vago.

Nuestra incerteza en relación con los valores se debe en parte al libre vaivén del término entre dos ámbitos: el de la economía y el de la experiencia humana. Aunque a primera vista el concepto parece el mismo en ambos casos, un análisis más atento revela diferencias sustanciales, que son decisivas para comprender los valores en la esfera humana.

Precio y valor

En términos económicos, «valor» es un concepto fácil de entender. Está estrechamente ligado al «precio» y tenemos la suerte de contar con un medio de intercambio, el dinero, que permite colocar toda propiedad o servicio en una escala universal de valor: basta comparar el precio de dos artículos para determinar cuál es más «valioso».

En nuestra experiencia ordinaria, el mercado es un indicador eficaz, pues asocia estrechamente el precio de la mercancía al costo de las materias primas, el diseño, la manufactura y la distribución. Todo esto sugiere que el valor es algo intrínseco al artículo, algo que no depende de una apreciación individual sino de aspectos objetivos y medibles. Y, en general, nuestra conducta como consumidores refleja esta tesis.

Podrías pagar ciento cincuenta mil dólares por un Ferrari, pero no ofrecerías lo mismo por una motocicleta. Y la razón que darías sería «que no vale tanto». Si fueras a una tienda y encontraras televisores a color con pantalla gigante a sólo cincuenta dólares cada uno, sentirías la tentación de comprar todos los que hubiera en el almacén. Si te preguntaran por qué compraste tantos, cuando en realidad sólo necesitabas uno, responderías: «Es que su valor real es diez veces mayor que ese precio». Y estarías convencido -con toda razón- de que podrías revender los restantes a otros compradores por un precio mayor, pues reconocerían el valor real de los televisores.

Sin embargo, en cuanto exploramos entre bastidores el comercio, la realidad ya no es tan simple. ¿Qué determina el valor de una obra maestra de Van Gogh? El lienzo y el óleo no suponen más que unos cuantos dólares. Por muy altos que sean los honorarios de un artista, no se pueden comparar con el precio que se paga por algunas pinturas subastadas. Otros cuadros, en cambio, de artistas menos conocidos, no atraen el mismo interés de los coleccionistas, aunque hayan requerido un trabajo más prolongado o estén en oferta «a mitad de precio».

Entramos así en un ámbito en el que el precio y el valor dependen más bien del juicio personal. Un artista puede gustar hoy a la gente, y mañana dejar de gustarle, con la consiguiente alza y baja del precio de sus obras, mientras éstas permanecen intactas.

Puesto que los precios están sujetos a la ley de la oferta y la demanda, el valor de las cosas queda fijado por la estima o popularidad de que gozan. El valor se torna casi completamente subjetivo: ya no depende tanto del producto en sí, sino del número de compradores que lo desean.

Cuando, al inicio de los años 80, los consumidores perdieron el interés por comprar música grabada en cintas eight-track, se desplomó el mercado y pronto se arrinconaron a veinticinco centavos en los almacenes de gangas. No importaba que se hubieran gastado varios dólares en fabricarlas o que se le hubiera pagado al artista un dólar o más por los derechos de autor.

Durante las décadas de los 50 y 60 estaba en plena moda el hula-hoop (un hula-hoop es un aro de plástico que se coloca alrededor de la cintura y gira si se mueve rápidamente el talle). Los distribuidores vendieron fácilmente decenas de millares por varios dólares cada uno. Fuera de esta gracia, los aros no tenían ningún valor ni servían para nada más.

Otro artículo sin valor objetivo era el Pet Rock, la «Piedra doméstica», que se puso de moda durante los años 70. Sin duda fue un hábil negocio: vender trozos de granito, que de otro modo no hubieran tenido ningún valor, por el solo hecho de darles un nombre, instrucciones de «mantenimiento» y un hábitat apropiado. Se podrían citar innumerables ejemplos parecidos: yo-yos, botas para la luna, gomas mágicas...

Los precios dependen también del gusto del consumidor, porque el valor económico, como la belleza, está en los ojos del que juzga. En una exposición canina celebrada en Milán, Italia, en marzo de 1993, un pastor alemán llamado Fanto se ganó el «collar de oro». Muchos lo consideraban el ejemplar más bello de pastor alemán de todos los tiempos. Su precio: mil millones doscientas mil liras; que entonces equivalían a algo más de setecientos cincuenta mil dólares. Alguien podría preguntar: «¿Qué diferencia hay entre Fanto, el cachorro maravilloso, y el pastor alemán de mi vecino, que cuesta sólo ciento cincuenta dólares? Son más o menos de la misma talla y color, comen lo mismo, ambos morirán y serán enterrados en unos diez años, más o menos». En realidad, no hay ninguna diferencia sustancial, pero para algunos entendidos Fanto es incomparable.

Y esto no sólo ocurre con algunas baratijas y artículos de lujo. La demanda, y, por tanto, el precio, fluctúa en cada sector del mercado, desde los almacenes de productos domésticos hasta el comercio de metales preciosos. Basta recordar las dramáticas fluctuaciones del costo del oro a comienzos de la década de los 80 para caer en la cuenta de que ni siquiera los objetos más duraderos tienen una estabilidad garantizada. Los antojos y la sensibilidad de los consumidores son muy volubles, y suben y bajan como el mercurio en un termómetro.

Todo esto es comprensible en un sistema económico. Pero, ¿se puede aplicar sin más al campo de los valores humanos? La vida nos ofrece muchos valores a los que no podemos pegar una etiqueta con el precio. ¿Cuánto pagaríamos por una familia sólida y unida? ¿cuánto podría costar un amigo leal, un socio honesto...? «No puedo comprar amor con dinero», cantaban los Beatles. Todos estos valores: humanos, religiosos, morales..., ¿pueden basarse en el mismo principio subjetivo del deseo personal?

Muchos dirán que sí. De hecho, el modelo económico es el que prevalece cuando se habla de valores en la sociedad moderna. Se consideran como un asunto personal, un producto de los deseos y de las preferencias individuales o colectivas. De este modo los valores se reducen a una expresión de sentimientos personales, como la preferencia de un color en vez de otro o de un deporte en vez de otro.

Otros consideran, en cambio, que los valores tienen un elemento de estabilidad y objetividad. Esto permite calificarlos como buenos o malos, profundos o superficiales, superiores o inferiores.

En definitiva, el problema es saber si hay en la vida algunas cosas que realmente son mejores que otras y si vale la pena luchar por algunas cosas y por otras no. Si todo es arbitrario, si dan lo mismo la honestidad y la deshonestidad, la guerra y la paz, la educación y la ignorancia, entonces no tiene sentido hablar de valores desde un punto de vista objetivo.

La aplicación del modelo económico a los valores humanos en general tiene dos inconvenientes. El primero es la subjetividad, que separa los valores de la realidad de la existencia humana. En las cosas de poca monta, los valores pueden variar. En cambio, cuando hablamos de valores humanos, es decir, ligados a nuestra naturaleza humana, hay necesariamente una mayor estabilidad. Salir a correr por las tardes

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (93 Kb)
Leer 60 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com