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EL PECADO ORIGINAL. LA CONDICIÓN PECADORA DÉ LA HUMANIDAD, CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL


Enviado por   •  9 de Mayo de 2019  •  Resúmenes  •  2.368 Palabras (10 Páginas)  •  298 Visitas

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EL PECADO ORIGINAL. LA CONDICIÓN PECADORA DÉ LA HUMANIDAD, CONSECUENCIA DEL RECHAZO DE LA GRACIA ORIGINAL.

No se trata tanto de averiguar qué, cómo y cuándo pasó, como de entender lo que significa para nosotros en nuestra relación con Dios y con los demás, la condición de pecadores que compartimos con los hombres de todos los tiempos y lugares.

Las dimensiones sociales y comunitarias de la salvación ponen de relieve, a la inversa, las dimensiones y consecuencias sociales del pecado. El estado original del hombre, tal como nos lo pinta el Génesis, supone una existencia integrada del hombre en el mundo y en la sociedad, consecuencia de la amistad con Dios, de la gracia ofrecida y acogida. La solidaridad de los hombres en el bien y en el mal es inherente a su naturaleza social y comunitaria. La solidaridad en el bien la llamamos comunión de los santos.

Profundizando en la raíz de nuestra condición de pecadores, no pecamos sólo personalmente, sino que formamos parte de una humanidad pecadora. Es necesario aclarar el mal que en nosotros y en los demás experimentamos (pecado original originado), buscando su causa y orígenes (pecado original originante), y aclarar el sentido de pecado para definir el aspecto negativo de la condición humana en relación con Dios, que no deriva de nuestra libertad.

 La noción de pecado se refiere esencialmente a la relación del hombre con Dios, a la situación que deriva de la ruptura de la amistad con él, de la infidelidad a la ley de la alianza. Esta relación se ve afectada por el mal, la injusticia, … El derecho y la norma en Israel pretenden asegurar la comunión con Dios y la salvación del pueblo y con él toda la humanidad. Exige del hombre obediencia.

El pecador no escucha la voz de Dios y actúa contra la alianza y la paz consecuencia de ella. El pecado es, por tanto, ruptura con la comunidad y destrucción de la armonía, que reina. El pecado implica relación con la comunidad y sus consecuencias no se limitan al pecador concreto.

El estado inicial del hombre es de paz con Dios a la luz del concepto de la alianza. Pero en el paraíso hace su aparición antes del pecado una fuerza contraria a Dios y al hombre, la serpiente, símbolo del mal, que más adelante se identifica con Satán: Sab 2, 24. La serpiente les ofrece el incumplimiento del mandato divino, porque así serán iguales a Dios, obtendrán el conocimiento del bien y del mal. La causa de la ruptura de la amistad con Dios no es la tentación, sino la libertad humana. Hay que destacar que el destino del hombre no es fatal, que la desobediencia, el pecado, es un hecho colectivo, la fuerza del pecado es contagiosa desde el primer momento. Y que el pecado les abre los ojos, les hace tomar conciencia de sus debilidades.

Actitud habitual del pecador. Se esconde de Dios y no reconoce su culpa, descarga su responsabilidad en otros. 2 Sam 12, 1ss; Gén 3, 15 y 21. El castigo por el pecado es la pérdida de la amistad y armonía con Dios y con el mundo. En esta situación vienen los hijos, Gén 4, 1ss. Hay que conceder a este primer pecado una especial cualificación, el comienzo de una historia que está marcada y en cierto modo determinada con él.

El pecado contra Dios lleva consigo el pecado contra el hombre, las dos dimensiones van unidas. Los pecados de Caín y sus descendientes, Gén 4, 23, van dominando la historia de los hombres hasta ser general en el mundo, Gén 6, 5ss. Sin embargo, para Dios siempre queda un pequeño resto para empezar, Gén 6, 8ss; 9, 18ss. Pero continúa la historia del pecado, Gén 9, 22ss; 11, 1-9, que sin embargo no excluye los beneficios, la gracia y las bendiciones de Dios.

Universalidad del pecado en los libros sapienciales: Prov 20, 29; Eclo 7, 20; Eclo 25, 24; Sab 2, 23s; Sab 10, 1ss; Job 4, 17; 4,14; Sal 143, 2; En la confesión del salmista, Sal 51, 7, se hace presente un elemento prepersonal, la conciencia de que el mal no empieza sólo en la decisión libre. Sólo Dios puede salvar de esta situación de pecado en la que la historia de su pueblo ha colocado al salmista.

En el Antiguo Testamento el origen del pecado, que pone en marcha el origen del mal, afecta a todos los hombres, es universal, no es fruto del destino, ni querido por Dios, sino que tiene su raíz histórica en el pecado e infidelidad del hombre, que sido desobediente al mandato divino y ha rechazado la amistad que Dios le ha ofrecido.

El misterio de la solidaridad y comunión de todos los hombres tiene en el pecado su aspecto negativo. El hombre no puede prescindir de cuantos le rodean y de la humanidad en su relación con Dios. Sólo a la luz de la salvación en Cristo para todos los hombres se pueden calibrar las características del pecado de que nos libra y la profundidad de la fraternidad humana a que nos llama.

Universalidad del pecado en los evangelistas. El pecado de los padres hace pecar a los hijos y éstos con su actuación se hacen solidarios. Los escribas y fariseos, son hijos de los profetas, y dispuestos a hacer lo mismo. Mt 23, 29-36. Los viñadores homicidas, Mc 12, 1-12. La muerte de Jesús se coloca en la línea del pecado de los padres, Hech 7, 9, 35, 39-43 y 51-53. Jesús increpa a toda la generación, que no le acepta, Mt 16, 4; 12, 28ss, maldice a las ciudades que no reciben su mensaje, Lc 10, 13-15; Mt 11, 21-24; 23, 33ss. Los contemporáneos de Jesús piensan lo mismo, Mt 27, 25. Pag 67 y 68.

El mundo tiene una sabiduría opuesta a la cruz de Cristo, 1 Cor 1, 19-28; 2, 6 y 12. Toda la humanidad y el mundo son los destinatarios de la reconciliación, que Dios lleva a cabo mediante Cristo, 2 Cor 5, 18; Rom 11, 32. La insistencia en el poder del mal y de la muerte, que dominan la vida del hombre no unido a Cristo, hace pensar en una situación pecaminosa, previa a la decisión de cada uno, determinante de la distancia, que experimentamos entre lo que deberíamos hacer y lo que hacemos, y que nos lleva a cometer pecados, 2 Cor 11, 3; 1 Tim 2, 14.

Paralelismo entre Adán y Cristo, Rom 5, 12-21; 1 Cor 15, 21-22 y 45-49. Adán y Cristo son dos comienzos de la humanidad de signo diverso. Adán para la muerte, Cristo para la vida (resurrección de los muertos). La muerte de Adán se halla implícita en el pecado. El sentido de esta muerte parece sobrepasar lo meramente biológico. De lo contrario, no tendría sentido el paralelismo con la resurrección de Cristo, que es más que biológica. También se insinúa que el Adán primero, hecho de la tierra, alma viviente, recibe su sentido definitivo del Adán último, el celeste, hecho espíritu vivificante.

La muerte en Adán ha de entenderse como fuerte: física y espiritual, alejamiento de Dios. El pecado no es sólo un acto pecaminoso, sino la fuerza de pecado, el pecado personificado, que arrastrará a los hombres a pecar. El pecado ha entrado en el mundo por el pecado de Adán, y su presencia se pone de manifiesto en la muerte y en el pecado, que a todos nos alcanza, y que todos personalmente ratifican. El pecado afecta a todos, incluso a quienes no han conocido la ley.

Con el recurso a Adán, Pablo nos explica de qué nos libra Cristo: no sólo de nuestros pecados personales, sino también de esta fuerza de pecado, que se impone a nuestra decisión. Con ello, además, nos ayuda a entender algo de la estructura misma de la salvación de Cristo. No se nos aísla sólo del espacio de perdición, sino que se nos arranca de este mundo de pecado para que podamos ser introducidos en el nuevo ámbito de la salvación, en el ámbito de Cristo y su Iglesia. Dado que el mensaje de la redención y reconciliación con el Padre, que tiene lugar en Cristo, presupone un dominio del pecado sobre toda la humanidad, la afirmación de la solidaridad en el mal desde el comienzo, desde Adán, es más que un simple ejemplo. Pablo no se detiene en la descripción del pecado de Adán. Le basta con subrayar su influjo negativo universal, que explica la universalidad del pecado.

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