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ELENA SE HALLA CONFUNDIDA

Maitra23 de Octubre de 2014

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Propósito del programa: Presentar francamente la inconveniencia y el peligro de las familiaridades y caricias entre jóvenes no casados.

PLANES PARA EL PROGRAMA

Dispóngase la plataforma de manera que parezca ser la oficina de una preceptora. La persona que haga las veces de preceptora debiera ser una mujer adulta, bondadosa, de apariencia respetable y preferentemente casada.

Encomiéndese el papel de Elena a una señorita formal, que tenga entre 15 y 18 años. El diálogo debiera estudiarse y practicarse hasta que se desarrolle en forma natural. De esta manera resultará más efectivo al tratar este eterno y delicado problema de la gente joven.

ELENA SE HALLABA CONFUNDIDA

(La preceptora aparece sentada frente a su escritorio. Se oye que alguien llama a la puerta de la oficina y, en respuesta al "¡Adelante!" de la encargada de las señoritas, entra Elena).

Preceptora: Siéntate, Elena. (Elena lo hace con cierta rudeza mientras mantiene el ceño fruncido y rehúsa mirar a la preceptora). Me han dicho que tú no estás muy interesada en permanecer en nuestro colegio. ¿Cuál es tu problema?'

Elena: (con resolución). Quiero irme a mi casa. Preceptora. Pero, ¿por qué razón, Elena?

Elena: (encogiéndose de hombros, y jugando con los dedos). Oh, sencillamente porque quiero irme; eso es todo.

Preceptora. Elena, tú no eres adventista desde hace mucho tiempo, ¿verdad? Elena. No, desde hace poco, relativamente.

Preceptora: Aquí tengo una carta que recibí de tu madre. ¿Te acuerdas todavía del día en que ella y tú fueron bautizadas juntas el verano pasado? Tú sabes también cuánto esfuerzo le cuesta mantenerte en un colegio adventista, y ahora le escribes diciéndole que quieres salir de él y volverte a tu casa. Ella se ha sentido muy preocupada y me ha escrito pidiéndome que averiguara cuál era la razón de tu pedido, qué era lo que andaba mal. Pues bien, Elena ¿qué es lo que ocurre?

Elena: (con rebeldía). ¡Odio este viejo colegio y a todos los que asisten a él! ¡No son más que un montón de hipócritas! Se creen que por ser adventistas son mejores que los demás… ¡pero yo estoy segura de que usted no sabe cómo son en realidad!

Preceptora: Me parece que tú estás un poco excitada, querida. Ahora, dime honestamente: ¿todo en este colegio es así como tú dices? ¿Quieres decir que todos los alumnos son falsos?

Elena: (comienza a sollozar). Bueno… tal vez no todos… Hay algunos de ellos que son verdaderos cristianos, y yo trato de ser como ellos. Pero hay otros que me tienen confundida.

Preceptora: ¿De qué manera, Elena?

Elena: Bueno, por esto. Se supone que los adventistas no van al cine, ¿verdad? Sin embargo, después de las vacaciones oí a algunos hablar de las últimas películas que habían visto. Se supone que las adventistas no se maquillan, pero yo he visto a algunas de mis compañeras pintadas como artistas de cine. Y a pesar de todo eso, esos muchachos y chicas son tan pagados de sí mismos que actúan como si por el mero hecho de ser adventistas fueran mejores que los demás.

Preceptora: Dime, Elena, cuando fuiste bautizada, o mejor, cuando decidiste tomar el paso del bautismo, ¿qué fue lo que te impulsó a hacerlo?

Elena: (pensando un momento). Bueno, conocí a Jesús y entonces deseé transformarme, ser diferente.

Preceptora: Ahora dime algo más. Cuando aprendiste a amar a Jesús ¿cambió instantáneamente tu vida? No me refiero a un cambio en el aspecto externo, como puede ser. el de dejar de maquillarse, el no lucir joyas, o cosas como éstas. Quiero decir si te convertiste en una persona distinta por dentro.

Elena: Yo sé que he cambiado algo. ¡Antes solía enojarme tanto! En cambio ahora me avergüenzo cuando el mal genio me domina. Es que yo quiero ser de veras como Jesús, pero algunos de mis malos rasgos no desaparecen. Por ejemplo, yo no soy muy paciente; me gusta salirme con la mía . . . Sé que estoy lejos de ser perfecta, pero a lo menos no trato de aparentar que soy una santa cuando en realidad no lo soy.

Preceptora: Tú te criaste en una región rural, ¿verdad, Elena? ¿Había en tu casa un huerto de verduras y frutales? (Elena asiente con la cabeza). Y bien, '¿maduraban en él todas las frutas al mismo tiempo? ¿Podía uno disponer en una misma época de tomates, guayabas, naranjas y papas maduros?

Elena: ¡Oh, no! Las guayabas maduraban en la primavera; los tomates mucho más tarde y las naranjas todavía después.

Preceptora. ¿Y no se te ha ocurrido alguna vez que con los cristianos ocurre lo mismo: que todos se encuentran en diversas etapas de crecimiento? Algunos recién comienzan a florecer, por lo tanto, no tienen fruto. Otros tienen un fruto pequeño, todavía no desarrollado; en cambio, otros poseen una cosecha de maduras virtudes cristianas.

Tú esperabas encontrar perfección entre nuestra gente joven, y comprendo perfectamente tu chasco. Pero yo te sugiero que busques. Nuevos amigos y amigas entre los jóvenes a quienes admiras, y que por otra parte no juzgues con demasiado rigor a aquellos que son todavía inmaduros. Dios, en su paciencia, les concede tiempo para que se desarrollen. Si al final resultan ser como la higuera que aparentaba llevar frutos pero que no los poseía, ellos deberán ser talados del huerto de Dios, como lo fue la higuera estéril. Es posible que teniendo esta realidad en cuenta el espíritu de profecía haya dicho que de cada 20 profesos cristianos, 19 se perderán.

Elena: ¿Cuántos?

Preceptora. Diecinueve de cada veinte, a menos que ocurra un gran cambio.

Elena: ¿Eso incluye a los jóvenes adventistas? ¡Oh, esto es terrible! ¡Yo no lo sabía! Sin embargo, tal vez usted esté en lo cierto. Yo esperaba encontrar mucha perfección cuando vine al colegio. . . ¿Pero usted realmente cree que será así, que 19 de cada 20 personas que se dicen cristianas se perderán? ¡Vale decir, sólo 5 de cada 100! i Entonces se salvarán únicamente en nuestro colegio!

Preceptora: Eso no debe ocurrir necesariamente. Sucederá a menos que ocurra un cambio. Y los jóvenes pueden cambiar. Dios desea salvar a todos.

Elena: Srta. Rodríguez, hay otro asunto que me ha venido preocupando y del cual no quería hablar. Usted sabe… es un tema difícil de tratar

Preceptora: Para eso justamente estamos las preceptoras, Elena.

Elena: Bueno, es acerca de. . . las caricias y besos entre muchachos y chicas, o "las familiaridades", como alguna gente grande- las llama. Algunas chicas dicen que no hay nada malo en ellas y otras dicen que son indebidas. Nadie me mencionó ese asunto cuando me preparé para el bautismo y tampoco encontré en la Biblia mucho acerca de ellas. Me parece que eso se debe a que en aquellos días las costumbres eran muy diferentes de las nuestras.

Preceptora. Déjame preguntarte primero, Elena, qué opinas tú acerca de las caricias y besos entre amigos de ambos sexos.

Elena: Bueno, yo creía que los novios se acariciaban porque se amaban, pero conozco algunos muchachos y chicas que lo hacen sencillamente porque les gusta, y con cualquiera. Eso no me parece bien. Algunas muchachas dicen que si una no acaricia al varón con quien sale a pasear, él se disgusta. Yo no creía que los muchachos adventistas fueran así, pero he comenzado a dudar.

Preceptora: Déjame contarte algo que ocurrió en la realidad. Sucedió cuando yo era alumna de un colegio. Una de mis mejores amigas era una preciosa muchacha a quien llamaremos Anta, aunque ese no es su nombre. Provenía de un hogar cristiano y sus padres la habían criado según normas bastante estrictas. Su bella apariencia y su disposición alegre no tardaron en atraerle la amistad particular de un hijo de misionero. Ella se enamoró del muchacho y además creyó que él también la amaba. Por otra parte, él era hijo de pastor de modo que no haría ninguna cosa incorrecta. Además ella deseaba agradarlo.

Cierto día, mientras estaba en mi pieza, oí que alguien llamaba con precipitación a mi puerta. Al momento entraba Anita, llorando como si su corazón se fuera a romper de tristeza. El muchacho le había dicho que ya no estaba más interesado en ella. Anita sufrió muchísimo, y debo reconocer que yo estaba indignada por la manera en que había sido tratada.

Pero poco después, por medio de un compañero de clase, supe la otra

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