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El Noviazgo


Enviado por   •  9 de Julio de 2015  •  1.308 Palabras (6 Páginas)  •  252 Visitas

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PAPA FRANCISCO HABLA A LOS NOVIOS

Les ofrecemos el texto completo de la catequesis de hoy del Papa Francisco, dedicada al noviazgo como preparación para un matrimonio fiel y para toda la vida.

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Continuando con estas catequesis sobre la familia, hoy quisiera hablar del noviazgo. El noviazgo tiene que ver con la confianza, la familiaridad, la confiabilidad. Confianza con la vocación que Dios dona, porque el matrimonio es, antes que nada, el descubrimiento de una llamada de Dios.

Ciertamente es algo bello que hoy los jóvenes puedan elegir casarse sobre la base de un amor recíproco. Pero la libertad del vínculo requiere una armonía consciente de la decisión, no sólo un simple entendimiento de la atracción o del sentimiento, de un momento, de un tiempo breve… requiere un camino.

El noviazgo, en otros términos, es el tiempo en el cual los dos están llamados a realizar un trabajo bello sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va en profundidad. Se descubre poco a poco el uno al otro, es decir, el hombre ‘aprende’ acerca de la mujer aprendiendo de esta mujer, su novia; y la mujer ‘aprende’ acerca del hombre de este hombre, su novio.

No subestimemos la importancia de este aprendizaje: es un compromiso bello, y el mismo amor lo requiere, porque no es solamente una felicidad despreocupada, una emoción encantada…

La narración bíblica habla de la creación entera como un trabajo bello del amor de Dios; el libro del Génesis dice que: "Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno". (Gen 1,31).

Solamente al final, Dios ‘descansó’. De esta imagen entendemos que el amor de Dios, que dio origen al mundo, no fue una decisión improvisada. ¡No! Fue un trabajo bello. El amor de Dios creó las condiciones concretas de una alianza irrevocable, sólida, destinada a durar.

La alianza de amor entre el hombre y la mujer, alianza para la vida, no se improvisa, no se hace de un día al otro. No existe el matrimonio ‘express’, es necesario trabajar sobre el amor, es necesario caminar.

La alianza del amor del hombre y de la mujer se aprende y se refina. Me permito decir que es una alianza artesanal. Hacer de dos vidas una vida sola es también casi un milagro, un milagro de la libertad y del corazón, confiado a la fe.

Debemos quizá esforzarnos más sobre este punto, porque nuestras ‘coordinadas sentimentales’ han caído un poco en la confusión. Quien pretende y quiere todo inmediatamente, después cede también todo -y de inmediato- en la primera dificultad, o en la primera ocasión.

No hay esperanza para la confianza y la felicidad de la donación de sí mismo si prevalece la costumbre de consumir el amor como una especie de ‘suplemento’ del bienestar psico-físico. ¡El amor no es esto!

El noviazgo se centra en la voluntad de custodiar juntos algo que nunca deberá ser comprado o vendido, traicionado o abandonado, por más tentadora que pueda ser la oferta.

Pero también Dios, cuando habla de alianza con su pueblo, lo hace algunas veces en términos de noviazgo. El libro de Jeremías, hablando al pueblo que se había alejado de Él, le recuerda cuando el pueblo era la ‘novia’ de Dios y dice así: «Me recuerdo de ti, del afecto de tu juventud, del amor al tiempo de tu noviazgo» (2, 2).

Y Dios ha hecho este recorrido del noviazgo; después hace también una promesa: lo hemos escuchado al inicio de la audiencia, en el libro de Oseas: «Te haré mi esposa para siempre, te haré mi esposa en la justicia y en el derecho, en el amor y en la benevolencia. Te haré mi esposa en la fidelidad y tu conocerás al Señor» (2, 21-22).

Es una larga vía la que el Señor recorre con su pueblo en este camino de noviazgo. Al final, Dios se casa con su pueblo en Jesucristo: esposa de Jesús es la Iglesia. El Pueblo de Dios es la esposa de Jesús. ¡Pero cuánto camino!

La Iglesia, en su sabiduría, cuida la distinción entre el ser novios y el ser esposos: no es lo mismo. Estemos atentos a no despreciar con un corazón ligero esta enseñanza sabia, que se nutre también de la experiencia del amor conyugal felizmente vivido. Los símbolos fuertes del cuerpo conservan las claves del alma: no podemos tratar los vínculos de la carne con ligereza, sin abrir alguna herida duradera en el espíritu (1 Cor 6, 15-20).

Es verdad, la cultura y la sociedad de hoy se han vuelto, más bien indiferentes a la delicadeza y a la seriedad de este paso. Y por otro lado, no se puede decir que sean generosos con los jóvenes que tienen serias intenciones de formar una familia y a traer al mundo hijos. Es más, a menudo ponen mil obstáculos mentales y prácticos.

El noviazgo es un camino de vida que debe madurar como la fruta, es un camino de madurez en el amor, hasta el momento en que se convierte en matrimonio.

Los cursos prematrimoniales son una expresión especial de la preparación. Y nosotros vemos tantas parejas, que quizá llegan al curso un poco ‘sin quererlo’, “pero estos sacerdotes que nos hacen hacer un curso” Pero ¿por qué? ¡Nosotros ya sabemos! Y van a regañadientes.

Pero después están contentos y agradecen, porque de hecho han encontrado allí la ocasión - ¡a menudo la única! – para reflexionar sobre su experiencia en términos no banales.

Sí, muchas parejas están juntas desde hace tiempo, quizá también en la intimidad, a veces conviviendo, pero no se conocen verdaderamente. Parece extraño, pero la experiencia demuestra que es así. Por eso, es preciso revalorizar el noviazgo como tiempo de conocimiento recíproco y de compartir un proyecto.

El camino de preparación al matrimonio se ha de configurar desde esta perspectiva, valiéndose también del testimonio simple pero intenso de cónyuges cristianos.

Y hay que dirigirse también a lo esencial: la Biblia, para redescubrirla juntos, de forma consciente; la oración en su dimensión litúrgica, pero también en la ‘oración doméstica’ para vivir en familia, los sacramentos, la vida sacramental, la Confesión, la Comunión, en la cual el Señor viene a habitar en los novios y los prepara para recibirse verdaderamente el uno al otro ‘con la gracia de Cristo’; y la fraternidad con los pobres, con los necesitados, que nos llaman a la sobriedad y a compartir.

Los novios que se comprometen en esto crecen los dos y todo esto lleva a preparar una linda celebración del Matrimonio de forma distinta, ¡no mundana sino cristiana!

Pensemos en estas palabras de Dios que hemos escuchado cuando Él habla a su pueblo como el novio a la novia: «Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor» (Os 2, 21-22).

Que cada pareja de novios piense en esto y diga el uno al otro: “Te haré mi esposa, te haré mi esposo”. Esperaré aquel momento; es un momento, es un recorrido que va lentamente hacia adelante, pero es un camino de maduración. Las etapas del camino no deben ser quemadas. La maduración se hace así, paso a paso.

El tiempo del noviazgo puede convertirse de verdad en un tiempo de iniciación. ¿A qué? A la sorpresa de los dones espirituales con los cuales el Señor, a través de la Iglesia, enriquece el horizonte de la nueva familia que se dispone a vivir en su bendición.

Ahora les invito a rezar a la Sagrada Familia de Nazaret: Jesús, José y María. Recen para que la familia realice este camino de preparación; recen por los novios. Recemos a la Virgen todos juntos, un Ave María por todos los novios, para que puedan entender la belleza de este camino hacia el Matrimonio. [Ave María...]

Y a los novios que están en la plaza: ¡Buen camino de noviazgo!»

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